La mañana del jueves 22 de octubre de 1970 una andanada de tiros hiere mortalmente al comandante en jefe del Ejército de Chile general René Schneider. El atentado constituye el paroxismo de los complots destinados a impedir –a través de la «lucha armada»– que Salvador Allende sea presidente. Se trata de un magnicidio sin precedentes, insuficientemente conocido, y que no siempre ocupa en la historiografía un lugar acorde con su transcendencia.

Siete semanas antes, el 4 de septiembre, Allende, candidato de la Unidad Popular, había ganado las elecciones con 36,6%, seguido por el derechista Alessandri con 35,3% y por el democristiano Tomic con 28,1%. La Constitución de la época encomienda al Congreso elegir entre los dos primeros.

Apenas conocido el resultado, personalidades conservadoras golpean las puertas de los cuarteles incitando a los militares a dar un golpe con el apoyo creciente del gobierno de la Casa Blanca. El entonces presidente Richard Nixon decide que el gobierno de Allende no es aceptable y, el 15 de septiembre, ordena a la CIA que monte un golpe de Estado, como lo indican los documentos desclasificados. Pero los complotadores –chilenos y estadounidenses– encuentran un obstáculo mayor: el jefe del Ejército René Schneider declara que «los militares no son opción política» y que acatarán el veredicto de las urnas.

El primero en sugerir su «neutralización» es Agustín Edwards, una de las grandes fortunas del país y dueño del diario El Mercurio, quien después de la elección se instala en Estados Unidos. En la reunión que sostuvo el 14 de septiembre con el director de la CIA Richard Helms –registrada en documentos desclasificados– propone «neutralizar» al general legalista. Lo mismo dice el embajador estadounidense Edward Korry el día 23.

Conocido el atentado, el gobierno declara estado de sitio y toque de queda; Santiago queda bajo el control de los generales golpistas. La CIA envía un mensaje triunfalista, dando por hecho el golpe de Estado. Sin embargo, un vasto movimiento popular dispuesto a defender el triunfo de Allende y la democracia, al que podrían sumarse muchos militares en comunión con el pensamiento del jefe que agoniza, tempera los ardores golpistas. Finalmente, Allende es proclamado presidente el día 24, venciendo los intentos de impedirlo. El general Schneider fallece el día siguiente1.

Los días que siguen a la victoria electoral de Allende el 4 de septiembre de 1970, medios conservadores perciben la irrupción de «los de abajo» como una transgresión subversiva de las jerarquías y consideran que su deber es impedir que el país «caiga en manos del comunismo». Lo que justifica que «alguien» impida la llegada de Allende a la presidencia, incluyendo la «opción militar».

Durante las siete semanas más álgidas del siglo XX habrá tres intentos de impedir que Allende sea electo por el Congreso. El primero, conocido como el «gambito», es un llamado a que los parlamentarios democratacristianos voten por el candidato de derecha en el Congreso, con el compromiso que este renunciará, provocando así una nueva elección. Cuando esto fracasa, hay un segundo intento diseñado por el embajador Edward Korry: una intervención televisiva del ministro de Hacienda describiendo una situación financiera catastrófica detonaría la renuncia de varios ministros que serían remplazados por militares, los que impedirían el voto del Congreso. Aunque el ministro Andrés Zaldívar pronuncia el discurso alarmista el 23 de septiembre, el segundo complot también fracasa.

El tercer intento –que reconstituimos en este artículo– consiste en «neutralizar» al jefe del Ejército lo que induciría a los militares a intervenir. La CIA, siguiendo las instrucciones de Henri Kissinger, refuerza su «oficina» en Santiago con cinco agentes encargados de contactar militares. Estos establecen comunicación con un grupo de extrema derecha que gravitan en torno al general en retiro Roberto Viaux. Los incitan a perpetrar atentados dinamiteros destinados a crear un clima de miedo y de demanda que alguien ponga orden. La última semana de septiembre y las dos primeras de octubre explotan 26 bombas, la mayoría firmadas por una inexistente Brigada Obrero Campesina, para atribuirlos a la izquierda.

La dirección del grupo está compuesta por Roberto Viaux, los generales Camilo Valenzuela, Joaquín García (aviación), Vicente Huerta (carabineros) y el vicealmirante Hugo Tirado, a quien han asignado la presidencia del país. Viaux piensa sin duda en ellos cuando exige a la CIA un seguro por 50 mil dólares para cada uno de los cinco dirigentes.

Existe un segundo círculo compuesto por unos 20 ejecutantes de primer nivel (Viaux pide a la CIA otros 20 seguros de vida por 25 mil dólares). Entre ellos hay familiares de Viaux, viejos «nacionalistas», dirigentes políticos como Raúl Morales Adriazola, «aristócratas» de extrema derecha y hombres de mano.

El plan es obra del «nacionalista» Juan Diego Dávila2. En su primera versión plantea secuestrar a las cuatro primeras antigüedades del Ejército, opuestos al golpe, para que el mando recaiga sobre la quinta, Camilo Valenzuela, implicado en el complot. Pero concluyen que basta con secuestrar a los dos primeros: los generales Schneider y Prats.

Intentan por primera vez el plagio la noche del lunes 19 cuando salen de una cena. Los extremistas emboscados esperan los Mercedes-Benz de función de los generales, pero ambos parten en sus vehículos personales sin escolta. Y sin que lo adviertan.

Hay un segundo intento el miércoles 21: el attaché militar estadounidense Paul Wimert es informado que el general Schneider será secuestrado cuando salga del ministerio de Defensa, hacia las 18:30 horas. Lo siguen, pero quedan atrapados en los atascos hasta que lo pierden de vista.

El último intento, limitado al general Schneider, está previsto para el jueves 22 por la mañana. El comandante en jefe sabe que su constitucionalismo le ha traído enemigos que se manifiestan a través de cartas anónimas, constantes llamadas telefónicas con amenazas de secuestro y requerimientos, que denunció en su discurso en la Academia Politécnica. Sin embargo, no toma disposiciones de seguridad.

La tarde del 21 los conjurados se reúnen para repetir la acción sin resultados convincentes. Algunos proponen postergar el atentado, pero Viaux, urgido por sus cómplices militares que amenazan con retirar el apoyo, insiste: «ahora o nunca».

Ese día 21 llegan a Chile las armas enviadas desde Estados Unidos por valija diplomática, con carátula falsa para ocultarlas al personal diplomático. Paul Wimert afirma haber entregado esa noche ocho metralletas, máscaras antigás y gases lacrimógenos, a oficiales chilenos que lo esperan en un vehículo, sin duda algunos de los 21 militares contactados por la CIA los últimos días3.

¿Estuvieron aquellas armas seis horas más tarde en el lugar del atentado? No conocemos evidencias en uno u otro sentido. Kissinger dirá que se las dieron a otro grupo y Paul Wimert insinúa que se quedaron en manos de los oficiales. Ambos tienen interés en negar su participación en el crimen. Pero Wimert está en relación con el grupo Viaux, sabe que «actuará» en pocas horas y para eso le pidieron armas. ¿Qué sentido tendría dárselas a otros?

El plan -dirán más tarde- consiste en bloquear el auto del general y chocarlo por detrás para que el chofer se baje a constatar los daños. Lo aturdirían de un golpe mientras rompen los vidrios traseros, desactivan el seguro y sacan al general del auto para subirlo, secuestrado, a otro4.

Pero hay un punto oscuro. Los planificadores saben que esos días los oficiales tienen instrucciones de portar arma y que el general está armado. Ante un asalto, ha de defenderse. Extrañamente, dicen no haber previsto esta eventualidad.

El tercer intento

El jueves 22 de octubre, un día nublado con fina llovizna, los perpetradores se concentran a las 7:00 horas en la Avenida Américo Vespucio norte, cerca del rio Mapocho y parten a tomar posiciones. Hay «tal vez unos 20 vehículos» afirmará más tarde Luis Gallardo, uno de los jefes.

A pocos metros de la casa del general se ubica Jorge Medina Arriaza, quien días antes había dinamitado una torre de alta tensión, encargado de dar la señal. Es visible desde un Fiat 1500 blanco que lleva un paño blanco amarrado al espejo como distintivo, cuyo conductor «Pancho» no será identificado; podría tratarse de Eduardo Avilés. Allan Leslie Cooper y otros encargados de hacer «cortina» esperan que pase el Mercedes en calle Félix de Amesti, para instalar falsas señales de Tránsito Suspendido, destinadas a aislar la zona.

En la calle Martín de Zamora, unas 10 calles más allá, se estaciona un Ford Falcon blanco, cuyo conductor no fue identificado. Unos metros más adelante se ubica un jeep Willys rojo con el motor en marcha, conducido por Carlos Labarca, acompañado por Jaime Requena. Llevan una pistola Star y otra Luger, una carabina Garrant, una metralleta desarmada y una lacrimógena.

Los encargados de bloquear y secuestrar están emboscados en la esquina de Martín de Zamora con Américo Vespucio. Allí se estaciona un Taunus beige con Julio Izquierdo al volante, acompañado por su hermano Diego Izquierdo armado de un revólver 38 Ruby Extra. En el asiento trasero van Juan Luis Bulnes, con un arma idéntica, y Carlos Silva Donoso armado de una pistola Smith Wesson 38. En el piso hay «varias armas de fuego», según la declaración de este último, y una botella de pisco, de la que toman algunos tragos. A pie, en una garita de pasajeros en la esquina sur, se instalan Jaime Melgoza, armado de un colt 45; Mario Montes, armado con una pistola Luger, y Edmundo Berríos.

Otros vehículos con hombres armados merodean el sector. No cabe duda que, además de los dos conductores no identificados, hay más vehículos y más perpetradores que los registrados en el proceso.


China
Croquis del atentado, revista Ercilla, 28/10/1970

A las 8:00 horas, el automóvil de función conducido por el cabo Leopoldo Mauna pasa a buscar al general a su casa calle Sebastián El Cano 551. Extrañamente, los carabineros habitualmente de guardia no están allí desde la noche anterior. René Schneider se instala atrás. El «vigía» Jorge Medina lo ve y hace la señal con su pañuelo: el Fiat 1500 acelera y adelanta al Mercedes. Su paso indica «ahí viene».

Mientras el auto recorre unas 10 cuadras por la estrecha avenida Martín de Zamora, el general abre su porta documentos, en el que lleva una pistola, toma su libreta personal en la que apunta sus últimas notas: «disponer los cajsi (comandos de área jurisdiccional de seguridad interior del Ejército) ante un eventual estallido de insurgencia…». Quedará impregnada con sangre.

Alertados por el Fiat, Diego Izquierdo, Silva Donoso y Bulnes descienden del Taunus. Cuando el Mercedes-Benz está cerca, el Dodge conducido por Eduardo Maffei sale sorpresivamente del estacionamiento y se cruza delante obligándolo a tomar la pista izquierda.

En ese momento, el auto del general está precedido por el Dodge, por el Ford Falcon blanco y por el Fiat 1500, que frenan al mismo tiempo obligándolo a detenerse. Detrás está el Jeep donde van Carlos Labarca y Jaime Requena, el Peugeot celeste manejado por Rafael Fernández, el Ford Falcon amarillo por Rodolfo Bey Benzann, y otro vehículo no identificado.

Como estaba previsto, el Jeep lo choca por detrás. Por la izquierda se aproximan Andrés Widow, Jaime Melgoza y tal vez Eduardo Avilés. El primero destroza los vidrios traseros izquierdos a golpes de combo. Schneider y su chofer se dan cuenta que no es un accidente, el general coge su arma y alcanza a pasar una bala.

Pero antes que pueda utilizarla (será encontrada sin disparar) Melgoza, apostado en la esquina, dispara con su imponente revolver 45 a la mano derecha del general. Este, herido, deja caer su pistola y se inclina hacia la izquierda, no se sabe si por dolor o para recogerla con su mano izquierda. Pero ese impacto no le causó la muerte.

Simultáneamente, se aproximan por la derecha Silva Donoso, quien lleva un chaquetón para cubrir el uniforme del general, Diego Izquierdo y Juan Luis Bulnes. Este último rompe los vidrios traseros derechos con un combo.

Es entonces que Diego Izquierdo y Juan Luis Bulnes sacan sus revólveres, apuntan hacia abajo, y disparan a quemarropa ocho tiros calibre 38 contra el comandante en jefe, literalmente por la espalda. Silva Donoso declarará que los vio disparar y cuando mira hacia el interior del auto ve como «Bulnes imprudentemente disparó una vez más». Al volver al Taunus Diego Izquierdo dice a Bulnes: «vacié todo el cargador». Bulnes responde que él también ha disparado y acota «Si se muere que Dios nos perdone. Era una causa justa».

Cinco disparos salieron del revolver Ruby extra que será encontrado en casa de los hermanos Izquierdo. Hacen impacto en diferentes lugares del vehículo. Los otros tres parten de un revolver idéntico, que no ha sido hallado; dos de ellos alcanzan al general. Son balas calibre 38 de plomo ahuecado, llamadas dum-dum, que se expanden cuando penetran el cuerpo humano, destrozándolo. Efectivamente, lo destrozaron.

Los perpetradores huyen en desorden, cada cual a su medio social. Melgoza donde su hermano Wolfgang que está borracho, los otros a las elegantes casas de sus familias.

Al llegar al hospital, el herido está consciente. La bala 45 le ha fracturado dos dedos y herido el hombro derecho. Uno de los tiros 38 le ha destrozado el hígado, el brazo y el pulmón; el otro entró verticalmente perforando el otro pulmón. El Dr. Jorge Castro lo opera durante cinco horas. Constata que las balas están hechas «especialmente para matar». Es imposible detener la hemorragia. Después de la operación el general despierta y tiene una leve mejoría. Pero pronto vuelve a perder el conocimiento.

El chofer, el cabo Leopoldo Maura, declara que, al sentir el impacto del choque y la quebradera de vidrios, intenta primero llamar por la radio del auto, pero no hay comunicación «algo muy irregular». Al escuchar tiros y autos que escapan coge el arma que lleva bajo su asiento, que se trabó. Alcanza a dar el número de teléfono de la Comandancia a un testigo para que dé aviso y parte al Hospital Militar con el general herido, activando la sirena del auto. Concluye: «en la forma que atacaron, yo pienso que estos no tuvieron la intención de secuestrarlo, se asimila más a un asesinato»5.

En efecto, el comportamiento de los que dispararon cuestiona la tesis del secuestro. Habrían podido abrir la puerta y sacar del auto al general herido en la mano. No intentan hacerlo. Simultáneamente lo apuntan con sus armas y vacían sus cargadores con balas ahuecadas para despedazar.

Esto indica que, más que secuestrar, el objetivo es «neutralizar» es decir sacar al general de su lugar de mando por cualquier medio, incluso el peor. De hecho, como veremos, cuando ya se sabe que está moribundo, la CIA informa que el atentado «ha producido desarrollos que siguen de cerca el plan de –Camilo- Valenzuela» y que el golpe es inminente. Esto sugiere que los perpetradores, o al menos una parte de ellos, actuaron con intención homicida.

El atentado fue extremadamente mal preparado: utilizaron automóviles propios y prestados, fácilmente identificables: dos de ellos son encontrados al día siguiente. En realidad, los «nacionalistas» tenían certeza que el golpe de Estado les aseguraría impunidad y que serían aclamados como héroes. Tendrán algo de razón. Del grupo que rodeó el auto serán detenidos y juzgados Melgoza, Silva, Dávila, Montes, Berríos, Labarca, Requena y Fernández. Enfrentarán tribunales militares que les darán penas muy bajas y, bajo dictadura, obtendrán la impunidad. Los otros, Juan Luis Bulnes Cerda, Diego Izquierdo Menéndez, Julio Izquierdo Menéndez, Eduardo Avilés Labié y Andrés Widow, Eduardo Maffei y Rodolfo Bey, escaparán al extranjero y más tarde la dictadura les concederá impunidad.

Asume el general Prats y Allende obtiene el remplazo del director de Investigaciones

Apenas el general Carlos Prats –segundo en la jerarquía– recibe la noticia va al Hospital Militar. Allí toma el mando como comandante en jefe subrogante. Llama al general Valenzuela sin saber aún que es el organizador del complot. «Con desaliento –escribe Prats– me percato que estoy hablando con un hombre abatido y desmoronado». Imputa el desánimo a la desgracia acontecida y envía al general Manuel Pinochet (sin parentesco con Augusto) a la oficina de Valenzuela para que «lo asesore» y ordena al general Schaffhauser que organice el acuartelamiento.

La noticia suscita un sentimiento de indignación que conmueve al país: todos condenan. La junta de comandantes presidida por el ministro de Defensa Sergio Ossa (implicado en los dos primeros intentos de golpe), confirma a Prats como jefe subrogante y acuerda «condenar y repudiar con la máxima energía el cobarde atentado…».

Allende, en su último acto como senador, condena en nombre de la Unidad Popular el «delito increíble, tan ajeno a Chile y a su historia», y recuerda que «tuvimos razón cuando señalamos que quería crearse un clima deliberadamente artificial después de las elecciones, destinado a interrumpir un proceso que fue diáfano…». Es aplaudido incluso por los senadores derechistas.

Luego va a La Moneda a entrevistarse con el presidente Frei. Entrega los antecedentes que establecen que está amenazado de muerte6 y pide garantías en la investigación sobre el crimen de Schneider. En términos perentorios requiere a Frei el remplazo del director de Investigaciones (policía civil) Luis Jaspard, quien ha mostrado una incompetencia próxima a la complicidad frente a la ola de atentados7. A la salida dice: «esto es parte de un plan sedicioso que se veía venir y que debe tener profundas y hondas raíces, pudiendo arrastrar a situaciones dolorosísimas si no se toman las medidas necesarias». El sindicato unitario, la CUT, reacciona declarando un paro nacional de dos horas el viernes 23, como protesta porque los actos terroristas no han sido reprimidos con suficiente energía.

El presidente Frei habla por cadena nacional a las 21:00 horas: ha reunido al Consejo Superior de Seguridad Nacional y se ha puesto en «aplicación en todo el país de un Plan de Seguridad Nacional aprobado con anterioridad». Los hechos han sido denunciados a la justicia militar. Además, anuncia que han resuelto remplazar al director de Investigaciones Luis Jaspard y designar al general en retiro Emilio Cheyre Toutin, entonces coordinador de inteligencia entre los ministerios del Interior, Relaciones y Defensa. El Gobierno confirma el acuartelamiento en primer grado de las Fuerzas Armadas; dispone estado de emergencia en todo el país y designa 21 jefes de zona; el general Camilo Valenzuela (planificador del complot) es jefe de plaza en Santiago. Decreta toque de queda de la 1:30 a las 6:00 horas.

El tercer golpe que no fue

Las noches del 22 y del 23 de octubre, el país está de hecho bajo el control militar de los golpistas. Los militares están acuartelados y sus unidades están desplegadas en las ciudades bajo el mando de los principales implicados en el atentado: el general Valenzuela tiene bajo sus órdenes las tropas movilizadas en la capital; el general de Carabineros Vicente Huerta comanda los suyos; en Valparaíso el almirante Tirado controla el puerto. La Fuerza Aérea está bajo el mando de Guerraty y García, ambos golpistas. En provincias también hay militares involucrados.

En el plano militar la posición de los golpistas es inmejorable: las principales ciudades están bajo su control. Habría bastado, en apariencia, dar la orden de «deponer» al gobierno y de «suspender» la votación en el Congreso, mientras se restablece el orden… El propio Frei informará días después a Charles Meyer, representante de Estados Unidos en la transmisión del mando, «que está sorprendido de que no hubiera habido un golpe»8.

Sin embargo, el rechazo al atentado es tal que los generales amotinados quedan paralizados y no osan ninguna orden de esa índole. Si hubiesen hecho algo que desconociera la victoria de Allende, las reacciones habrían sido masivas y profundas. Sin duda una huelga general acompañada de acciones contra los golpistas, con el apoyo activo de la izquierda y también con la participación de la mitad del electorado democristiano, como lo demostrará la elección de abril 1971, cuando la mitad de los electores de Tomic votarán por la UP. En la otra mitad de la población, vastos sectores no habrían apoyado el golpe en nombre de principios democráticos. En 1970 el golpe no está aún articulado ni dispone de una base social amplia y movilizada. Sólo contaría con el apoyo de los círculos más extremistas de la derecha y de la DC, lo que no es suficiente.

Además, es probable que el eventual golpe no fuera seguido por una buena cantidad de militares apegados a la doctrina constitucionalista del general moribundo. Sectores significativos de militares lo habrían incluso combatido. Ambas resistencias, la popular y la militar, podrían converger. Allende piensa que, si «los reaccionarios hubiesen secuestrado al comandante en jefe del Ejército, indiscutiblemente que hubiésemos quedado al borde de la guerra civil»9. Temerosos de no ser obedecidos y de una colosal reacción popular, los golpistas se desinflan.

Viaux intenta dos maniobras desesperadas, ya fuera de la realidad. El sábado 24 contacta de urgencia a la CIA para que persuada al embajador que convenza a Frei que el atentado es una estrategia comunista. Sin resultado, por supuesto. Y trata de contactar a su cómplice el general Valenzuela, pero este sólo piensa en su sobrevida y se niega a hablarle.

Hay numerosas visitas al hospital para enterarse del estado del general herido. Llegan entre otros, el expresidente y excandidato Jorge Alessandri, dirigentes de federaciones de estudiantes, y Allende, quien en la noche conversa con el Dr. Gazmuri, uno de los que atienden al general. Este le informa que no ve posibilidades de sobrevida pues un pulmón fue dañado y su hígado destrozado. Hay también condenas en el extranjero, entre ellas la de Richard Nixon…

La CIA emite una nota triunfalista: Schneider has been removed

El embajador Korry, apenas se entera del atentado envía un telegrama a Washington previendo que este «fortalecerá la posición de Allende en las Fuerzas Armadas, en los partidos políticos y en el público. La conocida repulsión chilena a tal violencia proporcionará a Allende futuras justificaciones».

La CIA, en cambio, en un primer momento reacciona cantando victoria. Su jefe en Santiago Henry Hecksher informa que «el atentado contra Schneider entrega a las Fuerzas Armadas la última oportunidad para impedir la ratificación de Allende». William Broe y David Phillips, jefe de la división del hemisferio oeste de la CIA y de la task force durante el Track 2 (nombre de código del golpe de Estado) envían un informe al jefe de la CIA Richard Helms y luego comentan: «la oficina ha hecho un excelente trabajo guiando a los chilenos hasta el punto de que hoy la solución militar es al menos una opción para ellos. Se le felicita por sus logros bajo circunstancias extremadamente difíciles». Los planes de [Camilo] Valenzuela han sido puestos en marcha.

En su Briefing Notes del viernes 23 la CIA informa que:

El ataque al general Schneider ha producido desarrollos que siguen de cerca el plan de Valenzuela: Schneider ha sido removido; se ha declarado estado de emergencia; el general Prats reemplazó al general Schneider; los radicales han sido arrestados y el general Valenzuela asumió el control de la provincia de Santiago. [2 líneas no desclasificadas] Aunque los conspiradores pueden tener dudas acerca de un golpe de Estado, están comprometidos irrevocablemente, incluso si Frei se niega a renunciar, […] Por lo tanto, no tienen otra alternativa que seguir adelante.

En efecto, la Central estima que, si los conspiradores comienzan a ser descubiertos, solo pueden «intentar forzar a Frei a renunciar o incluso podrían tratar de asesinar Allende». A 24 horas de la elección en el Congreso, «existe un ambiente golpista en Chile» concluye triunfalista.

Sólo cuatro días después, el miércoles 28, la CIA constata su fracaso e informa que estuvo en contacto con Viaux dos días después del atentado:

Parece que los militares con los que estuvimos en contacto dependían del secuestro de Schneider como pretexto necesario para lanzar un golpe de Estado, probablemente el general Viaux. Fue un plan serio, pero la inesperada resistencia de Schneider y su muerte posterior impidieron una acción adicional. Presumiblemente, las figuras militares no estaban dispuestas a ejercer violencia más allá del secuestro.
El 24 de octubre, un representante de Viaux se reunió de emergencia con un agente de la CIA para pedirle al embajador que se pusiera en contacto con Frei y otros para asegurarles que el intento contra Schneider era una estrategia comunista. Y solicitó publicidad mundial inmediata al mismo efecto. Esto no era, por supuesto, posible10.

Después del fracaso del último intento de achacar su atentado a los comunistas, un representante de Viaux pide a la CIA asistencia económica apelando a la promesa de ubicar a los involucrados fuera de Chile. Solicita los U$250 mil. El agente MacMaster informa que podrían «zafarse de esto» con U$10 mil. El año 2000, la CIA reconocerá ante una comisión investigadora del Congreso que en noviembre fue contactada por un miembro del grupo Viaux, a quien se le entregaron U$35 mil. Es decir, los ayuda a escapar y a instalarse en el extranjero.

Cuando los autores comienzan a ser arrestados, la CIA se inquieta por su propia seguridad. Un documento en posesión de Viaux constituye una prueba de la participación de Estados Unidos igual que las armas proporcionadas a oficiales chilenos. El 29, Paul Wimert parte a recuperarlas, pero el oficial intenta conservarlas diciendo que pueden ser utilizadas en el futuro. El 5 de noviembre el agregado militar recupera los «pertrechos» –dice– utilizando la fuerza. En cuanto a los dólares, Wimert afirma que el almirante Tirado devolvió los U$50 mil que le había proporcionado la CIA sin problemas, pero el general Valenzuela se niega; sólo bajo la amenaza del revolver de Wimert los devuelve. Luego viaja con Henry Hecksher hasta la costa para arrojar al mar las armas, municiones, gas lacrimógeno y máscaras.

Los jefes de la CIA, Broe y Phillips dan instrucciones de negar todo, incluso al embajador. Este blindaje resiste hasta septiembre de 1974 cuando el periodista Seymour Hersh publica un artículo sobre el Track 2 en el New York Times.

A partir de entonces, cada cual culpa al otro. La Casa Blanca dice ignorar; la CIA dice que solo obedecía órdenes y que se habían desvinculado de Viaux antes del asesinato. Kissinger dice que él dio instrucciones de abandonar el proyecto y que nunca fue informado de un golpe que comenzaría con el secuestro de Schneider. Lo que no es cierto. Existe un memorándum de una entrevista de Kissinger con el presidente Ford, donde reconoce que «supimos que planeaban secuestrarlo» (a Schneider)11.

A modo de conclusión, conviene recordar la famosa frase que Fray Bartolomé de las Casas habría pronunciado en 1550 durante la controversia de Valladolid: «El exceso no está en mis palabras sino en los hechos». Que el gobierno de una nación envíe armas, por valija diplomática, a un grupo clandestino de otra nación que se dispone a atentar contra el jefe del Ejército, es indudablemente un grave acto de terrorismo internacional. ¿Cómo habría reaccionado la Casa Blanca si un gobierno extranjero introduce ilegalmente armas para atentar contra el jefe de la US Army?

Estamos en efecto, ante una acción terrorista mayor organizada por Richard Nixon y Henri Kissinger, para impedir la existencia de un gobierno electo –que aún no gobernaba– pero que consideran incompatible con su visión del Mundo.

El complot fracasa en buena parte a causa del legalismo de los generales Schneider y Prats. Lo que permitirá la existencia del gobierno de la Unidad Popular durante tres años. Pero nuevos complots terminarán por derrocarlo en 1973 y el general Prats será asesinado en Buenos Aires en 1974 por agentes de la dictadura de Pinochet. Queda la figura de ambos generales, Schneider y Prats, que se alza hoy como un potente ejemplo de sumisión de las Fuerzas Armadas a la Ley y a las autoridades de la República.

Notas

Este artículo es un resumen de un capítulo del libro de Jorge Magasich Historia de la Unidad Popular. De la elección a la asunción: los álgidos 60 días del 4 de septiembre al 3 de noviembre de 1970, (Vol 2), 2020, Ed LOM.

1 Las informaciones provienen del fallo en primera instancia publicado en El Caso Schneider, Operación Alfa (1972) Quimantú y del libro de su hijo Víctor Schneider, 2010, General Schneider. Hombre de honor, crimen impune, Ed Ocho Libros. También utilizamos el libro de Florencia Varas Conversaciones con Viaux (1972); el notable suplemento de la revista Análisis 177 (1986) Secuestro y muerte del general Schneider, preparado por Edwin Harrington; las memorias del general Prats; los trabajos de Mónica González y de Manuel Salazar; los documentos estadounidenses desclasificados, la prensa de la época, y nuestras conversaciones con Raúl Schneider, hijo del general.
2 Dávila es oficial de reserva, miembro del grupo neofascista Tacna y comandante de una tropa de asalto de la Acción Chilena Anticomunista. En 1957 organizó la fuga del peronista argentino Roberto Kelly. (Después del derrocamiento de Perón en 1955, Kelly es detenido, acusado de quema de templos. Consigue escapar de la prisión argentina y pasar a Chile donde es arrestado. Iba a ser extraditado cuando se escapa de la cárcel chilena vestido de mujer, con la ayuda de la escritora Blanca Luz Brum).
3 Kornbluh Peter, 2003, Los EEUU y el derrocamiento de Allende. Una historia descalificada, 61.
4 Gallardo in Varas, Florencia, 1972, Conversaciones con Viaux, Eire, 166.
5 Declaración publicada in Schneider Víctor, 2010, General Schneider. Un hombre de honor. Un crimen impune, OchoLibros, 123-124.
6 Jorquera Carlos, 1990, El Chicho Allende, Ed BAT, 133.
7 Gumucio Rafael Agustín, 1994, Apuntes de medio siglo, Ed Chile-América Cesoc, 194.
8 Documento desclasificado.
9 Punto Final 126, 16/3/1971, 41; 42.
10 Documento desclasificado y 168.
11 Kornbluh, 2003, 63-72.