Al llegar a San Martín Tilcajete, en la región de los valles centrales de Oaxaca, el coche queda empanizado de polvo. Después de más de una hora de trayecto, la carretera de pronto se hace de terracería. El camino de siempre, según nos dijo la taxista, estaba bloqueado por el mantenimiento que necesitan las autopistas estatales. Más allá de las casitas, todas de ladrillos pálidos, encontraríamos los talleres tradicionales de alebrijes.

El pueblo está en silencio absoluto. Conforme avanzamos en las callecitas estrechas, sobre las paredes de los negocios se empiezan a asomar representaciones de estas criaturas fantásticas. Algunas en forma de dragones, otras, de perros cornados o simios. Muy pronto, estas apariciones se transforman en murales completos, en los que los seres humanos conviven con estos seres mitológicos oaxaqueños.

¿Qué es un alebrije y cuál es su significado?

San Martín Tilcajete está apenas a una hora de Oaxaca, la capital del estado. Ubicada al sureste de México, se caracteriza por su clima árido, semi-seco. En la carretera se pueden ver cientos de árboles de copal, y la tierra está espolvoreada de cactáceas. El último censo que se realizó en el municipio fue en 2010. Según las cifras del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI)1, hace más de una década la población local apenas rondaba los 2000 habitantes.

Incluso en ese tiempo, es poco probable que la cifra se haya disparado. En la actualidad, unas cuantas familias administran los talleres de alebrijes que abastecen a todo el país. Generalmente hechos de papel maché o madera, son figuras coloridas que representan animales imaginarios. Muchos de ellos mezclan especies, por lo que es común ver búhos con cola de serpiente, leones con cola de pescado o venados alados. Algunos, incluso, tienen forma humana.

Uno de los talleres más influyentes es el Taller Jacobo y María Ángeles2, que trabaja con artesanos zapotecas en la elaboración de miles de piezas anualmente. Ubicado en el corazón del municipio, actualmente alberga a 220 artistas locales, que se especializan en una única etapa del proceso de producción. Fue ahí que conocimos a Martín Mendoza.

Corazón de copal

Martín Mendoza tiene manos recias y brazos fuertes. Trabaja en el taller desde hace más de dos décadas, y se especializa en tinturas naturales para vestir a los alebrijes. De cuando en cuando, recibe a turistas como nosotras para explicarles cada paso del proceso de producción de las artesanías. La mirada se le enciende cuando demuestra algunos de los 42 pigmentos básicos que se pueden conseguir con zinc, limón, huitlacoche y semillas de granada.

Como el pH de estos ingredientes no es nocivo para los seres humanos, hace la mezcla directo en la palma de sus manos. Ante nosotras, aparecen tonalidades rojas ladrillo, azul cielo, mostaza e incluso jade, según la concentración que aplique de cada cosa.

“Todas las piezas se pintan así”, explica con una sonrisa. “A mano". Cuando se necesitan colores específicos que no se obtienen en la naturaleza, los artesanos recurren a pintura de vinil.

En todo Oaxaca, añade el artesano, se tiene registro de 40 especies diferentes de copal. Esta es la madera que se emplea para crear alebrijes. Cada árbol se tarda entre 35 y 40 años en crecer, señala el artesano. De acuerdo con el catálogo de Biodiversidad mexicana3, las cualidades de la resina fueron “aprovechadas ampliamente por las culturas prehispánicas para usos rituales, ceremoniales, festivos, terapéuticos, medicinales y como aglutinante”. En 2500 años, todas estas aplicaciones se han mantenido en San Martín Tilcajete.

En este taller, los artesanos trabajan exclusivamente con la madera de dos en específico:

  • Copal blanco (Bursera glabrifolia), cuya corteza es pálida, y su madera es más suave, por lo que se le conoce como “hembra”.

  • Copal rojo (Bursera copallifera), cuya corteza es de color ladrillo, y su madera es más difícil de trabajar, por lo que se le conoce como “macho”.

¿Cuál es el origen de los alebrijes?

Los alebrijes se naturalizaron como oaxaqueños. Originalmente, se empezaron a diseñar en la Ciudad de México, después de que Pedro Linares, un comerciante del mercado de la Merced en el Centro Histórico, tuviera una pesadilla. Después de varios días de enfermedad, cayó en un sueño profundo, que lo llevó a un bosque que él mismo no conocía. Ahí se encontró con animales que nunca había visto, que le repetían una misma palabra: “alebrijes”.

Siguiendo la tradición de cartonería de su familia, una técnica antigua de manipulación de papel maché, Linares quiso llevar a estos seres oníricos a la vigilia. Una vez que se recuperó por completo, decidió replicar estos animales únicos y dedicarse a ellos. Otros artesanos imitaron su técnica, hasta que llegó a oídos de Manuel Jiménez Ramírez, un artesano de San Martín Tilcajete que implementó el mismo diseño en madera de copal.

Según la experiencia de Martín Mendoza, una sola pieza puede tardar en terminarse hasta diez meses. En este taller, todo el proceso se realiza a mano: desde la selección del árbol hasta la vestimenta del alebrije, que cada artista plasma con su propio pulso sobre la pieza. Por lo cual, cada tallerista tiene una especialidad diferente. Algunos cortan la madera; otros, se encargan de lijarla. Al final, los pintores puedan vestirla con patrones únicos.

Quizás la parte que más tarda es el secado. Mucho antes de que los pintores puedan intervenir a los alebrijes, cada pieza tiene que esperar varias semanas en los estantes del taller. “Cuando la madera pierde el agua que cargaba el árbol”, nos muestra Mendoza, “[las piezas] se vuelven mucho más livianas”. Solo entonces pueden pasar a manos de los pintores.

Vestir a un alebrije

Pitao Cozobi, diosa de la “comida abundante” en el panteón zapoteca, vigila a los pintores desde el altar que construyeron para ella. También conocida como la deidad de “la agricultura y de las cosechas”, según Arqueología mexicana4, se le venera por sus habilidades curativas en la fertilidad. Fueron los mismos artesanos del taller quienes le dieron un lugar reverencial en la sala de pintura, donde también hay imágenes de la Virgen de Guadalupe y otros santos católicos.

El trabajo de los pintores debe de ser minucioso, con poquísimo margen de error. “Si se equivocan”, explica Mendoza, “deben de quitar la pintura con cotonetes, para no estropear todo el patrón que ya habían trabajado”. Especialmente, porque los patrones que hacen para los alebrijes son intrincados, de trazos muy precisos. Según la complejidad del patrón escogido, esta labor puede durar días o semanas enteras.

Este es el paso final para que las piezas queden terminadas. Según Mendoza, el taller intenta innovar con frecuencia, por lo que recientemente están trabajando en colocar hoja de oro en los acabados de algunos alebrijes. Uno de ellos, en forma de caballo, fue un encargo especial con la crin dorada. El artesano estima que solo ese se venda en 52000 pesos. Hay obras que no rebasan los 700 pesos, y otras pequeñas que alcanzan los 4000. Todo depende de los materiales empleados, y del cliente en cuestión.

Coca Cola, Mercedes Benz, Birkenstock e incluso equipos de futbol mexicanos le han pedido piezas exclusivas al Taller Jacobo y María Ángeles. Muchos fueron a dar a las oficinas centrales de estas empresas, o formaron parte de muestras culturales patrocinadas por ellas. Según Martín, los alebrijes que aparecen en Coco (2017), la película de Disney, fueron diseñados por sus compañeros. No solo eso: colecciones enteras de alebrijes de su autoría han viajado alrededor del mundo, en múltiples exposiciones colectivas e individuales.

Animales de protección

La exhibición más reciente del Taller Jacobo y María Ángeles escogió como línea temática el calendario zapoteca. Los talleristas trabajaron una colección con 20 piezas, que corresponden a los animales de protección del ciclo calendárico de la cultura.

“El Calendario Zapoteca se compone de 13 meses integrados por 20 días”, explica la institución en su portal oficial. “Cada día es regido por un animal, generando un ciclo que se repite mes con mes”.

Los animales de este ciclo son la iguana, coyote, tortuga, camaleón, serpiente, armadillo, venado, conejo, rana, perro, chango, búho, tlacuache, jaguar, águila, cenzontle, mariposa, caracol, pescado y colibrí, según los registros del taller. Cada uno fue exhibido en el Museo de las Culturas de Oaxaca, con base en las especies representadas en un tablón que conserva la institución.

Antes de irnos, Martín Mendoza nos pidió nuestra fecha de nacimiento, para saber cuáles eran nuestros animales protectores. Por el año, el mes y el día en el que nací, los míos son la serpiente y el búho. Al identificarlos, nos compartió las características de cada uno —sorprendentemente similares a nuestras personalidades. Cualquiera puede conocer los suyos escribiéndoles desde su página oficial, con la única condición de compartir su fecha de nacimiento.

Luego se despidió de nosotras, y desapareció entre las especies fantásticas, en el resguardo del Taller Jacobo y María Ángeles.

Notas

1 Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
2 Taller Jacobo y María Ángeles.
3 Biodiversidad mexicana.
4 Arqueología mexicana.