La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza.

(George Orwell, «1984»)

Es pesado volver, una y otra vez, al fracaso que es el gobierno del actual presidente mexicano López Obrador. Cansa volver a llamar la atención al peligro que significan los esfuerzos de López por concentrar poder, dañar la separación de poderes y controlar desde Palacio Nacional a la autoridad electoral, hasta hoy autónoma. En estos momentos vale la pena detenerse en un fenómeno no coyuntural de la situación actual de la política mexicana.

Hay en México una peculiar estrategia ante el desastre, un giro epistemológico desde la presidencia donde se ha adoptado a la mentira como respuesta sistemática. La mentira como sistema de defensa y como forma de gobierno. Es verdad que todo político miente, es parte del modo en que ejercen el poder; una herramienta que hay que saber usar. Sin embargo, lo que estamos viendo con López Obrador y su partido es distinto; han transformado la herramienta en una distorsión epistémica entre la mente humana y la realidad, redefiniendo la verdad.

Es necesario hablar un poco de filosofía. El tema de la «verdad» es uno de los más complejos en la historia de la filosofía; una de las preguntas fundamentales junto a Dios, el mundo y el hombre. No es intención de este artículo revisar a profundidad este concepto, apenas un par de nociones muy básicas que nos permitan explicar la forma de gobierno y comunicación del presidente y su partido. Si ustedes quieren una revisión filosófica del tema de la verdad les recomiendo la «Cátedra extraordinaria Teorías de la verdad», organizada por el Dr. Josu Landa Goyogana y el Dr. Guillermo Hurtado Pérez, ambos de la UNAM.

Ante la pregunta ¿qué es la verdad?, vale la pena una nota. El concepto de «verdad» es, al menos, paradójico. Pareciera que por intuición o abducción todos los seres humanos tenemos alguna noción básica de qué significa «verdad». Cuando los niños pequeños logran captar este concepto son capaces de bromear, acusar a sus congéneres o iniciar su vida moral y cognitiva. Sin embargo, cuando alguien hace la pregunta «¿qué es la verdad?» somos incapaces de explicar o formular una definición.

Aristóteles, da la definición clásica a verdad; «la adecuación de la mente con la realidad». El filósofo nos enseña que existe una realidad externa al ser humano, y facultades humanas para captar, abstraer, separar, demostrar y reflexionar sobre esa realidad. Cuando el contenido de nuestra mente es armónico con la realidad, entonces decimos que ese contenido es verdadero. Ejemplo: si ustedes piensan o dicen que la Copa del Mundo de Fútbol del 2018 fue para Francia, entonces su contenido es verdadero; si usted dice que en ese Mundial el segundo lugar fue Inglaterra, entonces su contenido es falso y si usted dice o piensa que la Copa del Mundo de 2022 será para Brasil, ese contenido es indefinido.

La definición de Aristóteles puede ser complementada por las ideas no representacionistas del filósofo escoses Thomas Reid. En palabras mundanas esto quiere decir que la mente no forma representaciones o «fotografías» de la realidad, sino nociones que pueden acercarse o alejarse a la realidad sin que en ni un momento se tenga la total representación de esta. En este sentido, conforme uno más investigue, estudie o agudice sus facultades podrá tener conocimientos más verdaderos, pero nunca podrá tener toda la verdad.

Lo que ha hecho López en su gobierno, con su toma de decisiones y declaraciones ha transformado esta relación. Un digno giro obradorista. Un giro epistemológico donde la narrativa y el discurso de López Obrador ocupan el lugar de la realidad. La narrativa que el presidente se cuenta y nos cuenta a diario en sus «mañaneras» son quienes dictan los criterios de verdad. Si López lo dice, si López lo cree, si está de acuerdo con su discurso entonces es verdad.

López es la realidad, todo lo que no se apegue a sus palabras es falso.

En este giro epistemológico lo más importante es quién maneja la narrativa y el apego emocional hacia él. López Obrador es, por buenas razones, un político muy querido en México. Su carisma es palpable entre quienes lo apoyan, ha recorrido todo el país como ningún político en décadas, sabe hablar con la gente y dejarse querer.

La mal llamada 4T es una política de apegos emocionales.

Los ciudadanos que lo apoyan lo identifican como un político cercano, quien se preocupa por ellos, los entiende y es uno de ellos. «One of us, one of us». Si López Obrador, que es un hombre bueno y noble que se preocupa por la gente, lo dice entonces debe ser verdad.

Está cercanía genera identidad. La narrativa no solo es la realidad, sino que, por su capacidad emotiva, funciona como identidad. Los ciudadanos no solo apoyan al presidente y su discurso, son el discurso; ser obradoristas los define. Somos los que vivimos dentro de esa ficción creada por López Obrador.

Los dichos, escritos, discursos y mañaneras de López Obrador tienen una función epistemológica y ontológica. Dice que es la verdad, dice quiénes somos, pues ocupa el lugar de la realidad.

Por ello es agresiva frente a la crítica. Desprecia a la academia y ciencia, pues le disputan su auto pretendida primacía. ¿Qué tienen que hacer indagando, investigando, analizando la realidad? ¿Saben que todo está en las palabras (mesiánicas) del líder? Solo deben escuchar, aprender y repetir.

López Obrador se aprovecha de la ignorancia de la gente hacia fenómenos complejos y sustituye al logos y la ciencia por explicaciones simples y omniabarcantes. Que algo de razón tienen; con todos sus logros, la apertura democracia y económica tuvo sus fracasos. Pues para funcionar la mentira necesita estar revestida de tintes de verdad.