El actual desarraigo social y valórico de la política tradicional es, en parte, consecuencia de la incapacidad de seguir el desarrollo tecnológico y entender el mundo y sus tendencias.
Las ideologías que hemos heredado son parte del pasado y la velocidad con que se innova el sistema productivo y sus inmediatas implicaciones en las relaciones sociales junto a la percepción del mundo, hace que esta, la política, esté siempre desorientada y fuera de sintonía con la realidad en general.
Además, la actitud de los políticos, en vez de considerar el futuro y en cierta medida el presente, los lleva a posiciones defensivas, donde prevalen sus propios intereses de grupo, es decir la estrechez del pasado y su capacidad de orientarse disminuye hasta terminar en parálisis y desorientación.
Esta ruptura entre la política y el resto de la sociedad, se manifiesta sobre todo en relación a los jóvenes, que viven en una realidad incompatible con el actual lenguaje político y, seguramente, de ellos surgirán nuevas manifestaciones y agrupaciones con valores fácilmente distinguibles y divergentes de la política actual.
La sociedad contemporánea avanzada es por excelencia la sociedad del conocimiento y su impacto social es la innovación y ruptura.
Nuevas invenciones y tecnologías inciden con una velocidad cada vez mayor en la sociedad, cambiando la lógica y los posibles escenarios. Entre las tendencias con mayor repercusión en la vida social tenemos: nuevas formas de energía, las nanotecnologías, la bioingeniería, la electrificación del transporte, “el data-mining” con la debida integración y análisis de enormes fuentes de datos, junto con nuevas formas de interacción y comunicación social, que incluyen medio, referencias y lenguaje.
Un ejemplo de estas nuevas formas de organización político-social y como una primera expresión de su potencialidad fueron y son las jornadas de “Fridays for Future” que en poco tiempo articularon un movimiento global de millones de jóvenes, cuyo mensaje no es “absorbible” por la política tradicional.
Por estas razones y otras, resulta completamente comprensible la creciente desorientación de las “clases políticas” en relación a lo que sucede en la sociedad. Esta falta de conexión tendrá como consecuencia un proceso de redefinición política que ya se puede apreciar en muchas partes del mundo y que, entre otras cosas, explica lo que sucede con muchas protestas, donde el único lenguaje disponible al sistema es la violencia, junto con una desorientación y caos político que acrecienta los niveles de desconexión y ruptura.
Otra manifestación de este fenómeno de deterioro es el de política como práctica comercial, que caracteriza el populismo sin futuro, visión ni perspectiva, donde todo es un negocio y domina la lógica de la ganancia inmediata.
Para ilustrar el desfase entre las tecnología y la política basta pensar en el atraso enorme en termines de leyes y reglas, que han evidenciado empresas como Google, Amazon y Meta, que con su peso social y articulación de procesos interactivos inciden en modo innegable sobre cómo nacen y manifiestan nuevas preferencias políticas, económicas y movimientos sociales, problematizando aspectos fundamentales en el quehacer cotidiano como la administración de los datos personales, los límites entre lo público y privado y también los impuestos y los derechos de autor.
El sistema político después de un decenio no sabe cómo actuar ni comportarse en relación a estos “nuevos imperios” ante los cuales la política como arte de gobernar muestra todo su incomprensión e impotencia.
Los temas centrales de estos nuevos movimientos serán el ambiente, nuevas formas de democracia y participación y la superación de las rígidas estructuras de partido, donde las alianzas serán abiertas, puntuales y menos ideologizadas. En este contexto y pensando a estos aspectos, se evidencia una falta de preparación cultural y social por parte de los partidos políticos que sin lugar a duda acelerará su agonía y muerte. La política, por su parte, sobrevivirá en nuevas formas y lenguajes y esta volverá a ser parte del tejido social y del debate cotidiano.
La liquidificación progresiva de los movimientos sociales dará el golpe mortal a las ideologías sin vanificar los valores y la pregunta que tenemos que hacernos es ¿cómo será la política sin los partidos y con una lógica de alianzas puntuales y convergencias a corto plazo?
Por el momento, desgraciadamente, tendremos que seguir escuchando breves intervenciones, sobre todo televisivas, de no más de uno o dos minutos, donde se habla de logros ficticios, se alaba la política del gobierno y las habilidades sobrenaturales de líder de turno.
Todo esto, cotidianamente, sin memoria, sin historia, sin indicar de donde proviene los datos citados, sin análisis y sin sentido.
La política liquida tampoco distingue entre verdad y mentira, entre lo comprobable y no fácilmente verificable, entre lo plausible y las aberraciones con las cuales nos nutren hasta hastiarnos, sin pensar ni considerar el hecho que esta forma de comunicar niega no sólo la comunicación misma, sino que cualquier forma de credibilidad. La política liquida no tiene historia, presente ni futuro y vive desprendida del tiempo y el espacio.