Casado Santapau se complace en presentar To be at home in the world, la primera exposición individual en la galería de la artista holandesa Iris van Dongen (Tilburg, 1975).
A través de una práctica que combina pastel seco, carbón prensado, gouache y pintura acrílica sobre papel, Iris van Dongen presenta una serie de nuevos retratos, en los que la artista recompone elementos de diferentes estilos y culturas, desde el arte asiático hasta el Art Nouveau, configurando una nueva iconografía femenina que revisita la sensibilidad prerrafaelita desde una melancolía contemporánea. Su trabajo propone una mirada actual que dialoga con legado del romanticismo melancólico de Dante Gabriel Rossetti y la teatralidad dorada de Gustav Klimt, donde la introspección, la belleza y la tensión emocional se entrelazan con la delicadeza contenida. También resuenan en su imaginario la espiritualidad ambigua de Frida Kahlo y la sensibilidad onírica de Odilon Redon, que amplifican el carácter introspectivo de sus figuras.
En esta muestra destacan especialmente las representaciones de Judith, la heroína bíblica que decapita a Holofernes. Lejos de una interpretación violenta, van Dongen la presenta como un símbolo de determinación, resistencia y autonomía. Las Judith de van Dongen no son víctimas ni vengadoras; son testigos de su tiempo, mujeres que miran de frente, desafiantes, desde la fragilidad aparente del grafito y pastel.
“Me interesa lo que permanece bajo la superficie”, dice van Dongen. “Trabajo con el papel como un territorio íntimo, vulnerable pero resistente. Allí se dibujan las contradicciones de lo femenino: la belleza y la rabia, la serenidad y la fuerza”. Esa tensión entre lo visible y lo velado, entre la delicadeza técnica y la densidad emocional, se convierte en hilo conductor de su obra.
Van Dongen ha desarrollado un lenguaje propio en el retrato al pastel, donde la representación minuciosa de lo real se entrelaza con lo transitorio; la expresión contenida, la vitalidad y la nostalgia. En la superficie de sus obras, trazo y color se funden produciendo una textura que recuerda casi a lo digital. Al acercarse se percibe una cualidad granulada, sutilmente pixelada que recuerda a las distorsiones cromáticas de las cámaras digitales de principios de los 2000. Esta paradoja material, entre lo manual del trazo frente a la estética de la resolución, confiere a las figuras una presencia liminal, como si emergieran de un archivo fotográfico desaparecido o de una memoria SD olvidada.
El pasado ocupa un lugar fundamental en el imaginario de Iris van Dongen. Lejos de abordarlo como una cita o un ejercicio de nostalgia, la artista lo integra como una presencia más en su obra. En sus retratos se encuentra una extraordinaria abundancia decorativa y un lugar central otorgado a las representaciones de la fauna y flora, insinuando recuerdos que llevan a la ornamentación y melancolía del Art Nouveau hasta los tejidos de las muñecas Wayang del teatro de sombras indonesio. Su práctica se inscribe en un entramado de resonancias culturales, del imaginario asiático a la sofisticación ornamental del modernismo europeo hasta ecos de la nostalgia pop de Lana del Rey o el romanticismo oscuro de Siouxsie and the Banshees. Esta intersección de lenguajes conforma su voz singular, un entramado que opera como vehículo de introspección. En sus pinturas, el gesto detenido y la mirada distante transforma la imagen en una suerte de vanitas contemporánea, donde el tiempo, lejos de recordar a la muerte, se encuentra suspendido en un equilibrio entre aparición y desaparición, celebrando la persistencia de lo efímero.
En última instancia, la figura femenina en la obra de Iris van Dongen trasciende la categoría de retrato. No son representaciones de personas reales, sino proyecciones de presencias que emergen de su propio imaginario. Cada una de ellas encarna un estado emocional más que una identidad concreta, habitando un espacio intermedio entre realidad y memoria. En este sentido, estos meta-retratos funcionan como construcciones mentales, donde lo visible y lo íntimo se superponen, revelando a través de una mirada sus intenciones más profundas. Sus figuras parecen sostener una conversación silenciosa con el espectador, una mirada que como en los retratos más enigmáticos de la historia del arte, mantiene viva la tensión entre misterio y revelación.















