Dentro de la literatura, la prosa corta y poética ha demostrado ser una de las formas más efectivas para capturar la esencia de la experiencia humana. Este postulado cobra mayor fuerza en la actualidad, porque la información abunda y nos tiene a todos haciendo zapping de lectura.
Los escritores tenemos este valioso recurso, bajamos desde el relato corto a una forma libre y proactiva de prosa trabajada, hasta llegar a la magia de la prosa poética.
Una de las principales ventajas de la prosa corta es su capacidad para transmitir emociones e ideas de manera concisa y sin vueltas. Esto no significa que la prosa corta sea superficial o falta de profundidad, sino que, por el contrario, requiere una gran habilidad y precisión para transmitir la esencia de lo que se intenta transmitir, con el despliegue necesario de la emoción y en un espacio limitado.
En tanto descubrimos que en la prosa poética la musicalidad del lenguaje es su clave y su gancho necesario.
Cierto uso del ritmo, de la rima interna y de la metáfora bien pensada permite al lector experimentar la literatura de manera más sensorial y emocional, y puede crear una conexión más profunda con el texto.
Autores como el chileno Alejandro Zambra o Samanta Schweblin, suelen incursionar en este terreno con gran maestría y es imposible dejar de lado al Maestro Jorge Luis Borges, pues en su brevedad no había fallas, sino un universo de recursos estilísticos, pocas veces visto.
En conclusión, hoy requerimos de la economía del lenguaje para captar a los lectores y en este desafío podemos hallar un nuevo ecosistema de la narrativa y de la poesía. Uno con voz propia, capaz de abrir las puertas del éxito pero, por sobre todo, nos dará otra perspectiva de la escritura y de nuestras capacidades.
Con toda humildad, les dejo mis ensayos al respecto.
Ojos para adentro
Cierro los ojos
y surge la trilla en los dorados campos
del ensueño.
Y un antojo de bueyes bajo el pasto,
el pasto abigarrado bajo el arroyo,
el arroyo bajo el humus, sin rostro,
y ese mismo humus bajo la fiebre del gusano.
La cáscara de un hombre cascarudo, una mano isoca que se abre en incandescentes pistilos al sol carcomido.
El quebracho colorado, solitario, estimula a un cónclave de ovejas
que pergeña inciertos destinos para sus lobos deseados.
El hacha, más allá de los tocones, y el petirrojo del drama que mece la rama de las palabras heridas.
El rancho, la aguada inconclusa, algo similar a un palenque y una botella hundida en su pena vítrea.
Quizá el perro o la sombra de un perro que ladra negruras y silencios, al caer la tarde con chinches y azaleas.
Pero jamás habrá un hijo de una china muerta con un manto de noche en su flacura.
Tampoco habrá un gaucho para alambrar ilusiones con la torniqueta de sus huesos.
Cuando la taba da mala, la pampa se frunce como mis ojos apretados;
ojos que miran para adentro
y escarban en los recuerdos que han echado profundas raíces en el viento.
Viento lleno de miserias y ahogados desiertos.
Agrio viento pasado de existencia,
apalabrado y denso
como el mosto arrojado a la vasija;
vasija que nadie recoge porque leyes indignas la han dotado de espinas.
Cierro los ojos…
Y surge la amarilla apatía de un maizal fuera de época.
Un tordillo bajo el abrojo,
el abrojo, maldito, bajo la tierra
y la misma tierra, brutalmente debajo de la pelada osamenta del gaucho.
Un descarnado cristiano descansa en el eco, perpetuo, de sus lamentos.
Abro los ojos.
Veo el adobe y la paja de lo que parece ser un rancho;
una tapera, bien seca, en las fauces de la nada.
Poder
Si pudiera destejer mi vida...
Encontrar la manera hasta ser ovillo, vellón blanco, cuero de oveja, alma lanar, misterio.
La mota imperfecta en el pliegue del ayer; un hilo, muy delgado, de mí.
Ser un canto llano y sin repechos, sin nervaduras apretadas en las notas o un ritmo tumbado en el olvido.
Una flor hacia atrás, al brote lascivo que monta su tallo, flujo vespertino al cuenco de la tierra.
Una semilla de sicómoro con alas de mariposa, con la curiosidad de Zaqueo y los soñados racimos de tempranos higos de julio.
Si pudiera entretejer mi carne con la muerte y ser un refajo de bayeta en la cintura del tiempo.
Una refriega a los evos que despliegan peajes en la transitoria fecundidad del ambarino negro.
Reencontrarme en el sancocho de tu plato, encima de tu falda cuadrilllé y en tu mirar que despunta azorado.
Atravesar el ojo de la aguja con un pabellón de locos despoblados de ansiedad, con un ático de terrosos matices o un rellano de balandros, sin amarres y a merced del viento.
Si pudiera escribir verdaderas locuras con febril desdoblamiento y volver al punto donde todo comenzó, lejos de este día medroso e impreciso.
Ser casa sin hipoteca, ser mueble separatista, ser espina atemporal y adulada madera, ser un silbido en sí menor enhebrando estratocumulus, ser infecta forma en el estaño blando, ser los latidos de un pollo antes de la inminente decapitación.
Si pudiera empezar de nuevo y entender de qué se trata este circo de la histeria.
Hablar con poesía en las piernas ensombrecidas, llorar entre letras deformes, enfermar sin privilegios de una casta estelar, escribir ante espejos que no reflejan más que al rojo alienado.
Volver a mí, después del viaje en espiral que es una vida sin pausas. Del rulo a la cigota, de la galaxia al agujero negro, del cisma al intersticio, del ojo a la contemplación sistémica.
Si yo pudiera...
Comprender el nudo de mis dislates y, con dedos temblorosos, desatarme del pensamiento para, al fin, descansar.
Un tintero roto
Cuando la noche respira lo hace a pulmón tomado y con cada exhalación se muere, como los perros sarnosos de sus callejones, que se abandonan a la picazón del sueño.
Le duele el cuerpo, a la noche, y se arrastra entre los leprosarios de sus recuerdos en busca de tramos de luna para concretar un bastón.
Carraspea vagabundos y perdedores de su amplio abecedario, mientras esconde del sol su lado procaz.
Ufff… la noche…
La amarga noche del que se embriaga y patalea amaneceres en pensiones de mala muerte; de los impuros y los ermitaños que persisten en cuatro patas tras una excusa hasta desnucar su tren.
Qué patología azabache es arrojar tinteros al zanjón del alba, si la oscuridad encarna en los ojos muertos del hombre de a pie.
Es que la noche, aun moribunda, baraja almas; juega sus cartas arrebatadas al lomo del tiempo con fruición latina y cierta ambigüedad nórdica.
Pinta un dislocado pincel su pintura nocturna y, en la bruma del bajío, entre penumbras, se descuartiza la idea que ha dado forma a sus estiradas estrellas.
En la noche no se piensa, se acuchilla sentires y se transmigra en bermellones de pasión, se amamanta con dolor o se besa roto, se acuclilla ante el dios de la miseria como una bailarina rusa de amputada gracia.
La noche está en sus cuajos y es una enferma montonera presta a revelar su dentadura de constelaciones aturdidas.
¿Quién lo diría?
Parece que a metros de la capilla hay un anciano abandonado a su habano y en un Chrysler abollado, luce el pecho tostado y descamisado y, con la noche esculpida en brasa, pita el destino y levita como un santo.
Un hombre viejo que es más antiguo que la muerte y, a plena encía, escupe su parte iracunda en bordadas esquirlas de fracasos.
Porque la noche encalla en las luminarias, en las ríspidas bragas de las prostitutas aceitunadas y más allá de las montañas blancas.
Tose sin parar. Tose sus cuadernas y sus innegables mástiles, tose las poleas y, también, los aparejos; la noche, completamente asfixiada.
No, no y no. No hay manera de parar a un pulmón salado y eventualmente podrido. No hay rincón donde anidar a un suspiro en el afiebrado mar de cemento; menos, con locos meditando en camisón bajo la lumbre de los faroles.
Pobre noche... muere peregrina en el bolsillo de un gamulán, como un mono despellejado que, bañado en mártir sangre, pela bananas con espléndida sonrisa.
Qué fastidio contarlo así, sin pastillas praliné o un tormento de caricias en la panza.
Se ha volcado la tinta en taciturna bocanada, sin una estúpida esponja para elevarla o un emparedado desuela 43.
Dicen que la noche, bien entrada la noche, se conduce borracha y, desquiciada, salta de los railes de la decencia y se desmadra por la pendiente del nuevo día, tan desprolija como el cáncer que carga. Luego, al verla como a una madre osamenta, a flor de tierra, mal tirada y boquiabierta, es mejor golpear su pecho y desfibrilarla... tal vez, por última vez, florezca tras la absurda…
Pancarta.
Boleadores
Cemento y mimbre para un séquito de amantes atentos a Morrison.
La noche cuaja en una novela de Bolaños y se postula al sincretismo de sus frases.
Parece que hay dioses de garaje acumulando almas rotas, con compulsión, y en tiempos de inflación, McDonald’s agrega crepúsculos a sus Big Macs.
Mi yo vagabundo se empoza de existencialismo y esbozo, bajo el farol porteño,
el torpe intento de una sombra, aunque persisto, un tanto misántropo y volitivo.
La bomba Zar es un remolino en el cabello de la dialéctica de ambos mundos y un sujeto, al pasado sujeto y similar a Paul Celan, se ahoga en París; dicen que lleva la objetividad a flor de piel y un par de botas, horripilantes.
Esta es la ficción que pudo escribir Onetti o cualquiera en su frustración más severa, un racimo de capítulos crápulas poéticos flaubertianos, aunque advertidos.
Y en la cima de la estiba resultará pictórico el salchichón primavera junto al fiambrín; una asociación de sabores que descosen el píloro de las horas.
Mientras tanto y los lobistas, a Leti no le importa nada, anuda su lengua a la del abogado chanta y continua, hasta el amanecer, con esos besos de madre destemplada.
Por la noche, los tomahawks van en camino al stand de los vinilos; ya nadie presta su oreja a una buena balada, ni siquiera Agripina Chávez o Nerón de Barracas, en sus tiernas azoteas, han de escuchar los surcos de Creedence o de Piazzolla, Los Suaves o Ramoncín de Anatolia.
Dopamina y Tegretol en la mesita de noche. No sea que…
Escribir pesa, como la fama a Maradona pero, bueno siempre habrá alguien capaz de endiosar a las cosas.
En Pernambuco contemplan la espera de las obras prometidas y es en Charcas al 2600 que fornican tarde y aspiran tereré, como un patógeno surrealista.
Walter Brunini, en Junín, diseña otro símbolo de la paz para el miriñaque de Obama, (dicen que le queda lindo, los que conservan su lengua en bífida forma).
El profesor de biología enseña aritmética y el policía, de civil, se demacra persiguiendo adicionales que disparan con la “cometa” y todo fluye dentro del puré podrido.
Los tanos del bar aseguran que si Henry James da otra vuelta de tuerca es por haber leído a la Lúpin.
Entonces, por el terraplén, un poeta de bulevares y cementerios en el olvido toma ácido, es consciente de su derrape y no le importa; ya no le da la cabeza.
Inspirada por los amplios calores del subte me dijiste: te amo, Pirulo.
Pero yo ya había muerto.
Abismo
Cuando el gato me mira, el espanto se apodera de mí. No es por sus ojos ambarinos con pupilas de hacha, ni por sus fauces de dientes irregulares y filosos. Tampoco es el sonido, sinuoso y ahogado, de su profunda garganta o los bigotes, largos como apéndices de un crustáceo sin Dios; inclusive, el aura oscura que se mueve con él, aunque de manera aletargada, entre su erizado pelo y su sombra.
No son sus garras lo que me preocupa, al raspar el entablado del piso o decapitar el silencio de la sala con zarpazos certeros. No es su presencia maligna, llena de un Nilo irreductible y misterioso, o esa cruel manera que tiene de perseguir cosas vivas, por debajo de los muebles o en la buhardilla, entre el polvo y los despojos del tiempo.
Será que me atemoriza porque si le ofrezco arenques los desprecia, mientras hincha su lomo y hace de su cola un signo de interrogación infernal como si hubiera comido, durante largos periodos y en la escollera del caos, alimañas cuajadas e indecibles.
Es que me habla con maullidos extensos y encadenados, tras la puesta del sol y en medio de la amarga noche invernal. Exhibe un dialecto opresivo y sibilante, al que interpreto cargado de bosque oscuro y brujería del Medioevo.
Aunque es terrible lo que cuento y las palabras se estancan en mi boca, por ser pobres en su interpretación. Es un hecho que en mi habitación, con las pesadas cortinas cerradas y la llave echada en sus tres vueltas, de la bruma misma de la nada, aparece este gato inmisericorde encima las sábanas, para perturbar mi sueño y conmover a mis enjutas entrañas.
Aún así, con su diabólico atrevimiento y la misteriosa esencia que de su figura emana, les aseguro que no es su brillosa y contrahecha corporeidad lo que más me espanta, no señor.
Es que lo he visto arder hasta los huesos, mientras corría escaleras abajo y dejaba pedazos de su carne y de su pelo pegados por doquier, en un agónico derrotero.
Luego, como un carbonizado ovillo lo he oído maullar el insufrible estertor de sus siete vidas y en un solo y desquiciante intento hasta apagarse, por completo, achicharrado y humeante, contraído sobre sí mismo. No he podido evitar que sus ojos estallados y, más allá de sus cuencas, se clavaran, informes, en los míos.
Yo aseguro, como que me llamo Alcides, de Petraca, que lo he visto morir bajo la psicótica luna, a los pies de un sicómoro y con la noche en su cetro. También, pasar por encima del sello que he dibujado con tiza y sobre el suelo, lentamente, con su mordiente cuerpo de felino. Yo lo he visto arrastrar algo de aquello que, más temprano que tarde, ha brotado del pozo negro y exige el necesario sacrificio de ciertos corderos.
¿Cuántas veces he matado a ese gato horrendo y, cuántas, el miserable ha vuelto?
A esta imposible morada llena de espectros, antepasados míos heridos por su desenfreno, entre el camposanto y los infaustos recuerdos enmarcados en el blanquear de los huesos.
Como todo lo maldito aquí, este es el gato que yo poseo y no es su aparición arcana lo que temo más, ni lo infecto de su arrastrar por los largos pasillos de este templo de la adoración. Claro que no es eso...
Si hay algo que me corroe, me socaba y me repugna, ¡es su intenso y pegajoso olor a cebo, derretido por el fuego purificador! Ya ni el mismo amo de los avernos puede evitar oler, cuando avanza hacia este mundo abriéndose paso con los cuernos.
¡¿Cuántas veces he matado a ese inmundo gato eterno?! Para que el longevo me burle, cada trampa y cada hechizo, y regrese con su tufo inquilino y del abismo más abyecto.