Comencé las investigaciones para mi maestría el verano de 1983, utilizando nidos trampa. Pretendía dilucidar relaciones tróficas en entornos cambiantes. Coloqué nidos trampa alrededor de un pequeño lago cercano al campus de la Universidad. Para otoño muchos estaban llenos y sellados. La mayoría habían sido utilizados por avispas constructoras de nidos de barro, principalmente Trypoxylon politum (Crabronidae), unos pocos por Sceliphron caementarium (Sphecidae). Aunque la mayoría estaban completos con restos de arañas (alimento de los estados inmaduros), larvas y pre-pupas de dichas avispas, varios habían sido invadidos por otros «inquilinos»: moscas tachinidas (Tachinidae), moscas abeja (Bombyliidae), abejas cucú (Chrysididae), escarabajos dermestidos (Dermestidae), unos cuantos psocópteros (Psocoptera), y un buen porcentaje de una avispa parasítica (Melittobia spp.; Eulophidae) que ya era bien conocida en nuestro laboratorio.

A nuestro tutor, Robert (Bob) W. Matthews, años antes, dichas avispas le habían ocasionado la pérdida de las abejas con las cuales realizaba su tesis doctoral. Igualmente, uno de los estudiantes de nuestro laboratorio, Adam C. Messer —descubridor meses antes de nidos completos de la abeja gigante de Wallace, Megachile pluto (Megachilidae), previamente conocida por un par de hembras, recolectadas por Alfred Russel Wallace (1823-1913)— estudiaba aspectos de la biología de esta pequeña avispa parasítica.

Sin pensarlo mucho, cambié mi investigación y me dediqué a estudiar su biología y comportamiento para mi maestría. De nuevo en Venezuela, quería realizar mi doctorado estudiando mariposas-polilla de la familia Castniidae tutorado por Francisco Fernández Yépez (1923-1986) (mi tutor durante mi pregrado). Pero su temprano deceso, me llevaría a buscar la orientación de Jorge Benito Terán, experto en parasitoides en nuestro país. Realizaría mi doctorado con las avispas Melittobia. Gracias a estas experiencias, Bob me llamaría en el 2000 para apoyarlo en uno de sus proyectos finales, previo a su jubilación. Luego de unos cinco años, S. Bradley (Brad) Vinson, a quien conocí en los 80 y era amigo de Bob, me invitaría a apoyarlo en un proyecto que nos permitiera manipular cucarachas y luego saltamontes, usando sistemas mecánicos controlados a distancia. Además de mis funciones en dicho proyecto, yo utilizaba parte de mi tiempo en cualquier otra investigación de mi interés. Continué entonces investigando sobre Melittobia y castnias.

Alrededor del 2006, un investigador del Smithsoniano me contactó para identificar unas pequeñas avispas que le habían enviado desde México, parasitando pupas de la mosca mexicana de las frutas Anastrepha ludens (Tephritidae), plaga importante de cítricas y otros frutales.

Era una especie de Melittobia, pero lo curioso era que parasitara en forma natural a pupas de moscas. En condiciones naturales, Melittobia ataca larvas y pre-pupas de avispas y abejas solitarias. Las diversas especies de esta avispa pueden atacar estados inmaduros de otros insectos (p. ej. pupas de moscas, huevos de cucarachas, pupas de ciertos escarabajos) solo si son forzadas a hacerlo, o no consiguen al huésped natural apropiado. De manera que la interesante situación me motivó a contactar al investigador mexicano Martín Aluja, quien envió aquellas avispitas al Smithsoniano. Con Aluja, nos planteamos estudiar la relación Melittobia-Anastrepha, y gracias a un convenio entre el CONACyT (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México) y la Universidad Texas A & M, me aprobaron un proyecto que sería muy productivo a nivel científico, llevándome a visitar México un par veces. La segunda vez, para presentar a la comunidad científica mexicana, los resultados de nuestra investigación en un simposio en ciudad de México. La primera, para ejecutar parte del proyecto, utilizando al INECOL (Instituto Nacional de Ecología) en Xalapa, como base, permitiéndome explorar múltiples lugares del estado de Veracruz, recolectando Melittobia y sus hospedadores en la región.

Entre viajes de colecta, visité Quiahuiztlán, el lugar de la lluvia, impresionante paraje de Veracruz. Localizado en el cerro de los metates, este monumento arqueológico tiene tres cementerios con numerosos mausoleos, plazas, un Coatepantil (estructura en forma de pared que parece separar el área ceremonial del área secular), y un juego de pelota. Hay, además, un par de pequeñas pirámides. De origen Totonaca, los habitantes de Quiahuiztlán adecuaron áreas del cerro construyendo terrazas que permitían mantener la tierra acumulada para diversos usos e igualmente funcionaban como muros defensivos. El lugar les permitía dominio visual y estratégico de la costa. Quiahuiztlán era fortaleza militar, centro ceremonial y cementerio.

Un par de horas al norte, al oeste de la población de Papantla de Olarte, pude también explorar la ciudad Totonaca de El Tajín, la Ciudad del Trueno.

Los Totonacas (ellos se llaman a sí mismos Tutunakú, la gente de los tres corazones) son los habitantes históricos del este del actual México. Sus descendientes se encuentran hoy en los estados de Veracruz, Puebla e Hidalgo. En el Totonacán, región dominada por los Totonacas, los principales centros eran Papantla, Yohualichan, y Cempoala (Cēmpoalli).

Este pueblo indígena originalmente politeísta, concebía al mundo dividido en tres niveles, Akgapun (el cielo), Tiyat (la tierra) y Kalinin (el inframundo).

En el Inframundo están Xpuchiná Nin, Tlajaná y Nitlán. Dios secundario el primero, los otros dos son «dueños» (puchinanín), deidades menores al servicio de los dioses, son responsables de cuidar algún aspecto del mundo natural.

Dioses secundarios como Puchina Tiyat (de la tierra), Xpuchina Chucut (del agua), Xpuchiná Un (del viento) y Xpuchina Lhkuyut (del fuego) se encuentran en el segundo nivel, comandando a múltiples dueños.

En el cielo, Akgapun, están los dioses principales, creadores de la naturaleza, los animales y el hombre. Allí se encuentra el dios Sol, Chichiní, el que calienta, hecho de fuego, acompañado de su hermano Papa’, la Luna, hecho de hielo, frío, asociado al color blanco, a la ceniza. También está Staku, las estrellas, cuidan que no revivan las piedras, ni los árboles. Finalmente, Aksiní o Tajín, Dios de los truenos, el más fuerte de todos, guerrero con poder sobre las nubes, la lluvia, el agua y el viento.

El rito de los voladores de Papantla, manifestación cultural y espiritual Totonaca, hoy realizada en diversos lugares de México y Guatemala, es una danza en honor a Chichiní. El rito, incluye la selección del «palo volador», buscando siempre el árbol más alto —de tres especies, Zuelania guidonia (Salicaceae), Aspidosperma megalocarpon (Apocynaceae) y Carpodiptera ameliae (Malvaceae)—, con tronco derecho, capaz de resistir el peso de un armazón giratorio y los voladores. Los buscadores danzaban en su busca y a su alrededor, hasta colocarlo en el sitio final, agregándole una ofrenda.

Aunque no era así en un principio, eventualmente se incluyó una estructura giratoria en el tope del palo, donde se «cuelgan» los voladores, lanzándose al vacío sujetos por una cuerda. Danzan en el aire con los brazos extendidos, saludan al sol, piden lluvia, mirando al cielo. Arriba del tecomate, un caporal toca en su flauta y un pequeño tambor, notas de origen muy antiguo. Los cuatro danzantes, giran unas 13 veces, resultando en 52, el número sagrado que representa al Xiuhmmolpilli, ciclo completo del calendario solar mesoamericano. Los voladores, con sus vestidos multicolores, representan guacamayas, quetzales, águilas y calandrias, aves asociadas al sol. Esta danza, parece haber estado relacionada con ritos de fertilidad.

Volvamos a El Tajín. Construido por Totonacas (aunque algunos indican que pudieron haber sido Huastecas) es la ciudad prehispánica de mayor tamaño del noroeste del hoy estado de Veracruz. Inmerso en la selva húmeda tropical, donde abunda la vainilla (Vanilla planifolia, Orchidaceae), fue centro ceremonial muy importante, con una población residente cercana a 10 mil personas, aunque algunos estiman que llegó a 20 o 30 mil. El aumento de la población produciría anarquía en la planeación urbana, resultando insuficientes los espacios ganados a la selva. Sumado a esto, el aumento de tributos produjo descontento entre la población, haciendo inevitable la dispersión social, y abandono paulatino de la ciudad. Ciertos investigadores sugieren que alguna fuerza invasora, destruiría la ciudad con fuego.

Ya para el siglo XII la ciudad está deshabitada, aunque esporádicamente utilizada como necrópolis o para realizar ofrendas. Los indígenas de la zona lo mantendrían «escondido» de los conquistadores españoles. El primer europeo que «descubre» a El Tajín, parece haber sido el cabo de ronda de Papantla, ingeniero Diego Ruiz, mientras buscaba siembras ilegales de tabaco para destruirlas. Se percata de la presencia de una pirámide muy particular, realizando un dibujo detallado de la misma. Se publica su descubrimiento en la Gaceta de México del 12 de julio de 1785. Alexander von Humboldt (1769-1859) reproducirá luego las descripciones aportadas por el Padre Jesuita Pedro José Márquez (1741-1820) y el explorador Carl Nebel (1805-1855). Otros visitantes, publican diversos estudios, hasta que en 1934 las compañías petroleras extendieron sus actividades a la región de Papantla, cercano al sitio arqueológico, motivando a la entonces Dirección de Monumentos de México, a iniciar trabajos de exploración, recuperación y conservación del lugar.

El Tajín está en un pequeño valle y consiste en un centro ceremonial, con diversos terrenos que eran parte de casas de habitación, varios montículos menores irradian desde este centro. La pirámide de los nichos, la primera «descubierta» y estudiada al detalle, así como cuatro pirámides (o edificios piramidales) alrededor de una gran plaza y varias canchas de pelota ocupan una llanura abierta hacia el sur, delimitada por largas crestas en el este y oeste. Al norte, se levantan varias colinas con una cresta central modificada en una larga terraza en la que se construyeron estructuras residenciales de la sección llamada Tajín Chico, donde vivía la élite de esta ciudad. Al oeste, hay varias terrazas que se «coronan» con el llamado templo de las columnas, con su propio complejo de estructuras y montículo. Hay, además, unas 17 canchas de pelota.

Las canchas de pelota de El Tajín, en forma de doble «T», se encuentran en áreas ceremoniales, entre templos y plazas. No hay ninguna en las áreas residenciales. Además, no tienen (ni se han encontrado) los aros tradicionalmente reconocidos como marcadores del juego. Sin embargo, cada una de las canchas posee esculturas monolíticas talladas a bajo relieve, sobre las cuatro esquinas y los puntos centrales de las paredes de los edificios que delimitan cada cancha. Varios arqueólogos han sugerido que estas esculturas hacían las veces de marcadores.

Se desconoce el nombre original de la ciudad. Algunos investigadores sugieren que es la mitológica Mictlán o reino de los muertos. El nombre de El Tajín se lo dieron los indígenas de la región debido a la frecuencia con la cual caían los rayos sobre alguna de las pirámides o edificios del lugar. Tajín significa centella, rayo, trueno…

Aunque la pirámide de los nichos es espectacular, me impresionó más el llamado edificio 5. Esta es, para mí, la más imponente de las edificaciones del lugar. Es una pirámide truncada construida sobre una gran plataforma. Es parte de un complejo de pirámides, que la resaltan. El grupo está diagonal a la Pirámide de los nichos, pero esta no opaca la belleza y majestuosidad del edificio 5. Su primer nivel está bordeado de nichos, y a él se sube gracias a una escalera simple por el lado oeste o una doble por el este. En la cima de la pirámide se observan dos plataformas, ambas decoradas con recortes escalonados.

Además de las dos plataformas, el rasgo más notable del edificio es una escultura columnar prismática frente a la escalinata del este. Conocida como Dios Tajín, sus tres lados están grabados en bajo relieve, representan a un personaje de rostro descarnado. Se le notan sendas orejeras, un gran tocado y en su mano sostiene una estructura que semeja un rayo. Es Aksiní, quien, desde su emplazamiento, observa y protege a El Tajín, la Ciudad del Trueno.

Notas

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