No, la suya era una historia escrita desde la cuna. Cayetana Fitz-James Stuart y Silva nació para ser duquesa. La Duquesa de Alba. Según el libro Guinness de los récords, poseyó más títulos que ningún otro noble en el mundo legalmente ante un estado vigente que los reconocía: «era cinco veces duquesa, dieciocho veces marquesa, veinte condesa, vizcondesa, condesa-duquesa y condestablesa, además de ser catorce veces Grande de España».

No obstante, no fue una duquesa convencional. Adelantada a su época y transgresora, será recordada por todos como “la duquesa rebelde”.

Cayetana Fitz-James Stuart nació la noche del 28 de marzo de 1926 en el Palacio de Liria. Fue la primera y única hija de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba y María del Rosario de Silva y Gurtubay, X marquesa de San Vicente del Barco. En el mismo momento de su nacimiento, su padre estaba reunido con tres de sus mejores amigos: el doctor Gregorio Marañón, el filósofo José Ortega y Gasset y el escritor Ramón Pérez de Ayala. La cultura, la ciencia y la filosofía, le dieron la bienvenida.

Falleció en la mañana del 20 de noviembre de 2014, en su residencia favorita, el Palacio de las Dueñas. Su familia, amigos y el arte la despidieron.

No obstante, ella no fue persona de palacios, sino de calles y saraos, fiestas y actos.

La suya fue una historia diferente, divertida, vital. De su madre poco recuerda, pues estaba enferma de tuberculosis y la mantenían alejada por miedo al contagio.

A la muerte de su madre, Cayetana, a la que llamaban, «Tanuca», fue educada por institutrices y por su abuela materna. Cuando los reyes partieron al exilio, por la proclamación de la II República, el Duque de Alba decidió instalarse también en París.

Desde siempre ha viajado por el mundo: Londres, Italia, Egipto… Al estallar la Guerra Civil española se exiliaron en Londres, donde su padre sería nombrado embajador de la dictadura de Franco. Atrás dejaron el Palacio de Liria, su residencia oficial, que a finales del mismo año quedaría destruido casi al completo debido a un bombardeo de la aviación franquista. Afortunadamente, el siniestro no destruyó los principales tesoros de la familia: algunas de las obras de arte de los Alba habían sido trasladadas con anterioridad a los sótanos del Banco de España y otras fueron rescatadas del fuego por milicianos y voluntarios.

Durante su exilio en la capital británica, Cayetana vivió la Segunda Guerra Mundial y algunos de los bombardeos que asolaron la ciudad. A los 16 años, tenía como compañero de clase a un nieto de Tolstoi, en varias ocasiones estuvo de visita en la residencia de su pariente, sir Winston Churchill, «donde las hijas de este le hacían la reverencia protocolaria». Churchill, que era primo de su padre, la impresionaba mucho cuando iba a cenar a la Embajada de España en Londres: “Tenía un vozarrón y un carisma tan impresionante que todo el mundo se callaba en cuanto abría la boca. Durante los bombardeos de Londres, en la II Guerra Mundial, me felicitaba por lo valiente que era y por no tener miedo”.

También compartió juegos con la futura reina Isabel II del Reino Unido.

Se casó tres veces. Siguiendo las recomendaciones de su padre, contrajo matrimonio con el ingeniero industrial Luis Martínez de Irujo y Artázcoz, hijo de los duques de Sotomayor y marqueses de Casa Irujo, en una celebración que tuvo lugar en la catedral de Sevilla el 12 de octubre de 1947. El enlace tuvo una gran repercusión social, hasta el punto que el periódico Liberation lo calificó como «la boda más cara del mundo» al costar cerca de los 20 millones de pesetas de la época. De este matrimonio nacieron sus seis hijos.

La muerte de Irujo fue un golpe que abrió lo que los Alba conocen como El interregno ,el periodo hasta su boda con Jesús Aguirre, excura, progresista, amigo de los socialistas, “culto, divertido, inteligente y que estudió con Ratzinger”. Con él se volvió a casar el 16 de marzo de 1978, pero su condición de exsacerdote jesuita e hijo de madre soltera causó una gran polémica en su momento. Sin embargo, para ella significó mucho, volvieron los intelectuales y escritores a pasear por Liria, como en los tiempos de juventud de su padre, sin importar los colores o las ideas. En 2001, la duquesa enviudó por segunda vez: Jesús Aguirre fallecía por un cáncer de laringe.

A principios del año 2008, comenzaron a surgir rumores sobre una posible relación de la duquesa con el funcionario Alfonso Díez Carabantes, a quien había conocido muchos años antes gracias a su amistad con Jesús Aguirre. En abril de 2010, tanto Cayetana como Alfonso confirmaron su noviazgo. En agosto de 2011, la duquesa y Alfonso anunciaron mediante un comunicado que contraerían matrimonio a principios del mes de octubre en el Palacio de las Dueñas.

Como es de suponer debido a la avanzada edad de la Duquesa y la diferencia de edad entre ambos, el escándalo estalló y sus hijos exigieron la repartición de la herencia en vida. Solo así vieron con ojos “medio buenos” el enlace. “Si yo no me meto en la vida de nadie, que no se metan en la mía”, argumentó para poder casarse.

Como jefa de la Casa de Alba, Cayetana cumplió un papel destacado en las actividades llevadas a cabo por la familia y la Fundación Casa de Alba, entre las cuales se encuentran diversas causas sociales, como la financiación de causas humanitarias y de salud pública, o sus aportes a la cultura mediante la conservación del patrimonio histórico de la casa ducal o la financiación de proyectos de restauración de piezas de arte y edificios históricos de España.

Pero dejemos de lado su vida oficial y centrémonos en su parte coplera, farandulera, fashionable. Fácilmente podría haberse apodado “Moderna de España”. La Duquesa de Alba ha sido un personaje único e irrepetible que no dejaba a nadie indiferente.

Debido a su vida social y a su interés por el arte, Cayetana se relacionó con múltiples artistas y personalidades, desde Jackie Kennedy hasta Grace Kelly e Yves Saint Laurent. Ella misma contó que Picasso quiso que fuera su modelo para una nueva versión del cuadro “La maja desnuda”, pero el proyecto no prosperó por la oposición de su marido, Luis Martínez de Irujo.

Cayetana de Alba siempre hablaba con normalidad, como si lo habitual fuese organizar el primer desfile de Dior en España en Liria. O dejar mudo a su hijo Carlos, el mayor, cuando se encontró a Audrey Hepburn desayunando en el comedor del palacio madrileño, por donde desfilaron desde Charlton Heston hasta Sofía Loren.

Y aunque pudiera resultar dispar, ella siempre era la misma, dueña de una condición que mezcla impecablemente la equidad entre la sinrazón y la etiqueta, entre lo popular y lo dinástico.

En la farándula española vamos a extrañarla, dueña y señora de los titulares más insospechados, no dejaremos de recordarla. El glamour extravagante, su original personalidad. Y es que hay quien se atreve a asegurar que Cayetana de Alba no hubiera podido existir en otra nación que no fuera la nuestra. No obstante, su hijo Alfonso dice: “Supo valorar quién era, a qué tradición se debía y qué valores eran irrenunciables y debía mantener”.

Le gustaban los toros, pero le encantaban los toreros. Presumió de codearse con las figuras de su juventud, enamoriscarse de uno de ellos, mantener supuestos romances con otros, e, incluso, casar a su hija Eugenia con el nieto de Antonio Ordóñez, uno de los más grandes.

Solo tenía 17 años cuando conoció a un joven Pepe Luis Vázquez. Pero cuando el asunto fue más allá, el Duque de Alba cortó por lo sano aquella relación, mandando a su hija a la capital de Inglaterra. De aquellos dimes y diretes de la juventud quedó una mutua admiración y una amistad que se mantuvo hasta la muerte de Pepe Luis en mayo de 2012.

Conoció y admiró a Manolete, a quien invitó a su boda, en octubre de 1947, pero unos meses antes, el toro Islero le retiró la invitación.

Fue la excepción a la regla- Y es que si la Reina de Inglaterra y la susodicha se encontraran en un ascensor, la primera debería cederle el paso.

Su imagen bailando de faralaes (manzanilla en mano) en la Feria de Abril o bailando en una fiesta con los Beatles provocó que el propio Vicent tildara de “esperpento” la vida de la Duquesa.

Dicen que era Felipista hasta la médula, amante de la obra de Antonio Machado, ciudadana activista y bética.

De lo que no cabe duda es que la última Duquesa de Alba fue única sabiendo fusionar lo insólito de la farándula con lo posh de la nobleza.