El mercado de la sal fue durante el siglo XII, una importante fuente de ingresos para la dinastía Song, familia que posicionó a China como el mayor Imperio de la región y de mayor tecnología, con la entonces reciente invención de la pólvora y un avanzado mercado de intercambio con papel moneda.

En las afueras de Hong Kong, había un pequeño pueblo de pescadores que, protegido por sus murallas, sobrevivía en cierta medida aislado al creciente desarrollo de la ciudad.

La Guerra del Opio, desataría una disputa entre el Imperio Chino y los británicos por el dominio de Hong Kong. Paradójicamente, la Ciudad Amurallada (nombre con el que se la conocería posteriormente) fue una hija del contrabando. Por ello mismo no resulta extraño pensar que su imagen de ciudad bastarda y pecaminosa, se la forjó desde un principio.

Una vez terminada la guerra en 1842, el Imperio Chino les cedió Hong Kong a los británicos. Fieles a su diplomacia, estos no demoraron en poner a un gobernador conservador dispuesto a defender los enclaves británicos que se extendían en todos los rincones del mundo. A finales del siglo XIX, luego de estar disputado constantemente por ambas naciones y no tener una jurisdicción definida, la ciudad quedó acéfala y huérfana de leyes.

Limitada por sus murallas, buscó salida hacia los cielos, llegando a tener sus edificios unos diez pisos de altura (de no ser por la proximidad del aeropuerto de Hong Kong ubicado a unos doscientos metros, se hubiera extendido más aún más) y transformando sus pasillos en oscuros pasadizos que dieron origen a una vida nocturna perpetua y a que la conozcan como La Ciudad de la Oscuridad.

Dado que ninguno de los gobiernos intervenía en su regulación, Kowloon se transformó en una ciudad arquitectónicamente anárquica, que llevó el hacinamiento a niveles impensados, llegando a contener cincuenta mil habitantes en apenas dos hectáreas y convirtiéndose en la porción de tierra más densamente poblada.

Sus entrañas estaban atravesadas por una serie de pasadizos que conectaban todos los estratos y mantenían en contacto permanente a sus habitantes. Esto daba a Kowloon el aspecto de una ciudad de actividad e interacción constante donde no existía límite entre lo público y lo privado.

Así, convivían la infancia y la prostitución, las amas de casa y los profesionales, la cultura con los vicios. Esa desterritorialización, ese desplazamiento de las barreras espaciotemporales, fue lo que volvió a esta ciudad tan llamativa y la erigió como un accidente de las civilizaciones contemporáneas donde una ciudad sin organización era inconcebible.

¿Puede convivir todo esto en una ciudad funcional? ¿Acaso el caos no se manifiesta también en las grandes metrópolis integradas? Es posible, pero la diferencia es que Kowloon funcionó así regida por sus propias leyes, sin la presencia verticalista de un Estado que regulase aquellos dominios y muchas veces con gran eficacia.

Durante muchos años, Kowloon funcionó como un centro de refugiados y forajidos que intentaban inventarse una nueva vida en aquellos laberintos anónimos. Ante la falta de un Estado regulador y de autoridad, la ciudad devino en un complejo ecosistema, cuya arquitectura la transformó en la porción de tierra más densamente poblada.

Debido a la falta de jurisdicción, proliferaron empresas sin licencia y no tardaron en hacerse sentir la presencia de triadas que gestionaban la vida nocturna de la ciudad. La palabra triada, utilizada desde tiempos de la Dinastía Ming en el siglo XIV deriva del término chino Sān Hé Huì, que simboliza la unión del cielo, la tierra y la humanidad, aunque, no es casual, que durante el dominio británico este propósito haya sido visto como una amenaza. Incluso, en el año 1970, se encontraron dos antiguos cañones chinos de 168 años de antigüedad dentro de la ciudad y, si bien Hong Kong se encontraba aún en dominio británico, esto despertó todo tipo de animosidades entre el gobierno comunista y la Commonwealth.

Sus habitantes, a pesar del hacinamiento y la convivencia con grupos delictivos, habían desarrollado un comportamiento organizado similar al de un proto-estado. En los pisos más altos convivían los pobladores y en las huestes más bajas, la noche y todos sus derivados transcurrían a plena luz del día. Las limpiezas se hacían desde la parte más alta hacia los estratos inferiores donde las condiciones sanitarias eran alarmantes. Los camiones de basura no llegaban hasta ahí y los únicos servicios que la ciudad de Hong Kong proporcionaba eran los de agua, luz y correo.

Unos años antes de su desaparición, los neerlandeses Hadmani Milas y Cristina Wesseman dieron luz al testimonio audiovisual más fiel de la ciudad: Kowloon: City Of Darkness. Durante casi una semana, capturaron fugaces muestras de la vida interna de Kowloon, llevando al mundo exterior una imagen desmitificadora: a pesar de lo sórdida que parecía ser, la ciudad había fraguado sus propias leyes y organización interna.

Asfixiada por su propia fisonomía y por una relación tensa con el gobierno chino, Kowloon vivió como una ciudad bastarda y con una población estigmatizada, con una pobreza que se acentuaba con el hacinamiento.

Finalmente, en 1993, luego de varios intentos de desalojo progresivo durante cuatro años, la ciudad fue demolida. Donde yacían todos los edificios apelmazados entre sí, hoy se extiende un enorme parque que cubre silenciosamente todo lo que antes era un permanente bullicio nocturno. Pocos años después, en 1997, Hong Kong volvió a estar en manos chinas.