En el proceso de transformación que se vive en México, en este periodo Interregnum donde se forma un nuevo régimen político, hay un actor desaparecido. La oposición partidista es un grupo de enfermos terminales o zombies, muertos que no se han enterado de que lo están. Las dos derrotas electorales presidenciales, en 2018 y 2024, fueron estocadas de muerte al sistema partidista que guió la época de la transición democrática de los 90 y las primeras décadas del siglo XXI.

Los errores de Acción Nacional (PAN), Revolución Institucional (PRI) y Revolución Democrática (PRD), sus fallas y resultados cortos, llevaron a los votantes mexicanos a dar su apoyo, abrumador, a otro tipo de administración y proyecto político. El fracaso del Estado mexicano en garantizar la seguridad, la decadencia de las fuerzas armadas y la marina, y la corrupción como elemento fundamental en un sistema político donde los compromisos y complicidades entre las élites políticas y económicas guiaban los intereses nacionales fueron la causa del rechazo de la mayoría de los mexicanos. Marcados como ineficientes, corruptos y antinacionalistas, los partidos de oposición se encuentran en su peor momento.

Si el plan electoral de la presidenta Sheinbaum funciona, el financiamiento público a partidos políticos se recortará, marcando el final definitivo de PRI y PRD, quienes sin base social simplemente desaparecerían. El PAN, ligado a las clases medias conservadoras y la iglesia católica, y Movimiento Ciudadano (MC), representando a la minoría progresista citadina, podrían sobrevivir en nichos políticos con poca influencia nacional. Y la visita de la presidenta a Estados gobernados por partidos de oposición, donde los gobernadores se alinearon con la presidenta y le rindieron homenaje, es muestra reciente de la irrelevancia de la oposición mexicana.

Un país con pretensiones de democracia y prosperidad, que pretenda ser libre y de respeto a los derechos humanos, requiere de una oposición fuerte, activa y relevante. Por lo que el rescate de PAN y MC es fundamental para el futuro político y económico de lo que queda de México. Así que, libre de costo, como donación, pro bono, presento seis acciones que necesita llevar a cabo.

México pasó el siglo XX bajo un régimen político de partido hegemónico, donde el PRI como partido oficial siempre ganaba las elecciones. Todas y cada una de ellas. Hasta que la transición democrática abrió el sistema mexicano a la democracia y la alternancia en el poder. México, una democracia cerrada a los partidos políticos que dominaban toda la actividad política frente a una ciudadanía con interferencia limitada, se volvió un régimen de pluralidad limitada. Hoy, MORENA se presenta como el partido dominante en un sistema de partido predominante, debilitando la naturaleza de nuestra democracia.

Coherencia ideológica

Los partidos políticos deben tener claro qué ideología representan. Deben entender su visión del mundo, de la sociedad y de México. De esa ideología deberá emanar su proyecto político, decisiones y, sobre todo, la propuesta que tengan para los ciudadanos. Sin esta claridad, no tienen que decirles a los votantes; se vuelven simples agencias de colocación de candidatos y de manejo de arreglos políticos.

Los partidos de oposición no pueden reducirse a “no somos MORENA” o “cualquier cosa es mejor que el actual gobierno”. Primero porque eso es falso; un régimen fascista o soviético o nacionalista cristiano o islámico, entre otros, sería mucho peor que el nacionalismo “humanista” populista de MORENA. Después de que este discurso ya mostró su ineficiencia, la última elección presidencial mostró que ese discurso no convence, que la mala fama o marca que cargan los partidos tradicionales es mayor que los negativos de MORENA.

Por último, dicha ideología debe ser capaz de responder a las preocupaciones de la sociedad mexicana: inseguridad, empleo, crecimiento económico, bienestar y libertad. En esto MORENA les lleva mucha ventaja, pues su discurso tiene sentido para la mayoría de los votantes mexicanos.

Coherencia acción y discurso, por parte de los liderazgos

Si algo tiene hartos a los ciudadanos en México, y en el fondo en muchos regímenes de democracia imperfecta o mixtos, es la hipocresía de los líderes políticos, la mentira y los actos de corrupción que profundizan la desigualdad. Hoy todo se sabe y toda falta de coherencia se nota, ante los miles de ojos y pantallas, en un constante escrutinio. Sobre todo, porque las fallas de la etapa de transición democrática marcada por la corrupción hacen que en la mente de la mayoría de los votantes los políticos del PRI, PAN y PRD son, casi por naturaleza, corruptos.

Urge que los liderazgos de los partidos de oposición sean cambiados por unos cuyos comportamientos estén alineados con los intereses de la mayoría.

Comunicación siglo XXI

Si algo le ha fallado a la oposición mexicana son sus estrategias de comunicación. Atrapados en el siglo XX, en sus entrevistas a noticieros que nadie ve u oye, con el lenguaje vacío y sin compromiso, que busca mantener el status quo. Acostumbrados a una comunicación política limitada a algunos sectores del círculo rojo, no saben cómo hablarle a la mayoría de los ciudadanos.

Los siete años de cuarta transformación y los años de campaña previa han estado marcados por el estilo de comunicación de López Obrador, quien supo dominar la agenda política todos los días, al tiempo que logró conectar con muchísimos auditorios, entendiendo sus prejuicios, emociones y canales por los cuales llegarles. Al mismo tiempo, MORENA ocupa los canales de comunicación que le permiten llegar a sus auditorios de vía casi automática, sin mediación.

Los partidos tradicionales estaban acostumbrados a un grupo de votantes distantes y pasivos. Hoy se encuentran aislados en islas o burbujas donde solo hablan con los pocos que todavía los atienden.

Ejercer todas las palancas del poder

Poca fuerza política real le queda a la oposición, pero algo queda. Y más vale que sepan ocupar los espacios de poder y las pocas herramientas que tienen. Más le vale a PAN retornar sus archivos históricos y reaprender cómo se maneja un partido de oposición en un régimen de partido hegemónico.

Educar su ideología y visión de la historia

Uno de los errores más grandes de la transición democrática fue la suposición de que la legitimidad política se reduce a la eficiencia económica. Los tecnócratas que llegaron a gobernar México despreciaron la historia, ideología y todo rastro cultural no cuantificable, reduciendo la política a cifras, lo cuantificable. Su promesa fue el crecimiento económico, la reducción de la corrupción y garantizar la seguridad, para fomentar la inversión privada y así subir la calidad de vida. Todos son datos, todos son números.

Nada de historia y cultura, nada de ambigüedades. La dictadura del PRI había abusado de la interpretación histórica para justificar su régimen; “la independencia, la reforma, la revolución soy yo”. Así que en reacción, los encargados de la transición democrática rechazaron lo ambiguo, lo ideológico, como fuente de legitimidad. El mejor ejemplo de ello fue la ridícula y vacía celebración del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución en 2010.

Solo López Obrador y su movimiento vieron la importancia de la historia y la capacidad que tiene de transmitir una visión del mundo. Que las ideologías no solo sirven para legitimar un gobierno, sino para transmitir identidad, orgullo y sentido. Y desde hace más de 15 años se han dedicado a transmitir su visión de la historia y la cultura. Eso mismo debe hacer la oposición, encontrar no solo cómo entienden la historia de México y transmitirla del mejor modo posible.

Cuidado del partido para evitar las jerarquías y la verticalidad

Por último, hay que transformar a los partidos políticos en los mecanismos legítimos para que la pluralidad política y los diferentes intereses en México se expresen. Actualmente los partidos políticos son herramientas exclusivas de las élites partidistas. De seguir así, están destinados a desaparecer.

No es fácil el camino que les queda a los partidos políticos de oposición. Creo que actualmente PRD y PRI están destinados a desaparecer próximamente. Por su lado, el PAN vive solo por su afiliación a la clase media conservadora, que en la doctrina social de la Iglesia Católica puede encontrar sus respuestas, pero que no saldrá de ser un partido de nicho. Y MC, por su parte, no logra llevar su propuesta socialdemócrata más allá de las clases medias urbanas progresistas, y posiblemente sufriendo el mismo destino del PAN.