La reciente caída de Bashar al Assad en Siria marca un punto de inflexión en el complejo tablero de Medio Oriente. Su salida del poder, tras más de dos décadas de un gobierno caracterizado por la represión y la manipulación sectaria, encuentra sus raíces en la Primavera Árabe de 2011, pero también en la dinámica cambiante del sistema internacional. Este análisis busca diseccionar las causas de este desenlace, examinar los factores que han contribuido a su debilitamiento y explorar las posibles consecuencias para Siria y la región, incluyendo la amenaza latente de un resurgimiento del Estado Islámico (ISIS).
La Primavera Árabe y la guerra civil siria: el inicio del declive
La Primavera Árabe fue un movimiento de protesta sin precedentes que sacudió al mundo árabe en 2011. Siria no fue la excepción: las protestas en Deraa, desencadenadas por la detención y tortura de adolescentes que habían pintado grafitis contra el gobierno, se extendieron rápidamente a nivel nacional. La respuesta del régimen de Al Assad fue brutal: represión violenta, arrestos masivos y el uso sistemático de la tortura. Estas acciones no sólo alienaron a amplios sectores de la población, sino que también generaron una oposición armada que escaló el conflicto a una guerra civil.
La guerra se caracterizó por la fragmentación de los actores y por un sectarismo marcado. Al Assad, apoyado por su base alauita, instrumentalizó las divisiones étnicas y religiosas para consolidar su poder. Sin embargo, esta estrategia tuvo un costo elevado: los sunitas, mayoría demográfica, se alinearon con las fuerzas opositoras, mientras que los kurdos aprovecharon el vacío de poder para establecer un autogobierno en el noreste del país.
Hacia 2015, la intervención militar de Rusia marcó un punto de inflexión a favor del régimen. Este apoyo incluyó bombardeos aéreos masivos contra posiciones de la oposición y grupos extremistas, el envío de tropas de élite y armamento sofisticado, así como el establecimiento de bases militares estratégicas, como la de Hmeymim en Latakia. Los ataques aéreos rusos, dirigidos principalmente a bastiones opositores en Alepo, Idlib y Homs, inclinaron la balanza militar hacia el régimen al destruir infraestructura clave y debilitar la moral de los rebeldes.
Además, Rusia brindó asesoramiento táctico y logístico al ejército sirio, permitiendo operaciones coordinadas más eficaces. Este respaldo no solo fortaleció al régimen en el terreno, sino que también consolidó la influencia geopolítica de Moscú en Medio Oriente, redefiniendo las alianzas y prioridades en la región. Con apoyo aéreo ruso y la asistencia de milicias respaldadas por Irán, Al Assad logró retomar Alepo, Homs y otras áreas estratégicas. Sin embargo, este apoyo externo también consolidó su dependencia de aliados extranjeros, limitando su autonomía política y exacerbando su desgaste interno.
Factores económicos y sociales: la implosión del régimen
La guerra civil dejó a Siria en ruinas, con un costo humano y material devastador. Según un informe del Banco Mundial1, el conflicto ha causado más de 500,000 muertes directas y desplazado a más de 13 millones de personas, de las cuales cerca de 6 millones han buscado refugio fuera del país.
Ciudades como Alepo, Homs y Raqqa han quedado reducidas a escombros, con más del 50% de su infraestructura destruida. La reconstrucción de Siria requerirá una inversión estimada en 250 mil millones de dólares, una cifra que parece inalcanzable en el contexto actual de sanciones internacionales y aislamiento político. Además, el acceso a servicios básicos sigue siendo crítico: alrededor del 70% de la población carece de agua potable, y más del 40% de los hospitales y centros médicos han quedado inutilizables, lo que agrava aún más la crisis humanitaria.
Según datos de la ONU, más del 80% de la población vive bajo el umbral de pobreza, y el PIB se ha reducido en un 60% desde 2011. Las sanciones internacionales, lideradas por Estados Unidos y la Unión Europea, agravaron esta situación, restringiendo el acceso del régimen a recursos financieros y tecnológicos. Además, la corrupción endémica y la mala gestión económica minaron la capacidad del gobierno para ofrecer servicios básicos.
La crisis económica también exacerbó el descontento social. En 2023, las protestas en las regiones de Suweida y Daraa resurgieron con demandas de justicia social y una transición política. Aunque inicialmente fueron locales, estas manifestaciones encontraron eco en otras partes del país, incluyendo zonas bajo control gubernamental. La incapacidad del régimen para sofocar estas protestas sin recurrir a la violencia masiva reflejó su creciente debilidad.
El contexto internacional: aliados fragmentados y oportunidades perdidas
El sistema internacional también jugó un papel crucial en el debilitamiento de Al Assad. Si bien Rusia e Irán proporcionaron apoyo militar y financiero clave, su compromiso disminuyó con el tiempo. La guerra en Ucrania desvió la atención de Rusia, reduciendo sus recursos disponibles para Siria. Por su parte, Irán, enfrentado a sanciones propias y crecientes tensiones internas, también limitó su asistencia.
En paralelo, las potencias regionales, como Turquía y los países del Golfo, adoptaron posturas pragmáticas. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, que anteriormente apoyaron a la oposición, buscaron normalizar relaciones con Siria a través de la Liga Árabe en 2023. Sin embargo, este acercamiento fue más simbólico que sustantivo, ya que no incluyó un compromiso financiero significativo para la reconstrucción del país.
Por otro lado, la retirada progresiva de Estados Unidos de Medio Oriente creó un vacío de poder que Turquía y Rusia intentaron llenar, generando tensiones adicionales. La falta de una estrategia coordinada entre estos actores internacionales dificultó cualquier esfuerzo por estabilizar Siria y sentó las bases para el caos actual.
La amenaza del resurgimiento de ISIS
La caída de Al Assad también reaviva preocupaciones sobre un posible resurgimiento de ISIS en Siria. Aunque el grupo fue derrotado territorialmente en 2019, sigue siendo una amenaza latente. Actualmente, ISIS mantiene una red clandestina2 en zonas rurales y desérticas del este de Siria, especialmente en Deir Ezzor y Homs. Según informes de la ONU, el grupo ha intensificado sus ataques contra fuerzas del régimen y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) en los últimos años.
El debilitamiento del régimen y la falta de gobernanza efectiva en amplias áreas del país proporcionan un entorno propicio para el extremismo. Además, las condiciones económicas y sociales, incluida la pobreza extrema y el desempleo juvenil, crean un caldo de cultivo para la radicalización. En este contexto, la capacidad de ISIS para reclutar nuevos combatientes y financiar sus operaciones a través del contrabando y la extorsión sigue siendo significativa.
La posibilidad de un resurgimiento también depende de la falta de coordinación internacional, la cual enfrenta diversos obstáculos significativos. Entre ellos se incluyen las tensiones geopolíticas entre actores clave como Estados Unidos y Rusia, cuyas agendas divergentes en Siria dificultan acuerdos sustantivos. Además, las discrepancias entre Turquía y las milicias kurdas impiden operaciones conjuntas contra el extremismo.
Por otro lado, la limitada participación de organismos multilaterales y la falta de financiamiento adecuado para programas de estabilización agravan aún más la capacidad de respuesta internacional. Las tensiones entre Estados Unidos y Rusia, así como entre Turquía y las milicias kurdas, dificultan la creación de una estrategia unificada para combatir al extremismo. Sin un esfuerzo conjunto, es probable que ISIS aproveche estas divisiones para expandir su influencia.
Consecuencias y perspectivas para Siria
La caída de Al Assad podría abrir una ventana de oportunidad para una transición política, pero también plantea riesgos significativos. La fragmentación del poder entre diferentes actores —incluyendo las milicias kurdas, los grupos opositores y los remanentes del régimen— podría perpetuar el caos. Además, la ausencia de un liderazgo centralizado dificulta cualquier esfuerzo por reconstruir el país o implementar reformas.
A nivel regional, la inestabilidad en Siria tiene repercusiones directas para sus vecinos. Turquía, que alberga a más de 3,6 millones de refugiados sirios, enfrenta presiones internas para acelerar su repatriación, algo que resulta inviable en el contexto actual. Por su parte, Jordania y Líbano, también sobrecargados por la crisis de refugiados, podrían experimentar nuevas olas migratorias si el conflicto se intensifica.
A nivel internacional, la caída de Al Assad plantea un dilema para las potencias occidentales. Mientras que Estados Unidos y la Unión Europea podrían buscar aprovechar este momento para impulsar una solución política, la falta de consenso sobre cómo manejar la influencia rusa e iraní en Siria limita sus opciones. Además, la reconstrucción del país requerirá inversiones masivas que ningún actor está dispuesto a asumir en solitario.
La caída de Bashar al Assad en Siria es el resultado de una combinación de factores internos y externos que se han desarrollado durante más de una década. Desde la Primavera Árabe hasta la fragmentación del sistema internacional, cada elemento ha contribuido a debilitar un régimen que alguna vez pareció inamovible. Sin embargo, este cambio también presenta nuevos desafíos, incluyendo la amenaza del extremismo y la necesidad de una gobernanza inclusiva y efectiva.
El futuro de Siria dependerá en gran medida de la voluntad de la comunidad internacional para abordar estos desafíos de manera concertada. Aunque las perspectivas a corto plazo parecen sombrías, una estrategia unificada que priorice la estabilidad y el bienestar de la población siria podría transformar este momento crítico en una oportunidad para la paz y la reconstrucción. (Escrito el día 15 diciembre 2024).
Notas
1 Banco Mundial. En noticia de prensa.
2 Red clandestina. En Naiz.