¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen… Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.

(Domingo Faustino Sarmiento. Argentina, «Diario El Nacional» del 25/11/1876)

Los pueblos indios además de nuestros problemas específicos tenemos problemas en común con otras clases y sectores populares tales como la pobreza, la marginación, la discriminación, la opresión y explotación, todo ello producto del dominio neocolonial del imperialismo y de las clases dominantes de cada país.

(Declaración de Quito, 1992)

En el informe «Tendencias Globales 2020. Cartografía del futuro global», del consejo Nacional de Información de los Estados Unidos, puede leerse:

A comienzos del siglo XXI hay grupos indígenas radicales en la mayoría de los países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas Esos grupos […] podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos latinoamericanos de origen europeo.

Como dice Boaventura Sousa:

La verdadera amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados Unidos] son las fuerzas progresistas y, en especial, los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo, riquezas minerales], o sea, de los pueblos indígenas.

Quienes durante siglos fueron la «raza inferior» con cuya explotación se contribuyó en buena medida a la acumulación originaria del capitalismo europeo, ahora pasan a constituirse en un peligro para la seguridad hemisférica. Los movimientos indígenas de Latinoamérica están vivos y en pie de lucha.

Pero ¿qué son en realidad estos movimientos? El término se aplica a una variada y bien heterogénea realidad; aunque más allá de esa dispersión, hay un común denominador: la reivindicación de una identidad cultural de base.

Sin dudas esos movimientos vienen creciendo, cobrando más fuerza y solidez. En algunos países son ya actores políticos de gran importancia, no pudiendo ser excluidos del diálogo nacional tal como lo fueron durante los siglos pasados.

Las reivindicaciones más sólidas de algunos movimientos indígenas se encaminan hacia el planteamiento de Estados plurinacionales. En Latinoamérica, donde los pueblos originarios siguieron resistiendo la conquista en una interminable puja, los nuevos planteamientos de plurinacionalidad buscan su representación efectiva en las naciones modernas, en las que se da la paradoja de que, teniendo mayorías de población indígena, existen Estados que marginan a esos pueblos autóctonos, Estados centrados en las ciudades capitales y que tomaron el español como lengua oficial, abominando de su composición aborigen.

Desde hace ya algunas décadas los pueblos indígenas de diferentes regiones de Latinoamérica vienen llevando a cabo una serie de luchas en defensa de sus derechos plenos y de sus territorios, con estrategias variadas. En esa dinámica política encuentran como sus enemigos directos a los mismos Estados nacionales donde habitan que, más que acogerlos como ciudadanos, los han marginado y reprimido históricamente. Se enfrentan a las fuerzas armadas y policíacas de los mismos países de los que son parte, a los terratenientes, a las empresas petroleras (en general extranjeras y afincadas en territorios que los Estados nacionales les otorgan pasando por sobre los pueblos originarios), a las empresas forestales y mineras, todo en un marco reivindicativo que va desde lo político hasta lo cultural.

Sin plantearse específicamente como socialistas, estos movimientos son una «piedra en el zapato» para los grupos dominantes. Con una tradición que viene de sus siglos de resistencia a la dominación española, evidencian una democracia de base más genuina que muchas de las raquíticas democracias representativas de los Estados que los acogen. Si profundizan esas prácticas de democracia directa, inmediatamente se tornan desafíos a los poderes tradicionales de sus países, pudiendo confluir con las tendencias más contestatarias de otros sectores sociales igualmente segregados y empobrecidos (trabajadores urbanos, pobrerío en general). Es decir: los movimientos indígenas vienen emergiendo en el mismo horizonte común de cambio social y político que levantan otros colectivos igualmente marginados, apostando por nuevas formas de democracia participativa, todo lo cual es un reto abierto al statu quo, tradicionalmente conservador y racista con un profundo sentimiento «anti-indio».

Las izquierdas tradicionales de Latinoamérica, en general, han tenido muchas reticencias para aceptar el hecho de una «movilización política indígena» como una entidad propia y, de hecho, su accionar político mayormente se ha encaminado a integrar los movimientos indígenas en la lógica de lucha campesina.

Sin irse al extremo de un pintoresquismo romántico —o ingenuo— que ve en los pueblos originarios solo una suma de bondades (con lo que se estaría reeditando el mito del «buen salvaje»; mito eminentemente racista, en definitiva), también es cierto que el fenómeno de los pueblos indígenas de Latinoamérica no se agota con una lectura desde los parámetros del marxismo ortodoxo. Sin dudas los indígenas son campesinos, en muchos casos con limitado acceso a la tierra y con los mismos problemas que agobian a cualquier campesino pobre del continente, pero también tienen otras demandas específicas que no van a deponer.

El indigenismo por el indigenismo puro puede derivar en folclore, o en fundamentalismo. Pero negar la especificidad de las luchas de los pueblos indígenas convirtiéndolos mecánicamente en campesinos es un déficit en la acción política que pretende transformar la actual realidad político-social. Y como siempre, la realidad es mucho más verde que el gris de la teoría.