España, camaradas, necesita patriotas que no le pongan apellidos. Hay muchas sospechas —y más que sospechas— de que el patriotismo al calor de las iglesias se adultera, debilita y carcome. El yugo y las saetas como emblema de lucha sustituye con ventaja a la cruz para presidir las jornadas de la revolución nacional.

Cuando se proclamó la República en España, el 14 de abril de 1931, Ledesma Ramos tenía veintiséis años y llevaba un mes publicando su semanario La Conquista del Estado. En su juventud tuvo ambiciones literarias que se vieron plasmadas con la publicación de varios cuentos («El vacío», «El sello de la muerte…»), adquirió una buena formación filosófica y literaria. Muy tempranamente se vio influido por Nietzsche y por teorías románticas y naturalistas, por lo que se le puede considerar como un típico producto de la crisis cultural europea de finales de siglo XIX y principios del XX, más que un producto directo y unicausal del desastre español de 1898.

La influencia que tuvieron en él la filosofía alemana, las teorías irracionalistas y los nacionalismos serían el caldo de cultivo idóneo que formaría al fundador de las JONS.

En 1928 empieza a publicar sus ensayos de filosofía, así comienza una relación de amistad y admiración mutua con José Ortega y Gasset, relación que nunca se extinguirá. A través de Ortega aprende Ledesma de la escuela de Marburgo, que configura la primera etapa de su pensamiento filosófico, pero quien de verdad puede ser considerado como inspirador del pensamiento en Ledesma fue Martin Heidegger. Para Ledesma:

El filósofo, en general, es enemigo de las cosas; no ama el Universo en sí mismo y siempre dispara a los objetos unos dardos ambiciosos, con la pretensión de captar en ellos esa propiedad que los hace cognoscibles, seres dóciles a las ideas.

Ledesma afirma que se debe crear una filosofía acorde con el espíritu del pueblo español. Desde el temperamento español creía necesario imprimir un estilo propio a la forma filosófica o científica. Es precisamente desde ese temperamento, y no desde la teoría, desde donde se componen los contenidos de la acción, que luego ya, finalmente, dará contenido a una teoría. Esta afirmación puede ser inscrita dentro del pensamiento voluntarista.

La gran transformación intelectual de Ledesma no se produjo hasta finales del año 1930, una vez caída la dictadura de Primo de Rivera. Dejó sus proyectos de estudios filosóficos y se lanzó, a comienzos de 1931, a la publicación de La Conquista del Estado, donde expresaría su ideología, identificada por él mismo como nacionalsindicalismo.

Ledesma define en 1929 la misión del Estado como autoridad máxima y ordenadora, idea que trascenderá en toda su obra posterior. Así, Ledesma exalta al Estado como principio ordenador objetivo. El Estado está por encima de los individuos y se hace cargo de sus problemas, orientándolos hacia el interés general (principio orgánico del Estado).

La ideología de Ledesma se podría resumir como: «Estado autoritario, reivindicación de las juventudes, época en crisis, valores nuevos contra valores caducos, apetencia de una España nacionalista con voluntad de poderío, encuadramiento de las masas en una nueva disciplina, economía sindical...», a esto hay que añadir la violencia en la lucha política.

Los puntos que definen el pensamiento de Ledesma son los siguientes: panestatismo, nacionalismo radical y expansivo que es una reacción contra el nacionalismo regionalista y que es también anti internacionalista. Defendía la idea nacional de patria como «empresa histórica y como garantía de existencia histórica de todos los españoles», por lo que defiende la superación del marxismo, que es su enemigo principal. Habla de corporativismo económico y una estructura sindical de la economía, con una sindicación obligatoria en la que el Estado disciplinará y garantizará la producción; expropiación de los terratenientes, cediendo sus tierras a los campesinos; organización elitista y paramilitar con unas «minorías audaces y valiosas», así como de una idea de élite que, inspirada en Ortega, haría apología de la violencia con tonos sorelianos.

Antes de La Conquista del Estado, no pueden apreciarse esfuerzos de ninguna clase por propagar en España una bandera nacional y social, es decir, una bandera fascista. (Había existido, sí, la gesticulación reaccionaria de Albiñana, al servicio descarado de la aristocracia terrateniente y de los núcleos más regresivos del país, y que quiso presentarse, desde luego, como émulo del Duce fascista de Italia... La Conquista del Estado, repetimos, es puro comienzo. No pueden señalársele antecedentes. Si acaso, la campaña, de índole exclusivamente literaria, y por tanto restringida, de Giménez Caballero en 1929...

Ledesma fue el creador de la mayor parte de los símbolos «fascistas» —que más tarde serán falangistas y/o franquistas. No en vano, suyo es el famoso lema utilizado durante la dictadura franquista: «Una, Grande y Libre».

Otro grupo de extrema derecha, Falange, fue fundado por José A. Primo de Rivera en noviembre de 1933 incorporándose luego a él, las JONS, pero las relaciones entre ambos grupos siempre fueron conflictivas. Es lógico que así fuera porque, a las diferencias ideológicas, Ledesma no apreció la relativa influencia que la Falange pudo tener en ciertos medios intelectuales y veía en ella tan solo «señoritos muy ricos, militares en retiro por la Ley Azaña y terratenientes de provincias». En un principio la dirección del grupo tenía una triple cabeza, pero al concentrarse el poder en José Antonio los jonsistas se separaron a finales de 1935.

En el fondo, Ledesma, que opinaba que en España las «derechas son aparentemente antifascistas y en muchos extremos esencialmente antifascistas, y las izquierdas son aparentemente antifascistas y en muchos aspectos y pretensiones esencialmente fascistas», quería radicalizar el movimiento hacía la «izquierda» nacionalista con organización corporativa y sindical dentro de un Estado orgánico. Por eso decía que dentro de seguidores prefería a las camisas negras de Mussolini, las rojas de Garibaldi.

Ledesma y la Segunda República

Ledesma desde La Conquista del Estado, que puede ser considerado con palabras de Montero Díaz, «órgano de los fascistas platónicos», plasmó lo que aquel momento histórico le sugería. Una de las primeras observaciones que hay que hacer al enfrentarse a los textos escritos por Ledesma es la afirmación, y crítica casi continua, a las élites dominantes en la vida política española y a sus ideas. Las considera fuerzas caducas, herederas de la Restauración, caciquiles y oligárquicas, grupos corruptos que funcionan con intereses de camarilla, que no son «actuales» ni sirven para hacer la «nueva política».

Por supuesto, tiene también palabras de crítica para la monarquía, que además de estar obsoleta, no representa los valores de la «verdadera» España y así no puede defenderlos. Además, todos los que luchan contra esa monarquía, caen en el defecto de actuar con una «tradición rencorosa» que traerá un triunfo revanchista y sin «valores nacionales».

Sabido es que una de las posibilidades que se plantearon para estabilizar la situación tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera fue la creación de una nueva Constitución o la rehabilitación, con las consecuentes reformas, de la existente. Para desempeñar estar tareas fueron muchos los nombres de políticos que aparecieron, entre ellos destacan, Melquiades Álvarez, como posible abanderado de una nueva Constitución y el líder catalanista Francesc Cambó, como posible elemento que volviese a poner en funcionamiento el turno pacífico de principios de la Restauración.

Ledesma cree que, en las circunstancias en que se encuentra España, es tarde para tomar medidas constitucionalistas. Además, los líderes nombrados, y los de su generación, son líderes caducos, pertenecientes a una España pasada y que debe ser superada. Con esta afirmación lo que Ledesma desea plantear es «la pugna de la España de los jóvenes con la España de los viejos».

Al llegar la República tomaron el poder los mismos políticos veteranos de la Restauración, alineados en partidos políticos y coaliciones de reciente creación la mayoría, aprovechando coyunturalmente el momento histórico. A pesar de esto, Ledesma y su grupo aceptan de buena gana, en principio, al régimen republicano. Piensan utilizar el sistema para llevar a cabo sus planes políticos, su programa de acción:

No necesitamos violentar lo más mínimo nuestras ideas ni rectificar el programa político social que defendemos para dedicar un elogio y un aplauso al régimen republicano. (...) La defensa de la República es la defensa nacional. (...) Dentro de la República, iniciaremos en la vida española las propagandas de responsabilidad nacional y de lealtad suprema a los imperativos de nuestro pueblo. Y, además, la estructuración económica que nos distingue: sindicación obligatoria de las industrias, control por el Estado hispánico de las economías privadas y entrega de tierra a los campesinos.

Planes que no podrán llevar a cabo por la falta de apoyo y movilización social, por el encuadramiento previo de las masas en organizaciones obreras de izquierda (sindicatos obreros, Casas del Pueblo socialistas) y por la mala prensa que los movimientos fascistas o pseudofascistas tenían en España, transmitidas por la prensa, por los poderes públicos, por los mismos políticos y sindicatos, tras conocer las experiencias de Italia y Alemania.

Ledesma se ve a sí mismo como el único posible capaz de dotar a España, no solo de esa idea nacionalista, corporativa y panestatista que tanto predica, sino también de dar al pueblo español una orientación sindical y obrera que acabe definitivamente con la explotación de las clases populares trabajadoras —urbana y rural—, que fomente la reforma agraria y anule enfrentamientos de clase de los que culpa al liberalismo capitalista.

Para Ledesma la creación de una Constitución es la etapa final de una revolución cuando hay que fijar conquistas nuevas y asentar sistemas nuevos. En España la Constitución, para él, no tiene sentido pues todavía no se han hecho reformas revolucionarias. Primero hay que hacer la revolución nacional pendiente. Entiende también la revolución como una «suplantación de generaciones».

Bien es sabido que algunos de los puntos más polémicos y discutidos en el proceso constituyente fueron la posibilidad de concesión de Estatutos de autonomía para regiones limítrofes regulados en los artículos 11º y 12º. Esto no significaba que el país tuviese una estructura federal (artículos 13º a 22º). No obstante, Ledesma afirma que lo menos importante es la estructura del Estado español si se respeta y orienta este Estado hacía un interés general:

No nos oponemos a que el futuro Estado republicano adopte una articulación federal. Tan solo hemos de insistir en un detalle, y es el de que todo el período constituyente esté presidido por el interés supremo, que es el interés de España. Inclinarse hacia o preferir la estructura federal porque una o dos comarcas sientan reverdecidas sus aspiraciones locales, nos parece un profundo error.

Las autonomías deben venir impuestas por un deber nacional que conciba la grandeza —su grandeza para Ledesma— de la, antaño, España imperial. No se debe perder el espíritu imperial de España, hay que tener en cuenta este pasado para, con su espíritu, conseguir fines análogos.

Otro tema importante del proceso constituyente, por su importancia en España, y por lo que su regulación acarreó, es la relación con la Iglesia. La Constitución Republicana adoptó una fórmula de Estado aconfesional (artículo 27º), en el que ningún credo ni religión estaba privilegiada, idea está totalmente alineada con el aconfesionalismo del movimiento jonsista:

¡Nada sobre el Estado! Por tanto, ni la Iglesia, por muy católica y romana que sea. (...) Saciar el entusiasmo revolucionario quemando conventos es el más claro indicio de la limitación revolucionaria de las turbas.

Es indudable que el movimiento jonsista, como todos los movimientos de este tipo, necesitaba forzosamente el apoyo de las masas. La movilización social es fundamental es todos los movimientos «fascistas» o pseudofascistas. Además, se da por hecho que la explosión social se dará de forma espontánea, ya que la sociedad civil es depositaria de todo tipo de virtudes patrias, sinceras y honradas. Por ello, aunque para Ledesma las Cortes fracasen en su proyecto de República, las masas siempre decantarán la República hacía el lado del bien común nacional.

En todos los movimientos fascistas o de extrema derecha nacionalista, al tiempo que se alaba al pueblo como depositario de toda virtud, se ataca a la clase política que ostenta el poder como una camarilla de corruptos y egoístas que solo buscan intereses propios. Ledesma considera también a la clase política española un grupo de medradores con escasa formación intelectual y política:

La Cámara propiamente no existe. Se entrega al último que habla, si este es de los diez o doce oradores que allí gozan prestigio de genios. Solo el bajísimo nivel de la Cámara explica los aspavientos y admiraciones con que se comenta alguna que otra intervención discreta. (...) Con esa frivolidad se elabora la Constitución de España.

Las JONS son las que se tienen que poner enfrente de los socialistas, según Ledesma, porque quienes deberían ponerse, las fuerzas de derecha, no tienen rumbo en la República, no han asumido ningún papel relevante y no han aportado nada que no existiese a la República.

La forma de lucha adecuada para combatir a los marxistas es la violencia. Pero no cualquier tipo de violencia, la adecuada es la lucha que viene de la movilización de las masas. El enfrentamiento dicotómico entre marxistas y fascistas se debía dar, en palabras de Ledesma, en enfrentamientos callejeros entre grupos populares de ambas ideologías, esa era la lucha política «moderna» y del «futuro»:

La pugna fascismo-comunismo, que es hoy la única realidad mundial, ha desplazado ese tipo de violencia terrorista, de caza callejera a cargo de grupos reducidos heroicos, para presentar ese otro estilo que hoy predomina: el choque de masas (...) La violencia política se nutre de las reacciones más sinceras y puras de las masas.

En los escritos de Ledesma son continuas las alusiones a la necesidad de que la regeneración de España la deben hacer ellos, las JONS. La derecha esta anticuada, obsoleta y no tienen proyecto de salvación de la patria, y la izquierda es radical y «bolchevique».

Tras la experiencia republicano-socialista del primer bienio, en noviembre de 1933 llegaron al poder los radicales de Lerroux. Las elecciones fueron ganadas por la CEDA, pero para alcanzar definitivamente el poder fue necesario coaligarse con los radicales lerrouxistas, el precio que tuvo que pagar la derecha fue, precisamente, que Lerroux ocupase la jefatura de Gobierno en perjuicio de Gil Robles, líder de la CEDA.

Ante esta situación de gobierno de derecha, sumando a esto las distintas huelgas izquierdistas acaecidas en el país durante todo el año 1933, la aparición de Izquierda Republicana, que fusionó al partido de Azaña con el de los radical-socialistas de M. Domingo, y teniendo en cuenta que Ledesma veía en la izquierda socialista un halo de revolución marxista, en la revista JONS aparecen, en este momento, referencias a la necesidad que tenía la derecha en el gobierno de que las Juntas de Ledesma le apoyaran. Ester apoyo era, no solo para luchar contra los marxistas, sino también para sacar conclusiones que con el tiempo orientasen los planes de acción de los nacionalsindicalistas contra una república.

El año 1934 fue un año muy intenso en huelgas contra el gobierno radical-cedista. Hubo huelgas, sobre todo, en Andalucía y Extremadura. La sociedad española se polariza aún más de lo que ya estaba, se multiplicaron los enfrentamientos abiertos y hubo un mayor número de movilizaciones populares.

En este año el momento de mayor tensión se produjo en el mes de octubre, con la llamada Revolución de Asturias, que fue un intento de impedir que la CEDA participara en el gobierno. La derecha interpretó este movimiento como un intento de movilización que llevaría a una revolución «a la rusa». Tras los fuertes enfrentamientos callejeros la solución que tomó el gobierno fue la de encargar al ejército su represión. El aplastamiento de la revolución acarreó numerosos muertos y heridos en las filas proletarias y populares.

Ledesma apoya la idea que el gobierno no tuvo más remedio que actuar. Lo que no comparte es la forma de actuar del gobierno una vez terminadas las tareas de represión. Afirma que había que haber aprovechado el momento para llevar a cabo una revolución nacional plena de hispanidad y de los viejos valores que el precipitado histórico español lleva consigo. Como en otras ocasiones, Ledesma crítica el acomodo burgués de los políticos republicanos, su obsolescencia, y en este caso particular de la derecha, su preocupación, única, por el mantenimiento del orden social.

Y es que, Ledesma y su grupo afecto ven en este momento la mejor coyuntura posible para llevar a cabo la «salvación de España» de forma, naturalmente, violenta. Esto es así, no solo por los desórdenes de Asturias, sino por el conjunto de movimientos insurreccionales dados en España a lo largo de todo 1934. El deber de Falange consistía en dirigir y absorber la capacidad insurreccional de esos elementos, uniéndolos a sus propios grupos para organizar la toma violenta del poder.

Antes de estos hechos, en febrero de 1934, se produjo la unificación de la Falange Española de José A. Primo de Rivera con las JONS de Ledesma. El acto de unión se resumió en un documento de veintisiete puntos que supone el programa del partido. La primera redacción fue llevada a cabo por el mismo Ledesma y fue más tarde modificada por José Antonio «en el sentido de hacer más abstractas las expresiones y de dulcificar, desradicalizar, algunos de los puntos", y continua Ledesma que la hoja del programa "quedó así un tanto desvaída, llena de preocupaciones académicas, menos apta para interesar a las grandes muchedumbres de la ciudad y del campo».

Como último hito destacable de la Segunda República en relación con el pensamiento y obra de Ledesma, aparece tras las elecciones de 1936, que supusieron la victoria del Frente Popular, tras la unificación de los partidos en dos grandes bloques. Ledesma expone que la unificación de los partidos en bloques —derechas e izquierdas— era una forma de ocultar su fracaso, su falta de ideas, su política anacional y, sobre todo, para confundir a un pueblo desengañado de la experiencia republicana y al que quiso pintarse de novedad las candidaturas presentadas a elección. En realidad, lo que Ledesma lleva a cabo es una crítica del sistema parlamentario, de la democracia y de la artificiosidad de los partidos políticos:

Unión de derechas y unión de izquierdas. ¿Qué es lo que se pretende? En definitiva, disfrazar los partidos, envolverlos bien, para que el pueblo no sienta las náuseas de tener que votar a un partido en su desnudez. Para que el pueblo al votar se haga ilusiones de que no vota a partidos de los que ya está harto. (...) Y los partidos, todos juntitos, formando una bola pasan por la prueba electoral. Y una vez seguros tantos o cuantos diputados... inmediatamente a dividirse, vuelta a la vida partidista... ¡Es tan delicioso discutir, tener ministros, producir crisis! ¡Ah! y en seguida a aclamar: «Los partidos políticos son necesarios porque el pueblo los exige y porque sin ellos no puede vivir».

Ledesma no compartía la idea de una república parlamentaria democrática, se puede decir que no deseaba ningún régimen político en especial. Ledesma deseaba cualquier sistema en el que pudiese llevar a cabo su programa político, en el momento en que no pudiese llevarlo a cabo, se pondría contra el sistema en cuestión.

Ni las JONS, ni la Falange, ni la unificación de ambas, representaron para la República amenaza alguna. Lo que, sí quedo claro fue el pensamiento político de Ledesma, que sería utilizado por José Antonio una vez Ledesma salió de las JONS, para que su mensaje llegase más a las clases populares y marcase más las diferencias con la clase política en el poder.

La estructura sindical del franquismo y su forma orgánica de Estado, su sueño imperial y su apelación a la grandeza patria, tienen su inspiración también, cuando menos, en la obra de Ledesma. Por ello es necesario desempolvar la figura de este personaje, que debe ser considera como el primer y más autentico representante de lo que pudo haber sido el fascismo en España.