Viajar es soltar percepciones arraigadas y personales. Atreverse a viajar a otras culturas y tener la apertura mental, emocional y física es romper la comodidad de ver nuestra propia perspectiva. Mi última experiencia por América del Sur me enseña que las fronteras todavía son puertas y controles limitantes y se pierde un poco ese sentido de alegría cuando la rigurosidad prevalece, claro, más ahora, después de la COVID-19. Pero las fronteras imaginarias desde que entró la Conquista han permeado esa libertad de paso que es tan necesaria para mover el mundo.

A pesar del camino imaginario que atraviesa una línea o coordenada, las direcciones marítimas o terrestres son una necesidad para marcar pautas políticas y económicas. Así lo dice la historia cuando las naciones peleaban por ampliar su poderío y vemos páginas de estudios sobre navegantes y conquistadores rompiendo los mares, los glaciares y todos esos lugares exóticos que prometían oro, riqueza de especies o menesteres y hasta trata de humanos, por no decir, esclavitud.

Es maravilloso ver un pasaporte y ver su sellado, para decirnos de tierras no tan libres e iguales, diferentes a la vez. Líderes políticos que se compartían territorios y que hoy son eje de museos y libros. Quedan restos de mestizaje profundo y se mira con dolor. La mezcla del horror. La invasión a la par de la desigualdad. Seguimos en conquista y explotación. Nada ha cambiado, todo es una guerra silenciosa del poder.

Después de superadas esas vallas, en la primera frontera, el viaje se transforma en un peregrinaje. Tal vez, se piensa más ahora para viajar, por todo lo que se vive y tanto temor a lo desconocido, a las expectativas que son dirigidas por los medios de comunicación. Pero la experiencia impulsiva, lo explico, no es tratándola de espontánea, es de soltarse, de mermar ya el miedo, y creernos que el contacto humano es una necesidad, que la experiencia con otros desarraiga y libera.

Esta pandemia nos hizo un nudo difícil de soltar en nuestra propia teoría que ya llegará el tiempo para hacerlo o que, aún, viajar es una insolencia para la pobreza. Toda persona que ha viajado o se esfuerza cada vez que puede, comprueba su renovación interior y su miramiento más amplio y humano. Uno puede viajar a través de muchas opciones que Internet mueve para hacerlo todo desde la computadora, somos nuestra propia agencia, y eso permite grandes ahorros y probabilidades más abiertas. Claro, no todo sale como una linda mañana de gaviotas, encontrarán hoteles que ofrecen falsas ideas de una oferta que incluyen más gastos, por lo que hay que prevenir con tarjetas de ahorro, de crédito, a veces efectivo, porque no siempre los sistemas de pago se pueden realizar.

Hay odisea si hay desayuno incluido o no y para asegurarse de ello. De todo, lo que Internet promete, piensen que un 75 % será posible y que ese otro 25% está lleno de sorpresas, a lo mejor encuentran, bien una casa en servicio de hospedaje por días, referencias de amigos, paquetes de turismo que se abren más a sus posibilidades. Es un ajustarse a ciertas comodidades, pero abriendo los ojos a nuevos mundos y amigos.

Viajar liviano siempre es una buena idea. Nos vamos con la idea de no traer nada para no pasar todo ese riesgo de perder maletas, o tiempo de un vuelo y, a veces, las galletitas de tal lugar o la botella imperdible de no traer porque es tradicional, hacen que regresemos con más carga de lo previsto. Por ello, creo que lo más aconsejable es traer una buena foto de cada país o algo muy pequeño y representativo, por si son de esos que coleccionan detalles de sus viajes, que son reseñas de nuestra visita. De otro modo, vivan el momento plenamente. Viajar solo es divertido, pero mejor sería acompañado. Es una opción. Todo trajín trae buenos resultados; es ese algo que nadie se puede llevar ni quitar, porque lo llevamos puesto, vivido y digerido. Vuelen, tracen caminos, señalen rutas, imagínense poder encontrar lo que no esperaban. Todavía, vivir es un viaje mágico si no lo piensan mucho.