Alguien me da la espalda
No es la primera vez que sucede.
De hecho, creo que es una constante para los transeúntes que vamos sobre la calle de Amores, una de las fronteras entre la Colonia Del Valle y la Narvarte: cuando paso cerca de la Parroquia del Purísimo Corazón de María (se me fue el aliento), siento que Dios me da la espalda de una manera natural, casi como si no se diera cuenta de que estoy ahí.
Y tampoco lo culpo: la escultura está hecha para mirar hacia la calle de Gabriel Mancera.
Pensé que era Dios hasta hace poco, Dios como lo entienden los católicos: la entidad masculina todopoderosa encarnada en Jesús que, a la vez, es hijo de Dios, esta vez resucitado, con los brazos abiertos para recibir a la feligresía. Bueno, solo a esos que van a su encuentro, y no a quienes pasan por detrás.
Incluso desde niña, en más de una ocasión, me pregunté si a Dios-Jesús le gustaría ver tantos coches pasar.
Luego me enteré de que no era Jesucristo, sino María, su madre, representada con facciones pesadas y hecha por completo de piedra.
“No hay pierde”, escribe el periodista y fotógrafo Diego Berruecos para MXC, un medio urbano híper-local dedicado a “elevar la cultura y el caos” citadino.
Otra vez se me fue el aire. Pero sí, concuerdo con él en que “no hay pierde”: la Virgen que mira el tráfico pasar en un eje vial es una referencia para los citadinos que habitamos la Alcaldía Benito Juárez.
El Art Déco mexicano, aunque secular, dejó su marca severa impresa sobre este templo de paredes pesadas y ventanas alargadas, flaquísimas.
Este hermetismo hace que me remonte a lo que decía antes: desde fuera, fácilmente podría parecer que Dios te da la espalda. O peor aún, que no te deja entrar.
Colonia de buques varados
Y sí, claro que es raro empezar un texto sobre la Colonia Narvarte (más aún, dedicarle toda la primera sección) con uno de los puntos de referencia principales de la Del Valle.
En ocasiones, me resulta más como una especie de advertencia: aquí cambia algo. Aunque ciertamente es irónico, porque María es de piedra y no ha cambiado desde 1923, cuando coronó por primera vez la cúpula poliédrica de la parroquia que lleva su nombre.
Sin embargo, espacialmente sí es un hito, como una especie de centinela entre dos barrios clásicos de la CDMX.
Limitada al norte por el Viaducto Miguel Alemán, la Colonia Narvarte se fundó alrededor de la década de los 40. Recibe su nombre del terrateniente Felipe Narvarte, que las adquirió hacia las últimas décadas del siglo XIX.
Antes colmada de terrenos agrícolas, durante la primera mitad del siglo XX se convirtió en una zona residencial de casas estilo californiano, muchas de ellas con torres cilíndricas rematadas con ventanales largos y flaquitos en las puertas y marcos de cantera y pesada herrería negra en las ventanas.
No solo eso: fue de las primeras colonias en la Ciudad de México pensadas para departamentos. Muchos de ellos, documenta la arquitecta Mariela Segura, son claros ejemplos del movimiento funcionalista.
Sin embargo, se distinguen de otros (más someros y discretos) por tener “claraboyas similares a las de un barco”, detalla la especialista para FUNDARQMX.
Y es que sí: la Narvarte es la colonia de los buques varados en el concreto.
A primera vista, muchos de ellos fácilmente podrían ser imitaciones del Titanic y otras bestias de la década de los 20. Largos, pesados, con ojos-ventanas muy redondos: los edificios aquí son como ballenatos sedientos y solemnes. Tienen proas redondeadas y costados alargados, como si cada departamento fuese un camarote de techos altos.
Algunos de los mejores ejemplos están sobre las calles Cumbres de Maltrata y Petén, donde parecen asomarse entre los camellones antaño rebosantes en palmeras, hoy todas muertas, tras una plaga que les arrebató el verdor en 2020.
Cinco años más tarde, la Alcaldía (o alguien) decidió que era momento de tirarlas, antes de que se precipitaran sobre la calle. O alguien.
“Esta situación representa un riesgo para la comunidad”, publicó el Congreso de la Ciudad de México antes de empezar el proyecto de tala de palmeras.
Y no sin demasiada exageración, ya que los cadáveres se alzan (aún hoy) a más de cinco metros sobre el suelo, a través de las calles más transitada de la colonia.
Algunos se han cortado. Otros siguen ahí, como un recordatorio de abandono político.
Camellones selva/desierto
Si Dios me da la espalda, la Alcaldía abandonó por completo los camellones de la Benito Juárez.
Aunque es cierto que algunos de los troncos se han ido removiendo a lo largo de un lustro (porque claro que generan un caos vial más en la capital), los camellones de la Narvarte se cuidan solos.
Entre las ramas, que de pronto se trenzan con el cableado público, todavía se ven aves, ardillas, mariposas y gatos que buscan atraparlas.
Quizás, el mejor ejemplo es el de la calle Enrique Rébsamen, que vive y respira por su cuenta con árboles centenarios. “Parecen deidades”, me dijo alguna vez mi pareja: y creo que tiene razón. Visto de otra manera, las deidades no necesitan del Estado para florecer. Solo lo hacen, a menos de que les corten las raíces.
Las raíces de las deidades sobre Rébsamen respiran por sí mismas. Creo que sería aún más reto intentar quitarlas: están empeñadas en seguir ahí. Incluso, rompen el concreto para respirar mejor.
Si se camina desde la esquina con la calle San Borja hasta Luz Saviñón, se verá esa selva citadina discreta: es como si fuera una arteria verde incorruptible. No cede, a pesar del smog, el maltrato y el poco cuidado. A veces, incluso pienso que así lo prefieren las plantas: “sabemos cuidarnos mejor nosotras mismas”, parecen decir, mientras siguen elevándose.
Espolvoreados en los extremos de los camellones y en las esquinas hay comerciantes que fabrican muebles de madera. Camas, estanterías, libreros. Todo lo hacen a mano. Y claro que contrasta, porque en ocasiones, escogen camellones sin vida: así como el de Rébsamen es un bastión para la vida natural de la Benito Juárez, parece que otros han se han vuelto polvo. Selvas y desiertos.
Nah, Dios no me da la espalda
Dios no me da la espalda, porque quien pensé que era Dios es más bien mujer. Su madre, que mira a sus hijos pasar en Gabriel Mancera. Quizás, siquiera pensar en eso me hace darme demasiada importancia a mí misma.
La Narvarte navega en el concreto con ballenatos varados como balsas. En sus camellones hay arterias que todavía limpian la ciudad, a pesar del smog, el tráfico y el desasociego citadino. Y, tal vez, Dios se asoma en los ojos de los árboles. A veces, me parece que les veo llorar.