Descartes nació en Francia en 1596 y falleció en Estocolmo, Suecia 1650. Su madre murió al tercer mes de nacido y fue criado por su padre, sus abuelos y una nodriza. A la edad de 11 años ingresó a un colegio de jesuitas, donde aprendió las bases de la filosofía y matemáticas, además, de latín y griego. Luego, a los 18 años, ingresó a la Universidad de Portiers en Francia donde estudió derecho e incluso medicina, sacando años después solamente una licenciatura en derecho.

De joven se le conocía como portador de un carácter fuerte, valiente e independiente a pesar de su corta estatura y una prominente nariz; con cejas muy pobladas y mirada inquisitiva, no era en realidad agraciado. Luego de graduado se dedicó a viajar visitando diversos países y cortes (Dinamarca, Alemania, Italia) inscribiéndose en diversos ejércitos católicos y protestantes, participando al parecer como mero observador o como soldado en algunas guerras en Europa. Debido a haber apoyado a enemigos políticos de Francia, se le echó del país, yéndose a vivir a los Países Bajos por muchos años en la ciudad de Ámsterdam. Finalmente, en el año 1649 la reina de Suecia lo invitó a irse a vivir y enseñar en Estocolmo, donde solamente residió unos pocos meses, muriendo a los 53 años de una neumonía, aunque una versión dice que fue intoxicado o envenenado con arsénico.

Es considerado uno de los fundadores de la filosofía moderna y su pensamiento e ideas están detalladas en su obra publicada en 1635 y titulada Discurso del método, la cual, representa una ruptura con la escolástica ya que, a partir de ese momento, las universidades dejaron la enseñanza de la escolástica tomando como modelo un método matemático. La razón para eso, él mismo la proporcionaba cuando decía: «Para mí, la tarea de la filosofía no es solo analizar una verdad dada, sino también descubrir la verdad». La escolástica decía que la tarea del filósofo no era encontrar la verdad pues la verdad ya está dada; la tarea es solo analizar la verdad. Eso contribuyó a que la Iglesia y el papado con sus bulas, dejarán de ser la fuente de toda verdad y las dueñas del pensamiento, apareciendo entonces quienes creyeron que el camino correcto para lograr el conocimiento radicaba en la razón.

A esa corriente se le llamó racionalismo y Descartes es uno de sus iniciadores y continuada por Spinoza y otros. En su obra ya citada, Discurso del método, él propuso un método para descubrir la verdad llamado la «duda metódica», consistente en buscar una proposición de la que sea lógicamente imposible dudar. Para ello señaló como fuente de toda verdad, a la razón misma como acto de pensar, consideró que el único conocimiento válido es el procedente de la razón, en oposición al derivado de los sentidos que imperaba en esa época y que, para él, era una fuente de errores. Para eso señaló una frase que se hizo famosa «cogito ergo sum», es decir, «pienso luego existo» pues uno es consciente de su propia existencia, aunque las impresiones que extraiga de la realidad sean erróneas. Con lo anterior uno tiene la absoluta seguridad de ser un ente, como mínimo, capaz de pensar y reflexionar.

Se dice que con él nació la epistemología, al hacer la pregunta ¿qué podemos llegar a conocer? mediante un estudio estricto de las certezas, y llevó así al centro del debate filosófico la teoría del conocimiento llamada epistemología.

Al emplear la duda como procedimiento metódico logró que ninguna proposición que esté basada en la experiencia (información trasmitida por los sentidos) pueda superar la prueba de la duda metódica. Él decía: en nuestra vida cotidiana encontramos ejemplos de equivocaciones sobre algo que aseguramos como cierto por haber sido visto u oído, y aunque, por eso, sea difícil dudar de esos ejemplos, esto no quiere decir que no podría ser falso.

El empleo de las matemáticas para conocer el universo muchas veces da lugar a un reduccionismo inadecuado, ofrecen una realidad donde todo sucede impersonalmente; aunque reconozcamos que las matemáticas son algo extraordinario creadas en cierta forma por los griegos de la antigüedad y mejoradas por Descartes; pero él, nos hace creer en forma absoluta que, lo real es racional ya que puede someterse al escrutinio matemático. Con ello, él trató de convertir la realidad en matemáticas, algo que ya antes Galileo con su premisa «la naturaleza habla el lenguaje matemático» había insinuado.

De esta manera, se nos quiso dejar matematizados pasando las personas a ser dominadas por leyes de números mecanizados, incluso la percepción y el deseo. Pero, el ser humano desea ver, sentir y vivir y el deseo forma parte de su vida, aunque reconocemos que las matemáticas han ayudado a que dominemos el mundo siendo la base para crear los inventos y la tecnología; en fin, la ciencia moderna.

El problema es que, para él, el origen del conocimiento se encuentra en la razón o más bien en las ideas innatas de la razón y no en la experiencia, pero sabemos que ambos procesos, en la mayoría de los casos, son necesarios para un buen conocimiento de un suceso o hecho.

Además, de filosofo era un genio matemático ya que inventó una rama de las matemáticas que consistía en aplicar el álgebra (la relación numérica) a la geometría (la figura) lo que se llegó a llamar geometría analítica. Sé dice que tenía el alma de geómetra ya que, esta excitaba su mente (hoy sabemos que hay varias, en ese tiempo no). Inventó además la gráfica y sus coordenadas. Dado que las matemáticas proporcionan certezas fidedignas, empezó como vimos a tratarlas de aplicar a otras áreas del conocimiento humano. En su tiempo se creía que el único conocimiento fiable y válido es aquel que procede de las matemáticas y la lógica y un hecho por recordar es que, en esa época no existía la física moderna que fue creada por Newton en 1687 con su obra Principia Mathematica.

Descarte afirmaba que, durante la búsqueda de sus premisas de validez universal pudo comprobar que no se puede estar seguro de que las cosas son como se nos aparecen a través de los sentidos y demostró que hay cosas más allá de las matemáticas y la lógica, que se pueden llegar a saber con absoluta certeza. Como ejemplo de eso afirmaba: «Yo me conozco a mí mismo como ser imperfecto, perecedero, finito y, aun así, poseo en mí el concepto de un ser infinito de carácter eterno e inmortal, perfecto en todos los sentidos. Sin embargo, lo finito no puede formar lo infinito, ya que esto es incorrecto.

Aunque en su obra nos habla sobre Dios (era un católico devoto), su filosofía natural explica los sucesos que se dan en la naturaleza en términos mecánicos y rechazando fines divinos como se enseñaba en los colegios de jesuitas en esos tiempos. Afirmaba que sobre la existencia de Dios hay pruebas y argumentos que rechazan las dudas existentes sobre la existencia divina. Para él, el hombre ha sido creado por un ser perfecto y eterno que ha inculcado en su mente la idea de Dios. Afirmaba que, el hecho de que el hombre sepa que Dios existe y es perfecto implica que se puede confiar plenamente en él.

A Descartes se le ha calificado como un dualista, por su creencia de que existen dos principios radicalmente diferentes. A eso él respondía: «Yo señalé, para eso, que el hombre está formado por dos tipos principales de sustancias: mente y materia, existiendo una dicotomía entre lo físico y sustancial por un lado y lo mental por el otro». Esta distinción se llamó dualismo cartesiano y constituyó uno de los pilares de la filosofía de su tiempo.

Para él, percibir las cosas por los sentidos y pensar o reflexionar como actos de la consciencia, son distintos según su dicotomía, pero la realidad es que el tiempo y la neurociencia demostraron que son indisociables, se piensa y reflexiona sobre lo que se ve, oye, siente, etc.

Descartes analizó el cuerpo humano como si se tratase de una máquina. El cuerpo es una estatua o máquina, hablaba erróneamente sobre la respiración y la circulación y decía que los nervios eran como tuberías de una fuente de un jardín. Afirmaba que, el alma racional reside en el cerebro, y, intentó explicar los diversos procesos fisiológicos mente-cuerpo separados, diciendo: «ya que sé que tengo mente y sé que tengo un cuerpo, pero ambos son distintos». Afirmaba, además, erróneamente que la mente y el cuerpo estaban en contacto por accidente en el cerebro, concretamente en la glándula pineal. En una parte de su obra dice que la mente o alma puede existir sin el cuerpo, pero este no puede existir sin la mente. Pero ya desde Hipócrates, se conocía que la mente o el cerebro funcionando requieren del cuerpo para sobrevivir y a su vez este no sobrevive sin el cerebro funcionando. En todo caso, sus afirmaciones que parecen metafísicas le ayudaron a la Iglesia católica a la creencia en la inmortalidad del alma.

Acordémonos de que Descartes estudió medicina; en su universidad se enseñaba la biología de Aristóteles, pero no sabemos que otros aspectos de esta ciencia conoció. A pesar de toda su grandeza y gran contribución a la filosofía y a las matemáticas, en el campo de la medicina su error al analizar el cuerpo humano, como ya vimos, atrasó esta ciencia por muchos años, dado el respeto que se le tenía a sus ideas. Descartes tuvo la tremenda falla de no conocer las obras de los médicos Alcmeón de la ciudad de Crotona y de Hipócrates en Grecia publicadas muchos siglos antes, donde ambos reconocían ya parte del funcionamiento del cerebro el cual decían regía el funcionamiento del cuerpo.

Hipócrates afirmaba que, por el cerebro, los seres humanos adquieren conocimiento de las cosas y la sabiduría, de él proceden las penas y las alegrías, gracias a él, vemos, oímos y reconocemos lo que es bueno y malo y no se equivocaron, ya que 2500 años después la medicina moderna confirmó mediante estudios tomográficos y resonancia magnética cerebral, que ambos médicos estaban en lo correcto.

Descartes, descartaba el empirismo y aceptaba el racionalismo, ya que afirmaba que la verdad es descubierta no por la experiencia sino por la razón. Pero hoy sabemos que la experiencia y la razón (ambas) nos ayudan a descubrir la verdad de las cosas.

Notas

Descartes, R. (2010). Discurso del método. Madrid. España. Alianza Editorial. Traducción y notas de Risien Frondizi.
Geymonat, L. (1985). Descartes. En: Historia de la Filosofía y de la Ciencia. Barcelona, España: Editorial Crítica. Cap. 8; 129-148.
Hartnack, J. (1987). Descartes. En: Breve historia de la filosofía. Madrid, España: Ediciones Cátedra, S. A.; 95-106.
Magee, B. Descartes: En busca de un método universal. Historia de la Filosofía. Barcelona, España: Art Blume, S. A.; 84-89.
Savater, F. (2008). René Descartes, filósofo del método. Buenos Aires, Argentina: Editorial Sudamericana, S. A. Debate. Cap. 5; 91- 106.