De todas formas, las palabras no son importantes. O más bien, el lenguaje crea mundos, a veces los destruye, sin embargo, es fundamental en el desarrollo del intelecto. Pero, es en el silencio donde se encuentra la presencia. Con demasiada frecuencia, la mente crea vórtices de certeza e incertidumbre, mientras que la conciencia se manifiesta claramente por debajo del pensamiento. Allí, más allá de las tensiones, todos los nervios, los músculos libres, libres de pensamientos, problemas, emociones, impresiones, sensaciones, es donde reina la calma. Es entonces cuando uno se abandona y se vuelve líquido. En la relajación me doy cuenta de la existencia de una pequeña llama que quema y calienta. Observarla hace que todo se congregue a su alrededor, y ella crece, se expande luminosa. Así, consciente y líquida, me abandono a la presencia. Por ejemplo, cuando me encuentro con algo que no entiendo y que necesito comprender urgentemente, pero que quizás está por encima de mí misma, al esforzarme me endurezco, creo bloqueos y siento malestar. En este caso, solo hay una cosa que hacer: ¡tratar de no entender! No luches con las palabras, busca la relajación y expándete. En esa quietud libre de pensamientos, la claridad y la comprensión vienen desde adentro.

Tengo un recuerdo que viví con mi amada maestra Pilar, la que me inició a la vida del espíritu y al amor. Ese episodio con ella es emblemático.

—¡Buenos días!

—¡¡Buenos días!! ¡Pásale, adelante!

Tomo el impulso de la cumbre y corro por el camino de entrada. Me dirijo a su puerta. ¡La veo allí, parada en el centro de su cocina!

—¡Hola Pilar, buenos días!

—¡Ven Manuelita, pasa, siéntate! ¿Quieres un café?

—¡Gracias! Lo tomo con mucho gusto.

—¿Cómo estás?

—Bueno Pilar, estoy bien. ¿Y usted?

—Gracias a Dios estoy bien. ¿Tuviste alguna revelación esta noche?

—¿Revelaciones? Ummm... ahora que lo pienso, he tenido un sueño. No sé si es una verdadera revelación… peroooooo...

—Cuenta.

—Sí.

Y volviendo mi mirada a un punto fijo en la esquina oscura del techo, trato de regresar a ese sueño que viví hace un rato.

—A ver, mi cuerpo flotaba como una hoja en el agua. Sentí una paz profunda. Era un océano y me mecía suavemente, y yo flotaba en su útero sin límites.

—Jum, jum. ¡El Gran Espíritu! Soñaste con el océano de la vida, la unión en el espíritu. Te has expandido. Fuiste a buscar al ser supremo para que te diera inspiración y fuerza. Es una buena práctica Manuelita.

—¿Qué, Pilar?

—La de cerrar los ojos y buscar la unión con el espíritu, dilatando y haciéndonos receptivos. Imagina algo que sea agradable: el cielo estrellado, un paisaje amado, los colores del amanecer, un enorme bosque que respira, el mundo entero, lo que sea. Sumérgete en las sensaciones del placer. Respira la paz. Cuando estés en paz, será más fácil sentir el latido del corazón que nace dentro de ti, sentirlo vibrar con lo que te rodea, hasta palpitar con la vida del mundo.

—Sí, tal como lo hice en mi sueño.

—Gracias a tu sueño, ahora tienes una herramienta extra para calmar la mente. Solo tienes que cerrar los ojos, buscar el contacto con el espíritu y cuando vuelvas a abrir los ojos, sentirás paz, confianza, fortaleza.

—Sí, es verdad. Sentí que estaba a salvo de todo. En realidad, todavía me siento así.

—¡Pues Manuelita, que bien! A menudo tu mente me parece una abeja que pasa de una flor a otra. Entrénala Manuelita, esta es una buena práctica diaria. Si lo haces en los días, todos los días, ¡¡verás cómo aprenderás a tener poder sobre ella!!

—Está bien Pilar, lo haré. Entonces lo que queda; la sensación de que me siento viva y que sale de dentro, es preciosa, me siento bien. Sin duda me ayuda a buscar y mantener este mismo sentimiento. ¡Lo haré, gracias!

—Gracias a Dios, y gracias por entregarte a él.