Junto al nuevo Orden Internacional, al término de la Segunda Guerra Mundial surgió el Estado de Israel, de conformidad con la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas en 1947 que proclamó la partición de Palestina en dos estados: uno judío y otro palestino. Israel declaró su independencia en mayo de 1948, generando una amplia división en la comunidad internacional y el rechazo del mundo árabe por la resolución, así como por la expulsión de 750 mil palestinos en lo que es conocido como la Nakba, junto a la ocupación de casi el 80% de sus tierras incluyendo gran parte de Jerusalén. Ese mismo año se produjo la primera guerra árabe-israelí, con el triunfo de estos últimos.
La verdad histórica es que el destino de los palestinos se había sellado al término de la Gran Guerra (1914-1918) con la derrota y desaparición del imperio otomano que controlaba, entre otros, los territorios del Medio Oriente, incluida Palestina desde 1517. Dos de los países vencedores, Inglaterra y Francia, se repartieron el botín asegurando a Londres -a través de un mandato asignado por la naciente Sociedad de las Naciones en 1920, y materializado dos años después- el control de Mesopotamia, Palestina, el Canal de Suez y Egipto, territorio que ya ocupaba desde 1882. Por su parte, los franceses se apropiaron de la Gran Siria, que incluía el Líbano y Jordania.
El mapa del Medio Oriente sigue bajo la sombra del siglo XX con problemas no resueltos, donde millones de palestinos continúan esperando se cumpla la creación de un Estado. El ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre de 2023 dejó 1200 víctimas, incluyendo niños y 250 rehenes de los cuales se estima que alrededor de 40 se mantienen con vida. La respuesta del gobierno de Benjamín Netanyahu, legítima frente a la agresión, hoy ha superado todos los límites aceptables de una sociedad civilizada, del derecho internacional y pocos dudan en calificarla de genocidio. Cerca de 55 mil muertos, decenas de miles de heridos, la destrucción de ciudades y el cerco militar que impide el ingreso de agua, alimentos y medicinas: es decir, todas las normas del derecho humanitario violadas a vista y paciencia de las grandes potencias y de la humanidad que observa por televisión los horrores del gobierno de Tel-Aviv.
Israel se está quedando sola, aislada y condenada por la opinión pública mundial. El gobierno de Netanyahu ha divido su propia sociedad y a los millones de judíos que viven alrededor del mundo. Las consecuencias de esta barbarie la cargarán por años las nuevas generaciones que crecerán con el peso de lo hecho por este gobierno que solo cuenta con la incondicional ayuda del país más poderoso del planeta: los Estados Unidos y sus aliados europeos que aún llevan en su conciencia la culpa del antisemitismo atávico junto a los horrores cometidos en el siglo XX contra la población judía.
El daño que se hace al futuro de Israel y a la legitimidad del sistema internacional se refleja en la pérdida de credibilidad de Naciones Unidas, acercándonos cada vez más a un colapso. Israel ingresó a Naciones Unidas en 1949 y mantenía relaciones diplomáticas con cerca de 160 de un total de 193 Estados miembros del organismo internacional. De 22 países árabes, solo cuatro reconocen a Israel. Cinco Estados latinoamericanos han roto relaciones diplomáticas con Tel-Aviv, algunos evalúan hacerlo y otros han retirado a sus embajadores y agregados militares. ¿Tienen algún efecto estas medidas para detener la agresión o son solo actos simbólicos?
En enero de 1943, en plena Guerra Mundial, el gobierno chileno rompió relaciones diplomáticas con Alemania, Italia y Japón debido a la fuerte presión de los Estados Unidos que ya se levantaba como potencia. En Chile hubo mucha oposición a la medida por la fuerte presencia de la comunidad alemana e italiana residente que simpatizaba con estos países. En 1962, el gobierno del presidente Kennedy impuso un bloqueo total a Cuba que se mantiene por más de 60 años hasta hoy. En 1973, con la llegada de la dictadura militar de Pinochet en Chile y su extensión por 17 años, todos los países socialistas de la época, con la excepción de la República Popular China y Rumania, rompieron relaciones diplomáticas. En 1991, ante la inminente caída del régimen de apartheid en Sudáfrica, los países occidentales aplicaron duras sanciones económicas al régimen racista que colapsó ese mismo año. En 2014, ante la ocupación rusa de Crimea y posterior invasión a Ucrania, Estados Unidos y sus aliados mantienen castigos económicos y financieros a Moscú.
La comunidad internacional debiera preguntarse sobre la efectividad de estas medidas que ejercen presión, pero no cambian la realidad. Solo una acción colectiva emanada del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas podría ser efectiva, pero ello no ocurrirá.
Los horrores de Gaza quedarán en las páginas de historia, al igual que los genocidios cometidos por Alemania en Namibia contra los pueblos Hereros y Nama entre 1904-1907, reconocido oficialmente por el gobierno de Berlín en 2021, es decir 120 años después. La del pueblo armenio efectuado por el gobierno turco en 1915 que costó la vida a cerca de un millón de personas y que el gobierno de Ankara se niega a reconocer, pero no así la comunidad internacional. Alemania y sus campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial con millones de judíos, patriotas polacos, comunistas, homosexuales y discapacitados exterminados. Los más de un millón de muertos en los Gulags de la Unión Soviética y un par más bajo el terror de la dictadura de Stalin. Los dos millones de víctimas del régimen comunista de Pol Pot en Camboya, entre 1976-1979.
La lista es mucho más larga, pero ya podemos preguntarnos cuántos años tendrán que pasar para que sea reconocido y condenado el genocidio al pueblo palestino que está llevando a cabo el gobierno israelí.