Hace pocas semanas tuve el placer de disfrutar de una situación que, aunque no habría de extrañarnos porque debiera ser habitual, es harto poco común. He de reconocer que fue algo más que reconfortante, por lo que animo a que todo el mundo lo haga, aunque cueste y requiera esfuerzo. Es una cuestión no solo de salud, sino también una forma de encontrarnos, como pasaba tiempo ha, con la vida sin anestesias ni filtros: ¿y si redujésemos la utilización del teléfono móvil al mínimo indispensable y elimináramos su presencia de todo aquello en lo que no deba ser un elemento inexcusable?

Ha muerto ya aquel viejo demonio
que antiguamente
poseía y torturaba a la gente.
El teléfono lo sustituye
con total solvencia,
diabólica eficiencia.

(El teléfono y el mal. Ilegales. «La vida es fuego». 2015)

Cuestión de salud mental

Empecemos por lo general. Sí, aunque no lo sepamos, estamos en manos de la nomofobia; sin darnos cuenta hemos desarrollado en mayor o menor medida un miedo irracional a estar sin teléfono móvil. Esto es lo que significa esta palabra y es que, aunque aún no se reconoce como un trastorno patológico, es una realidad. Existen numerosas investigaciones que advierten de sus consecuencias.

Con el uso de móvil, este se ha convertido en una extensión del ser humano, además, se ha producido de forma natural. De forma gradual ha ido rellenando todos los espacios inherentes al ser humano, de tal forma que es normal que nos comuniquemos a través suyo con amigos, familia, trabajo, incluso con cualquier vínculo social que tengamos.

Qué fácil es hacer un grupo de WhatsApp/Telegram o similares y «comunicarnos» con todo el mundo, sea o no importante. Amigos, grupos de trabajo, colegio de los hijos, asociaciones del barrio… todo al mismo tiempo y en el mismo plano, logrando justamente lo contrario de lo que se pretendía. Así la comunicación es imposible. Porque una cosa es dar recados y otra, muy diferente, comunicarse. Y, además, aparece esa angustia que se produce por no estar conectados y no tener el smartphone cerca.

Puede parecer que esta sensación de desconexión o de orfandad, al no estar conectado de continuo, no es perjudicial y puede pasar desapercibida, aunque si se mantiene en el tiempo es un verdadero problema y su detección resulta complicada porque pequeñas señales de forma aparentemente inconexa no significan nada, pero unidas pueden significar un real problema de adicción.

Podemos llegar a tener un problema si hemos modificado algunas de nuestras rutinas, por ejemplo, retrasar el sueño o la hora de levantarnos, comer rápido para coger el móvil. O incluso alteraciones actitudinales como estar más nervioso, irritable, iracundo… o podemos llegar a tener dificultades de concentración o atención (a cada vez más gente les cuesta leer un artículo largo y no digamos, por ejemplo, una novela), dificultades de socialización (comunicación sincrónica) o para interactuar con otras personas cara a cara. Lo cierto es que el contexto en el que estamos actualmente no ayuda, ya que podemos hacer todo —comprar, trabajar, charlar…— a través de una o varias pantallas simultáneamente, sin necesidad de «ver o estar con nadie».

En los casos más graves, la nomofobia puede desencadenar patologías reales como la ansiedad, la depresión o sus variantes. Y es que hay que tener en cuenta que, aunque los móviles nos conectan con los demás, no se deben dejar el resto de las relaciones porque es el inicio de muchos problemas actuales.

La otra noche me sonó el teléfono y era Juan,
pero no contestaba, una llamada accidental,
solo se oía la tele, una película de Tarzán,
y me quedé escuchando para cotillear,
y no se oía a nadie, solo su soledad.

(Pop de anuncio de móviles. Chucho. «Koniec». 2004)

Cuestión de salud física

A lo dicho hay que sumar los posibles problemas de salud física que también pueden aparecer, entre ellos diversos tipos de dolores (de cabeza, estomago, oídos…), problemas en la vista, dolencias de manos, muñecas o cuello. Incluso se ha observado que pueden aumentar las enfermedades en el sistema inmunitario e incluso, hay estudios en ese sentido, puede estar relacionado su uso con algunos tipos de dolor crónico.

Muchos de nosotros seguramente pensemos: «bueno, vale, sí, pero yo no soy dependiente del móvil, yo controlo», pero la realdad es que, según datos oficiales, el 75% de la población mundial tiene dependencia en mayor o menor grado del móvil y, además, España es el país europeo con más adicción en los adolescentes.

Es fácil ver en las familias que cada miembro con su aparato hace que se vuelvan casi autistas, desconocidos y, cada vez se comunican menos con la palabra, las conversaciones y los intercambios de opinión. Una de las típicas excusas es que «tenemos a los hijos localizados», «sabemos lo que hacen», «sabemos lo que se cuece en nuestra empresa», «estamos a la última en información», «tenemos un vínculo con nuestros amigos de siempre» pero, evidentemente, no es verdad por completo. No tienes un jardín, tienes macetas con flores de plástico.

Y aún hay más, como el móvil sirve para casi todo (operar con nuestro banco, comprar, escuchar música, hacer y ver fotos, jugar, consultar noticias, etc.) el enganche y posterior desenganche es muy difícil y es que ¡hay aplicaciones para todo, oye! No podemos prescindir del aparato. El progreso de la técnica nos ha dominado y aunque nos creamos más libres, somos más esclavos —justamente ahora que tanto se defiende la libertad (liberticidio más bien) con fruición.

No deja de ser una esclavitud que nos ata con un hilo invisible y con melodías —reales o ficticias— día y noche. Y esto, no deja de ser, en su conjunto, un reclamo psicológico que provoca una reacción instintiva en nosotros, como les pasaba a los perros de Pávlov (reflejo condicionado).

Y es que, también el sonido constante de las llamadas, alertas vibratorias, recordatorios, mensajes de todo tipo que llegan, aunque no o creamos, nos estresan fácilmente. De ahí que el uso habitual del móvil se relacione con alteraciones del sueño.

Las reacciones que se provocan en nosotros son cuasi una esclavitud inconsciente. Somos esclavos del sonido, de los mensajes, de su aparente acumulación de saber (no confundir con sabiduría). En definitiva, su utilidad no deja de ser una falacia más en este sistema absurdo de consumo, la contaminación y las relaciones sociales «virtuales», que ni son relaciones, ni nada que se le parezca. Bueno, quizá llamarlo esclavitud es exagerado ya que la esclavitud se ejerce por la fuerza y aquí no es así.

En el nuevo Harlem hay taxis con música de Bach,
cocodrilos ciegos leen en Braille el «Financial Times».
Algunos secretos se deben desvelar, si necesitas crack (…)
Jóvenes videntes hablan solo sobre desintegración.
Psicóticos, neuróticos, chauvinistas egocéntricos.
Público y privado, como ciencia y ficción,
el equilibrio psicológico anunciado en televisión.
Alguien tiene un arma por si algo sale mal, matar es personal.

(Nuevo Harlem. Lagartija Nick. «Inercia». 1992)

Cuestión de sostenibilidad

Otra curiosa paradoja es la de los materiales con los que están hechos estos aparatos. Llama la atención que, en un mundo que aspira a ser sostenible y lo más ecológico posible, exista un aparato que es uno de los elementos de consumo más importantes y resulta que contiene más de cuarenta elementos tóxicos, a saber y entre otros, arsénico, antimonio, zinc, plomo, berilio, níquel… y otros metales pesados como el cadmio y el mercurio. Curioso, ¿no? Además, tras utilizarlo hay que reciclarlo y deshacerse de ello, con su huella correspondiente.

Aunque según parece se pueden reciclar en torno al 85% de sus componentes, realmente, no suele hacerse, bien por el alto coste, bien porque la técnica para hacerlo es cara o por otras razones políticas o culturales.

Aunque, también hay que decirlo, hay un compromiso de algunos fabricantes de aparatos, empresas de telecomunicaciones, proveedores, etc., cada vez más comprometidos con lo que se llama «un móvil ético», que sea respetuoso con el medio ambiente, que genere le menor huella de carbono posible o que, incluso, destinan parte de sus beneficios a cuidar del entorno. Pero, al menos actualmente, se circunscriben estas acciones más a una declaración de intenciones ya que, por definición este tipo de tecnologías son de facto no sostenibles, ecológicas o respetuosas con el medio ambiente.

Cada vez que hablas cuando callas,
momentos en que todo estalla
y los nervios fallan.
Cada vez que miras sin ver
con esa académica elegancia y fluidez,
algo te sigue, el teléfono y el mal.

(El teléfono y el mal. Ilegales. «La vida es fuego». 2015)

Cuestión de tiempo

La comunicación por canales que no sean de voz hace aparecer a unos seres que hacen que nuestros días sean más cortos, estos son los ladrones de tiempo. Y, es que, por definición, una conversación a través de las redes nos lleva más tiempo que una conversación telefónica de voz (de las de toda la vida), además, perdemos retroalimentación sonora en tiempo real. Puede que una conversación, por ejemplo, de texto en WhatsApp, de una hora se reduzca a 15 minutos si fuese por teléfono y, además, es más rica en matices, en sensaciones… en definitiva, se comunica más.

Incluso el móvil se ha convertido en un sustituto de aficiones. En ocasiones, el tiempo que nos llevaba leer un artículo, un libro, ver una película, bordar una florecilla en un mantel, etc.… lo estamos mal gastando en dar vueltas por diferentes aplicaciones, webs y otras fruslerías que no nos aportan demasiado en función del tiempo que le dedicamos.

Y es que, la utilización de los smartphones de forma máxima y para todo puede acarrear lo que llamo la «ocupación expansiva del tiempo y del espacio». Seguramente, mucha gente, sin proponérselo, ha podido dedicar un día a, además de comer y hacer las funciones indisolubles del ser humano como ser vivo, a «charlar» por el WhatsApp/Telegram, leer el periódico on line, darse una vuelta por webs de compras, ver memes, ver fotos y videos —muy graciosos—, etc. y después, irse a la cama.

Con ese plan de vida, Kant jamás hubiese escrito su Critica de la razón pura y el Doctor Fleming no hubiese descubierto la penicilina. ¡Cuánta sabiduría perdida! ¡Cuántos genios lo son y no lo saben porque la musa bajó y les pilló viendo un video de un chino perreando a un perrito (valga la redundancia)!

Cada vez que suena, hiere
Cada vez que vibra y te despierta
Y siempre habrá otra vez
Cuando necesitas toda tu soledad
El burdel fantasma solo para ti
Algo te sigue, el teléfono y el mal.

(El teléfono y el mal. Ilegales. «La vida es fuego». 2015)

Cuestión de educación

Este es quizás uno de los efectos de los teléfonos móviles y la comunicación consustancial que más me preocupan y, además, se da sin que apenas lo percibamos: la comunicación por los canales que ofrecen los smartphones produce una clara intromisión en nuestra esfera personal que, además, es atacada de una forma que no podemos defenderla ya que se nos adjetivará de mal educados insociables cuando, en realidad, el mal educado es el intromisor.

¿Cuántas veces suena un mensaje de una red social y, al no atenderlo de inmediato porque estamos en otros quehaceres, se nos ha tildado de bordes maleducados? «Perdona, el que estaba haciendo algo muy importante o necesitaba de concentración o simplemente estaba inmerso en otro placer, era yo. Puedo posponer eso tan importante que me quieres comunicar o que quieres que atienda, pero tú, entrometiéndote en mi ocupación, me pides inmediatez o seré falsamente alguien a quien lo importante que trasladas no le importa».

Esto es, aunque no lo parezca, una agresiva ocupación del espacio privado. Antes, cuando sonaba el teléfono, si no se podía atender siempre podías alegar haber estado ocupado o no haberlo oído, ahora es imposible: o das feedback o eres un mal educado o no aprecias lo que se te está comunicando.

Y esa es otra cosa, en realidad, en la comunicación virtual no hay feedback real, simplemente hay intercambio de frases que pueden ser o no ciertas. Por ejemplo: cuando se manda un emoticono no siempre se está haciendo eso que se quiere trasladar, ¿o es que os reis a carcajadas, de forma inconsolable, cuando enviáis el emoji de la carcajada con lágrimas?

Es decir, si somos permeables de continuo a lo que el móvil nos «quiere decir» sufriremos lo que llamo la «ruptura del ritmo de vida personal». Y luego, reitero, hablan algunos de libertad. Debemos saber manejar estas situaciones o estaremos perdiendo algo muy importante, el espacio propio y de ahí, la homogeneización de espacios que supone la ruptura de la división entre unos y otros.

Precisamente que las personas seamos personas es lo que hace que nuestra imprevisibilidad haga que hoy «hable» contigo una hora y mañana, no. No entender todo esto lleva a una forma de comportarse, si se siguen los dictados de lo que esta forma de comunicación nos impone, que se llama: intolerancia.

Y es que hay una falsa sensación, muy extendida, que nos dice que debemos estar pendientes continuamente de nuestro dispositivo porque perderemos contacto con lo que realmente este aconteciendo. Por ello, solemos estar pendientes de cosas urgentes que no son importantes y, encima, desechamos aquellas cosas importantes que no parecen urgentes, la familia, el silencio reflexivo, la meditación, la lectura pausada, la contemplación, etc. Como decía aquel: «¿qué haces? Nada. ¿Y no te aburres? Si no me interrumpen, no».

Precisa y paradójicamente, no hace mucho tiempo, se publicó en Social Science Computer Review un estudio llevado a cabo en Universidad Politécnica de Madrid y en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo donde se decía que:

El uso compulsivo de los teléfonos móviles por algunos de sus usuarios no solo no mejora nuestras relaciones sociales, sino que podría incluso poner en peligro algunas de ellas, donde se incluyen las familiares.

En dicha investigación se realizó un seguimiento durante un año a 416 usuarios de smartphone estudiando la relación entre su adicción, el apoyo social obtenido a lo largo del tiempo y los niveles de angustia psicológica que tenían.

Algunas de sus conclusiones, de esto ya hablé antes, fueron además que a mayor adicción también aumentaban los niveles de estrés psicológico y se observaron consecuencias negativas parecidas a las de otras adicciones, como la adicción al juego, alcohol, etc., y se comprobó una mala adaptación psicológica al entorno y un aumento de problemas y conflictos con familiares y amigos.

Una reflexión para terminar: ¿a que cuando suena un teléfono fijo, para los pocos que aún lo tengan, pensamos: «uy, el fijo, eso es que ha pasado algo?» Es decir, en realidad sí conocemos la gradación de las cosas; aprendamos por tanto a separar lo importante de lo accesorio, lo banal de lo trascendente poniendo a cada cosa en su plano y dando el espacio real que deben tener las personas, nuestras personas. Aprendamos, en definitiva, a vivir. No hace mucho tiempo, sabíamos.

Juanjo habla con su mujer por el móvil sin parar,
ella conduce siempre a gran velocidad,
se oye de repente un estruendo de metal,
ahora se oye la radio, y ya no se oye más.

(Pop de anuncio de móviles. Chucho. «Koniec». 2004)