Si usted está pensando en adoptar un perro adulto rescatado de las calles, prepárese para vivir una experiencia tan hermosa como dura y tan pura como triste. Deseche lo poco o lo mucho que sepa acerca de los perros, porque el animal que usted está por adoptar es un perro primitivo que intuye el amor, pero no lo conoce, es casi-casi, un lobo. Él o ella no sabe que debe su indefensión a nuestra especie, quien lo domesticó al inicio de los tiempos y que un día se aburrió y lo condenó a gestionarse la vida como cuando era silvestre.
El perro adulto de la calle que usted adopte no sabe que usted velará por su seguridad y su felicidad no sólo por corregir un error de nuestra especie, sino porque su compañía es lo más parecido a un pedacito de cielo, y tampoco sabe que un día el meneo de su colita pondrá el ritmo a dos corazones. A los perros de la calle los pare la indolencia en la oscuridad, y a quien adopte uno, sobre todo a uno adulto, le toca re-parirlo, darlo a luz a la luz, y también le toca repararlo. La tarea requiere mucho más empeño y amor que educar a un cachorrito que no conoce el lado malo de la humanidad, sí, pero la recompensa es bastante mayor, y eso es mucho.
Acéptele la desconfianza. Hágase a la idea de que sus ojitos tristes lo mirarán con miedo franco, con miedo disfrazado de indiferencia o con miedo envuelto en desprecio, pero miedo al fin; quizá lo miren de costado o de arriba abajo, como si estuvieran tasándolo, y es que estarán tasándolo. Sóbese el alma con disimulo y aguante, porque el amor de éste, a diferencia de los perros que uno cría desde bebés, no es gratis, uno tiene que ganárselo.
Regálele un espacio propio, una camita, por ejemplo, que sea sólo suya, donde nada lo perturbe, ni siquiera usted. Para un perro acostumbrado al sobresalto y al acoso, un lugar seguro es un paraíso.
Dele una rutina. Los horarios fijos para las comidas, paseos y demás le darán seguridad. Hasta que llegue a sus manos, el perro habrá pasado la vida, o sepa Dios cuánto tiempo, bebiendo y comiendo a hurtadillas, robando o cazando, y descansando entre susto y susto, nunca seguro de nada. Cuando él sepa que al lado de usted sus necesidades estarán cubiertas y que no será lastimado, el amor que siempre intuyó irá brotando, como un milagro, y usted atestiguará el espectáculo magnífico de un renacer.
Por lo menos durante los primeros días, resista las ganas de estrujarlo y comérselo a besos. Aunque es posible que él entienda y hasta celebre el exabrupto, podría asustarse. Él no ha conocido la ternura humana y está acostumbrado a buscar la delicadeza en los objetos. Observe a su rescatado, obsérvelo bien y lo verá metiendo la cabeza bajo el ruedo de las cortinas para que le acaricie el hocico, la frente y el cuello. Siga viéndolo y notará cómo camina en cámara lenta debajo de las ramas de las plantas de casa, para dar tiempo a que cada una acaricie su lomito. Esto hará que usted quiera morirse de la pena, pero por favor no se muera, el día en que pueda abrazarlo con toda el alma sin asustarlo está a punto de llegar.
Sea paciente. Ah, volviste, pensé que te habías ido para siempre, leerá en su mirada las primeras veces que usted regrese a casa. Toc, toc, toc, escuchará un día el tambor de su colita antes de meter la llave y cuando abra la puerta, encontrará un perrito bailarín, ¡yo sabía que no te habías ido para siempre! Esta será una de las primeras señales de que usted está haciendo bien su trabajo. Pase lo que pase, no se derrita, por favor, porque ahora él confía en usted y ya le han fallado mucho.
Prepárese para conocer los caprichos de la opinión pública. Los primeros días que usted pasee a su nuevo compañero, la gente lo mirará con extrañeza, un poco de pena y hasta algo de asquito. El tiempo, la buena comida, el baño y el amor, transformarán a su rescatado en un perro bonito, o casi, por más feo que sea cuando llegue a sus manos. Entonces la opinión pública comenzará a preguntar cuál es su raza e intentará acariciarlo. Pídale que no lo haga, salvo a quien le caiga muy mal. Los perros rescatados de la calle siendo adultos no suelen recibir bien las caricias de los extraños, y aunque nadie entiende el idioma perruno a cabalidad, todo el mundo entenderá los improperios de arrabal que soltará su nuevo amigo a la mano larga que se atreva a tocarlo sin merecer ese derecho.
El perro adulto rescatado de las calles que usted adopte, es un perro primitivo que despierta al milagro del amor intuido, pero primitivo al fin, y no entiende de sofisticaciones. Para él, una persona que corre es un ladrón o algo peor, y que el corredor vaya disfrazado de jogger porque el verano se acerca y quiere estar fit, a él le importa un pito, correrá tras el ratero y si usted no está atento, le sacará un pedazo. Evítese malos ratos y denuncias, no pasee a su perro a la misma hora que los joggers, salvo que le caigan muy mal o quiera ayudarlos a aparecer en el Guinness. ¡Una rata elegante!, pensará su compañero la primera vez que vea una ardilla y la opinión pública se espantará viéndolo trepar los árboles en pos de la rata con pashmina, ¡está estresando a la ardilla!, se le quejará alguna que la llama “mi amor” y le deja fruta suave sintiéndose buenísima, en un intento por domesticar a una especie más, sin tener en cuenta las traiciones de la nuestra. Haga usted un ejercicio de paciencia porque nada hay más peligroso que la opinión pública.
La relación que usted desarrolle con un perro rescatado de adulto, será distinta a las que haya tenido con los que educó desde cachorros. Se parecerá mucho a la amistad entre dos adultos humanos que se conocen y se quieren bien. Usted y sus manías aprenderán a vivir con él y sus manías, y él aprenderá a ser el perro que mereció ser desde que nació, pero no pudo ser. Él irá cambiando poco a poco su actitud de matón de esquina, pero seguirá siendo, para siempre, el más valiente de sus amigos. Adopte a un perro adulto rescatado de las calles y devuélvale el derecho a la alegría. Atrévase a vivir un zafarrancho de emociones, él lo merece, y usted también.