El 12 de abril pasado recibí una llamada de un número que no conocía. Desde el otro lado de la línea, una voz de mujer con un precioso acento sudamericano que no supe localizar me dijo que era la hija mayor del escritor Julio Gálvez Barraza, un antiguo y querido amigo mío.

Me comunicó que su padre había tenido un accidente cardiovascular y que se encontraba muy grave, Alejandra, que así se llama la muchacha, me informó que estaba inconsciente y que los doctores daban muy pocas esperanzas de que pudiera recuperarse.

El 14 de abril fue el 92.º aniversario de la proclamación de la Segunda República Española. En un acto organizado en Castelldefels, ciudad donde vivió Julio desde 1973 a 1995, se conmemoró la instauración de dicho régimen en sustitución de la monarquía personificada por Alfonso XIII, los participantes le recordamos a él e hicimos votos para su pronta recuperación.

En la época que estuvo en esta ciudad participó de una forma significativa en los movimientos ciudadanos de los últimos años del franquismo, la Transición y los posteriores de la democracia. Por su actividad junto a su esposa Maggie llegaron a ser muy apreciados debido al compromiso social de ambos en un tiempo estimulante e irrepetible.

En Castelldefels comenzó su reconocimiento como escritor al obtener el primer premio «Sant Jordi» en 2004 de narrativa en castellano, por su cuento Los muertos no se venden, que le llevaría, posteriormente, a ser una de las personas que más y mejor han investigado sobre Neruda y la relación del poeta con España.

En 1998 obtuvo en su Chile natal el primer premio del concurso internacional «Neruda: el ser americano» por su ensayo Neruda. Testigo ardiente de una época, dicho galardón fue el más importante, económicamente hablando, otorgado hasta la fecha en ese país por una obra literaria.

En 1999, participó de forma significativa en la organización de los actos conmemorativos de los 60 años de la llegada del Winnipeg, bajo el patrocinio del Centro Cultural de España en Chile.

En julio de 2001 regresa a España y colabora como coautor en la propuesta poético-musical Neruda vuelve a la Casa de las Flores, que se celebró en la que fue residencia del poeta en el barrio de Argüelles de Madrid. En la casa que como él mismo nos decía:

Preguntaréis: ¿Y dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros.
Os voy a contar lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
Mi casa era llamada la casa de las flores,
porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Raúl, ¿te acuerdas?
¿Te acuerdas, Rafael?
Federico, ¿te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?

A Castelldefels, volvió en 2004, para presentar, Neruda y España, de Ril editores, dicha presentación tuve el honor de hacerla en la Casa de Cultura, con prólogo hermosísimo de Poli Délamo:

La relación de Pablo Neruda con España significó en su vida y en su poesía un factor de influencia definitiva. Enamorado de ese país desde que pisó su suelo, no dejó nunca de cantarle ni de lamentar la suerte que habría de caerle como maldición durante tantos años. Julio Gálvez Barraza estudió a este, durante los años que pasó en España, y fue hilvanando la historia necesaria e imprescindible para entender en profundidad la obra de nuestro Pablo Neruda.

En el citado libro relata los inicios de la amistad de Neruda con Rafael Alberti, su residencia en España antes de la Guerra Civil, sus actividades en Francia en pro de la república, sus relaciones con Miguel Hernández y con otros poetas coetáneos, incluye, así mismo, datos del poco estudiado exilio republicano español a Chile, recogiendo en muchos casos, el testimonio directo de los protagonistas y recreando el clima de la época con una prosa limpia, que hace que la obra se lea con agrado.

Capítulo aparte, que también recoge pormenorizado en el citado libro y que anteriormente he mencionado, fue la gesta del Winnipeg y que nuestro autor relata magistralmente.

El Winnipeg era un viejo carguero de bandera francesa que transportaba diversas mercancías desde África a Francia, de alrededor 5,000 toneladas, no solía llevar a más de 70 personas. Por ese motivo se tuvieron que acondicionar sus bodegas para poder dar cobijo a los casi 2,500 refugiados que habían acudido de diversos puntos de Francia huyendo de la Guerra Civil española y temiendo el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Esta singular odisea fue organizada por el poeta Pablo Neruda, que volvió a Chile en 1937, tras haber sido cónsul desde 1934 en Madrid y en Barcelona, conocía, por tanto, de una forma directa la trágica situación de los españoles tras la derrota. En 1939, gobernando en Chile el Frente Popular, el presidente Pedro Aguirre Cerda le encargó a Neruda la organización del transporte de los exilados republicanos. Para ello se le concede el título de Cónsul Especial, el cual partió hacia Francia junto a su mujer Delia del Carril, a la que sus amigos apodaban la Hormiga, debido a su incansable actividad.

Instalaron su oficina en la aduana del citado puerto y desde allí, junto al Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), citaron a los que había en los distintos campos de concentración. La convocatoria fue en los días 29, 30 y 31 de julio de 1939 y les indicaban los pasos a seguir para poder acogerse. Neruda otorgó a los pasajeros la visa que les permitiría embarcar el 31 de julio.

El embarque se produjo el día 4 de agosto de 1939, zarpando seguidamente, según el propio poeta:

Yo los puse en mi barco.
Era de día y Francia
su vestido de lujo
de cada día aquella vez
fue
la misma claridad de vino y aire
su ropaje de Dios forestal.
Mi navío esperaba
con su remoto nombre
«Winnipeg».

Tras diversas peripecias, el miércoles 30 de agosto por fin avistaron tierra chilena y el vapor atracó en el puerto de Arica, en la frontera con el Perú, en donde recibieron las primeras muestras de afecto del pueblo hermano. Continuó el viaje a Valparaíso, para llegar a Santiago el día el 3 de septiembre. Fue el comienzo de una nueva vida y muchos jamás volvieron a España. Neruda había escrito un poema en el Atlántico.

Hace unos meses me llamó Julio y me comentó que estaba a punto de publicar una nueva obra titulada Otoño en Peñaflor y otros relatos, en la prestigiosa editorial Renacimiento, en su colección Los cuatro vientos.

Al poco tiempo me llegó el libro. Reproduzco las palabras en la contraportada de José Carlos Rovira, profesor emérito de la Universidad de Alicante:

Otoño en Peñaflor y otros relatos, es una excelente y creativa narración de quince episodios vinculados a los temas habituales de Julio Gálvez Barraza: diríamos que es como la intrahistoria de unos pasajes que empiezan con el amor juvenil de Neruda y concluyen con el relato de la vida de los hermanos de Antonio Machado. José y Joaquín, en Peñaflor, la localidad chilena cercana a Santiago, donde habita el autor.

En la conversación que tuve con Julio, al despedirse me dijo: «Si me haces una reseña del libro, será muy bien recibida».

El 24 de abril, Alejandra, entre lágrimas, me dijo: «Felipe, mi papá ha fallecido».

No llegué hacerle la reseña, pues dejas pasar los días y te encuentras con la inexcusable e inesperada cita de la muerte, que no avisa. Reseña que le prometí y no cumplí, a Julio, de un libro en el que la amistad, el dolor del exilio, la solidaridad, la nostalgia, la poesía y el amor a España están en cada una de sus páginas.