La medina de Fez es uno de los sitios más bellos del mundo, ciudad amurallada fundada hace más de mil años y la mejor preservada en todo el mundo de esa antigüedad, misterioso laberinto chiaroscuro que rebosa en colores, aromas, pasos y susurros.

Durante ocho siglos, del VII al XV, en ciudades como Fez en el reino Al Andalus que se extendió desde Marruecos hasta España, se dieron largas etapas en las cuales coexistieron científicos, artistas, filósofos y escritores de diversas creencias. Pasearon por la medina de Fez, entre otros, un futuro papa (Silvestre II, 999-1003) a quien se atribuye haber traído los numerales arábicos a Europa, Maimónides, médico y filósofo judío cuyos aposentos allí todavía existen y el gran místico, poeta y maestro espiritual islámico, Ibn ʽArabī.

En una semana de verano de cada año de los últimos veinte, este espacio nombrado Patrimonio Intangible de la Humanidad por la Unesco en 1981 se llena de cantos y melodías de todas partes del mundo como parte de los conciertos del Festival de Fez de las Músicas Sagradas del Mundo.

El festival se caracteriza por la calidad de sus conciertos y al igual por el afán de sus curadores de presentar música trascendental que ilustre la experiencia común del ser humano a través de la música. Para cada festival, se comisionan un serie de colaboraciones únicas que posiblemente nunca se repetirán y también se elige un tema alrededor del cual se estructuran muchas de las funciones ‒ este año el tema fue La Conferencia de los Pájaros, cuando las culturas viajan.

Dicho tema origina en el relato místico de Farīd al-Dīn ʽAṭṭār, célebre poeta y místico musulmán persa del siglo XIII, que cuenta del viaje de un grupo de diferentes aves que sale en búsqueda de Simorgh, el rey de los pájaros. La aventura se vuelve en arduo peregrinaje a lo largo del cual los pájaros se enfrentan a peligro tras peligro. La historia nos comunica que cada ave tiene su propio canto, bello y único, pero además sus obstáculos individuales a los cuales tiene que sobreponerse para lograr el cometido propuesto.

En el festival, se usa el cuento como metáfora del conflicto en el que puede caer frecuentemente la humanidad debido a sus múltiples religiones, lenguajes y culturas. En contraste a esta alternativa, el concierto de inauguración mostró las posibilidades de una perspectiva diferente cuando artistas invitados de todo el mundo unieron en armonía sus voces y muy diferentes cantos.

Los conciertos se dan en espacios privilegiados, entre otros, los patios de la Medina, los mágicos jardines de la ciudad, la enorme plaza de la puerta de Bab Boujloud, el elegante Museo Dar Batha, y el recinto palacial en el entorno de Bab Al Makina, otra de las puertas de las murallas que rodeaban la ciudad.

Imposible comentar decenas de funciones distribuidas mañana y tarde a lo largo de ocho días. Presenciamos bellos cantos africanos, intenso qawwali casi a gritos de la India, orquestas de místicos a la luz de la luna, el trance de un coro de voces y campanas de Hungría, la delicada sofisticación de un artista del arpa de mandíbula de la China acompañando percusionistas marroquíes y muchas más maravillas musicales.

Más de medio millón de melómanos, turistas, hippies y hipsters de todas las edades, sabores y colores disfrutaron de casi un sinfín de momentos inolvidables que lograron dar la idea de lo que podrían ser los frutos musicales de un mundo pleno de cordial tolerancia.

Uno de los momentos más extraordinarios se dio en el concierto de la boliviana Luzmila Carpio en el Museo Dar Batha, palacio hispano-árabe de finales del siglo XIX, bajo el inmenso árbol que adorna su patio. La cantautora, quien nació en un pequeño pueblo de los Andes, desde el escenario afirmó con quieta pasión una y otra vez que su música obra como arma en contra de la pérdida de la sabiduría de los pueblos indígenas quienes lograron entender cómo vivir en armonía con la naturaleza.

A Carpio se le ha llamado la “ruiseñora del altiplano” porque se caracteriza por cantar en el idioma de los pájaros, estilo en el que su voz alza el vuelo trinando notas nítidas de sumamente alta tonalidad. En el Museo dar Batha, Carpio cerró el concierto extendiendo y batiendo como alas su bello echarpe rosa, y los pájaros del árbol que la abrigaba parecieron acompañarla en su canto.

Al final, el público embelesado le brindó repetidas ovaciones de pie. Nos unimos en el gozo de uno de los artes más esenciales para el ser humano y experimentamos exactamente lo que buscaba el festival, el celebrar “una humanidad que afirma su origen común a través de la libertad de expresar sus diferencias”.