No existe en la historia universal una transformación ética tan drástica y desmesurada, de lo sublime a lo infame, como la que está viviendo hoy en Gaza el noble y perseguido pueblo judío, conducido por Netanyahu, un villano que se cree un General Josué redivivo asolando Jericó, para obtener la depuración étnica que lo lleve a recobrar Gaza, parte de la tierra prometida, y así escapar de la cárcel israelí que lo espera.
Israel está cometiendo crímenes de guerra. La banda criminal encabezada por Netanyahu ha sentado un precedente sin igual en la historia de Israel. Lo que estamos haciendo ahora en Gaza es una guerra de devastación, el asesinato indiscriminado, cruel y criminal de civiles. Hemos estado negando a los habitantes de Gaza, alimentos, medicinas y necesidades básicas, como parte de una política. Estos ataques contra civiles son cometidos en forma deliberada, maliciosa e irresponsable.
Estas palabras no fueron pronunciadas por un antisemita, o simplemente un árabe o un aliado de éstos, ni siquiera por un judío de la diáspora que nunca tuvo que defenderse de ataques palestinos. Le pertenecen nada menos que a un ex Primer Ministro del Estado de Israel, Ehud Olmer, quien enfrentó a los palestinos con las armas en la mano en la Brigada Golán, cayendo herido en las batallas, siendo militante y dirigente del partido derechista Likud durante 33 años, ocupando cargos parlamentarios desde 1973 y titular de diversos Ministerios desde 1998, siendo Primer Vice Ministro durante los años 2003 al 2006 y ocupando el máximo cargo gubernamental de Primer Ministro del 2006 al 2009, cuando lo sucedió Benjamín Netanyahu.
Netanyahu, es el mayor antisemita de los últimos 80 años desde que culminó la segunda guerra mundial.
He sido un convencido admirador del pueblo judío. Siempre me deslumbró, que una comunidad étnica y cultural tan pequeña, de 20 millones de seres humano frente a lo más de 8 mil millones que hoy habitan el planeta, haya producido solo en los últimos 3 siglos, inteligencias magistrales como Baruch Espinoza , Karl Marx, Heinrich Heine, Joseph Pulitzer, Marcel Proust, Franz Kafka, León Trotsky, Gioachino Rossini, Charles Chaplin, Henri Bergson, Rosa Luxemburgo, Johan Strauss, Gustav Mahler, León Blum, Sigmund Freud, Albert Einstein y decenas de prodigios más, sin olvidarme de la sabiduría ancestral de Maimónides en la Edad Media. Bueno es recordar que el 50% de los dirigentes de la Revolución rusa que derrocó el zarismo, hasta la muerte de Lenin, eran judíos.
También fueron los primeros en la antigüedad en instalar el cambio civilizatorio monoteísta. Los primeros en aproximarse al racionalismo de la politeísta civilización griega, y los primeros en abolir la esclavitud.
Me solidaricé con ellos, por ser desde la caída del Reino de David, uno de los pueblos más perseguidos en la historia de la humanidad, sin olvidarme de mi solidaridad con los armenios, los gitanos, los kurdos y otras etnias también salvajemente reprimidas, aunque no durante tantas y tantas centurias como al pueblo judío, prácticamente exterminado, 70 años después de Cristo, por el implacable Tito Flavio Sabino, hijo del emperador romano Vespasiano. Masacre que redujo su estirpe en varios millones. Tarea completada siglos después por la Primera Cruzada, el exterminio polaco de 1648 y el holocausto nazi del siglo 20.
Admiré su resiliencia frente a los egipcios, los babilonios, los alejandrinos, los persas, los sarracenos y tantos invasores, y me sorprendí ante la valentía de los Macabeos y los defensores mártires de Masada y la heroica resistencia del ghetto de Varsovia ante las sorprendidas tropas alemanas al mando del General Jürgen Stroop quien elogió la valentía de los hebreos. También, pese a mi ateísmo jesuítico de Pierre Teilhard de Chardin, recuerdo la creencia mosaica, afirmando que Dios creo al ser humano a su imagen y semejanza y por lo tanto atentar contra la vida de otro ser humano es el peor pecado. Así también estaba escrito en las tablas de Moisés.
Toda esta admiración, no oculta las contradicciones de ese pueblo, su religión y su historia, salpicada por horrendas violaciones a su propio decálogo, a su propia ley humanitaria, signada por las masacres de cananeos y otras tribus a las que pasaron a degüello sin dejar a nadie con vida. Pero eran épocas donde la barbarie y el fanatismo y las conquistas, escribían la historia.
En él debe y el haber de su historia, el saldo prestigioso hasta 1948 en que se dedicaron a expulsar por la fuerza a los pobladores de Palestina, ha sido inobjetable.
A partir de esa fecha, ese prestigio fue disminuyendo, ya que no solo no se trata de evitar ser arrojados al Mediterráneo como anunciaba Gamal Abdel Nasser, sino de impedir la creación de un Estado palestino, auspiciado por la mayoría de las naciones civilizadas, que coexista con el Estado de Israel. Tal como lo imaginó el Protectorado Británico y aprobó la Asamblea General de las Naciones Unidas. La creación de los dos Estados es la idea primigenia y la actualmente aprobada por la mayoría de los gobiernos y la comunidad internacional, empero la solución ideal es la de un solo Estado laico, donde convivan las dos comunidades semitas bajo una Constitución civilizada e igualitaria, tal como lo propone el sociólogo argentino Emilio Cafassi, con sólidos argumentos éticos, filosóficos y republicanos.
Pero a la luz de los acontecimientos actuales esta idea parece convertirse en una utopía no realizable y no es propuesta por ningún gobierno de los 200 que hoy dirigen los destinos de sus pueblos. Caminar hacia ella, hacia lo hoy imposible, no es desatinado, ya que para que una utopía se transforme en eutopía, hay que ponerse a caminar hacia ella.
Si bien el prestigio judío fue deteriorándose hasta fines del siglo pasado, con intervalos pacifistas que condujeron a los Acuerdos de Oslo de 1995 y al abrazo de Yasser Arafat con Isaac Rabin, premios nobeles de la paz y hasta el martirio del líder judío, asesinado por Yigal Amir, un fundamentalista sionista, nada es comparable en descrédito, como la toma del poder por parte del Likud y su líder, el corrupto Benjamín Netanyahu.
Este líder que quiere reencarnarse con el brillante estratega y sanguinario general judío de la antigüedad, Josué, que arrasó Jericó, pasando por las armas a todos sus habitantes, incluidas mujeres y niños, ha deshonrado el holocausto de su pueblo, inmolado por el nazismo, construyendo él mismo otro genocidio imperdonable.
Ya van más de 55.000 civiles desarmados, asesinados por órdenes del gobierno israelí, la mayoría mujeres y niños, sin contar los que yacen bajo los escombros. Y lo peor es la aplicación del nuevo método de exterminio, de limpieza étnica aplicado por el Likud, el asedio por hambre, sed y enfermedades, impidiendo el ingreso de camiones con alimentos y medicina. Su crueldad, el matarlos por hambre es parte de un genocidio inteligente. El hambre tiene menos prensa negativa que las balas y las bombas. Ahora se le suma otra abominable ilegalidad internacional, esta vez con repercusión en la prensa mundial. Me refiero a la captura de la flotilla humanitaria conducida por civiles desarmados con medicamentos para el martirizado pueblo de Gaza. La flotilla fue capturada en un acto de piratería que transformó la bandera azul y blanca israelí en la calavera negra de los antiguos filibusteros. La tripulación civil no fue obligada como antaño a caminar sobre la tabla de la muerte erigida a babor de los navíos corsarios, pero fue ilícitamente deportada. Otra mancha más en un tigre que requiere urgente tintorería internacional.
Así lo han reconocido las Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional que lo consideró criminal de guerra por perpetrar delitos de lesa humanidad.
Hoy detenta el ejército más poderoso de la región, dotado de armas nucleares y una fuerza descomunal que aplica sistemáticamente contra la indefensa población gazatí. Con esa fuerza en sus manos, no solo asesina a poblaciones enteras desarmadas, sino que invade tierras ajenas, desocupando por la fuerza a sus indefensos colonos. Su conducta, apoyada por la ultraderecha israelí y los violadores de la ley bíblica de respeto a la vida humana, es una de las mayores vergüenzas que hoy está viviendo el linaje humano. No tiene precedentes, dado el agravante de que es perpetrada en nombre de un pueblo otrora admirado por su humanismo, su inteligencia, su resiliencia y su martirio.
Hoy son cada vez más los judíos que se oponen al genocidio palestino y los que aceptan la formación de los dos Estados. Son cada vez más los que están sufriendo el crecimiento en todo el mundo del antisemitismo por culpa de estos corsarios de la maldad.
Netanyahu es el principal antisemita de esta época trágica que estamos viviendo. Y no solo él, los halcones de su gabinete lo superan en sevicias y crueldad. Algunos han reconocido públicamente que todos los gazatíes apoyan a Hamás y por lo tanto también deben ser exterminados.
Se olvidan esas aves de rapiña que fue el propio estado mayor del Likud el que financió en su momento a Hamás para debilitar a Yaser Arafat y a su gobierno de Cisjordania, para radicalizar la guerra y recobrar Gaza, una parte de la tierra prometida.
Los objetivos del Likud son claros. El propio Netanyahu en el 2021, en una entrevista, creyendo que la cámara estaba apagada dijo textualmente: “Lo principal es ante todo, golpearlos duros a los palestinos, no una vez sino muchas tan dolorosamente que el precio sea insoportable. El mundo no dirá nada. Dirá que nos estamos defendiendo”. Lo anunció a sus colaboradores, sin saber que lo escuchaba el mundo, hace ya 4 años. Se convirtió en el Profeta Benjamín, porque todo lo que anunció, incluida la indiferencia del mundo occidental, está ocurriendo, exactamente como lo predijo. Aunque ahora, al traspasar todos los límites de la inhumanidad, el mundo está reaccionando contra el genocidio. Aunque por ahora, solo con declaraciones y negándole el saludo. Por ahora nada más que la descortesía y el aislamiento. Por ahora…
Tuvo razón, todos los gobiernos pro israelíes dijeron que se estaba defendiendo frente al atroz acto terrorista de Hamás el 7 de octubre de 2023 donde perecieron 1.200 israelíes y fueron secuestrados otros 250. No corresponde ingresar en un macabro torneo de cuál de los dos asesinó a más seres humanos. 55 mil contra 1.200 es casi 50 veces más. El problema no son las cifras sino la esencia del crimen. Ambos crímenes fueron delitos terroristas. Uno fue la táctica terrorista de un grupo que siente ocupada por la fuerza las tierras donde habitaban y que ninguna posibilidad armada tiene ante el más poderoso ejército de la región. Y por eso apela al terrorismo, desconociendo que esa táctica solo conduce a la derrota moral y también a la militar. Así lo dijo Lenin al pie del patíbulo de su hermano, un idealista que apeló al terrorismo para terminar con la autocracia zarista.
La lucha de Hamás contra el ejército israelí, es como la de David frente a Goliat, pero no se da cuenta que la honda de David no puede ser el terrorismo, que además de aislarlo abre las puertas a represalias que agravan el sufrimiento de su propio pueblo. El otro es el terrorismo de Estado, aplicado por el gobierno del Likud, que también lo ha hundido en la inmoralidad, el descrédito y el aislamiento mundial, aunque no le ocasiona la derrota militar. Nunca es comparable el terrorismo de Estado con el terrorismo de un grupo armado que no posee entidad estatal alguna que lo sostenga.
El bien ganado prestigio mundial de Israel se ha derrumbado a niveles inimaginables. Al punto que no existe un solo país de este planeta que apoye la masacre contra los palestinos. Los 21 países de la Unión Europea están revisando sus compromisos con ese Estado. Aliados de hierro como Inglaterra, Francia y Canadá, acaban de advertirle que si no cesan de inmediato la hecatombe tomarán severas medidas. Hasta el propio Trump, que se dice amigo de Netanyahu, ha manifestado su enojo ante la situación de aislamiento mundial que también puede afectarlo a él mismo. Y no solo ninguna Nación los apoya, entre los gobernantes solo encontramos apoyo entusiasta al Likud, en el homo demens que desgobierna hoy a la República Argentina.
El aislamiento y repudio mundial es de tal entidad que un Estado prestigioso y democrático como era antes el Estado de Israel, se ha transformado en un Estado Paria, un Estado leproso del que todos quieren apartarse.
Comparar a Netanyahu y su Likud con el Partido Laborista israelí, con Ben Gurión, con Golda Meier, con Simón Pérez, con Isaac Rabin, es una tarea superior a la de Hércules limpiando los establos de Augías.
Lo del Estado paria no lo digo yo, lo dice la realidad internacional y sobre todo lo dijo el ex Comandante de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), Yair Golán: “Israel va camino de convertirse en un estado paria como lo fue Sudáfrica”, agregando que “un estado sensato no libra una guerra contra civiles, no mata bebés por afición ni se fija el objetivo de despoblar a la población”.
Y el ex Ministro de Defensa de Israel y ex jefe del gabinete de las Fuerzas de Defensa israelíes, Moshe Ya´alón complementó: “esto no es un pasatiempo, es una política gubernamental cuyo objetivo final es aferrarse al poder y nos está llevando a la destrucción”.
El mundo debe entender que el Likud tiene tres objetivos, el primero es anexionar Gaza avanzando hacia el Eretz Yisrael, el segundo, la depuración étnica trasladando a todos los gazatíes a otras tierras y el tercero, o quizás el primero, salvar de la cárcel, a su líder, el corrupto Netanyahu.
Y nada ni nadie lo detiene. En mi opinión la única fuerza que puede parar esta masacre y este desprestigio mundial, es la propia colectividad judía internacional. Creo que en esos 20 millones de judíos que habitan el planeta, las condiciones subjetivas ya se fusionaron con las condiciones objetivas para que la mayoría de esa estirpe, una sus voces, sus acciones, sus firmas y su dignidad herida, para detener estos infernales círculos del Dante, exportados sin misericordia alguna a las tierras gazatíes.
Netanyahu, consciente de que si termina esta guerra irá a la cárcel por delincuente, nada tiene que perder. Parece decir lo mismo que le dijo Caifás a Pilatos, cuando pidió la condena a muerte del hijo del carpintero: que caiga su sangre sobre nuestras cabezas y las de nuestros hijos.
Espero que esa profecía no alcance a los judíos que se oponen a la barbarie del Likud.
Al momento de escribir estas líneas, Netanyahu en busca de su propia inmunidad interna, eleva la apuesta bélica y ataca por sorpresa y sin declaración formal de guerra a otro Estado de las Naciones Unidas, la República de Irán, acercándose peligrosamente a las fronteras siniestras de una tercera guerra mundial.
La capacidad militar y atómica de Israel sobre Irán, es innegable, y ya en los primeros días del conflicto, las cifras de la muerte, así lo revelan. 20 veces más entierros del lado iraní que del fortín israelita. Pero viven en este planeta 91 millones de iraníes, 9 iraníes por cada un israelí. A cuántos iraníes más tendrá que enterrar Israel para equilibrar la balanza numérica. Llevar la guerra del espacio sunnita al terruño chiita es construir una catarsis irracional que paraliza el aún posible encuentro del hombre con la humanidad.
La era de los monstruos ya está entre nosotros.
El homo sapiens no puede permanecer indiferente, debe prevalecer sobre el homo demens.
Los vuelos de la muerte deben cesar ya. El asedio por hambre que nos retrotrae al medioevo debe culminar ya. La pre guerra mundial debe ser interrumpida ya.
La historia y la civilización humana nos lo demandan.