Llama la atención el enorme impacto que el efecto placebo del Mundial de Fútbol de Qatar logró sobre millones de seres humanos capaces de sumergirse en la fantasía y olvidar todo aquello que ha puesto su supervivencia en riesgo, como la amenaza de una conflagración nuclear, producto de la guerra de intereses geopolítico-corporativos, así como la falsedad de las promesas vacías de los gobiernos en relación a sus políticas con respecto al cambio climático.

Mientras grandes segmentos de los ocho mil millones de personas en todo el mundo carecen de medios de subsistencia y se hunde en la pobreza y el hambre, se observa la concentración obscena de poder de unos pocos privilegiados quienes, con una ínfima porción de sus fortunas, tendrían el poder de aplacar la miseria de quienes lo han perdido todo en este sistema depredador.

La fantasía mundialista desde Qatar, sin embargo, no duró lo suficiente y el inevitable choque con la realidad del cambio climático, la profundización de la pobreza y el desafío de la supervivencia, termina por prevalecer. El efecto placebo se va disipando y resurge la preocupación por la crisis climática mundial.

El entusiasmo de los aficionados al fútbol dejó entre bastidores un tema crucial relacionado con todo el mundo: las conclusiones del COP27. Simon Stiell, secretario ejecutivo de ONU Cambio Climático, señalo que «este resultado nos hace avanzar, es un resultado histórico que beneficia a los más vulnerables de todo el mundo».

«Hemos determinado el camino a seguir en una conversación que ha durado décadas sobre la financiación de las pérdidas y los daños, deliberando sobre cómo abordar los impactos en las comunidades cuyas vidas y medios de subsistencia han sido arruinados por los peores impactos del cambio climático», añadió.

Pero la realidad es que la ONU no solo carece de poder para enfrentar las presiones del mundo corporativo, con mayor poder que los Estados que la conforman, sino depende financieramente de países súper industrializados que son, en concreto, los mayores emisores de CO2 del mundo y cuyo sistema productivo se vería seriamente afectado con la gigantesca inversión requerida para adaptar sus métodos con el propósito de reducir su huella de carbono.

A este obstáculo se añade una cultura de consumismo extremo e innecesario -convertida en señal de progreso- en esos mismos países desarrollados y aquellos emergentes que buscan imitar el estereotipo.

Un festejado acuerdo minimalista

Las dos semanas de conversaciones en Sharm el-Sheij dieron como resultado un acuerdo final minimalista que sella la creación de un fondo para los daños irreversibles causados por el calentamiento global. Sin embargo, en el texto final de la COP27 no se menciona la salida de los combustibles fósiles.

Aunque la situación es urgente, lo principal es que esta COP no elevó las ambiciones en materia de cambio climático, no decidió nada para que las emisiones empiecen a disminuir a más tardar en 2025, y la presidencia egipcia, aunque dice hablar en nombre de África, actuó deliberadamente en connivencia con los países productores y las multinacionales de los combustibles fósiles.

En la apertura de la COP27, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) advirtió que los últimos ocho años podrían ser los más cálidos de la historia. Con la primera COP celebrada en 1995 y el aumento imparable de las emisiones mundiales, se cuestiona el objetivo mismo de estas cumbres.

Esta COP27, patrocinada por la compañía aérea EgyptAir y Coca-Cola, campeona mundial de la contaminación por plásticos, fue también una feria de greenwashing (lavado verde) para los Estados y los industriales. Durante las dos semanas se anunciaron 14 acuerdos internacionales sobre el gas: Alemania llegó a firmar una asociación con Egipto para obtener suministros de gas.

«Tenemos que reducir drásticamente las emisiones ahora y esa es una cuestión a la que esta COP no ha dado respuesta», dijo el secretario general de la ONU, António Guterres; quien también había recordado que «El objetivo de 1,5°C no es sólo para mantener un objetivo que sigue vivo, sino para mantener viva a la gente».

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), en su sexto informe publicado este año, subrayó que las «reducciones sustanciales» de los combustibles fósiles son una de las formas más eficaces para limitar el cambio climático. La combustión de carbón, petróleo y gas es responsable de casi el 90% de las emisiones mundiales de CO2.

O sea, es un acuerdo que aborda las consecuencias y no las causas del cambio climático. Fue por primera vez que los 196 países reunidos en la mesa de negociaciones acordaron crear un fondo financiero para el próximo año con el fin de combatir las «pérdidas y daños», es decir, los perjuicios irreversibles causados por los fenómenos meteorológicos extremos relacionados con el calentamiento global.

Era lo que venían reclamando desde hacía más de 30 años los Estados más vulnerables al cambio climático. El año pasado, en Glasgow, estos países propusieron un mecanismo de solidaridad financiera, pero las negociaciones fueron saboteadas, como siempre, por los emisores históricos de CO2, Estados Unidos y la Unión Europea (UE).

En Sharm el-Sheij, la Unión Europea revisó su posición y se decidió por el lanzamiento de un fondo específico, y luego sumó a los estadounidenses a su causa. Es que luego de las recientes y devastadoras inundaciones en Pakistán es difícil seguir haciendo oídos sordos a las demandas de los países del Sur.

Los científicos creen que el cambio climático ha incrementado en un 50% estas trágicas precipitaciones. Pakistán sólo ha aportado el 0,3% de las emisiones históricas del mundo, pero es el octavo país más amenazado por los fenómenos meteorológicos extremos. Las pérdidas y daños de esta catástrofe se estiman en 30.000 millones de dólares.

Para alimentar este futuro fondo, 12 gobiernos y la UE han liberado un total de unos 360 millones de dólares para pérdidas y daños, algo que parecía imposible cuando se planteó oficialmente en 1991. Es un paso al frente, pero apenas una gota en el mar de la (in) solidaridad climática, dado el costo de caos climático ha sido valuado en 580 mil millones de dólares al año.

«Esto es sólo un bote salvavidas en un huracán que se avecina», dice la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS), una coalición de 39 Estados isleños. Quizá se trate de una victoria para los países más pobres, pero sólo es una decisión de principio, tardará años en concretarse quién pagará, cuánto y, sobre todo, quién recibirá el dinero. ¿Qué países deben contribuir y qué países se beneficiarán?

En todas estas cuestiones se librarán batallas muy duras, en las que algunos de los mayores criminales climáticos del mundo, como las monarquías petroleras, tratarán de manipular a los países pobres para que evitar contribuir al fondo. O quizá intenten beneficiarse de él: Arabia Saudí, Qatar y los Emiratos están clasificados como países en desarrollo.

El tabú de los combustibles fósiles

El año pasado, en Glasgow, la declaración final de la COP26 señaló en su documento final la necesidad de «reducir progresivamente el carbón», hecho inédito en la historia de las cumbres internacionales sobre el clima. Para esta COP27 egipcia, India, con el apoyo de la UE y Estados Unidos, presionó para que la decisión final incluyera la salida de todos los combustibles fósiles, pero obviamente no tuvo éxito.

Al igual que el año pasado, el texto sólo especifica la «eliminación progresiva» del carbón y el fin de las «subvenciones ineficientes» a los combustibles fósiles. Laurence Tubiana, una de los artífices del acuerdo de París de 2015 y directora ejecutiva de la Fundación Europea del Clima señala que «La influencia de la industria de los combustibles fósiles se ha hecho notar en todos los ámbitos», señala.

Se refiere a que la presidencia egipcia de la conferencia elaboró un texto que protege claramente a los Estados petroleros y gasistas y a las industrias de combustibles fósiles. Los saudíes y los rusos frenaron las conversaciones sobre la decisión final de la COP27, negándose a mencionar los combustibles fósiles en el texto. China guardó silencio sobre el tema.

«Queremos insistir en que la Convención (la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) tiene que ocuparse de las emisiones, no del origen de las mismas», señaló el representante oficial de Arabia Saudí en la última sesión plenaria.

Cabe recordar que la petrolera saudí Aramco, el gigante del carbón China Energy y la industrial rusa Gazprom, las tres empresas estatales, son los tres mayores emisores del mundo. Los 636 grupos de presión de los combustibles fósiles -representantes del petróleo, el gas y el carbón- estuvieron muy activos en los pasillos de la COP27 para que el negocio de los combustibles fósiles continuara como hasta ahora.

Estos lobistas, superaron a las delegaciones nacionales de los diez países más afectados por el cambio climático. Como resultado, el acuerdo final está lleno de lenguaje ecológico utilizado por la industria de los combustibles fósiles.

El texto se refiere a la «diversificación de las fuentes de energía» (no a la sustitución permanente de los combustibles fósiles por las renovables), a las «circunstancias nacionales» de cada país, y sugiere que las emisiones de los combustibles fósiles podrían reducirse mediante tecnologías de captura de carbono muy dudosas.

Para Clément Sénéchal, responsable de la campaña climática de Greenpeace Francia, en esta COP27 «la comunidad internacional sigue discutiendo un problema cuyas causas desprecia. Esto es como llenar un barril agujereado con un colador: si los Estados no están dispuestos a hacer los esfuerzos necesarios para acabar con la explotación de los combustibles fósiles, los impactos y las pérdidas y daños irreversibles no harán más que intensificarse», comenta Fanny Petitbon, de CARE.

¿Reducción de las emisiones?

El acuerdo final de Sharm el-Sheij reafirma la urgente necesidad de reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí a 2030 para mantenerse por debajo de 1,5ºC de calentamiento global. El texto compromete a los países a «seguir esforzándose por limitar el aumento de la temperatura a 1,5°C» y reconoce que «para limitar el calentamiento global a 1,5°C es necesario reducir las emisiones de forma rápida, profunda y sostenida».

La posibilidad de mantenerse por debajo de 1,5 °C se está reduciendo. Según el equipo científico del Global Carbon Project, «si los niveles de emisión actuales persisten, hay un 50% de posibilidades de que se supere el calentamiento de 1,5ºC en nueve años».

Sin embargo, los planes climáticos actuales de los Estados nos sitúan en una trayectoria de calentamiento de al menos 2,5°C para finales de siglo. Y durante esta COP27, sólo la UE, México y Turquía anunciaron nuevos objetivos de reducción de emisiones. China, el mayor emisor del mundo, permaneció ausente, aferrándose a su objetivo de lograr la neutralidad en carbono para 2060.

Mientras tanto, los avances en la financiación de la transición y la adaptación al cambio climático siguen siendo insignificantes. En 2009, en la COP15 de Copenhague (Dinamarca), los Estados más ricos se comprometieron a aportar 100.000 millones de dólares anuales, a más tardar en 2020, a los países del Sur para ayudar a las naciones más pobres a realizar la transición ecológica. Esta financiación sólo había alcanzado los 83.300 millones de dólares en 2020.

El acuerdo final de la COP27 «expresa una profunda preocupación» por esta promesa incumplida. Friederike Röder, de Global Citizen señaló que «El texto ni siquiera da indicaciones de que este compromiso se vaya a mantener. Esto es inaceptable, especialmente si se valora en perspectiva. En 2021, el apoyo a los combustibles fósiles ha alcanzado los 440.000 millones de dólares en todo el mundo. Se espera que la Copa del Mundo de fútbol cueste 200.000 millones de dólares».

Esta COP fue ganada por el capital de los combustibles fósiles y sus representantes políticos incondicionales, que han aprovechado hábilmente la coyuntura geoestratégica y el descontento –legítimo– de los países pobres con el imperialismo occidental, que es el principal causante del calentamiento global.

Pero también fue un fracaso para los representantes más entusiastas del capitalismo verde: la Unión Europea estuvo a punto de dar un portazo, al igual que Gran Bretaña. Los neoliberales verdes están así atrapados en su propia trampa. A corto plazo, la COP28 estará presidida por los Emiratos Árabes Unidos cuyos más de mil delegados promovieron el «petróleo limpio» (el CO2 utilizado masivamente para aumentar la extracción de petróleo).

Finalmente, en un Egipto bajo el yugo del régimen autoritario de Abdel Fattah al-Sissi, fue una COP silenciosa y temerosa para muchos activistas. La próxima COP se celebrará en Dubái, en los Emiratos Árabes, en noviembre de 2023. Los Estados debatirán el primer balance mundial de los esfuerzos climáticos de los países, el mecanismo de evaluación mundial del acuerdo de París de 2015. Sin embargo, el mes que viene se dará un paso crucial para frenar el cambio climático. En Montreal, Canadá, se celebrará la COP15 del Convenio sobre la Diversidad Biológica.

Los líderes mundiales deben intentar alcanzar un acuerdo internacional para salvaguardar los ecosistemas, un requisito previo para combatir el cambio climático. Un tema que quedó completamente fuera del acuerdo final de Sharm el-Sheij.

Ya Qatar y el obsceno mundial de fútbol quedaron en el pasado, y el cambio climático volverá a ocupar nuestro interés. Ya pasó el efecto placebo.