La sociedad es un coloquio permanente de ideas, experiencias e intereses distintos, olvidar esto o, peor aún, buscar destruirlo, equivale a sucumbir en la prisión del sectarismo, las ideologías, los fanatismos y la manipulación.

El objeto de estudio de La Filosofía de la Historia Política costarricense comprende el estudio de las dinámicas políticas, partidarias y electorales, y de sus interacciones con el mundo social (empresarial, sindical, solidarista, jurídico, movimientos sociales, medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales en general). Otro aspecto que conviene analizar es la dimensión psicológica de los actores sociales y políticos que en buena medida permean las interacciones de lo político con los otros niveles de la realidad.

En sentido estricto, por lo tanto, lo político es solo comprensible en sus vínculos orgánicos con las otras instancias de la totalidad histórica, sin conocer esas relaciones es imposible dar con «la verdad» de la política que, como todo lo humano, es una mezcla de luces y de sombras. Es por esto por lo que conocer la historia de los partidos políticos y de los movimientos políticos es solo una pequeña parte de la Filosofía de la Historia Política. Cuando se estudian las interacciones de lo político con las otras dimensiones de la realidad (lo jurídico, lo mediático, lo económico y empresarial) es cuando resulta factible identificar las historias subyacentes de los hechos políticos.

A pesar de lo dicho, por razones de extensión, este artículo se refiere tan solo a los movimientos políticos, y toma ese nivel de realidad como un prolegómeno para la Filosofía de la Historia Política en general.

Sobre la base de lo indicado puede afirmarse que en Costa Rica no existe una Filosofía de la Historia Política; lo que se observa, y se observa en abundancia es un oportunismo academicista y profesoral plagado de preferencias ideológicas tan cambiantes como cambiantes son las circunstancias y los intereses, y a esto no se le puede denominar conocimiento.

Postulado inicial

Los sistemas sociales y los subsistemas políticos más duraderos, eficaces y creativos han sido y son aquellos donde prevalecen procesos dialécticos de formación de opinión, creación de consensos y toma de decisiones compartidas. En las antípodas de este enunciado se encuentran subsistemas políticos donde dominan de forma unilateral, dogmática, represiva y sectaria las opiniones, los intereses y enfoques de quienes detentan el poder, sea político, económico, cultural, mediático o de cualquier otro tipo. En el marco de este postulado se comprende que la Filosofía de la Historia Política es, por antonomasia, un esfuerzo sistemático para generar conocimientos sobre la base de experiencias diversas, distintos intereses y distintas ideas, explicaciones e hipótesis. La Filosofía de la Historia Política busca descubrir y hacer evidentes las correlaciones y codependencias entre las distintas fuerzas y corrientes que operan en la historia. Lejos de ella los oportunismos y unilateralidades interpretativas.

Reformismo y rupturismo

Una distinción relevante en la historia política costarricense es la que diferencia los conceptos de «reformismo» y «rupturismo». El primero concibe el cambio social como un proceso paulatino de reformas sociales parciales que generan progreso y bienestar individual y colectivo sin que sea necesario postular la ruptura violenta del orden social establecido. En este sentido, el reformismo político produce cambios que, al acumularse, ocasionan transformaciones sustantivas hasta originar el nacimiento de nuevas etapas en la evolución de las sociedades. El enfoque rupturista, por el contrario, pretende sustituir el sistema social existente por otro que considera mejor y, en ese marco, las reformas sociales parciales que impulsa el reformismo político se califican como un medio para consolidar el orden existente y evitar la ruptura violenta de la vida social.

La experiencia histórica, tanto en Costa Rica como en otras latitudes, ha demostrado —mejor que cualquier teoría— que el cambio social se produce a través de reformas parciales progresivas, y que el rupturismo conduce a realidades contrarias a las predicadas. Este es el caso, por ejemplo, de la ex Unión Soviética, Corea del Norte, Nicaragua o Cuba, países donde los movimientos rupturistas afirmaban sustituir el capitalismo por el socialismo, y establecer un régimen político-ideológico mucho más democrático que el de las democracias liberales, pero lo que hicieron fue crear regímenes socioeconómicos y políticos capitalistas, dictatoriales y/o despóticos conocidos en Economía, Sociología, Historia y Politología como «capitalismos dictatoriales de Estado». Lo que se postuló como una ruptura social radical, se transformó en un fenómeno ultraconservador y contrarrevolucionario. Karl Marx, en los Manuscritos de Economía y Filosofía de 1844 se percató de ese tipo de capitalismo de Estado universal y dictatorial, e indicó que tal sistema no tenía nada que ver con su idea del socialismo. En la experiencia histórica ocurrió lo que él, al menos entre 1837 y 1845, no deseaba que sucediera (sobre este tema ver en esta misma revista los ensayos Dos mentiras: anarcocapitalismo y socialismo: el engaño tiene fecha de caducidad del 19 de marzo de 2021; Karl Marx y la sociedad 4.0 del 19 de octubre de 2021; y Las izquierdas del capitalismo en América Latina del 19 de julio de 2022).

Costa Rica: 1940-1950

Lo escrito es importante para mejor comprender la historia política costarricense porque en este país, entre los años 1940 y 1950, se produjeron unas alianzas políticas, y unas reformas sociales, donde se encontraron y se desencontraron corrientes históricas reformistas y rupturistas en los términos definidos con anterioridad. Esta década marca el inicio de la etapa contemporánea de la historia política de Costa Rica, y ofrece experiencias, ideas y realizaciones que han sido fundamentales en la vida social del país. En los años referidos se produjeron las siguientes reformas sociales principales: creación de la Universidad de Costa Rica, creación del Seguro Social, aprobación del capítulo constitucional de las Garantías Sociales, aprobación del Código de Trabajo, Asamblea Nacional Constituyente y creación del Estado Social y Liberal de Derecho, eliminación del ejército, creación del Movimiento Solidarista, consolidación del Movimiento Sindical y nacionalización bancaria. Estas reformas condujeron a la finalización del modelo de desarrollo agroexportador de la República Liberal, y colocaron las bases para el diseño y ejecución de la estrategia de sustitución de importaciones y Estado de Bienestar que se aplicó en el país desde principios de los años sesenta hasta el año 1982. Alrededor de las reformas indicadas se crearon dos bloques de alianzas políticas y sociales enfrentados en la guerra civil de marzo-abril de 1948, cuya composición interna revela la presencia, en cada uno, de aliados coyunturales que coincidían en su objetivo táctico, pero discrepaban en sus visiones estratégicas.

Es claro que en el bloque de gobierno existía una corriente (la comunista) para la cual la reforma social constituía tan solo un paso hacia la ruptura del orden social establecido, y que en el bloque de oposición se movía una poderosa fuerza cuyo objetivo era oponerse a la reforma social e intentar la restauración de la República Liberal. Pero también existían corrientes reformistas de inspiración socialcristiana y socialdemócrata que buscaban mejorar, poco a poco, las características de la sociedad costarricense. En definitiva, la composición interna de los bloques en pugna evidenciaba la presencia de cuatro corrientes históricas claves:

Primera, la reformista democrática y liberal formada por el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, el partido Acción Demócrata y el Partido Socialdemócrata, que favorecía la reforma social, una mayor presencia estatal en la sociedad y se inspiraba en la II Internacional Socialdemócrata. Esta corriente condujo en la década de los cincuenta a la creación y consolidación del Partido Liberación Nacional.

Segunda, la liberal conservadora que buscaba un retorno a la situación prevaleciente antes del gobierno reformista de Alfredo González Flores y que, luego de la guerra civil de 1948, se subdivide en distintos grupos; unos se incorporaron a la socialdemocracia y otros al socialcristianismo.

Tercera, la reformista formada por el Partido Republicano Nacional, la Jerarquía de la Iglesia Católica, inspirada en la doctrina social del cristianismo y en figuras que, entre 1850 y 1930, se habían opuesto en Europa a la versión comunista del socialismo. Esta corriente impulsaba la reforma social en el marco de una tradición democrática y liberal con menor presencia estatal en la sociedad.

Cuarta, la rupturista, formada por el Partido Vanguardia Popular (comunista) que favorecía la reforma social como un paso necesario antes de impulsar la ruptura del sistema social capitalista y el establecimiento de una dictadura caracterizada por ellos como «proletaria». Para los comunistas la reforma social era el antecedente reformista de la «revolución democrática, antifeudal y antiimperialista» a la que se refería el Programa del VI Congreso de la Internacional Comunista, y que se conceptuaba como un período de transición hacia la dictadura proletaria y el socialismo.

En un sentido muy preciso, la trayectoria de estas cuatro corrientes históricas, sus expresiones, ramificaciones, divisiones, filiaciones internacionales, planteamientos programáticos, liderazgos principales y acciones puede seguirse con claridad desde 1940 hasta el presente (año 2023). A pesar de los cambios que han tenido lugar en las fuerzas políticas y sociales desde el final de la guerra civil de 1948, la vida política nacional se ha movido en el marco categorial y simbólico creado en la década de los cuarenta del siglo XX, y esto explica que en el imaginario colectivo y en las narrativas políticas básicas se siga haciendo referencia a los años cuarenta, a pesar de que la sociedad costarricense contemporánea es muy diferente a la existente en aquella época, siendo sus necesidades y desafíos muy distintos. Esto denota cierto inmovilismo mental y emocional de las fuerzas políticas que las han alejado de las narrativas y sensibilidades sociales dominantes en los primeros veintitrés años del siglo XXI. Es cierto que la reforma social, la guerra civil, la Asamblea Nacional Constituyente y los Decretos de la Junta Fundadora de la Segunda República, constituyen hechos claves y determinantes de la Costa Rica moderna y contemporánea, pero no ocurre lo mismo con las narrativas políticas e ideológicas asociadas a esas transformaciones, y este es un dato que no ha permeado lo suficiente la mentalidad prevaleciente en los movimientos políticos. Desde 1950 hasta el presente se ha venido produciendo un distanciamiento cada vez mayor entre los hechos objetivos y las subjetividades políticas asociadas a esos hechos, y esto explica, en parte, la crisis de credibilidad que padecen los partidos políticos y la institucionalidad forjada en el marco de la democracia liberal y del reformismo social.

Hegemonía socialdemócrata, complementariedad social cristiana y subordinación táctica de la izquierda y del conservatismo (1950-1982)

Entre los años 1950 y 1990 la corriente reformista de inspiración socialdemócrata hegemonizó la evolución política, social y económica de Costa Rica, contando para ello con la cooperación y complementariedad de la corriente socialcristiana, mientras las fuerzas que propugnaban en favor de una ruptura del orden social y las fuerzas conservadoras, experimentaban una dinámica de subordinación táctica y estratégica respecto a la hegemonía socialdemócrata complementada con la creciente fuerza de la corriente socialcristiana.

Noviembre del año 1976: cinco visiones estratégicas

La situación indicada alcanza un importante grado de madurez en el «Simposio la Costa Rica del año 2000», realizado en noviembre del año 1976, cuando en el Teatro Nacional se encuentran los principales liderazgos políticos, intelectuales, empresariales y sindicales de la época, y exponen sus proyectos de realización histórica. Estos proyectos constituían una cierta actualización de sus visiones estratégicas, pero en lo fundamental se trataba de una continuidad histórica respecto a los proyectos existentes en las fuerzas políticas, económicas y sociales que se enfrentaron en los años cuarenta. En apretada síntesis las visiones tácticas y estratégicas expuestas en Costa Rica entre los años 1965 y 1976, y que se expresaron de manera sintética los días 11, 15, 16, 17 y 18 de noviembre de 1976 pueden resumirse del siguiente modo:

Reformismo socialdemócrata estatista que proponía un sistema social de Estado Empresario y mercados económicos regulados. Esta corriente fue dominante entre los años 1965 y 1980, perdió la hegemonía en los años ochenta, y desde entonces se debilitó hasta casi desaparecer. Al momento de escribir este ensayo aún existen pequeños grupos políticos herederos del social-estatismo intervencionista y de Estado empresario, pero ni siguiera alcanzan el nivel de grupos de presión, se trata, más bien, de conglomerados de políticos situados al margen de las corrientes políticas principales, y que buscan, de alguna manera, algún tipo de poder dentro de tácticas y estrategias en las que no creen.

Reformismo socialdemócrata de tercera vía que trabajaba en favor de un Estado fuerte no intervencionista ni centralista y propugnaba una economía de mercado abierta, globalizada, no protegida. Dicha tendencia alcanzó la hegemonía en los años ochenta y desde entonces se convirtió en la corriente histórica principal. En el presente, y desde el año 2010, experimenta un proceso de decadencia y progresiva irrelevancia vinculado a las insuficiencias de su reflexión intelectual, el deterioro de los parámetros éticos de su desenvolvimiento y la transformación de los partidos políticos que la representan en simples aparatos para favorecer intereses personales y electorales.

En el plano internacional las dos corrientes de reformismo socialdemócrata indicadas guardan relación con los herederos contemporáneos de la II Internacional Socialdemócrata.

Reformismo social nacionalista cuyo objetivo era construir una sociedad nacionalista de Estado participativo y mercados económicos orientados desde el Estado. Esta expresión política, que gobernó entre los años 1978 y 1982, desapareció poco después del año 1982, y reapareció en el marco de los movimientos políticos social-estatistas que se desprendieron del reformismo socialdemócrata y socialcristiano, y gobernaron el país entre los años 2014 y 2022, para desaparecer en términos institucionales de Estado y gobierno en las elecciones nacionales del 2022.

Reformismo liberal-conservador que en los años setenta del siglo pasado favorecía una sociedad de Estado mínimo y mercados económicos desregulados. Se trata de una tendencia histórica prevaleciente en el país desde el siglo XIX que, hacia finales del siglo XX, alcanzó alguna madurez partidaria y que poco tiempo después desapareció o se diluyó en otras corrientes de reformismo estatista socialdemócrata, socialcristiano y de tercera vía. Con la crisis y pérdida de influencia de los reformismos indicados, de las expresiones social-estatistas que gobernaron entre los años 2014 y 2022, la corriente de reformismo liberal-conservador se transformó en una tendencia liberal estatista que obtuvo el triunfo electoral nacional en el 2022 y, al momento de escribir este texto, busca consolidarse como una fuerza histórica permanente.

Ruptura marxista-leninista cuyo horizonte de realización histórica consistía en realizar una revolución «democrática y antiimperialista», como paso previo o de transición hacia una revolución socialista que estableciera una dictadura proletaria y luego construyera una sociedad socialista. Esta corriente entró en franca decadencia luego de la desaparición de la Unión Soviética y la casi desaparición del Movimiento Comunista Internacional. A partir de ese momento se dividió en varias tendencias, unas se mantuvieron en la tesis rupturista, y otras se adhirieron a posiciones más moderadas de reformismo revisionista o «comunismo» a la tica. A nivel internacional mantiene relación con el denominado Socialismo del siglo XXI y sus ramificaciones.

Las visiones tácticas y estratégicas señaladas que, como he dicho, fueron sintetizadas por sus principales líderes en el «Simposio la Costa Rica del año 2000» (noviembre, 1976), y que heredaban las corrientes enfrentadas en la década de los cuarenta del siglo XX, se encontraron y desencontraron de manera muy intensa entre los años 1976 y 1990, período en el cual la propuesta de tercera vía (socialdemócrata y socialcristiana) alcanzó la hegemonía política, social y electoral, condición que en el caso del reformismo socialcristiano se mantuvo hasta el año 2004, y hasta el año 2014 en el caso del reformismo socialdemócrata. Luego del 2014 la hegemonía apuntada se trasladó hacia un movimiento político social-estatista en el cual confluían corrientes que provenían de la socialdemocracia, el socialcristianismo y el socialismo. Ese social-estatismo de nuevo cuño conservó su hegemonía hasta el año 2022 cuando su expresión partidaria desapareció del mapa electoral.

Hegemonía socialcristiana, complementariedad socialdemócrata, subordinación de la izquierda y el conservatismo (1990-2006)

Entre los años 1990 y 2004 la corriente reformista de inspiración socialcristiana hegemoniza la evolución política, social y económica de Costa Rica, contando para ello con la cooperación y complementariedad de la corriente socialdemócrata, mientras las fuerzas rupturistas del orden establecido y las fuerzas conservadoras experimentaban una dinámica de subordinación táctica y estratégica respecto a los reformismos socialdemócratas y socialcristianos.

La consecuencia de la subordinación de la izquierda y del conservatismo: ausencia de autonomía estratégica

Hasta el año 2022 la subordinación táctica y estratégica de la alternativa rupturista y de la alternativa liberal-conservadora respecto a los reformismos históricos (socialdemocracia, socialcristianismo y social estatismo de nuevo cuño), generó una singularidad histórica relevante: la imposibilidad, para esas corrientes, de ser autónomas respecto a los reformismos hegemónicos y, en consecuencia, su no transformación en alternativas reales de poder. Dicho de otra manera, la corriente rupturista y la corriente liberal conservadora, desde 1940 hasta el año 2022, no fueron capaces de constituirse en alternativas reales de poder porque carecían de autonomía táctica y estratégica respecto a las fuerzas hegemónicas; esto explica, en el caso del rupturismo, su condición minoritaria y su incapacidad para crear nuevas mayorías políticas y político-electorales y, en el caso de la corriente liberal-conservadora, su incorporación a los reformismos hegemónicos en el período indicado. Pero esta circunstancia comenzó a cambiar con el resultado electoral del 2022.

¿Un nuevo bloque hegemónico liberal-conservador?

En efecto, entre los años 2020 y 2022 la vía liberal conservadora alcanzó un importante nivel de autonomía respecto a los reformismos históricos tradicionales y los social-estatismos de nuevo cuño (estos últimos desaparecieron del mapa electoral), lo que le permitió ganar las elecciones nacionales del año 2022, a pesar de la férrea oposición mediática, y trazarse el objetivo de consolidarse y desarrollarse como un nuevo bloque político hegemónico, circunstancia que aún no alcanza. Cuál sea el desenlace de esta situación depende, por una parte, de la capacidad de la corriente liberal-conservadora para construirse como estructura partidaria permanente con una visión táctica y estratégica de la evolución costarricense, y, por otro lado, de la capacidad del reformismo histórico (socialcristianismo, socialdemocracia y social-estatismo de nuevo cuño) para reinventarse en la condición contemporánea.

¿Qué significa reinventarse?

En este sentido conviene señalar que la eventual reinvención de los reformismos históricos implica impulsar la creación, consolidación y desarrollo de nuevos liderazgos, no tanto en términos de edad, sino en contenidos de la visión sobre el desarrollo social y económico. De lo que se trata es de combinar liderazgos históricos con nuevos liderazgos, en el marco de ideas y planteamientos por completo actualizados, en sintonía con la cuarta revolución industrial, la fusión de lo biológico y lo tecnológico, la creación de una nueva estrategia de desarrollo social que herede la experiencia histórica pero que en lo fundamental apunte hacia el presente y el futuro. Y esto significa una gran re-invención intelectual, organizacional y práctica en los partidos políticos, movimientos sociales, el Estado y el gobierno. De cómo se resuelva ahora (2023-2030) el tema de la reinvención política, social e institucional depende la consolidación y desarrollo de las nuevas hegemonías políticas, sociales y económicas en lo que resta del siglo XXI. Se requiere madurez personal y colectiva, capacidad intelectual, sabiduría, lucidez estratégica, transparencia táctica, capacidad de generar alianzas sociales y políticas de nuevo tipo, y crear nuevas mayorías sociales, políticas y electorales. El tiempo de los acuerdos tras bambalinas entre cúpulas y dirigencias no es el de ahora. El desafío es inmenso y, si no se desarrolla la capacidad de abordarlo y resolverlo en el corto plazo, se vislumbra una pesadilla de la que después será muy difícil y doloroso despertar.