Quizá les resulte tremendista que uno hable de fascismo, pero la realidad mundial lo exige. Igual que hace cien años, hoy vivimos, soportamos circunstancias sociales que son caldo de cultivo muy propicio para que aparezcan soluciones de este tipo, porque las llamadas democracias liberales no son capaces de dar una respuesta al malestar social extendido por todo el mundo, pero en especial en Estados Unidos y Europa.

Hoy recitamos sobre las tensiones y complejidades del posneoliberalismo, de los retos de la democracia, de las luchas por la democratización de los bienes y el poder de las autonomías; la presencia del odio racial y la criminalización del indio insurrecto; el enclasamiento y racialización de los efectos del cambio climático.

Es el posneoleralismo dicen, verso que proclaman tanto The Economist, el catedrático portugués Boaventura de Souza como el sociólogo como exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera.

Las clases populares de las sociedades capitalistas occidentales –y también las clases medias- demandan protección frente al deterioro que ha sufrido su nivel de bienestar y sus oportunidades de futuro en las últimas cuatro décadas. Pero también demandan esa protección muchos sectores empresariales nacionales que no logran competir en condiciones de desigualdad con empresas y productos de otros países.

Steven Forti señalaba que no hacía falta esperar a ver el paroxismo de violencia a principios de enero en Washington para reconocer que el espectro de la barbarie política se cierne nuevamente sobre las democracias occidentales. Ese carnaval de presunto patriotismo, con sus participantes disfrazados para matar o morir, debería suponer una última y desesperada llamada de atención a quienes aún les pueda quedar alguna duda sobre la gravedad de la amenaza y de la promesa que esa amenaza encierra.

Martin Gak afirma que el espectro que acecha a la política europea ha desbordado desde hace tiempo los márgenes de la extrema derecha para forjar un organismo político mucho más peligroso, que ha desarrollado metástasis en espacios políticos que durante mucho tiempo se habían asumido como impermeables a la agenda política, social y cultural de la extrema derecha.

El crecimiento explosivo de las fuerzas políticas de extrema derecha, hasta convertirse en agrupaciones políticas de gran importancia o mayoritarias en lugares como Alemania, Italia, Francia, Suecia, Reino Unido y Estados Unidos, muestra no sólo la radicalización de la derecha, sino sobre todo la más que notable transformación política de los votantes que tradicionalmente se han contado entre grupos de izquierda.

Es cierto que la psicología de las personas no se puede pensar sin tener en cuenta la colonización, la organización social sobre una base jerárquica de superioridad racial. Los blancos valen más que los no blancos. Lo blanco «es lo correcto, lo ideal, lo deseado». La psicología, la publicidad, la propaganda, la manipulación de los imaginarios colectivos, prueban que las emociones condicionan conductas. La comunicación política actúa en el campo de la percepción y de las emociones.

La ultraderecha tiene como bandera la república liberal, su modelo de organización social, y exige un Estado débil y con pocos recursos. Piden que los sectores ricos y concentrados puedan comercializar a voluntad, sin preocupación alguna con el planeta, ni con las poblaciones que viven donde explotan recursos naturales, contaminan ríos, arrasan ciudades cuando explotan las represas.

El intento de matar a la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner fue la quinta tentativa de magnicidio en la región desde 2018. El intento de matar a Luiz Inácio Lula da Silva, alertó sobre el avance del fascismo en Brasil y sobre la preocupación por lo que representaría para el mundo por la promoción del odio a los proyectos políticos que le ponen límite a la voracidad liberal.

A Lula y a Cristina los acusaron de «asociación ilícita». También fueron contra sus hijos, también intentaron matarlos, pero a Lula sí lo metieron preso (y ahora quieren hacer lo mismo con la argentina). Pero hubo varios intentos frustrados de magnicidio en la región.

El presidente cubano Fidel Castro fue la persona con más intentos de homicidio a sus espaldas. Hasta 2007, fueron contabilizadas 638 oportunidades, en las que el líder de la Revolución Cubana estuvo en peligro de ser asesinado. Pero Fidel murió en 2016 de viejo y por causas naturales. También intentaron (¿y lograron?) matar a Hugo Chávez.

En Operación Masacre (1957), Rodolfo Walsh, periodista, escritor y militante asesinado por la dictadura militar argentina (1976-1983) escribió: «Que la oligarquía esté temporalmente inclinada al asesinato, es una connotación importante que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella, para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, por las bellas almas de los verdugos».

En Argentina, el expresidente Raúl Alfonsín se salvó el 23 de febrero de 1991, gracias al fallo del revólver con el que Ismael Abdala, un exmiembro de la Gendarmería, intentó asesinarlo. Fue durante un discurso en el que Alfonsín ponderaba la necesidad de defender las instituciones democráticas. En mayo de 2020, se produjo la Operación Gedeón, fallida invasión armada en la que estaban implicados varios mercenarios estadounidenses, quienes fallaron en el intento de invadir Venezuela y asesinar a Nicolás Maduro.

El New York Times publicó en 2018 un editorial titulado La nueva radicalización de internet, luego del envío de cartas bombas a críticos del presidente Donald Trump, el asesinato de dos personas negras en Kentucky y un atentado en una sinagoga de Pittsburgh, en el que señaló que las redes sociales tuvieron un rol fundamental en la crisis de violencia de la derecha extremista en los Estados Unidos.

Cada uno de estos ataques cae bajo la definición de extremismo de derecha de la base de datos de terrorismo global de la Universidad de Maryland: «violencia en apoyo a la creencia de que la forma de vida personal y/o nacional está bajo ataque y ya se ha perdido o que la amenaza es inminente».

«El antiglobalismo, la supremacía racial o étnica, el nacionalismo, la desconfianza hacia el gobierno nacional, las obsesiones por la libertad individual: todas estas son características de esta red de ideologías que, por supuesto, está plagada de teorías de la conspiración», añadía hace cuatro años el NYT.

Hace más de doscientos años que en América Latina la derecha repite que las imposibilidades del desarrollo son causa de los líderes populares que defienden los derechos de la mayoría a vivir dignamente. Se cuenta que los blancos son superiores a los indios y a los negros, y los hombres superiores a las mujeres. La misma narrativa, los mismos titulares, se encuentran en los medios de comunicación de toda la región.

Ya en 2022, el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente ultraderechista brasilero, difundió un mapa de la región en el que alerta sobre el avance del comunismo a nivel mundial, y considera que Argentina está gobernada por el comunismo. Es público el vínculo entre el bolsonarismo y Steve Bannon, uno de los responsables de colocar a Donald Trump en la presidencia y promotor de la supremacía blanca y la ultraderecha libertaria en el mundo.

En su discurso previo a la invasión de las hordas de la derecha radicalizada al Capitolio, Trump agitó a las bases diciendo que las multinacionales no se preocupan por los estadounidenses, que prefieren contratar un chino o un mexicano y dejarlos sin trabajo por obtener lucro, que los medios de comunicación mienten, y nada de eso puede ser negado.

Lo cierto es que en las ciudades estadounidenses viven miles de personas en las calles, algunos a la intemperie otros en carpas, pero la ultraderecha estadounidense les da libreto para que echen la culpa de sus desgracias a otros (comunistas, yihadistas, rusos, chinos). Y la derecha y la ultraderecha libertaria en América Latina y el Caribe actúan igual.

Es imposible analizar cualquier hecho de la política local en América Latina sin tener en cuenta el contexto global. Atentados de la extrema derecha blanca se producen en Estados Unidos todos los años y también se produjeron en Alemania, Noruega y Australia.

El New York Times encuentra un mismo método de actuación entre la derecha extrema blanca y los jihadistas, que también se nutren de discurso racista en internet para cometer sus atentados. La Dirección de Inteligencia de EEUU señaló que un problema es que los algoritmos ofrecen más contenido racista a quienes ya buscaron, o a partir de comentarios racistas en juegos en líneas son contactados para ofrecerles material.

En mayo de 2019 el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, denunció que «los movimientos neonazis y a favor de la supremacía blanca están avanzando, y el discurso público se está convirtiendo en un arma para cosechar ganancias políticas con una retórica incendiaria que estigmatiza y deshumaniza a las minorías, los migrantes, los refugiados, las mujeres y todos aquellos etiquetados como ‘los otros’».

La inteligencia estadounidense reconoce que las campañas de desprestigio de los resultados electorales, denunciando «fraudes», envalentonan la violencia, promueven la reacción de esos sectores de extrema derecha. Bolsonaro aún hoy pone en duda el voto electrónico en Brasil y habla de un resultado fraudulento.

Por las filtraciones del exagente de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense Edward Snowden, supimos que Google, Microsoft, Facebook, Yahoo, entre otros grandes de la internet, le permiten al Departamento de Defensa acceder a información para monitorear y vigilar a la población.

El contexto de la pandemia de la Covid-19 creó las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar las mentalidades, costumbres y valores de nuestras sociedades, imponiendo el modo de producción de la economía digital, de plataformas, lo que permitió regular el comportamiento, generando un nuevo estilo de vida, producción, consumo y de consumidores; respondiendo a intereses estratégicos del sistema capitalista.

Las revoluciones tecnológicas no han sucedido por casualidad, sino que son la forma de asegurar el proceso de acumulación del beneficio capitalista en cada etapa de su desarrollo histórico. El actual proceso está dando paso a una nueva modalidad del capitalismo basada en la economía digital, la deslocalización del trabajo y la precarización laboral, acompañada de la vigilancia y el confinamiento permanente; es una reorganización del sistema.

El sicólogo Santiago Gómez, miembro del Grupo Lawfare, señala que los grandes medios de comunicación de la región, en manos de grandes grupos económicos, están contribuyendo a la radicalización de la derecha hace años. Los ataques siempre se basaron en su supremacía moral. Los agravios, insultos, deseos de muerte que promueven se basan en eliminar al otro porque es inferior y representa un peligro: no es un igual por lo que habría derecho a matarlo por el bien común.

Hace pocas semanas, quien fuera director de la campaña presidencial de Donald Trump en 2016, el estadounidense Steve Bannon llamó a la ultraderecha brasileña a seguir protestando contra el triunfo en las urnas de Luiz Inácio Lula da Silva, según un video difundido por el diputado Eduardo Bolsonaro, donde alimenta la teoría de un supuesto fraude en la segunda vuelta electoral.

En el video, Bannon elogia a los «grandes patriotas de Brasil», en alusión a los bolsonaristas que, desde las elecciones del 30 de octubre, protestaban a las puertas de los cuarteles y exigen un golpe militar que impida la investidura de Lula el próximo primero de enero. Según Bannon, «se pusieron en riesgo y fueron a la calle para decir que no se siguió la Constitución usando esas urnas», en alusión al sistema electrónico usado en Brasil desde 1996 y que, hasta ahora, no tuvo una sola denuncia de fraude.

Ultraderecha

México fue sede de una conferencia de los políticos conservadores de Estados Unidos y América Latina. Hace años que sectores de ultraderecha en la región se juntan para coordinar políticas contra todo sentido progresista y de izquierda. Su afinidad con el expresidente Donald Trump los lleva a negar resultados electorales cuando pierden y denunciar maniobras de los sectores progresistas.

Analizar las perspectivas de las ultraderechas en América Latina sin mencionar las discursividades de los medios hegemónicos de comunicación sería un ejercicio vacío. El territorio latinoamericano es, quizás, el espacio donde se hayan configurado las estructuras de medios de mayor posición dominante y monopólica del mundo. Los medios gráficos y radiales, junto a los televisivos abiertos y por cable. además de las bandas y redes de internet, están en las mismas y monopólicas manos.

Lejos de las esperanzas democratizantes y de circulación de información para una ciudadanía formada y crítica, los medios masivos hegemónicos latinoamericanos expresan hoy en sus diferentes formatos un discurso que bien podríamos caracterizar como protofascistas, gringodependientes.

Su rol ha sido clave en todos los recientes procesos destituyentes de gobiernos democrático-populares en la región. Los medios hegemónicos han dado un paso más audaz aún en términos de compromiso político: las fake news (noticias falsas), el periodismo de guerra y el lawfare han sido y son utilizados como herramientas políticas contra los partidos populares.

En los últimos años se ha extendido también un conjunto de posturas que cuestionan las lógicas fundantes de cierto contrato social básico sobre el estatus del conocimiento. Ya no de la mano de la oposición religión-ciencia que parece haberse agotado a mediados del siglo XX.

Estas posturas, llegan de las lógicas New Age que cuestionan ya no el formato de tipo cientificista y positivista de la ciencia, sino el conocimiento científico mismo: terraplanismo, antivacunas, anti escuela pública, y buscadores de explicaciones conspirativas de carácter oculto (terrestre o extraterrestre también) se juntan promoviendo un sujeto que desconfía de todo menos del dios del mercado capitalista.

El protofascismo

La derrota del ultraderechita Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales brasileñas supuso un alivio para la región y el mundo, ya que lo que evitó el voto popular es la amenaza de la instalación de un régimen fascista y desarmó el peligro de que el protofascismo se extendiera a otros países de América Latina.

Un régimen fascista tiene dos componentes: por un lado, el fascismo como movimiento compuesto por capas medias de la sociedad –pequeña burguesía, sectores de la aristocracia obrera, burgueses en crisis- y el fascismo como régimen burgués propiamente dicho, expresión de los intereses del gran capital y su ofensiva de guerra contra los trabajadores y sus organizaciones para favorecer la reproducción del capital.

Un fenómeno de este tipo no se explica solo por cuestiones nacionales, sino que hay que ubicarlo en el marco internacional surgido tras la crisis del capitalismo mundial del 2008, que tuvo como resultado la fuerte concentración de los ingresos y una exacerbación de las desigualdades sociales en el mundo.

El republicanismo conservador también hace su aporte: las derechas politizadas tradicionales proponen una república cuyo eje principal no es la división de poderes sino el statu quo social, económico y político. Obligadas a dar la batalla electoral ante sociedades que ya no aceptan a las Fuerzas Armadas como partido político, las derechas politizadas califican como antirrepublicanas las medidas de los gobiernos populares en torno a morigerar o disminuir la profunda desigualdad económico-social del continente.

Palabras como libertad se utilizan para pedir, por ejemplo, que no se prolongue el aislamiento social necesario para luchar contra la pandemia. La palabra tiranía se utiliza para definir a gobiernos que buscan ampliar la inclusión económico-social-educativa. Terraplanismo y antivacunas se entrelazan promoviendo un sujeto que desconfía de todo menos del mercado capitalista. La ultraderecha ha despojado al neoliberalismo de su lastre vagamente democrático.

Pica y se extienda

El impacto político antiglobalización de esta crisis llegó a las costas del sur, luego de iniciarse con la asunción de Donald Trump a la presidencia de EEUU y el Brexit en Inglaterra (salida de la Unión Europea) y continuar con fenómenos y líderes emparentados con Bolsonaro en Europa (Hungría, Italia, Austria y el ascenso de formaciones de extrema derecha en otros países, Holanda, Suecia) que ponen en cuestión a la propia Unión Europea.

Este protofascismo que encarna Bolsonaro -un líder de características mesiánicas, militarista y arcaico, que se presenta como alguien por fuera del sistema político cuando en realidad hace más de 20 años que es diputado nacional- es una suerte de tendencia radicalizada del neoliberalismo, que hoy necesita desarmar al máximo posible las conquistas obreras y populares y sus organismos de clase.

Se presenta como parte de la tendencia antiglobalizadora que puede tomar formas nacional-populares como es el caso de Mateo Salvini en Italia, o formas neoliberales conservadoras ligadas al trumpismo extremo.

La crisis de la izquierda occidental deriva de la decadencia de los partidos tradicionales (como los desastres del Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Francés), la crisis general de la socialdemocracia europea, la victoria de la extrema derecha en Italia y, en alianza con la derecha, en Suecia, tras el estallido de Donald Trump en Estados Unidos.

En el mundo occidental y cristiano, se verifica la parálisis del pensamiento y de la teoría revolucionaria, que aún conserva la respiración asistida en el sur global, pero está paralizada en su accionar. Desapareció la batalla ideológica: los revolucionarios pasaron al reformismo, la izquierda pasó a la socialdemocracia, la que pasó al centro, la que pasó a la derecha, la que pasó a la extrema derecha, que coquetea con el fascismo.

Hoy el poder mundial festeja el fin de los proyectos revolucionarios, la victoria de un reformismo y los temores ante la posibilidad de ruptura, la desaparición de los partidos revolucionarios, subsumidos por la institucionalización acrítica y por un sistema electoral que imponía las tácticas y prácticas del conservadurismo.

Para algunos analistas estadounidenses, la realidad 2022 recuerda a Abraham Lincoln, para otros se remonta a la Guerra Fría y a la opción prioritaria comunista por la lucha antiimperialista, que resultó en el abandono de la denuncia del capitalismo y de la sociedad basada en la explotación de clases y el abandono de la defensa del socialismo.

El protofascismo en los países occidentalizados

Hoy las clases medias y populares de las sociedades capitalistas occidentales demandan protección frente al deterioro que ha sufrido su nivel de bienestar y sus oportunidades de futuro en las últimas cuatro décadas, coincidiendo con la desindustrialización y el abandono en que quedaron muchas personas y comunidades, y también la demandan muchos sectores empresariales ante la competencia desigualdad con empresas y productos de otros países.

A algunos quizá les pueda parecer tremendista que se hable de fascismo. Pero, como sucedió en los veinte del siglo pasado, en la actualidad hay circunstancias sociales que son un caldo de cultivo muy propicio para que aparezcan soluciones de este tipo, sobre todo cuando las democracias formales y liberales no son capaces de dar una respuesta al malestar social. Pero hay que tener en cuenta que la segunda década de este siglo bien puede tildarse de ominosa.

El escritor estadounidense del siglo XIX Mark Twain señaló que «la historia no se repite, pero rima» y lo que hoy riman son las semejanzas con la década de los años 20 siglo pasado que sumó dos tipos de respuestas a la demanda de protección de la sociedad frente al intento de imponer la utopía del libre mercado.

Una, fue la de los demócratas progresistas, con el new deal o contrato social de Franklin Delano Roosevelt que salvó a la democracia estadounidense, y la otra la protofascista, de la política de austeridad del canciller alemán Heinrich Brüning, que propició la llegada del fascismo a toda Europa1.

Pérdida de bienestar y demanda de protección que provienen del miedo a los grandes desafíos de la nueva década, especialmente el cambio tecnológico, el climático y el demográfico que aumentarán la desigualdad y traerán nuevas (y más) formas de pobreza.

No hay duda que los llamados gobiernos democráticos occidentales fallaron sucesivamente en dar esa protección, sobre todo tras la crisis financiera de 2008 y la recesión económica de 2009-2013, cuando se prefirió culpar y hacer pagar a las víctimas las consecuencias de los desmanes del capitalismo financiero y corporativo multinacional y los efectos de las malas decisiones de la Unión Europea y los gobiernos con la llamada política de austeridad.

Simultáneamente, ese fallo de las «democracias» fue alimentando el éxito de los dirigentes autoritarios, que al igual que el fascismo, ofrecen esa protección a cambio de restringir libertades individuales y políticas fundamentales. La demanda social actual responde a causas objetivas. Ninguna sociedad puede aceptar sacrificar sus modos de vida y sus valores en el altar de una utopía de libre mercado autorregulado como la que se ha tratado de imponer en las cuatro décadas pasadas.

Notas

1 Ver Karl Polanyi La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, publicada en 1944.