La Ilha Grande que se conoce (una isla dentro del estado de Río de Janeiro, Brasil) renació en 1994 cuando dejó de ser el “Alcatraz de Brasil” para comenzar a transformarse en la isla paradisíaca que es hoy. Se quitó la piel muerta del Instituto Penal Candido Mendes (y con él, su pasado como hospital de cuarentena), y poco a poco los nuevos pobladores se fueron asentando e invirtiendo en turismo.

Aunque la mayoría de las pequeñas villas o playas están muy alejadas entre sí y muchas veces son apenas un par de establecimientos engullidos por la mata atlántica, la isla fue tomando forma como destino turístico.

Vila do Abraão es el poblado más grande. Allí se encuentran los puertos principales y los servicios esenciales, pero como en el resto de la isla, no hay bancos, cajeros automáticos ni vehículos circulando, salvo alguna ambulancia y los móviles policiales que van hacia Dois Rios.

En lo que antes solía ser el Penal Candido Mendes, en Dois Rios, hoy hay un ecomuseo y un bioparque donde se pueden apreciar huesos de fauna marina y flora autóctona. Muy cerca, desde 1995, funciona el CEADS (Centro de Estudios Ambientales y Desarrollo Sostenible), un organismo de la UERJ que lleva adelante proyectos de investigación relacionados con la vida marina en uno de los corredores ecológicos más importantes del mundo.

En cuanto a organismos no turísticos que brindan servicios a la comunidad, Ilha Grande cuenta con un basural, cancha, escuela primaria y secundaria, estación de policía, cuartel de bomberos, casa de la cultura, el CEADS y la Brigada Ecológica. Para ser un destino turístico con servicios básicos, el hecho de que tenga dos instituciones dedicadas exclusivamente al medio ambiente refleja el enfoque ecológico que se busca consolidar en la isla.

La Brigada Ecológica

La Brigada surgió en 1989, incluso antes de la demolición del penal, cuando un grupo de vecinos comenzó a notar una creciente degradación ambiental. Doce fueron sus fundadores y le dieron el nombre de Brigada Mirim. Su misión: preservar el medio ambiente de la isla, promover el desarrollo social y sumar a los jóvenes al proceso, dándoles participación activa y sentido de pertenencia.

La organización se sostiene con donaciones de particulares, empresas, asociados contribuyentes y, ocasionalmente, de empresas nacionales. Con esos fondos se mantienen las instalaciones, los barcos, se hacen nuevas inversiones dentro de la Brigada (como la acuicultura) y se paga un sueldo mínimo a los jóvenes que participan en el programa.

En la Brigada conviven profesionales de distintos campos: desde marineros hasta ingenieros ambientales, pasando por trabajadores culturales y administrativos, como Rafael Marquez, voluntario y analista administrativo que también acompaña los procesos de formación.

Marquez explicó que los adolescentes deben cumplir ciertos requisitos para participar: tener entre catorce y diecisiete años, buenas calificaciones y disponibilidad para trabajar hasta tres horas diarias fuera del horario escolar, ya sea por la mañana o por la tarde.

También mostró las instalaciones, justamente ese día, en la sala de informática, dos adolescentes tomaban un curso de Excel. La capacitación constante es otro de los beneficios que ofrece la Brigada.

Las instalaciones incluyen oficina, sala de computación, dormitorios, cocina, baños y un patio con huerta, donde se cultivan tomates, menta, mamão, kale, caiobá y otros vegetales que se donan a los voluntarios o a la escuela vecina.

En la parte trasera de la casa, una puerta da al patio. Allí almacenan bolsas con residuos reutilizables con destino a Angra dos Reis, además de las jaulas de mejillones que forman parte de una nueva inversión.

Cómo se hace el cambio

En las zonas de la isla destinadas cien por ciento al turismo, como el centro de Vila do Abraão, todo parece cuidado. Pero cuando se camina hacia la periferia, donde viven los locales, la escena cambia: basura acumulada, escombros mezclados con botellas, y algunas desembocaduras de agua dulce con olores fétidos que arrastran residuos hacia el mar.

Cerca del puerto comercial, se puede ver una montaña de residuos y un contenedor con un colchón sucio como bandera.

Durante la entrevista, Marquez explicó que la madera también contamina, aunque muchos lo desconozcan. Su tiempo de degradación es de 13 años y, si está pintada, sus efectos en el ecosistema pueden ser severos. Esta madera se desprende de los cascos de embarcaciones y genera dos tipos de residuos: grandes fragmentos que pueden asfixiar a los animales marinos, y microplásticos (menores a 5 mm) que son ingeridos por toda clase de fauna, intoxicándola.

Si bien existen pinturas ecológicas, su uso todavía es escaso. “Hay poca conciencia sobre esto”, dice Marquez.

Dado el flujo constante de taxi-botes y embarcaciones —único medio para ir de un poblado a otro— surge la pregunta inevitable: ¿qué pasará en unas décadas si todo sigue al mismo ritmo?

En una sola jornada, la Brigada Mirim ha llegado a recolectar 150 kilogramos de residuos en una sola playa (Praia Longe), a 30 minutos en lancha desde Abraão. Esto da una idea del nivel de contaminación que a veces pasa desapercibido.

Para fomentar el hábito de recolectar residuos, los voluntarios reparten bolsas biodegradables a locales y turistas. Luego separan y clasifican la basura. Cada 10 o 15 días, los residuos reciclables se envían a Angra dos Reis, logrando reunir hasta 500 kilogramos al mes.

Inversiones que transforman

Aunque Ilha Grande vive casi exclusivamente del turismo, la Brigada impulsa nuevas formas sustentables de generar ingresos. Esto responde también a un objetivo social: si la economía no se diversifica, su sostenibilidad a largo plazo se vuelve incierta.

Por eso, los jóvenes voluntarios están aprendiendo sobre acuicultura, una práctica ancestral que consiste en la cría y cultivo de organismos acuáticos para el consumo humano. Aunque se practica desde hace más de 4.000 años, en la isla es una novedad.

Actualmente, según datos de National Geographic, cerca del 50% del marisco consumido en el mundo proviene de la acuicultura. La Brigada aún no produce en gran escala, pero el proyecto avanza.

Algas

Comenzaron cultivando mejillones y ostras, y más recientemente sumaron el cultivo de algas. Marquez aclara que no se trata de especies invasivas como la Rugulopteryx okamurae (originaria de Asia) que se cultiva en regiones como Filipinas y puede llegar a ser invasiva si no se hacen los controles pertinentes.

Con la que se trabaja en la playa de Abraãozinho, llega en forma de algas pequeñas de un laboratorio en Angra do Reis. Su crecimiento es proporcional, porque tiene temporadas de crecimiento y temporadas de merma (en verano crece más que en invierno). También libera oxígeno en el agua, sirve como fertilizante, alimento y materia prima de cosmética.

El ciclo de producción suele terminar en Acuario, un restaurante especializado en sushi y platos de mar, cuyo dueño, según Marquez, es un “parcero” y les compra las algas.

Mejillones y ostras

Durante la visita a la sede, Marquez mostró las jaulas donde colocan mejillones y ostras jóvenes que luego se depositan en la playa de Abraãozinho. Allí se alimentan de plancton hasta estar listos para su cosecha, que ocurre unos 14 meses después.

Al igual que las algas, estos mariscos se venden para consumo humano, se usan en cosméticos, abonan la huerta de la Brigada —sobresaliendo en forma de picudos colores por entre los vegetales— y las ostras pueden ser aprovechadas para las artesanías. Nada se desperdicia.

Además de una fuente alternativa de ingresos, este tipo de producción representa una oportunidad de formación y empleo para los jóvenes voluntarios.