El presidente Donald Trump lleva apenas cuatro meses en su nueva administración, meses que parecen años.

Parte de la estrategia de comunicación y propaganda del Trumpismo es abrumar con noticias, eventos, declaraciones y crisis de todo tipo, con la intención de romper la capacidad del auditorio de atender a los acontecimientos, formando un escenario de hípernormalidad donde la propaganda se vuelve lo real, suplantando a la verdad.

Esta estrategia es parte del modelo soviético de propaganda, donde la estrategia de abrumar a la audiencia tenía como objetivo ocupar todos los espacios posibles de pensamiento, percepción y emoción, dejando poco o ningún margen para la crítica o la duda.

Al saturar la vida cotidiana con imágenes, consignas, himnos, desfiles, carteles y discursos que exaltaban al partido, al Estado y a sus líderes, se buscaba generar una realidad simbólica totalizante, en la que solo una interpretación del mundo fuera posible.

Abrumar era, entonces, una forma de control ideológico, donde el exceso de mensaje anulaba el pensamiento crítico y convertía la adhesión en una respuesta casi automática, incluso emocional.

Y no es solo Trump quien ha recurrido a esta herramienta: en México, el régimen nacionalista-populista encabezado por López Obrador y continuado por Sheinbaum Pardo, también la aplican, por lo que es fundamental encontrar las herramientas para romper con la propaganda y el sentirse abrumado.

La primera es la paciencia, detenerse a pensar, analizar y darse su tiempo en un tema a la vez. Incluso si nuevas notas nos interpelan, hay que mantener la atención suficiente donde vale la pena.

La segunda herramienta es la inteligencia, el juicio y el pensamiento crítico. Ya sea desde la crítica estructuralista o el falsacionismo popperiano, una sociedad libre requiere de ciudadanos y sujetos capaces de cuestionar y someter a pensamiento escéptico y autónomo.

Es por eso que, para los nuevos regímenes demagógicos, la inteligencia es el enemigo y tienden a atacar a las instituciones sociales donde esta se acumula y desarrolla, sobre todo las universidades.

En las últimas semanas, la administración Trump ha emprendido una campaña contra las principales universidades americanas, bajo el pretexto de expresiones antisemitas en las protestas en los campus universitarios a la ofensiva Israelí en Gaza y una supuesta imposición de ideología “woke” en las juventudes universitarias.

Y mientras la Universidad de Columbia ha cedido a las petición del presidente americano, Harvard ha mantenido la lucha contra las exigencias draconianas presidenciales que implicarían una sumisión administrativa y académica.

Más que razones son excusas que buscan esconder que el discurso demagógico de Trump es una reducción simplista para la manipulación. Es una reducción de conflictos políticos a enemigos internos, para moldear las conciencias de ciudadanos asustados, emocionales e irracionales.

La propaganda busca entender y controlar las determinaciones humana para lograr que el ciudadano se engañe a sí mismo. Los mecanismos de la propaganda son los que permiten limitar las opciones e interpretaciones a opciones predecididas por las élites.

Detrás de estos ataques podemos encontrar, al menos, razones políticas y de paradigma científico.

Lo que en medios cotidianos se conoce como ideología “woke” es la versión vulgar de la teoría crítica estructuralista, que es un paradigma científico radicalmente confrontado con el individualismo americano y estadounidense.

El filósofo y antropólogo Claude Lévi-Strauss pretendía dar un carácter científico a los estudios sociales. Para ello, el estructuralismo enfoca su estudio en las estructuras de la sociedad, no en intangibles inmateriales y filosóficos propios del humanismo y filosofía clásica. Este tipo de método ha sido adoptado, con sus matices, en las distintas teorías y estudios sociales.

Y si bien no es este el texto para cuestionar la cientificidad y los límites de los métodos de las ciencias sociales, para nuestros intereses es importante señalar que tiene el inconveniente de diluir al individuo, su iniciativa y autonomía.

El individuo moderno se transforma en un sujeto, en alguien sujetado y determinado por la estructura social donde se encuentra, y esta visión antropológica es opuesta o contraria a uno de los valores fundacionales de los Estados Unidos de América: el individualismo.

El individualismo sitúa al individuo como el núcleo fundamental de la vida social. Este enfoque ha sido clave para el desarrollo de la democracia representativa moderna, pues sostiene que el poder político emana de ciudadanos libres.

Además, el esfuerzo, la creatividad y la iniciativa del individuo son vistos como los motores legítimos del progreso económico en una economía capitalista de libre mercado, donde cada persona puede buscar su propio bienestar, competir en condiciones justas y contribuir así al crecimiento general de la sociedad.

Por esto, es natural que exista una tensión entre la academia contemporánea y la sociedad tradicional americana, por lo que la desconfianza entre el público y los académicos es de esperar.

Valdría la pena que las universidades americanas buscaran reducir ese gap, ese espacio, volverse a su sociedad, recordar que sus estudios, análisis y trabajo no son solo para las élites intelectuales sino, en gran parte, para aquellas sociedades en donde viven, de donde emanan; voltearse a su vecino y compatriota y, así como el médico lo cura y el obrero le construye su casa, reconocer que su trabajo es explicarle al resto que está pasando en su sociedad.

Por otro lado, la política es otra de las causas de la violencia contra las universidades. Vivimos en una época de profundo antiintelectualismo y desconfianza en la razón.

Una mal entendida democratización del conocimiento, la facilidad que dan las redes sociales a cualquiera de sentirse experto y las consecuencias sociales del anarquismo epistemológico han destruido la confianza en los expertos, en quienes estudian, en la parte inteligente de la sociedad.

El populismo se aprovecha de este ánimo, pues el demagogo con pretensiones dictatoriales desprecia los controles y contrapesos, le estorba el pensamiento crítico que lo cuestiona, así que aprovecha al antiintelectualismo como motor ideológico.

La inteligencia es una fuerte oposición a quienes buscan un poder centralizado en una persona o grupo político, pues cuestiona la narrativa hegemónica al tiempo que puede proponer narrativas divergentes.

Las universidades han sido a lo largo del tiempo parte del Soft Power de EU, al tiempo que son una fuente de libertad, innovación, prosperidad y felicidad. Pues lo mismo egresan a los ingenieros, médicos y empresarios que filósofos, artistas y líderes políticos.

La erosión de la universidad es la erosión de la democracia, y la victoria del antiintelectualismo no es solo un síntoma, sino una estrategia.