La mayoría de los poemas épicos se han perdido, pero se conservan dos grandes obras: La Ilíada y La Odisea, que se cree fueron compuestas por Homero en el siglo VIII a.C.

Con La Ilíada y La Odisea nace la epopeya, un tipo de poesía que narra terribles batallas y fabulosas historias protagonizadas por héroes, y en las que los dioses intervienen protegiendo y poniéndose al lado de sus héroes favoritos.

Homero era un poeta ciego, esto le da cierto carácter divino, y mitológico. Los poemas homéricos, junto con la Biblia hebrea, revelada por Dios, forman los textos fundamentales de la literatura antigua. Los autores de ambos textos tienen un punto en común, Homero autor de los dos poemas épicos no podía ver, y Dios no podía ser visto.

La cultura grecolatina evidencia que los valores clásicos han cimentado sociedades sólidas y consistentes. Además, nos transmiten a través de los héroes los valores fundamentales para que una sociedad prospere y se desarrolle: la justicia, la lealtad, el amor... valores sin los cuales los héroes no hubieran alcanzado sus metas.

Ulises y Penélope: tejer la fidelidad

Ulises (Odiseo) fue un héroe de la mitología griega que aparece en la guerra de Troya (la Ilíada) y luego en la Odisea como protagonista, obras escritas por Homero.

Ulises era el rey de Ítaca, una de las islas situadas frente a las costas griegas, era hijo de Laertes, esposo de Penélope, y padre de Telémaco.

Nuestro héroe pasó veinte años fuera de Ítaca, diez años luchando y otros diez tratando de regresar, en un viaje que se hizo interminable por las numerosos episodios que tuvo que soportar y las terribles dificultades que tuvo que superar.

Se enfrentó con Polifemo en la isla de los cíclopes, a continuación llegó a la isla de Eolo y a la isla de Circe, estuvo en el país de los Cimerios donde el adivino ciego Tiresias le señaló la ruta más peligrosa para regresar a Ítaca, la isla del mar Jónico. Pasó por la isla de las sirenas, cuyos seductores cantos amenazaban con atraer y arrastrar a los abismos a toda la tripulación de sus navíos, locos de amor y presas de un irremediable deseo, que llevó a Ulises a atarse al mástil de su barco para no ser arrastrado por la atracción irrefrenable del más melodioso y vehemente canto jamás oído.

En la Odisea aparece prisionero de la ninfa Calipso que quería retenerle como amante, los dioses se apiadan de los sufrimientos de Ulises y deciden ponerle en libertad.

Finalmente llega al país de los Feacios donde conoce a la princesa Naussica que le lleva a la presencia de su padre, este pone a su disposición una nave para que le conduzca a Ítaca.

Cuando después de tanto periplo llega a su patria, tiene que enfrentarse con los números pretendientes de su esposa Penélope, que la acosaban para acceder a su mano y a su reino.

Ella a todos rechazaba, soñando con el regreso de su amado esposo Ulises y trataba de engañarlos con el ardiz de tejer un sudario, terminado el cual accedería a sus peticiones. Pero ellos desconocían que lo que tejía de día, ella misma lo destejía por la noche para jamás terminar la labor.

Ulises llega a Ítaca vestido de mendigo para burlar la vigilancia, ya que todos le creían muerto en la guerra de Troya. El encuentro con su patria se convierte en el sueño más hermoso jamás alcanzado, allí consigue pasar la prueba que todos los pretendientes de Penélope no pudieron superar, que consistía en tensar un arco, él consigue tensar el rígido arco que conocía a la perfección y meter las flechas en los aros alineados.

Cuando logra superar estas duras pruebas, Ulises es reconocido por su esposa Penélope y su hijo Telémaco, más tarde él se vengaría dando muerte a todos los que habían abusado de la hospitalidad de una mujer indefensa.

La historia de los esposos tiene un final feliz, el amor superó la larga separación y la ausencia, los corazones se mantuvieron puros para el deseado encuentro, que al final llegó como el trofeo más hermoso jamás conseguido.

Qué lejanas quedaban las noches de soledad y la angustia de la espera, después de tanto tiempo transcurrido, sus cuerpos ya no eran los mismos, los años habían socavado su tersura y su juventud, pero sus corazones todavía latían con el mismo deseo.

¡Qué hermoso es el compromiso eterno, cuándo otorgues el sí a la persona amada que sea para siempre!

Vendrán dificultades, días oscuros en que parece que el sol no va a volver a brillar, túneles larguísimos en los que parece que nunca vamos a encontrar la salida, pero el verdadero amor, todo lo soporta, todo hace más llevadero, es paciente y generoso.

Qué bello es el ejemplo de Penélope, la esposa fidelísima, que supo respetar el juramento hecho a Ulises el día de sus esponsales: «ser fiel en las alegrías y en las penas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad hasta que la muerte les separase».

Ella amó de una manera incondicional, se entregó sin reservas, supo soportar sin desfallecer los tristes otoños, húmedos de nostalgia, caminó en solitario bajo la lluvia tranquila con olor a mar, recibió en su rostro el golpe frío del viento del invierno que amenazaba su espera con oscuros presagios, abrazó la dulce brisa de la primavera en la rosada penumbra, sintiendo renacer en su cuerpo las ansias renovadas de su amorosa entrega y soportó el estío abrasador como una penitencia salvífica, que traería de nuevo a su vida la esperanza de la ya casi invisible felicidad, conservada como una reliquia en el fondo de sus melancólicos ojos.

Finalmente, sus sueños y sus deseos se hicieron realidad, llegó el día en que regresó Ulises, el hombre fuerte, valeroso y fiel, que supo luchar en la guerra de Troya y resistir frente al acoso de las sirenas y las ninfas. El esposo al que ella había jurado fidelidad eterna, y el que jamás olvidó que su sitio y su corazón estaban junto a ella.

Ulises y Penélope, poema de amor

Querida mía los que tiene mansiones en el Olimpo, te han puesto un corazón más inflexible que a las demás mujeres.

(Homero, La Odisea)

I

El legendario rey de Ítaca, tiene el corazón desgarrado soñando regresar.

A ti, caro Ulises:
Te evoco desde el caudaloso torrente
de la memoria inevitable del tiempo,
cuando la brisa de la nostalgia
llama a la puerta insondable de los recuerdos.

Tu padre, Laertes, te hizo heredero de su reino,
palpitante de brillos y oropeles,
donde los cantos nocturnos de las ninfas,
se confundían con el crepitar de las olas
estrellándose contra el resplandor.

Tú, el protegido de los dioses,
que coronabas tus indomables cabellos
con laureles de bruma y soledad.

Hasta que en el oscuro espejo
de tus pupilas hechas de azogue y láudano,
contemplaste la imagen de Penélope
como ardiente estrella reflejada.

Reconociste en ese mismo instante
esperado desde la eternidad,
que tu soledad y tu tristeza
se habían apagado al soplo
de una ráfaga de hermosura.

Tú, ya nunca serías dueño de tu vida,
unas redes invisibles, te habían atrapado
y sin hacer ninguna pregunta,
te dispusiste a beber el néctar
que Penélope te ofreció en sus labios
y que te embriagaría para siempre.

Tu viaje hecho de tempestades
salpicadas de lágrimas,
de demoras, y de cantos de sirenas,
no había hecho más que comenzar.

II

La guerra de Troya te llevó lejos de tu patria,
luchaste con arrojo y valentía,
dejando en la memoria tu nombre escrito
sobe una lluvia de pétalos desangrados.
Abandonaste el campo de batalla
y volviste en un caballo de madera,
mortal regalo, para tus enemigos.

Tu regreso tan anhelado como lejano,
se dilató los mismos años que
la guerra interminable.

La leyenda encumbró tu figura de heroísmo,
pero finalmente, solo sirvió
para probar la fortaleza de tu esposa,
prisionera de tu amor y
tu recuerdo punzante.

Fue ella, la bellísima Penélope,
quien rechazó a los pretendientes pertinaces,
sin dejar de tejer durante el día
la nívea túnica del sudario,
hielo para sus manos palpitantes de deseo
que envuelta en melancolía
al alba destejía.

Así pudo engañar al reloj insobornable
para salvaguardar el juramento
de eterna fidelidad.

Fue ella, la verdadera heroína de la historia,
la mujer hecha de tesón y valentía.
La esposa firme en la distancia, fiel,
que supo custodiar su corazón
abrigándolo del arbitrio de las fieras,
para el día de tu regreso
ofrecértelo desangrado por la espera
pero todavía latiendo de amor y nostalgia.

Si no hubiera sido por ella,
tu cielo se hubiera derrumbado hace ya tiempo,
convertido en lluvia de crisantemos,
alimentando los llantos de las sirenas.

Si no hubiera sido por ella, alondra fidelísima,
la primavera hubiera llegado cada año,
para celebrar los esponsales de la reina de la esperanza
y las rosas azules de Ítaca,
habrían trenzado una corona
enredada en sus cabellos de azogue y bronce.

A ti, caro Ulises, el esquivo aventurero,
a quien no capturaron ni magas con sus destellos,
ni sirenas con sus seductores cantos,
te llegó el día en que el viento de la nostalgia
volvió a soplar desde las caracolas rosadas,
y te condujo hasta tu patria.

La historia no relata otro final,
queda en el aire sin respuesta.

¿De qué manera tú, el legendario Ulises,
devolviste a la hermosa Penélope
la dulce juventud que la robaste?