Muchas veces sucede que las personas, al despertar, recuerdan un sueño en el que, curiosamente, dentro del mismo sueño también despertaban. ¿Qué ocurriría si tuviéramos un sueño en el que se escuchara claramente una voz que dijera: “ochocientos meses después” y, de pronto, un contraste nos vinculara con la posibilidad de estar en la Luna? ¿Desearías abrir los ojos, experimentar la sensación de estar en medio de una transición, como si ya avanzáramos hacia ese destino lunar, especialmente porque en el sueño mismo despertábamos allí?
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿qué se necesita realmente para vivir en la Luna? Podría imaginarse, en una fantasía, que con un traje al estilo Iron Man una persona alcanzara la Luna viajando a 200 kilómetros por hora durante quince días. Sin embargo, al margen de esa proyección, surgen cuestiones prácticas fundamentales: ¿cómo garantizar el acceso a alimentos y recursos básicos para la subsistencia?
Estas preguntas, lejos de ser meramente especulativas, nos han acompañado desde hace tiempo. La posibilidad de mudarse de manera independiente al satélite natural de la Tierra es una idea recurrente, que se ha considerado con seriedad durante mucho tiempo. Desde hace más de tres décadas hemos estado expuestos a una amplia variedad de conocimientos, tanto académicos como culturales. Tenemos alrededor de 35 o 36 años de experiencias formativas en la escuela, el bachillerato y la universidad. Pero esto no nos limita al saber convencional: nuestra comprensión se ha enriquecido con perspectivas sobre la conciencia plena y la idea de que las personas no están desconectadas del mundo real, imperceptible por nuestra evolución, sino profundamente entrelazadas con él.
A través de estos aprendizajes hemos llegado a concebir la realidad como una interacción constante entre lo tangible, lo intangible y lo energético, con la idea de mejorar el mundo pensando en que existen el espacio, el tiempo y una tercera dimensión llamada potencial desconocido. Siempre nos parece que la energía es magia —tal como se representa en las películas, donde los poderes y hechizos se visualizan como efectos luminosos y por los estados de los elementos—. En cierta forma, continuamos creyendo que así es. Esta comprensión, desarrollada a lo largo de muchos años, nos ha permitido integrar diversos sistemas de pensamiento y alcanzar una visión más real de la existencia.
Pero no todo lo que puede hacerse debe necesariamente hacerse. La acción sin propósito conduce al desorden y al caos. Por ello, cada paso hacia la Luna —literal o metafóricamente— debe estar guiado por una intención consciente.
Una de las prioridades para hacer realidad ese sueño lunar sería la alimentación. Renunciar a necesidades básicas como el acceso a la comida no es una opción viable. Comprometidos con una alimentación vegana, hemos reflexionado mucho sobre cómo producir alimentos sin depender de métodos tradicionales. Consideramos viable llevar semillas a la Luna y cultivar plantas comestibles, pero también imaginamos alternativas más futuristas, como la posibilidad de imprimir alimentos mediante tecnologías avanzadas.
Dado que los alimentos pueden representarse mediante fórmulas químicas, sería posible crear semillas a partir del uso de impresoras 3D capaces de trabajar a nivel molecular. Por ejemplo, con técnicas existentes como la litografía de resolución atómica (Atomic Resolution Lithography, ARL), frontera de la nanotecnología y la ingeniería cuántica, es posible esculpir la materia con precisión de átomos individuales. Usando procesos como la litografía de resolución molecular, podemos construir moléculas mediante brazos robóticos que ensamblen materia en patrones específicos.
Así, un simple dispositivo doméstico podría preparar un champiñón a la plancha con salsa barbacoa picante al presionar un botón. Esta visión parece no solo interesante, sino necesaria para preservar ciertos placeres de la vida terrestre incluso en otros mundos. Y si bien es cierto que hay personas que se entrenan para nutrirse únicamente de la luz solar —una práctica asociada al pranismo—, no desearíamos vernos obligados a seguir ese camino. Aunque la idea de crear un “árbol solar” sería maravillosa, por ahora podríamos usar métodos más accesibles y cómodos que permitan mantener la calidad de vida y el crecimiento personal.
Otra preocupación importante es la protección frente a la radiación. La Luna carece de una atmósfera como la de la Tierra, lo que la deja expuesta a niveles de radiación que pueden ser perjudiciales para la salud humana. Por ello, debemos construir viviendas lunares que estén debidamente protegidas frente a este riesgo.
Entonces, la clave está en diseñar una casa-dron, equipada con hélices integradas que le permitan desplazarse suavemente por el aire, pues no debe importarnos viajar despacio sino contar con autonomía, sustentabilidad, seguridad, autosuficiencia y protección frente a la radiación. No necesitamos un cohete hiper caro. Es preferible un sistema de propulsión natural, algo similar a la flotación con helio, complementado por motores eléctricos alimentados con energía solar, por ejemplo.
En ese sentido, el consumo energético sería mínimo. Incluso se estima que con apenas unas gotas de combustible —en caso de que se usara— uno podría recorrer distancias significativas en el vacío espacial, pues no hay fricción. Pero si diseñamos un sistema totalmente eléctrico, autónomo y sostenido por paneles solares, eliminamos por completo la necesidad de combustibles o propulsores químicos. Una vivienda flotante se convertiría en una especie de cápsula ecológica, totalmente viable, si la optimizamos correctamente.
¿Cómo podríamos hacer que esta solución esté al alcance de todos los que deseen participar de este éxodo lunar pacífico y estén preparados para este tipo de mudanza? Una alternativa realista es que, al igual que con los alimentos y herramientas, la casa-dron sea fabricada mediante una impresora 3D de gran escala. El punto de partida sería adquirir esta impresora avanzada mediante estudios universitarios y créditos, y con ella imprimir otras impresoras a costo cero —pues hoy en día esto podría costar unos 500 mil dólares—, pero con el objetivo de otorgar acceso gratuito a través de proyectos académicos o fundaciones sin fines de lucro.
Imaginemos que un estudiante de máster o doctorado decide desarrollar esta impresora como parte de su tesis. Entonces, su producción se podría integrar a una red de distribución ética. La impresora estaría programada para bloquear la fabricación de objetos peligrosos o letales, como armas, cuchillos o instrumentos de ataque. Solo se permitirían versiones inteligentes, como cuchillos de cocina sin filo y con sensores que, para cortar, deban antes detectar el objeto a dividir y, según el producto, usar nanotecnología para seccionarlo en su forma única de separación. Si aquello que se aproxima a él no es un producto que pueda ser cortado, simplemente no lo haría.
Para reforzar la seguridad, el sistema incluiría una protección digital: si alguien intentara vulnerar el protocolo y fabricar algo prohibido, la impresora se apagaría automáticamente, enviando una alerta a un sistema de seguridad o incluso a las autoridades pertinentes. De esta forma, podríamos distribuir gratuitamente esta tecnología a personas comprometidas con el uso ético, sin poner en riesgo a nadie.
Se podría implementar un sistema de inscripción para quienes deseen participar y, de ese modo, ir formando poco a poco una comunidad capacitada y responsable, con acceso a todas las herramientas para construir sus hogares lunares. Eso sí, no se trata de invitar a cualquiera sin preparación. Ir a la Luna implica un proceso de educación social, técnica y emocional. Cada individuo o familia debería pasar por una fase de capacitación para entender la vida fuera de la Tierra y adaptarse a ella sin conflictos ni improvisaciones. Este desarrollo consciente es esencial para garantizar que todo funcione armónicamente.
Ahora, respecto a la funcionalidad de la casa en la Luna, debemos considerar temas como la gravedad artificial. Aunque es importante adaptarse a las condiciones lunares y no esperar que todo funcione igual que en la Tierra, sería ideal contar con un botón que active un sistema de gravedad simulada. Existen diversas soluciones propuestas en estudios científicos, como plataformas giratorias o campos electromagnéticos capaces de generar una sensación de peso. No obstante, la baja gravedad podría también aprovecharse para promover actividades físicas adaptadas: caminar, correr o saltar, siempre con medidas de seguridad como arneses, cuerdas guía y superficies flexibles para evitar accidentes. La gravedad simulada ideal en naves lunares probablemente se obtendrá mediante rotación centrífuga, siendo una solución efectiva, constante y sostenible para mantener la salud humana a largo plazo.
También es imprescindible hablar del traje espacial. Aunque en sueños muchas veces nos vemos caminando en la Luna o en Marte sin ningún tipo de traje, sabemos que eso no es viable físicamente. Reconocemos esos planetas por su energía, por su color y su vibración en el subconsciente, pero en la vida real la exposición a la radiación cósmica, la falta de oxígeno y las diferencias de presión atmosférica nos obligan a usar protección especializada.
No podemos confiarnos en la idea de que la biología humana puede adaptarse espontáneamente a cualquier entorno hostil. Por mucho que la evolución humana sea increíble, la exposición sin protección a entornos con historial violento es un acto de inconsciencia. Por eso, es esencial desarrollar trajes espaciales que no solo nos resguarden de la radiación, sino que también prevengan golpes de descompresión y otras emergencias. Esos trajes deberían funcionar como un segundo cuerpo, capaces de adaptarse a los movimientos, regular la temperatura, proporcionar oxígeno y, si es posible, incluir un sistema de monitoreo biológico en tiempo real.
Esa es otra cosa que debemos tener clara. No se trata solamente de ir a la Luna por ir, como quien cumple una meta científica o tecnológica; yo quiero ir para tener una vida mejor. No para quedarme encerrado como un investigador solitario observando datos todo el día, ni para convertirme en un astronauta orbital sin experiencias personales que me nutran. Y vivir implica poder disfrutar, explorar, crecer emocional y espiritualmente. Entonces, si vamos a vivir en la Luna, que sea con propósito y plenitud.
Por eso, la siguiente idea es que la casa-dron pueda expandirse de forma automatizada y convertirse en un domo lunar que comprenda una ciudad. Dentro de ese domo podríamos crear zonas de recreación, áreas verdes y, quizás, generar un microclima habitable para caminar sin traje, aunque sea por lapsos breves. Es un desafío, pero merece investigación. Porque vivir también significa tener espacios para jugar, meditar, interactuar, compartir. No vamos a Marte a sufrir. Vamos a prosperar.
Otro punto clave es el reciclaje, especialmente en el sistema sanitario. Todo lo que ocurra en el baño debe ser procesado de forma sostenible. No puede haber contaminación. No podemos llegar a un nuevo mundo con las malas costumbres del anterior y estrellar nuestra energía contra todo. El primer principio debe ser no contaminar.
Ahora bien, no podemos perder de vista una gran verdad: muchas de estas ideas, aunque ya existen en teoría y están bien sustentadas por la ciencia actual, aún no han sido llevadas a cabo. No hay casas-dron habitables. No existen impresoras 3D domésticas capaces de ensamblar hábitats autosuficientes en el espacio. Y aunque estemos diseñando un mundo mejor, esto aún requiere colaboración.
No regalaría una casa-dron a quien no esté preparado para asumir la responsabilidad. Para ser astronauta no basta con el deseo. Hace falta entrenamiento físico, resistencia emocional, conocimientos técnicos, protocolos de emergencia. Esto no es un paseo al parque. Estar confinado durante semanas, con condiciones limitadas, puede generar ansiedad, depresión, crisis fisiológicas. Esto hay que decirlo con claridad: ser astronauta es una de las profesiones más exigentes del planeta, y debemos respetar la complejidad que conlleva.
Así como no puedes mudarte a otro país sin cumplir ciertos requisitos, no puedes mudarte a otro mundo sin haber hecho tu tarea. Ir sin propósito es una irresponsabilidad. Aunque parezca un acto heroico y fantástico, hacerlo por impulso o sin preparación es lo mismo que causar desorden y caos. Ir a la Luna debe ser una decisión consciente, planificada y ética.
Debido a que esto forma parte de nuestro futuro, debemos hablar de este tema, escribir sobre él, porque nos ayuda a entender que cada camino exige un proceso. Y si ese proceso es largo o complejo, eso no es malo; al contrario, es lo que le da valor. Ir a la Luna me parece un propósito legítimo, hermoso incluso, pero no pienso que deba hacerse hasta que no se sienta que todo lo que allá me espera pueda igualar —o superar— lo que aquí tenemos. No desde la comodidad, sino desde la profundidad de la experiencia.
Cuando sepamos que podemos convivir armónicamente con ese entorno, sin causar daño a nosotros mismos ni a nuestro entorno, entonces estaremos listos para partir.