Es julio y acabamos de pasar la mitad del año. Algunos memes ya hacen alusión a cuántos días faltan para Navidad, y aunque aún no termina el 2025, considero necesario hacer una pausa para reflexionar sobre los logros y enseñanzas que hasta ahora tengo.

Mi año empezó con un colorido y claro vision board que me retaba, entre otras cosas, a perseverar en el deporte, alcanzar mis metas académicas, encontrar una pareja, entre otras cosas, que pintaban una versión idealizada del año donde no había espacio para tropiezos.

Creo que si no se llamara vision board, podría llamarse también “cuadro de expectativas”, porque la realidad está un poco lejos. No quiero ser pesimista, pero sí realista. Empiezo por contar que, a pesar de ser una persona algo elocuente, tomé la decisión de guardar muchas de las situaciones que vivo solo para mí, aunque también recuerdo que prometí compartir más de lo que me pasa. Terminé confiando solo en mi psicóloga.

Cuando siento que mis problemas son muy difíciles o tristes, no me gusta contagiar a nadie con ese sentimiento. Entonces, solo finjo estar bien, aunque por dentro esté hecha pedazos. De ahí mi amor por la escritura: en mi diario personal es donde las ideas salen cargadas de tantas emociones y quedan impregnadas para rememorar ese momento.

El año empezó y luchaba por sentirme bien conmigo misma, por dejar atrás situaciones del 2024 que aún me daban vueltas en la cabeza, encontrando la lógica de por qué pasar la página era lo más saludable. Pero esta tarea no siempre era fácil. Había días en los que llorar aliviaba, otros en los que entrenar era la cura. Así era como vivía, poniéndome curitas para seguir adelante.

A todo esto, había algo que no me dejaba caer en depresión: siempre tenía un deber que cumplir. Ese algo era cursar una maestría, la cual empecé más porque ya se lo había dicho a muchas personas que por verdadera convicción. Sin embargo, no pude haber tomado una mejor decisión. Fue en el momento justo.

Tareas grupales, individuales, clases, exámenes... vivía al límite con tanto por hacer, que detenerme solo a lamentar alguna situación nunca era una opción. A todo esto, tuve que desistir de quedarme en el gym por las tardes, debido a que al no tener movilización propia se me dificultaba mucho llegar a casa, y pedir un aventón ya no era una opción.

No es que no me guste pedir favores, solo creo que todo se unió y ya no era apropiado para mí quedarme a entrenar. Esto también me afectó un poco, porque el cuerpo me recordaba que el no entrenar tenía consecuencias. Lo poco que había conseguido en tonificar mis músculos lo perdí en unas tres semanas, quizás más. Esto fue algo que me tocó soltar y, al mismo tiempo, razonar por qué en ese momento no era prioridad el gym.

En abril, tuve que decir adiós a dos años de trabajo con una marca. Lo más gracioso es que cuando me citaron para despedirme, me pidieron informes de lo que se había hecho hasta esa fecha. Yo fui con la mejor actitud y con todo lo que pidieron, porque estaba segura de que era una reunión de rutina. Pero no fue así.

Una parte de mí se sentía aliviada porque mi carga de trabajo era mucha. No me quejo porque, aunque me costaba, me divertía mucho. Quiero hacer hincapié en que, como creadora de contenidos —que es mi trabajo como freelance— lo que más me cuesta es interactuar con personas. No sé cómo explicarlo, pero me gusta ser un poco más reservada.

Ese trabajo implicaba atravesar un auditorio por un minuto de video, estar en el centro de un patio mientras tomaba fotos de alguien que estaba cantando, bailando o realizando cualquier actividad, mientras a mi alrededor había decenas de estudiantes observando.

Me armaba de valentía y lo hacía, pero la inseguridad y el miedo de estar al frente nunca me abandonó. Y cuando se terminó, lamenté la disminución de mis ingresos, pero como dije, también me alivié de tener más tiempo para dedicarle a la maestría, a mis otras actividades del trabajo y a mi vida misma.

Un verdadero desafío fue terminar el primer cuatrimestre de la maestría. He aprendido muchísimo y descubrí que no es algo que solo me gusta, es algo de lo que quiero vivir el resto de mi vida. Es interesante pensar cómo fue que llegué hasta esta área de estudio como lo es el diseño de experiencia de usuario. Es un tema muy amplio, entre complejo y sencillo, que estoy segura abordaré en mi siguiente artículo.

A esta mitad de año, puedo decir que, entre lecciones, logros, finales y muchas emociones, ha sido un buen año. Me quedo con mis silencios, que solo entiendo yo, aceptando las cosas que definitivamente no puedo cambiar, adaptándome a las situaciones que se presenten y manteniendo la fe a pesar de cualquier situación adversa, siendo mi propia animadora y mi mayor crítica.

Lo que se viene es terminar con éxito la maestría, empezar un par de cursos para aprender ciertas herramientas que van a sumar a lo que aprendí recientemente. Sueño con un trabajo remoto que me permita mantener mi trabajo actual y, quién sabe, volver a estudiar, pero esta vez fuera del país. La idea me aterra, pero es algo que tengo en mente desde hace muchos años y quiero al menos intentarlo.

Querido lector, no sé cómo fue tu año, cuántas cosas estés atravesando, qué ya superaste y qué no. Cada persona es un mundo tan complejo y diferente, pero te animo a agradecer por todo. Soy testimonio de que cada cosa que nos pasa es como la pieza que arma el rompecabezas de nuestra vida.

No conoces a nadie por casualidad, no estás por ahí porque así lo quiso la suerte. Creo que cumplimos un propósito y que todo pasa en el momento que debe pasar. No apresures nada, no fuerces nada, no mendigues una amistad o peor aún, un amor. Solo sé tú, siendo tu mejor versión, dando lo que eres sin esperar nada a cambio. Porque la vida misma te recompensa el ser una buena persona.

Encara tu segunda mitad del año con valentía y esperanza. No es tarde en el reloj de tu vida. Practica un deporte —el que sea. En mi caso, elegí el atletismo y me ha dado una decena de medallas, lugares que conocí, kilómetros recorridos y, lo más importante, una comunidad de amigos que suelen ir de mi lado en cada entrenamiento o que me esperan al llegar a la meta.

Valora tu tiempo, que es tu bien más valioso. Haz que cuente cada día. Pero no todo es trabajo: piensa en maneras de divertirte, solo o en compañía. Un viaje, una salida a tomar café o lo que sea. Descansa lo suficiente, toma agua a diario y sonríe siempre.

Desde este rincón de América del Sur, me despido augurándoles muchas buenas vibras para finalizar el año. Que más allá de los logros, hayan disfrutado de cada actividad, hayan sido felices, guardado los mejores recuerdos y dado lo mejor de ustedes mismos.

Con amor, Paola.