Esta aventura se conoció hace poco porque el protagonista no quiso hacerla pública, tal vez por pudor, tal vez por miedo. Ocurrió en el 1993.

Emile Leray viajaba por una zona que ahora está en boca de todos, el límite actual entre Marruecos y el Sahara Occidental. Viajaba solo en su Citroën 2 CV. Nada más pasar la ciudad de Tan Tan se topó con un grupo militar que le cerró el paso a la zona controlada por el Frente Polisario. Una zona que al parecer el gobierno de España entiende que debería a pasar a ser una autonomía dentro del reino de Marruecos.

Hace 29 años las cosas eran muy similares a lo que son ahora en esa zona, es tierra de nadie. El Frente Polisario controla una parte, los militares de Marruecos otra y un francés que quiere pasar en un Citroën 2 CV puede tener problemas en cualquier punto del trayecto camino a Mauritania.

Emile evitó a los militares y dio la vuelta. Pensó que darles rodeo e ir por un camino a través de la zona restringida le evitaría dar explicaciones y tener que pagar peajes…

Craso error.

Una piedra oculta destrozó el brazo de la suspensión de su coche y quedó a la deriva en medio del desierto. Perdido en tierra de nadie con víveres y agua para unos diez días solamente.

Formado en mecánica africana después de trabajar en varios talleres de Bamako, Emile, que entonces tenía 43 años y siempre había sido un aventurero, decidió buscarse la vida y reconstruir el Citroën.

El problema eran los repuestos.

Tenía herramientas (alicates y llaves fijas, un martillo, lo normal) pero lo que no tenía era un brazo de suspensión delantera. Estaba completamente destruido después del golpe con la maldita piedra.

Como buen obstinado y un gran mecánico, se puso manos a la obra y desmontó completamente el chasis. La carrocería sirvió de refugio para soportar las frías noches del desierto y el implacable sol.

Leray decidió construir una moto con los restos útiles del Citroën.

Estrechó el chasis del Citroën reduciéndolo solo a la parte central y colocó el pequeño motor en el medio del amasijo de hierros domados a base de martillazos y costes con la tijera para cortar chapa.

La transmisión era como la de muchos juguetes: el tambor de freno transmitía el movimiento de giro por rozamiento directo con la rueda trasera. Un cinturón de seguridad bloqueaba el otro extremo del eje trasero para que no se transmitiera moviendo al muñón que había dejado una rueda que ya no tenía sentido al tratarse de una moto. La velocidad máxima del engendro era de 20 Km/h, suficiente para huir de ese infierno.

El desafío mecánico se transformó en una odisea cuando lo que pensaba serían tres días se transformó en casi dos semanas de trabajo sin descanso. Los víveres estaban al límite cuando Emile puso a andar su moto. Solo le quedaba medio litro de agua para llegar a alguna población donde pedir ayuda.

Durante su marcha hacia la salvación fue interceptado por un todo terreno militar. Los gendarmes le multaron por conducir un vehículo distinto al que describían los papeles que llevaba encima. Emile había tomado la sabia decisión de colocar la matrícula del Citroën en la parte trasera de su moto.

Sobrevivió y tres meses después de volver a Francia pudo recuperar su moto, la que guarda como reliquia en su casa de Francia. Esa moto (su camello del desierto) le salvó la vida, su ingenio y perseverancia le salvaron la vida.

El ser humano es un superviviente. Estamos hechos para sobrevivir a lo peor y si tenemos voluntad, somos capaces de salir de situaciones límite. La voluntad es algo fundamental. Querer vivir es lo que nos mueve a hacer cosas grandiosas. No debemos olvidar lo afortunados que somos al conservar ese instinto animal, que sumado con nuestras habilidades humanas nos hacen mucho más fuertes de lo que pensamos.

¡Enhorabuena Emile y gracias por contarnos, después de todos estos años, tu historia de supervivencia!