Los 27 estados que conforman la Unión Europea (UE) más el Reino Unido, junto a los 29 países miembros de la OTAN, decidieron finalmente asumir en plenitud la política exterior de defensa de los Estados Unidos y alinearse tras ella. Lo anterior es consecuencia directa de la invasión rusa al territorio ucraniano e inicio de la guerra desatada hace ya un año y que está dejando un número indeterminado de muertos -que suman varios miles, se estima- de niños, civiles y militares, junto a la destrucción de numerosas ciudades. Hay que agregar el gasto de miles de millones de dólares en armas aportados por Washington junto a los países de la UE y otros. Además, dos países que han sido históricamente neutrales -Finlandia y Suecia- han solicitado formalmente su incorporación al pacto militar atlántico, rompiendo este último más de 200 años de neutralidad que los libró de las últimas dos guerras mundiales.

Europa ha generado el mayor número de guerras en la historia humana. La última, en 1999, de las fuerzas de la OTAN contra Yugoslavia duró casi tres meses dejando más de dos mil muertos -incluyendo 87 menores de edad- y cuantiosos daños materiales en los bombardeos a Belgrado y otras ciudades. En curso está ahora la guerra que se libra en territorio de Ucrania.

Europa no termina de temer a Rusia y ha incluido a China en su lista. La percepción de inseguridad se ha visto aumentada por la presencia global de este último país que ha llevado a Estados Unidos a poner en fila a la UE convencido de que su hegemonía y principios están amenazados. La consecuencia directa ha sido la decisión política de los europeos de hacer realidad el compromiso de llegar al 2% o más de su PIB en materia de gasto militar, lo que es un cambio radical en países como Alemania que en 2020 destinaba solo el 1.34% del producto en defensa. Con ello se deja atrás la política que buscaba mantener cierta independencia de los Estados Unidos y se hace realidad lo que insistentemente reclamaba el expresidente Donald Trump respecto a la poca inversión de Europa en su propia seguridad.

También los ecos y temores de la guerra han hecho que Japón aumente su gasto en defensa anunciando su rearme y doblando el gasto militar desde 1,07% del PIB en 2020 al 2% que espera alcanzar en 2027. En el Asia-Pacífico podemos sumar el compromiso de Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS) de construcción de submarinos nucleares, que permitirá a los australianos contar con al menos tres sumergibles en la próxima década y dos más a futuro. Resta saber cómo Washington intentará influir en América Latina y África que hasta ahora se han mantenido al margen del conflicto entre Ucrania y Rusia.

Desde el término de la Segunda Guerra Mundial, la división de Europa en dos bloques junto a la Guerra Fría que conocimos y que se extendió hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989, los europeos occidentales entregaron su seguridad a los Estados Unidos que estacionó miles de tropas, armas nucleares y bases militares resguardando sus fronteras del Pacto de Varsovia. Washington ha garantizado la tranquilidad de los países agrupados en la OTAN asumiendo los cientos de miles de millones de dólares, mientras que sus aliados con dificultad cumplían parte de los compromisos financieros asumidos. Es más, desde que Francia decidió tomar un camino independiente en 1966 y retirarse de la alianza militar, las críticas a la presencia de soldados estadounidenses aumentaron proporcionalmente al involucramiento del país en la guerra de Vietnam que tuvo un efecto devastador para su imagen en prácticamente todo el mundo.

La decisión del general Charles de Gaulle de no abandonar el compromiso de defensa colectiva de la OTAN, pero sin subordinarse a una potencia extranjera lo llevó a afirmar la independencia política, autonomía militar y desarrollar su propio poder nuclear. La hostilidad a las políticas de Washington en Europa junto con las rivalidades de Francia con el Reino Unido debilitó la estructura de la alianza atlántica en las décadas siguientes. La V república francesa y los orgullosos jefes de Estado que sucedieron a de Gaulle -los presidentes Pompidou, d’Estaing, Mitterrand y Chirac- durante más de 40 años mantuvieron la postura independiente sin abandonar la colaboración con la OTAN hasta la llegada del presidente Nicolas Sarkozy, quien en 2009 reincorporó a su país al pacto militar.

Durante ese largo período de tiempo se planteó muchas veces la posibilidad de creación de un “ejército europeo” para reafirmar la independencia de Europa respecto de Estados Unidos. Las iniciativas de alto nivel fueron varias destacándose la del ex canciller federal alemán, Helmut Kohl en 1988, la declaración de Saint-Malo firmada 10 años después por el entonces primer ministro británico Tony Blair y el presidente francés Jacques Chirac o más recientemente la efectuada por el presidente Emmanuel Macron en 2018 y firmemente respaldada por la ex canciller federal, Angela Merkel ante el Parlamento Europeo ese mismo año, donde señaló que “un ejército europeo demostrará al mundo que una guerra entre países europeos nunca más será posible”. No está de más recordar que el actual mandatario francés declaró en noviembre de 2019: “lo que estamos experimentando actualmente es la muerte cerebral de la OTAN".

La guerra iniciada por Rusia al ocupar Ucrania produjo un cambio sustancial en las relaciones entre los países de la UE y los Estados Unidos, así como con Rusia. La irrupción de China y la estrecha relación con Moscú están provocando una re-configuración de una parte del escenario mundial. Europa aceptó sumarse a Washington en el plano de la defensa aumentando significativamente el presupuesto militar que probablemente superará el porcentaje solicitado y que ya ha desatado una carrera armamentista que consumirá parte importante de los presupuestos nacionales.

La decisión europea sin duda alguna está influída por la consolidación de China como potencia global encaminada a disputar la hegemonía de Estados Unidos en todos los planos, aunque tenga todavía un largo camino para alcanzar o superar en tecnología de punta y obviamente en lo cultural, a los Estados Unidos. El cambio en la política exterior de defensa de Europa está siendo hasta ahora respaldada por sus ciudadanos por cuanto se entrega solo apoyo político, financiero y una limitada entrega de armas. Ucrania reclama aviones, misiles y nada asegura que las demandas no sigan en aumento y que sean satisfecha. Al decir de algunos analistas militares, Ucrania sola no tiene posibilidades de vencer en el actual escenario.

La guerra en curso, como todas, dejará secuelas difíciles de recomponer, pero además ha remecido el escenario global dejando al desnudo las limitadas capacidades de Naciones Unidas de resolver crisis. En el siglo XX el orden mundial cambió como consecuencia de dos guerras mundiales. Hoy los desafíos de la humanidad parten con la urgencia climática, la necesidad de preservar el planeta y terminar la guerra que puede escalar y extenderse en Europa. Es hora de adecuar el sistema internacional y sus organismos a esta realidad. La pregunta es si tendremos que esperar una tercera guerra mundial para que ello ocurra.