Eso no está muerto
No me lo mataron,
Ni con la distancia, ni con el vil soldado.(Silvio Rodríguez, Santiago de Chile)
Muchas veces tiendo a pensar que la semilla del bien germina allí donde nadie lo puede detectar; como lo vemos en la naturaleza, muchas plantas nacen en lugares recónditos. La flor más bella puede emerger del pozo más putrefacto; el bien y el amor también. Hay semillas que germinan dentro del horror. La vida misma, el destino, el universo, el viento que todo lo mece; como ustedes lo quieran nombrar.
Este pequeño artículo nace después de la lectura de un gran libro, un gran trabajo, una obra imprescindible en la que el periodista español Vicente Romero se anima a nadar entre esa putrefacción y extraer, del horror, una semilla —o varias— de ese libro: Cafés con el diablo. Descenso a los abismos del mal. Una obra que explora el abismo del horror y la tortura en lugares como Chile, Vietnam, Camboya, Nicaragua y Argentina. Yo me detengo en un pequeño caso de Chile. Una pequeña historia de amor.
El golpe de Estado en Chile fue perpetrado por las Fuerzas Armadas —conformadas por la Armada, la Fuerza Aérea, el Cuerpo de Carabineros y el Ejército— para derrocar al gobierno de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Dentro del horror que suscitó en la población durante los siguientes diecisiete años, hubo lugares que funcionaron como centros de detención y exterminio a lo largo de aquel país, entre ellos Villa Grimaldi —según el libro de Romero, el lugar donde se perdió el rastro del mayor número de desaparecidos del régimen militar chileno—. Fue en ese nido del mal donde emergió la semilla entre Nubia y Osvaldo, ambos militantes del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria).
En una entrevista que la pareja le concede al reportero Romero, Osvaldo cuenta: “Nos creíamos jugando un papel en la historia, modesto o grande, pero sintiendo que el país nos pertenecía”, y añade: “El intento acabó mal, pero tanto tiempo después su recuerdo es aún muy potente y nos permite saber que es posible soñar”. Nubia también acota: “Hoy resulta mucho más difícil para los jóvenes imaginar proyectos de esa naturaleza y luchar para sacarlos adelante. Además, entonces nos hacíamos cargo de nuestra propia libertad y éramos más irreverentes”.
“Los días siguientes al golpe se instaló en Chile el terror de Estado, y lo que uno recuerda mejor es la lucha por superar el pánico generalizado —añade el ex detenido Osvaldo Torres—. La idea de la dictadura era lograr que el miedo paralizara a los ciudadanos para imponerles un cambio radical en el modelo de sociedad. Hubo una heroica resistencia democrática, frente a la cual los militares hacían llamamientos a la delación, pero no sólo de los activistas de izquierdas, sino también de cuantos les brindasen apoyo o cobijo. Y recurrieron a las formas más brutales de represión para mostrar que nadie podía considerarse a salvo, que cualquiera podía ser torturado o desaparecer”.
Nubia, por su parte, agrega, con el gesto de tomar la mano de su pareja: “Nos enamoramos en aquel ambiente de lucha desesperada. Sabíamos que formábamos parte del primer objetivo de la Junta, y caímos juntos, porque empezaron a dar caza a los miembros del MIR; después seguirían los socialistas y los comunistas”.
Luego Osvaldo relata: “Nos apresó un comando de la DINA durante la madrugada del 30 de enero de 1975, en compañía de nuestros amigos Marcela Bravo y Eduardo Charme Bravo, dirigente del Partido Socialista en la clandestinidad. Actuaron con un despliegue de armas y violencia que dejó aterrados a los propietarios de la casa y a Hernán, el hijo de Nubia, que tenía cuatro años”.
Muchos ex detenidos contaron las innumerables vejaciones y torturas a las cuales fueron sometidos y sometidas, perpetradas por esos agentes del horror, amparados por el terrorismo de Estado y creyéndose totalmente impunes.
“Se cebaban en el castigo físico contra nosotras para quebrar nuestra dignidad femenina. Los torturadores se reían al ver que yo temblaba y que por las piernas me corría sangre de mi menstruación. Nos colgaban desnudas para pegarnos. Y también cometían muchos abusos y violaciones”, suma Nubia al relato de los peores momentos que ella y muchas mujeres tuvieron que sufrir durante su cautiverio en Villa Grimaldi.
A pesar de las torturas, las vejaciones, la picana a las cuales todos fueron sometidos, la pareja aún conserva un recuerdo en particular.
“Una noche que hacía mucho calor, nos llevaron a todos al patio y nos formaron bajo una intensa lluvia. Disfrutamos de aquellos instantes por el frescor del agua y abrimos las bocas para beberla con cierta sensación de libertad interior. Pero enseguida nos dividieron en dos grupos y condujeron a uno de ellos al lugar más temido del recinto: lo que llamaban la torre, unas estructuras de madera muy bajas en las que había que entrar de rodillas”.
Ellos pudieron recuperar la libertad y exiliarse en el exterior, juntos. Hoy viven en Santiago de Chile: él, antropólogo; ella, orientadora social y escritora. Juntos.
Me gustaría darle un cierre optimista a este texto y decir que la semilla que creció con Osvaldo y Nubia prevalece. Pienso que las victorias morales son las que perduran, como esta pequeña historia de amor: una pequeña victoria, una semilla del bien que nació del horror. Perdura.
Como dicen unos versos de Silvio Rodríguez, con un detalle: eso no está muerto, no se lo mataron, ni con la distancia ni con el vil soldado.















