Desde la Puerta de Alcalá hasta la entrada a la Plaza de Sol fueron 90 minutos de fiesta, sonrisas y celebraciones. Sólo cuando eras capaz de avanzar un poco veías que en las calles aledañas se vivía un panorama idéntico. Cientos de banderas de todos los colores ondeaban más elegantes que nunca por causa de los fuertes vientos, pero sobre todo una; la bandera morada de un partido político que ha conseguido llenar las calles de Madrid de españoles de todos los rincones. 'Aquí está la unidad de España', rezaba Iñigo Errejón durante su intervención posterior, y ciertamente era emocionante ver a las formaciones de Catalunya, Andalucía, Galicia... Incluso del País Vasco, marchando unidas bajo los mismos colores. Colores que no avergüenzan ni separan. Miles de personas que se han trasladado desde sus ciudades de origen hasta Madrid, donde, como me comentaba una pareja del barrio sevillano de Triana, que habían llegado el mismo día a las seis de la mañana, 'había que estar'. Había que estar para decir basta a la corrupción que sufre nuestro país, incluida la encubierta. Había que plantarse frente a un sistema corrompido que nos condena a una vida llena de infelicidad. Pero el pasado 31 de enero en las calles de Madrid solo paseaban sonrisas. Niños, ancianos, jóvenes...

Para mí la aventura comenzó a las 11 de la mañana en Ciudad Universitaria, donde ya había aparcada más de una veintena de autobuses llegados de todos los rincones de nuestro país. El metro era un grito de júbilo ahogado y en sus vagones repletos un sábado por la mañana se respiraba la fiesta. Nos mirábamos unos a otros tratando de averiguar si íbamos todos al mismo sitio. Y sí. Algunos llevaban en la solapa del abrigo bien identificado su destino. Más de una hora para poder atravesar la calle Alcalá y llegar hasta el hipotético destino, la Plaza de Sol, la cual muchos no consiguieron pisar. Allí esperaba un escenario y un sistema de megafonía insuficiente para todos los oídos que pedían al helicóptero de la policía nacional que sobrevolaba sus cabezas que se marchara. El sonido llegaba con retraso a las calles que rodeaban la plaza y tras cada intervención se desataba un estruendo.

Aunque debo confesar que quizás mi verdadera aventura comenzó mucho antes, cuando en 2011 la misma Plaza de Sol vio despertarse a los mismos ciudadanos indignados, ahora mejor organizados, que se agolpaban el sábado. Errejón, durante su discurso, tuvo unas palabras cariñosas para esta Plaza y el 15M, que para muchos fue el germen de Podemos. Allí se conocieron todos los que necesitaban un cambio, todos los que habían descubierto que no estaban solos, mirándose con curiosidad y sorpresa. Y allí estaban de nuevo reunidos, arropados por una victoria griega que ha inyectado una nueva victoria moral a Podemos.

Syriza ha ganado por goleada. Sólo dos escaños separan al partido griego de la mayoría absoluta. La civilización que vio nacer la democracia se propone recuperarla y liberar a la soberanía de sus secuestradores. Últimamente no se habla de otra cosa en nuestro país, y es que estamos más cerca de Grecia que nunca. Compartimos con los griegos el olor a putrefacto de un sistema corrompido que ha perdido totalmente la credibilidad de sus instituciones. Compartimos con ellos la desesperanza, las cifras de paro y pobreza y la famosa deuda que nadie quiere pagar. Pero sobre todo, compartimos los vientos de cambio que resoplan haciendo que tiemblen los cimientos de lo impuesto y establecido. Tenemos miedos y dificultades comunes y, en medio de este escenario, ha nacido un romance político que coloca al Sur de Europa pegando un puñetazo sobre el tablero y obligando a los que van ganando a devolver los dados. Grecia fue sin duda una de las grandes protagonistas de la concentración, presente en las pancartas de los manifestantes, pero también en los discursos de las cabezas visibles del partido de moda; ‘Hoy en Grecia hay un gobierno serio, digno y nacido de los sueños de los griegos. Ahora nos toca a los españoles soñar’, decía Pablo Iglesia, quien insistió en que ‘se toman muy en serio sus sueños’.

Tan en serio como los españoles que hacen oídos sordos a las críticas y a la mala publicidad que rodea a la nueva formación. Hacía muchos años que los españoles no tenían ilusión por nada que no fuera ganar el mundial de fútbol. Tal vez la última vez que se vivió un despertar político de esta magnitud fue con el regocijo de una transición chapucera que ponía fin a años de dictadura. Regenerar un sistema tan anclado y acomodado es siempre un engorro y conlleva sus riesgos, los mismos riesgos que implica ser un buen profesional de la información; Molestar al poder. Porque alguien está haciendo bien su trabajo, estamos asistiendo a todo un espectáculo de propaganda electoral, o casi propaganda de guerra. No son pocos los que han mencionado últimamente al siempre atractivo Goebbels, a quien el capitalismo debe todo su esplendor. Sus técnicas propagandísticas están ahora más de actualidad que nunca y sólo hace falta encender el televisor a la hora del telediario, leer un periódico o, simplemente, sumergirte en las redes sociales; Toda una sucesión de batallas diarias que comienzan cuando un periódico con cierto prestigio lanza una noticia que minutos más tarde es desmentida en Twitter. Cada cual aprovecha las herramientas que tiene a su disposición para ganar una guerra encarnizada que pone en tela de juicio, sólo un poco, el fin de la sociedad de masas. Juan Carlos Monedero, durante su intervención en el improvisado escenario, hizo mención a este aspecto, ironizando sobre el hecho de que no pueda viajar tranquilo en metro sin miedo a las especulaciones.

Sin ir más lejos, el carácter multitudinario de la concentración ha sido blanco de críticas desde todos los rincones de nuestro país. Más de 100.000 personas que caminaban juntos con una nueva ilusión instalada en sus corazones han sido tachados de borregos. Niños ondeando banderas moradas y coreando el ‘sí se puede’ con tanto entusiasmo como sus padres. Y es que, como se comentaba hacia unos días con la noticia bautizada como ‘la niña de Pablo Iglesias’, Podemos ha devueltos la ilusión a los padres. A muchos jóvenes que han visto su futuro negado y sin culpables, sin nadie a quien señalar. Jóvenes que se han portado extremadamente bien con el poder, acomodándose en el miedo y la resignación y aceptando una Ley Mordaza que en otro tiempo habría sacado a miles de almas enfadadas a la calle. Pero como decía uno de los primeros eslóganes de Podemos, ‘El miedo ha cambiado de bando’. La desesperanza ha dejado de ser para muchos la única respuesta ante tanta degeneración, ante la pérdida de lo conseguido por muchos hombres y mujeres valientes durante muchos años y con gran sacrificio. Y creo que esto en sí mismo es algo que se debe celebrar.

Dejando a un lado que la demagogia va de la mano de la política, Pablo Iglesias no se dejó ni una sola verdad sin decir, exponiendo de forma sangrante uno por uno todos los motivos que habían llevado a aquellas personas a salir a la calle. ‘Los de arriba lo llaman caos y experimento’ dijo, ‘nosotros lo llamamos democracia’. Lo que sí parece un consenso generalizado es que lo que sucedió el día 31 de enero, sea cual sea el resultado, no tiene marcha atrás.