Sé que, de primera entrada, es posible que más de una persona se esté preguntando si hablar de verdadera autenticidad es una redundancia. ¿Podría acaso algo ser auténtico sin ser verdadero? Por definición, no; mas desde el concepto de autenticidad que se maneja hoy en día, creo que lastimosamente, sí.

En un momento en que las redes sociales son el campo de acción de la gran mayoría, se empezó a tomar como auténtico aquello que sobresale por ser diferente del resto; sin importar si es verdadero y consecuente con quien lo crea. Se demanda originalidad; pero se cuestiona poco la integridad de eso que se percibe como original. Pareciera que importa poco, o del todo ya no se advierte la diferencia.

Así, la necesidad de sobresalir por originalidad —y ojalá volverse viral en Internet—, poco a poco ha ido socavando la autenticidad verdadera; que en el mejor de los casos termina convertida en una seudoautenticidad calculada, sin otro fin que lograr llamar la atención y generar likes.

Y la verdad es que siempre que el objetivo de cualquier acto sea agradar a alguien más —en lugar de agradarse a sí mismo—, la autenticidad brillará por su ausencia.

A la ligera tiende a calificarse de muy auténticas algunas acciones en redes sociales como mostrarse justo al levantarse —en pijama o ropa interior—, en espacios desordenados, llorando, etc.; cuando en realidad esto solo será auténtico, si nace desde un espacio de total, despreocupada y desapegada vulnerabilidad y transparencia.

Tan falso puede ser salir llorando y con los ojos hinchados en una publicación de Internet, como auténtico puede ser mostrarse con el peinado bien hecho y con la mejor ropa en otra de estas; todo depende de si en cualquiera de las dos opciones la persona solamente es —justo como sería en su ambiente más íntimo o de confianza—, o si está aparentando.

Si, por ejemplo, lo que mueve la acción de compartir algo muy personal en redes sociales es solamente expresarse —como una especie de ejercicio de sanación—, o servir de apoyo o ayuda a alguien más que pueda sentirse igual, estamos ante la presencia de un acto legítimo y muy valioso; pero en la medida en que dicha acción se haga con un objetivo oculto de por medio —como generar reacciones, tener mayor alcance en redes sociales con ingresos económicos derivados, entre otros—, se convierte en una farsa, como lo podría ser cualquier otra.

El asunto es que la verdadera autenticidad no se planea, solo es. Para poder identificarla hoy en día se debe acallar el ruido que la rodea, y para lograrlo, hay que desligarla del término novedad, y de su capacidad —o no— de causar un impacto notorio; dado que dicha valoración se enfoca en la apariencia y no en la esencia.

Lo verdaderamente auténtico —ya sea en el ámbito de la moda, la creación de contenido, las redes sociales o el ámbito personal—, no necesariamente va a sobresalir por ser algo muy novedoso, llamativo, o evidentemente genuino, sino por el hecho de que, al ir a su fuente, se constata que es totalmente congruente consigo mismo. Porque la verdadera autenticidad solo puede surgir desde un lugar de autoconocimiento y conexión personal.

Cuando alguien logra hacer justo lo que su corazón le pide —sin importar lo que hace la mayoría, o cómo se va a recibir esa acción— y lo hace con total entrega, ahí está la verdadera autenticidad, y es con pequeñas o grandes acciones auténticas —en cualquier ámbito—, que el mundo se vuelve un lugar mejor.

Así que, procuremos —desde la verdadera autenticidad—, ser siempre un aporte para el mundo; regalándole día a día aquello que solo nosotros podemos darle.