Una es muy aficionada a la radio. De hecho, como periodista, es mi medio de comunicación de cabecera, por su inmediatez y la claridad del mensaje. Pues bien, hace algunas semanas escuché una entrevista que me conmovió.

El protagonista era Mario González, padre de uno de los normalistas/maestros de Iguala, en el Estado mexicano de Guerrero. En aquel momento, este padre de familia no atendía a las razones del procurador general de México Jesús Murillo, quién anunció que los cuarenta y tres estudiantes desaparecidos habían sido asesinados.

Su hijo, como los otros cuarenta y dos, desaparecieron el 26 de septiembre y, desde entonces, lo único que Mario ha sentido es impotencia y martirio. Me quedo con alguna de sus frases: “Del gobierno no esperamos nada” […] “No tienen la menor intención de ayudarnos”.

En ese instante, al escuchar la entrevista, mi impotencia creció por momentos. Pienso en los cuarenta y tres chicos, estudiantes, que sienten, que dicen y denuncian lo que consideran que es negativo y también lo positivo y eso molesta. El periodista Santiago Roncagliolo, en el periódico El País, explicaba que habían muerto por pensar, y no puedo más que darle la razón.

Mario piensa que desde el gobierno, pero también desde el Estado de Guerrero, los que deben velar por su seguridad se han puesto de acuerdo para repetir el discurso y no dar respuestas a los familiares.

De poco ha servido también la Cumbre Iberoamericana de Veracruz, en la que se habló de la importancia de la educación, mientras se seguían buscando los cuerpos de los desaparecidos en Iguala.

Veremos si sirve de algo más el gran pacto propuesto por el presidente de México, Enrique Peña Nieto, con todos los partidos y fuerzas sociales, con el objetivo de evitar que se repita una barbarie como la de Iguala.

Pero lo que está claro es una cosa: el asunto no pinta bien, sobre todo cuando está de por medio la corrupción y el narcotráfico. Hay que hacer un esfuerzo en todas las direcciones porque a estas alturas del partido, resulta inconcebible que siga muriendo gente por expresar su humilde opinión.