Este año se cumplen cien años de la publicación del Ulises de Joyce.

Esta historia comenzó hace más de dos mil años cuando Homero escribió la Odisea donde aparece por primera vez el héroe Ulises, el guerreo valiente y audaz, vencedor de la guerra de Troya.

Siempre que imaginamos a Ulises, en nuestra mente aparece un navegante con los ojos fijos en el horizonte que nunca llega a alcanzar y con las manos muy firmes en el timón, para que su barco no se desvíe de la ruta, aunque siempre aparecen improvisados contratiempos que él debía de superar.

Este héroe de la mitología griega, representa la vida del hombre sobre la tierra, que nunca deja de ser una milicia, una lucha a pecho descubierto contra las dificultades que van surgiendo a cada paso.

Este poema épico compuesto en hexámetros, divididos en cantos y expresado con un hermoso lenguaje artístico a lo largo de los siglos, ha sido recogido e interpretado en Occidente, según los cánones de belleza propios de cada época, hasta llegar a través del tiempo hasta la modernidad.

En el siglo XX apareció una revolucionaria novela escrita por James Joyce, también titulada Ulises, que cuenta el viaje simbólico que abarca un día de la vida de su protagonista, Leopoldo Bloom, un hombre corriente que representa al héroe moderno, pero que al contrario que el Ulises de Homero, no tiene sus altas cualidades, ni su valor, ni su astucia, es un hombre normal como tantos otros.

Una de las características más importantes de la novela de Joyce es presentarnos a un vulgar hombre de negocios, como un antihéroe que viene a ser el paradigma del pensamiento y la psicología del hombre moderno, con sus problemas cotidianos, con sus aspiraciones, sus frustraciones, que suele gemir en sueños para despertarse con un sentimiento de liberación.

Leopold Bloom, al contrario que el Ulises de Homero, no tiene que enfrentarse a seres fantásticos, ni a bellas sirenas que con sus seductores cantos querían arrastrarle hacia el abismo, ni a hechiceras que con sus conjuros deseaban apartarle de su camino, ni a la ninfa Calipso que pretendía retenerle como amante, hasta que los dioses se apiadaron de él y decidieron ayudarle.

El Ulises de Joyce sólo se enfrenta a todos los estímulos exteriores, que a modo de fogonazos van activando su conciencia y enredándole en eternos soliloquios, que le hacen creerse que es un ser único en el mundo, pero en realidad no deja de ser un hombre anodino, con la sencillez y la grandeza que abarca todo ser humano.

Con la publicación del Ulises de Joyce apareció una nueva revolucionaria forma de escribir que cambio el panorama de la narrativa del siglo XX. Cada capítulo del Ulises de Joyce tiene un título que se corresponde con algunos de los personajes de la Odisea, además de múltiples referencias a la mitología griega.

Al igual que el Ulises homérico, la novela de Joyce trata sobre un viaje, en este caso, asistimos a un viaje interior: el de Leopold Bloom que se desarrolla durante el deambular por las calles de la ciudad de Dublín y las largas caminatas que le llevan a adentrarse por diferentes lugares en su recorrido por sus plazas, por sus bares y burdeles durante todo un día.

Allí irá encontrándose con diferentes personajes y situaciones que le harán sumergirse en profundas reflexiones, que acontecerán durante todo el recorrido del protagonista por sus calles con descripciones muy minuciosas, y un lenguaje muy rompedor con una sintaxis muy particular, en el que aparecen novedosos signos de puntuación, juegos de palabras y numerosas referencias cultas que exigen una lectura atenta.

Este libro, nos da la oportunidad de acompañar a su protagonista Leopold Bloom, que coincidirá en determinadas ocasiones con Stephen Dedalus, personaje de ficción que representa el alter ego de Joyce, y viene a ser una transmutación del propio autor en su época juvenil.

Durante los largos paseos, los dos protagonistas coincidirán y se separarán, en el espacio de un día cualquiera de sus anodinas vidas, lo que nos permite poder ser partícipes de sus elucubraciones y planteamientos psicológicos.

Stephen Dedalus, dado el paralelismo que Joyce establece con la Odisea, se relaciona con Telémaco el hijo de Ulises, que en la novela de Homero sale en una afanosa búsqueda de su padre, para que regrese cuanto antes y pueda poner orden en Ítaca.

Es curioso las distintas formas de mostrar filiación, Telémaco es el buen hijo que busca a su padre, porque necesita que le sean impuestas unas normas de comportamiento y una disciplina para que el reino de Ítaca vuelva a su antiguo esplendor, su progenitor es el símbolo del orden y la justicia y quiere que todos los desaprensivos pretendientes de su madre Penélope, se den a la fuga con la vuelta de Ulises.

Contrariamente, en Joyce, es Leopold Bloom el que busca simbólicamente el recuerdo de su hijo muerto a los pocos meses de nacer y que ve representado en Stephen Dedalus, que se caracteriza por ser un joven con pretensiones literarias y una personalidad altiva y presuntuosa, al que le gusta alardear de sus conocimientos.

Entre los dos protagonistas a modo de relación laberíntica se van produciendo encuentros y desencuentros, lo que da lugar a largas conversaciones, porque no olvidemos que nos hallamos frente a una historia, en que la palabra y los procesos mentales son los verdaderos actores de esta gran novela de la épica moderna.

Donde la vida se nos muestra como un aprendizaje, en el que asistiremos a un recorrido personal y vital del protagonista.

En esta novela no sucederá nada extraordinario, habrá momentos especiales, pero lo más importante, serán las emociones que experimenta su conciencia en ese día normal, que como en tantos otros, no acontecerá nada relevante, y aprenderemos que la rutina es una parte de la vida muy necesaria.

Junto a Leopold Bloom veremos que la vida no es una sucesión de momentos emocionantes y únicos, y que el éxito no tiene que ser inmediato.

La lectura de esta obra nos ayudará a superar el miedo a lo cotidiano, a descubrir que los días nublados también tienen su encanto, porque quienes piensan que hemos nacido para brillar y para el triunfo como el Ulises de Homero, que salió vencedor de todas las pruebas, están equivocados. Tenemos que aprender superar los retos, pero también a aceptar el fracaso como parte de la vida.

El Ulises de Joyce se ha mitificado como un libro de casi imposible lectura. Pienso que el secreto para una aproximación a su historia es abordar su lectura, sin intentar buscar un sentido lógico a su contenido, porque la vida misma es en muchas ocasiones ilógica y absurda.

Vivamos siendo espectadores atónitos de nuestros propios días, dejándonos llevar por los acontecimientos y tratando de poetizar sobre ellos, para que, si las situaciones nos desbordan, procurar no nadar a contracorriente, sino mecernos al compás de las olas, con la esperanza de que la marea nos lleve a puerto seguro.