¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón! He aquí el lema de la Ilustración.

(Immanuel Kant)

El pensamiento de Immanuel Kant (1724-1804) introduce una profunda ruptura respecto a los paradigmas previos de la Filosofía Occidental y universal. Esa ruptura la expresa en el apotegma: «Atrévete a pensar por ti mismo», es decir, no por otro ni desde algún tipo de poder exterior, sino en el cultivo autónomo de las capacidades racionales del propio ser. Este propósito implica, desde la perspectiva de Kant, responder a tres preguntas: ¿qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? y ¿Qué puedo esperar? La reflexión de Kant sobre estas interrogantes lo conducen a la creación de sus críticas: Crítica de la razón pura, la Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio.

Las innovaciones que introduce Kant en estas obras alcanzan tal profundidad y radicalidad respecto a la tradición filosófica, que en reacción a su contundencia quienes lo adversaron incluyeron la Crítica de la razón pura en el Index librorum prohibitorum (Índice de libros prohibidos) junto a otros textos clásicos como Sobre las revoluciones de los orbes celestes de Nicolás Copérnico, Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo Galilei, Ensayos de Michel de Montaigne, El contrato social y el Emilio de Jean-Jacques Rousseau, Los miserables y Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, Madame Bovary de Gustave Flaubert y la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano de Edward Gibbon. Cito estas obras debido a que se relacionan con la génesis del pensamiento de Kant o a que expresan sensibilidades culturales cercanas a su espíritu. Por lo demás es notorio que el Index librorum prohibitorum ejemplifica la vocación centralista y autoritaria de ciertas formas del poder a las que Kant se opuso. En el mundo han existido y existen no uno, sino muchos índices de libros prohibidos creados al gusto de los poderes fácticos y mediáticos. A este respecto la situación es tan lamentable que puede escribirse una historia universal de la quema de libros y destrucción de bibliotecas, como resultado del fanatismo religioso, ideológico y político. Honor para Kant el haber sido incluido en uno de esos infames listados, oprobio para quienes los escribieron (y los escriben).

Kant y sus obras

La interpretación más común del pensamiento de Kant suele dividirlo en dos períodos: precrítico y crítico. En el precrítico, según esta lectura, el filósofo se mantiene anclado en la tradición del pensamiento universal, y es en el crítico donde plantea la ruptura o giro copernicano. No obstante, en ambas fases la búsqueda de Kant es la misma: crear las condiciones de posibilidad de la Filosofía en general, y de la Metafísica en particular, dentro del marco histórico de la revolución científica, de la modernidad y de la Ilustración europeas, de modo tal que se construyan como ciencias, y dejen de ser un conglomerado especulativo, y muchas veces arbitrario, de conceptos. Es este objetivo el que lo inspira y, poco a poco, lo lleva hasta la madurez de sus tesis principales, motivo por el cual estimo más pertinente abandonar la polarización extrema —precrítico, crítico— y subrayar el sentido de continuidad e innovación de su esfuerzo intelectivo.

El autor del popular ensayo «La paz perpetua» (Kant), interioriza las premisas de las dos corrientes filosóficas principales de su tiempo —el racionalismo de Leibniz y Woff, y el empirismo de Locke y Hume— e intenta unificarlas en un sistema que las trascienda; tal intento es el punto de partida del kantismo en sentido estricto. Del racionalismo valora la importancia de la actividad racional independiente de la experiencia sensible, y del empirismo reconoce el mérito de haber insistido en el significado de la experiencia y de los sentidos como fuentes del conocimiento.

En el período de su creación filosófica, previo a las Críticas, pueden mencionarse obras importantes como «Pensamientos sobre el verdadero valor de las fuerzas vivas» (1747), «Historia general de la Naturaleza y teoría del cielo» (1755) y «El único fundamento posible de una demostración de la existencia de Dios» (1763), pero es en la disertación del año 1770, titulada «De mundi sensibilis atque intelligibilis forma et principiis» donde perfila bastantes líneas de pensamiento sustentadas en el giro copernicano explicado por Kant en el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura.

Puede decirse, por lo tanto, que entre los años 1769 y 1770 Kant arriba con suficiente madurez a un planteamiento bastante original e innovador. Él mismo lo atestigua cuando escribe que:

Puedo lisonjearme de haber llegado, desde hace un año aproximadamente, a fijar un criterio que podrá desarrollarse, pero que, a mi entender, será inconmovible en el fondo (Carta a Lambert escrita en 1770).

Interesa observar, como han señalado varios biógrafos, que después de esta carta a Lamber, Kant se concentra por completo en la elaboración detallada de su perspectiva, asunto que le ocupó diez años de su vida en los cuales tan solo escribió textos menores, con poca o ninguna trascendencia. En 1781, luego de años de silencio premeditado, aparece la Crítica de la razón pura.

Ateniéndonos a los datos disponibles y a las mismas observaciones de Kant en su archivo epistolar, es factible indicar que en un período de doce años (1769-1781) él maduró y dio forma a la perspectiva de estudio que tanto influiría en las corrientes culturales de los siglos XIX y XX, y que aún ahora, en los comienzos del siglo XXI, sigue ofreciendo motivos relevantes de atención y profundización. Kant tuvo en alta estima a científicos como Newton, Copérnico y Galileo, y consideró que el método de gestión científica por ellos utilizado, constituía un modelo metódico que debía seguirse en otros ámbitos del saber.

Es sintomático que al momento de escribir este ensayo los impulsos metódicos y científicos derivados de la Física relativista y de la Física cuántica, análogos a los que Kant promovió, también están originando un replanteamiento significativo en distintos ámbitos del conocimiento, y no deja de ser un dato importante el hecho de que los adversarios actuales de la cosmovisión cuántico-relativista afirmen lo mismo que dijeron los adversarios de Kant. La cosmovisión cuántico-relativista, según estos críticos, abandona el realismo epistemológico y metafísico, sustituyéndolos por un subjetivismo extremo; es lo mismo que sus antepasados dijeron sobre el pensamiento de Kant. No voy a entrar al análisis de estas críticas, me limito a señalar lo siguiente: en la revolución científica de la modernidad europea, vinculada a Newton, Copérnico y Galileo, en la Física clásica, relativista y cuántica, subyacen cosmovisiones filosóficas y metafísicas distintas a la que predominaron en la Edad Media europea y, como consecuencia, no es del gusto de los herederos actuales de esas tradiciones.

Con esto no afirmo que las creaciones intelectuales de la Edad Media europeas deban ser desechadas, de ninguna manera, muchas de ellas encierran tesoros que conviene heredar, continuar y, sobre todo, innovar y desarrollar, pero eso no se puede realizar si al mismo tiempo no se es capaz de autocrítica y de reconocer e interiorizar los méritos del pensamiento moderno y contemporáneo. Mucho daño ha causado ese dogmatismo acrítico y fanático estimulado por instituciones religiosas y políticas.

De la Crítica de la razón pura a la Crítica del juicio: el giro copernicano en el pensamiento de Kant

Volvamos a Kant. En el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, él expone, en un texto lúcido, su propuesta para la construcción metódica de la Filosofía y de la Metafísica. Se trata de pocas líneas, pero tan fundamentales que introdujeron la ruptura con la tradición filosófica hasta ese momento, y condicionaron la historia posterior de las ideas hasta el momento de escribir este ensayo. Según Kant para que la Filosofía en general, y la Metafísica en particular, logren sus cometidos de conocimiento deben construirse por la vía segura de la ciencia, y esto exige modificar la relación sujeto-objeto, de lo contrario seguirían siendo un conglomerado de conceptos que recaen sobre otros conceptos y así hasta el infinito, lo que las hace caer en un historial de disputas conceptuales sin relación con la realidad, a lo que debe agregarse la presencia de poderes fácticos que sin interés en el conocimiento y la sabiduría, se empeñan en utilizar conceptos como medios de manipulación emocional. El texto de marras es el siguiente:

Hasta ahora se admitía que todo nuestro conocimiento debía ser regulado por los objetos; pero todos los ensayos para decidir a priori algo sobre éstos, mediante conceptos, por donde sería extendido nuestro conocimiento, no conducían a nada. Ensáyese, pues, una vez si no adelantaremos más en los problemas de la metafísica admitiendo que los objetos tienen que regirse por nuestro conocimiento, lo cual concuerda mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos que establezca algo sobre ellos antes que nos sean dados. Ocurre aquí como con el primer pensamiento de Copérnico, quien, no consiguiendo explicar bien los movimientos celestes si admitía que la masa de todas las estrellas daba vueltas alrededor del espectador, ensayó si no tendría mayor éxito haciendo al espectador dar vueltas y dejando, en cambio, las estrellas inmóviles (Traducción de García Morente, pp. 30-31).

El cambio de enfoque y de contenido es dramático respecto al pasado de la historia de las ideas donde había predominado la tesis de que el sujeto cognoscente refleja en su mente la realidad objetiva. Lo que Kant afirma es que tal planteamiento elimina la posibilidad de que el sujeto agregue algo de sí mismo en el conocimiento del objeto, con lo cual la relación cognitiva es en exceso simplista. En realidad, piensa Kant, el asunto es bastante más complejo, sujeto y objeto forman una unidad donde ambos interaccionan y ambos aportan algo de sí en la generación del conocimiento. El proceso del conocer es mucho más que investigar un objeto situado fuera del que conoce, ocurre lo contrario, se trata de una correlación donde sujeto y objeto pertenecen uno al otro, y en ciertos momentos se fusionan sin distinción clara. De esta manera el autor de La religión dentro de los límites de la razón anticipa lo que entre los años 1920 y 1930 empezó a conocerse como la revolución cuántica, según la cual el observador al observar modifica lo observado.

El cambio de enfoque indicado llevó a Kant hasta un análisis exhaustivo y muy original de las facultades de la razón, subrayando la existencia de conocimientos a priori (anteriores a la experiencia), coincidiendo en este punto con el antiguo Talmud cuando dice «de las cosas conocemos lo que nosotros mismos ponemos en ellas». En la Crítica de la razón pura establece y explica el uso teorético de la razón, pero deja sin resolver aspectos que para él eran fundamentales como los temas de Dios, la inmortalidad del alma, la libertad, el bien, el mal, la vida moral y ética, temas a los que se consagra en la Crítica de la razón práctica donde estudia el uso práctico de la razón. En esta obra Kant sostiene que la vida moral no le viene al ser humano desde fuera de sí mismo, sino que se trata de un rasgo inherente a la constitución de su racionalidad, e insiste en el carácter autónomo de la voluntad como principio supremo de la moralidad. En ambas críticas queda claro que para Kant el principio de la autonomía de la razón es clave a fin de lograr que ella transite en el «camino seguro de la ciencia», y no se hunda y deambule en especulaciones sin conexión con la realidad. Finalmente, después de haber analizado las condiciones de la razón pura como principio del conocimiento teórico, y de la razón práctica, como principio de la conducta moral a través de la voluntad libre, Kant publica la Crítica del juicio, donde estudia lo que él consideraba era la tercera facultad del espíritu: el sentimiento. Lo hace mediante una investigación pormenorizada de la belleza como objeto de la estética, de los juicios estéticos y la teleología.

Lo más importante del pensamiento kantiano se encuentra en sus tres Críticas, pero son de obligado reconocimiento los méritos encerrados en el conjunto de sus obras. Puede estarse de acuerdo o no, en todo o en parte, con los contenidos de ese pensamiento, pero estimo que su punto de partida —el giro copernicano— conserva plena validez en nuestro tiempo. En la época de Kant, y mucho más en la nuestra, es claro que la dualidad sujeto cognoscente-objeto conocido es un paradigma superado, sustituido por lo que denomino el paradigma de la continuidad comunicativa sujeto-objeto donde se subraya la codependencia, correciprocidad y condicionalidad cruzada de ambos elementos (véase el libro La magia del conocimiento donde analizo este tema en detalle). Ámbitos como la cosmovisión cuántico-relativista donde el observador y lo observado se modifican mutuamente, o el carácter probabilístico del acontecer histórico donde el sujeto de la historia es al mismo tiempo el creador de las objetividades estructurales, evidencian, como lo creía Kant, que el dualismo subjeto-objeto es una simplificación extrema del fenómeno del conocimiento, se trata de un extravío existencial de muy graves y negativas consecuencias.

En el mundo actual, donde reinan como nunca las artes de la manipulación y de la mentira, reiterar los énfasis de Kant en la autonomía de la razón y en la unidad sujeto-objeto, permite ahondar en una pragmática que Kant no enunció, pero que vislumbró quizás sin saberlo: la pragmática de la autogestión personal y social, cuyas raíces son, precisamente, la autonomía de la razón, la autonomía de la voluntad, la autonomía de la experiencia. Esa pragmática de la autogestión se puede resumir en una sola capacidad: crearse desde sí mismo, en interacción con otros, y sin necesitar de poderes externos ni de narrativas ideológicas. Autogestionarse: esto es lo que Kant y muchos otros a lo largo de la historia universal, barruntaron, atisbaron sin saberlo.