The Sketch Book of Geoffry Crayon, Gent. es una colección de relatos escritos por el ensayista, e historiador estadounidense Washington Irving (1783-1859). Publicado en serie entre 1819 y 1820, muchas de las 33 historias originales (la primera reedición del libro incluye una historia adicional) corresponden a viñetas sobre la vida y el paisaje en Inglaterra. Otras tratan temas estadounidenses. Entre las varias historias destacan «Rip Van Winkle» y «La Leyenda de Sleepy Hollow». Esta última, basada en un cuento popular alemán compilado a su vez por el escritor Johann Karl August Musäus (1735-1787).

Sleepy Hollow es un pueblo pequeño, lleno de historias sobrenaturales y fantasmas. Entre ellos, un jinete sin cabeza, que recorre el pueblo cada noche para regresar luego a la iglesia donde está enterrado, para buscar su cabeza. Ichabod Crane, el nuevo maestro, está fascinado con tal historia fantasmal.

Crane gana poco dinero como maestro, pero algunas familias pudientes lo contratan como tutor de sus hijos. Conoce así y se enamora de Katrina Van Tassel, joven hermosa, con numerosos pretendientes. Entre estos, Brom Van Brunt, conocido bromista, quien elimina la competencia romántica intimidando a otros pretendientes de Katrina.

Un día, Ichabod es invitado por los Van Tassel a una fiesta, bailando con la joven toda la noche, ante la mirada celosa de Brom. Al retirarse todos los invitados queda Ichabod hablando con la joven. La conversación entre ambos no es clara en la narración, pero podemos intuir que Katrina rechaza a Ichabod, favoreciendo a Brom. El maestro se retira decepcionado y desanimado. De regreso a su casa, a caballo, Ichabod pasa por la iglesia. Ve una figura oscura que comienza a perseguirlo. Asustado, cabalga frenéticamente tratando de escapar. La figura lo alcanza, e iluminada de repente, nota Ichabod que el jinete no tiene cabeza, la cual reposa frente a él, en la silla de montar.

Ichabod espuela a su caballo, y este cambia de dirección para cruzar el puente que sale de Sleepy Hollow. El fantasma no puede viajar más allá de este puente, Ichabod se voltea para corroborar que el descabezado jinete ya no lo sigue, pero este le lanza su cabeza, derribándolo. Al día siguiente el caballo de Ichabod regresa a su establo, pero no se vuelve a saber nada más del maestro.

Siendo yo director del Zoológico El Pinar, mi último trabajo en Venezuela, nuestro administrador, de origen ecuatoriano, me contó la historia de otro fantasma sin cabeza, esta vez en Riobamba. Ciudad originalmente fundada en los llanos de San Miguel. Luego de un terrible terremoto, los sobrevivientes decidieron reconstruirla «más allá», en la llanura de Tapi. Unos 25 años después del reasentamiento de la población, a la medianoche de un sábado cualquiera, todos amanecieron alarmados, más de uno había visto a un jinete sin cabeza. Eran los días de la lucha independentista. Al escuchar el rápido galopar de un caballo a la medianoche, algunos creyeron que era un mensajero trayendo noticias de la guerra. Cual fue la sorpresa de todos al descubrir a un jinete «vestido de sombra», quizás algún espíritu de ultratumba. Curiosamente, el descabezado jinete se aparecía cada sábado, asustando a todos, y forzado a los vecinos a asistir a misa, rezar por el alma en pena, y dejar sus ofrendas monetarias.

Pensando que el descabezado no era sino un invento para «engordar» las arcas de la iglesia, unos jóvenes del barrio frecuentado por el fantasmal jinete se propusieron atraparlo. Asustados, pero decididos, con una larga cuerda y «espantando» su miedo a fuerza de tragos, esperaron hasta que el descabezado apareciera esa media noche. La larga cuerda, colocada entre dos casas, atravesaba la calle por donde siempre pasaba el «espanto». El descabezado no se percató de la cuerda, estrellándose con esta, cayendo al suelo. Los asustados jóvenes, salieron de su escondite, y al acercarse al caído se dieron cuenta que era el párroco de San Luis.

Los jóvenes y el cura se fueron a una cantina cercana, y el clérigo les confesó que estaba enamorado de una joven de Santa Rosa, pero se le ocurrió cubrirse la cara y parecer un descabezado. Para la sociedad Riobambeña, idea mejor recibida, que la de un cura enamorado.

Pero existe una historia de un descabezado real, quizás no tan simpática, pero a mi parecer tanto o más interesante.

Corría el año 1928, el 17 de abril, Don Hilarión Gimeno Fernández-Vizarra (1859-1931) daba lectura a un discurso conmemorando el Centenario de la muerte de Francisco de Goya y Lucientes (1746-1828). Acto celebrado en la Real Academia de Bellas Artes de San Luis, en Zaragoza. Don Hilarión, además hizo entrega al Museo Provincial de Bellas Artes (hoy Museo de Zaragoza) un pequeño lienzo al óleo, de 33 x 26 cm, titulado Vanitas. Esta obra del pintor asturiano Dionisio Fierros Álvarez (1827-1894), muestra un cráneo humano, visto de tres cuartos, sin mandíbula y carente de varios dientes. Sobresale dicho cráneo por sus colores amarillos y ligeramente café, y estar asentado sobre un tapete verde. Fue comprado unos diez años antes a un anticuario de Zaragoza, según lo indica Don Hilarión, «por algunas pesetas».

Esta pasada primavera, mi esposa y yo, visitamos España de nuevo. Teniendo como base Madrid, fuimos a Barcelona, Segovia y Alcalá de Henares. Sin embargo, una de las razones principales para pasar unos días en la capital del país, fue para visitar la ermita de San Antonio de la Florida, hoy Mausoleo, donde está enterrado el paradigmático Goya.

Originario de Fuendetodos, Goya fue pintor y grabador. Su obra incluye pinturas de caballete, murales, aguafuertes, aguatintas y dibujos. Siempre me ha intrigado Goya, y creo que el primer libro de arte que compré era precisamente sobre su obra. He tenido la suerte de admirar varios de sus cuadros y murales en el Museo del Prado, y me impresionaron sobremanera sus frescos en la ermita de San Antonio. Goya no fue un pintor tradicional, rompió muchos esquemas artísticos de su tiempo. Nigel Glendinning (1929-2013), estudioso del aragonés, diría que era:

Un modelo romántico para los románticos; un impresionista para los impresionistas, Goya más tarde se convirtió en un expresionista para los expresionistas y un precursor del surrealismo para los surrealistas.

En 1823, enfermo, pero aun al servicio del rey, le pidió Goya permiso para convalecer en el balneario de Plombières. Llegaría a mediados de 1824 a Burdeos, donde residiría hasta su muerte, habiendo legado su última morada española, la Quinta del Sordo, a su nieto. Su amigo Leandro Fernando de Moratín (1760-1828) reporta.

Goya en efecto llegó, sordo, viejo, torpe y débil. y sin saber una palabra de francés, y sin un sirviente… y tan contento y tan deseoso de ver el mundo.

Pocos años después, a las dos de la madrugada del 16 de abril de 1828, fallece Goya, siendo enterrado en el cementerio de La Chartreuse, junto a su buen amigo y consuegro Martín Miguel de Goicochea (1755-1825).

Cincuenta años más tarde, Joaquín de Pereira, cónsul de España en Burdeos, caminaba entre tumbas, descubriendo un ruinoso mausoleo donde reposaban los restos de Goya y su consuegro. Reportado el descubrimiento a sus superiores, inició trámites para trasladarlos a su país natal. Durante la exhumación, Pereyra se percató de la presencia de dos féretros. Al fondo, uno forrado de zinc, el de Goicochea. Próximo a la entrada, uno de madera, presumiblemente el de Goya, con «restos de un tejido de seda de color marrón, que debe ser los del gorro con que se presume fue enterrado Goya», los huesos del cuerpo, sin cráneo. Los restos serían eventualmente trasladados a España en 1899, para reposar hasta 1919 en un mausoleo diseñado por Ricardo Bellver (845-1924) en la catedral de San Isidro.

Vanitas es una curiosa obra realizada por el pintor costumbrista asturiano Dionisio Fierros (1827-1894), para el Marques de San Adrián. Lo más intrigante del cuadro, es que atrás, en el bastidor, tiene un rotulo que reza Cráneo de Goya, pintado por Fierros. Algunas indagaciones sugieren que alguien profanó la tumba de Goya, separando el cráneo del cuerpo para análisis de frenología, desacreditada pseudociencia que estudia las relaciones entre el carácter de una persona y su morfología craneal. Otros dicen que Goya había accedido a que su amigo Jules Lafargue, le cortara la cabeza al morir para realizar su estudio frenológico. Igualmente, un nieto de Fierros afirmaba que su abuelo conservaba en su estudio una calavera que pudo haber sido la del artista. Esta parece haber terminado en Salamanca, donde uno de los hijos de Fierros se licenció en medicina. Sin embargo, a ciencia cierta, nada se sabe, fuera de especulaciones y fábulas, que pasó con el cráneo de Goya.

A orillas del Manzanares, en las afueras de Madrid, había un paraje al cual acudían los madrileños a meriendas y paseos campestres. Allí, una pequeña capilla, derribada, y reconstruida varias veces, sería consagrada a Nuestra Señora de Gracia. En uno de los altares colocaron una efigie de San Antonio hecha por el escultor Juan de Villanueva y Barbales (1681-1765), que alcanzaría tanta fama y veneración que lo convertirían en el santo titular de dicha ermita. Eventualmente demolida para permitir la carretera de El Pardo y los paseos de San Vicente y de La Florida, Francisco de Sabatini (1721/1722-1797) construiría una nueva capilla en 1770. La devoción a San Antonio de Padua ya estaba arraigada y Goya fue invitado a decorarla internamente en 1798 y al año siguiente el rey la inaugura como capilla palatina (por su cercanía al Palacio Real) con gran pompa y solemnidad.

La originalidad de los frescos, pintados en su plenitud creativa e innovadora, hacen pensar que Goya trabajó con inusitada libertad. El tema central es un episodio de la vida de San Antonio, quien, estando en Padua, fue notificado que su padre había sido acusado falsamente de homicidio. Trasladándose a Lisboa, lugar del juicio, pidió que le trajeran al difunto, para que declarara si el padre del fraile era o no, el asesino. En ese momento se levantó el cadáver y proclamó la inocencia del acusado.

Aunque Goya conocía las normas iconográficas relacionadas con la decoración religiosa, realizó una interpretación muy libre e impensada en aquellos tiempos. Para las iglesias, era usual colocar episodios terrenales en las zonas bajas, y en las altas, las escenas celestiales. Muchos cuadros religiosos seguían esta tónica (como El entierro del señor de Orgaz, por ejemplo). En San Antonio, Goya pinta el suceso del milagro en el lugar más elevado, la cúpula, y los coros angelicales en las bóvedas bajas. El pasaje humano se lleva el protagonismo, adversamente a la gloria, ubicada en el ábside. Como artificio guiador, los ángeles descorren unas cortinas, tal escenario, muestra al espectador lo que sucede arriba.

Las autoridades españolas decidirían que el pintor debía estar alojado en un lugar cercano a Madrid, ciudad que guardaba relación con su vida y obra. Desde 1919, sus «descabezados» restos descansan bajo los frescos que había pintado 121 años antes. El destino final de la cabeza de Goya es aún un misterio.

Notas

Gimeno y Fernández-Vizarra, H. (1931). Discurso leído por D. Hilarión Gimeno y Fernández-Vizarra en la solemne sesión que la Academia de Bellas Artes de San Luis celebró pa a (sic) conmemorar el Centenario de la muerte del excelso pintor zaragozano D. Francisco de Goya y Lucientes el día 17 de abril de 1928. Boletín del Museo Provincial de Bellas Artes. 15(14): 5-39.
Irving, W. (1864). The Sketch Book of Geoffrey Crayon, Gent. Nueva York: G. P. Putnam. 427 pp.
Moffitt, J. (1999). Las artes en España. Barcelona: Destino. 239 pp.
Riobamba. (s/f). Descabezado de Riobamba. Riobamba: Dirección de turismo de GADM Riobamba.
Rivas Capelo, M. J. (2014). Frescos de Goya. Guía de la ermita de San Antonio de la Florida. Madrid: Museos Municipales. 62 pp.
Rivas Capelo, M. J. (2019). La tumba de Goya en San Antonio de la Florida. Madrid: Museos Municipales. 17 pp.
Tomlinson, J. A. (2020). Goya. A portrait of the artist. Princeton: Princeton University Press. 388 pp.