¿Alguna vez te ha impresionado la inmensidad del océano? ¿Te has enorgullecido de algún logro? ¿Has despreciado el tamaño de un insecto al que puedes aplastar con tu zapato? Cuando somos niños, los adultos nos parecen «grandes», y para ello podemos comparar un ternero con una vaca. No nos hemos aún cuestionado los campos semánticos de la palabra grande, somos más emocionales. Nuestra abuela, aunque sea una mujer pequeña, puede tener un gran corazón: escuchamos eso de los adultos sin inferir que no se refieren al tamaño físico del órgano, sino al grado de bondad de la abuela. Un bonsái, entonces, no nos parece realmente pequeño: puede que sea una gran obra de arte. No nos interesa el tamaño físico de las cosas, eso llega con la adultez, más bien como un defecto: nuestro ego se agranda y de pronto nos interesa el tamaño de nuestra casa, de nuestro automóvil… Hacemos cálculos sobre el tamaño de nuestra economía y la de los otros, y nos inclinamos muchas veces (desgraciadamente) hacia la riqueza, como si fuera un valor humano de verdad importante, como si fuera el propósito de la vida. ¡Qué lejos estamos de la verdad!

Hay varias teorías de cómo empezó el bonsái. Algunas incluso proponen su origen en el antiguo Egipto, durante el periodo de la Reina Faraón Hatscheptsut, en el año 1498 antes de la era común. Otros ubican su origen en Babilonia en el 605 AEC, o en China, la teoría más aceptada, durante la Dinastía Tsin. No se sabe bien que llevó al hombre a sembrar árboles en macetas, pero algunos piensan que pude ser idea del poeta y funcionario chino Guen-Ming, en el siglo IV de la era común. Luego esta costumbre y ya un arte, llegó a Japón de la mano del budismo Zen, donde se perfeccionó su arte estableciéndose reglas estéticas. Comoquiera que haya sido, es de destacar la influencia Zen en el asunto, pues esta forma de pensamiento filosófico enseña el arte de la auto conciencia: «es una disciplina que busca transformar la conciencia y despertarnos del mundo de ensoñaciones en la que nos sumerge la cadena de pensamientos».

Bonsái significa «árbol sobre meseta», pero hay también otra categoría que es el bonkei: «árbol sobre bandeja», en la que se puede recrear un bosque. ¿Y qué se hace con un bonsái, para qué sirve? Algunos dirían que es simplemente bonito, otros que es un punto para contemplar la belleza de la naturaleza, pues ya sea contemplar un malus micromalus o una puntica granatum nana, o una amapola o un ciprés en miniatura, nos conmueve con su delicadeza y el saber las horas que pasa un cuidador (un maestro bonsái) atendiéndolo y formándolo, o los años que lleva de entrenamiento. Hay también bonsáis naturales, y son muy apreciados. Son árboles que han crecido en terreno difícil o rocoso y no se han desarrollado, por lo que son miniaturas naturales.

En 1976 la Asociación Japonesa de Bonsáis donó 53 bonsáis al Aboretum Nacional de los Estados Unidos de América en Washington, DC. Uno de ellos era el de Masaru Yamaki. Su bonsái, un pino blanco japonés que ya tenía 320 de edad, sobrevivió la bomba de Hiroshima. Había pertenecido a la familia desde 1625, cuando los EE.UU. eran aún una incipiente colonia inglesa. ¿Cómo es que alguien es capaz de obsequiar algo de tanto valor, sobre todo emocional? Es aquí donde notamos el poder de un bonsái, más allá de su belleza, representa la historia de Japón (en este caso) y un fuerte deseo de amistad y reconciliación. No es una joya de minerales inertes sino un organismo vivo, como nosotros, que a su manera siente e incluso, se sabe ahora, recuerda y se comunica.

Regresando a la grandeza y la pequeñez de las cosas, a la relatividad de lo que podemos percibir, hay por allí en internet una fotografía que muestra la tierra a la par del sol, y este a la par de otras estrellas más grandes, luego a la vida láctea y así sucesivamente. Esta comparación nos habla de que, en términos de lo notablemente grande en el universo, nosotros somos partículas ínfimas. Si desapareciera la tierra, para el universo, desde la perspectiva netamente del tamaño de las cosas, sería prácticamente imperceptible. Así que cualquier problema que tengamos, pensemos siempre que solo es un bonsái ante lo verdaderamente grande.