La cultura de la antigua Grecia ha sido uno de los pilares fundamentales más importantes de la civilización occidental. Entre las mucha aportaciones culturales griegas, la literatura cobra una importancia primordial. Es en la península Helénica donde tuvo comienzo la poesía épica y lírica, junto con la tragedia, entre los siglos VIII y IV a.C.

La mitología antigua estaba protagonizada por seres con poderes extraordinarios como son los dioses, y por personajes de grandes virtudes como son los héroes.

En un principio servía para explicar los fenómenos de la naturaleza y los hechos del pasado. Aunque esta función sea cubierta después por la filosofía y la historia, los mitos pervivirán gracias a su belleza literaria y a sus apasionantes tramas, que serán fuente de inspiración para la literaria y no solo en época clásica sino hasta nuestros días.

La Ilíada

Comienza en el décimo año del asedio a Troya, es una historia de amistad, de celos y de venganza. Narra un episodio de la guerra de Troya: los griegos están furiosos porque Paris, el hijo de Príamo rey de Troya, ha seducido y raptado a Helena. la esposa de Menelao el rey de los griegos y se la lleva a Troya. Los griegos pondrán sitio a la ciudad, con un asedio que se prolongará durante diez años.

Paris y Helena: amar peligrosamente

Hay historias de amor tan intensas que traspasan las barreras del tiempo y aunque provengan de la antigüedad más remota, siguen de actualidad, como si los amantes se acabaran de enamorar hace unos instantes y la frescura de su amor y la delicadeza de sus besos no se hubiera marchitado todavía.

Paris y Helena es una de las parejas más famosas de la historia, cuyos amores siguen siendo un referente del amor prohibido.

Helena. cuyo nombre significa la luz que brilla en la oscuridad, es una heroína de la mitología griega, su padre era Zeus y su belleza era tan impresionante que tuvo muchos pretendientes que llegaron de todas partes de Grecia a pedir su mano, atraídos por la fama de su hermosura y porque ella y su futuro esposo reinarían en Esparta. De entre todos sus pretendientes, ella eligió a Menelao, rey de Micenas.

Sus esponsales con Menelao se celebraron con gran pompa y boato, y las fiestas duraron varias jornadas, desde la salida del dorado sol hasta el rosado ocaso. Los esposos vivieron unos años de esplendor y felicidad en los que su dicha fue colmada con la llegada de una hija llamada Hemíone.

La serenidad y la armonía en que transcurrían sus vidas les fue arrebatada el día en que llegó a las orillas de su reino el príncipe Paris de Troya. Cuando Helena y Paris se vieron por primera vez, un fuego abrasador prendió en sus miradas, haciendo que todo lo que les rodeaba, desapareciera ante ellos. Fue como el descubrimiento de una pasión arrebatadora que hasta ahora nunca habían conocido, una atracción tan fuerte como la de los polos que sostienen el mundo haciéndolo girar sobre su eje a través del universo.

Fue su amor como un vendaval en la tempestad furiosa que hace que nos agarremos al mástil más alto del navío, aunque presintamos que el barco no tardará mucho tiempo en hundirse.

Sus ojos se habían encontrado para mirar ya siempre hacia un único horizonte, sus cuerpos se habían enlazado con un nudo invisible que ya era imposible deshacer, su piel ya compartía el mismo olor que les embriagaba y hacía desvanecer todo lo que estuviera fuera del alcance de sus sentidos y su deseo no aspiraba a nada más que gozar su mutua presencia, ya fuera en una isla bañada por las olas, o en el mas árido y lejano desierto.

Su pasión no les dejó ver otra salida. Tomaron la solución más drástica y tajante: juntos huyeron a Troya. Según la leyenda, Paris raptó a Helena, aunque no se puede hablar de rapto porque la voluntad de ella deseaba lo mismo que la de él, ya que estaba cautiva de amor.

El rey Menelao, abandonado por su esposa, y el pueblo griego, no pudieron soportar la afrenta y se hicieron a la mar, dirigiendo sus navíos, su honor herido, y su furia contra Troya.

En un principio los troyanos acogieron bien a Helena seducidos por su hermosura, pero con el tiempo la hicieron responsable de la guerra interminable que había traído la desolación y la desgracia a su pueblo.

La vida de los amantes cada vez se hizo más difícil, acosados por la angustia de la guerra, y por el sentido de culpabilidad que empezó a nacer en Helena, su fin estaba próximo y el final de la guerra también.

Los griegos idearon un caballo de madera, donde se introdujeron y lo dejaron a las puertas de Troya como tributo. Los troyanos metieron el caballo en la ciudadela y al caer la noche algunos griegos escondidos en su interior salieron y abrieron las puertas a los demás.

El asalto fue cruel y Paris fue brutalmente asesinado, Helena fue devuelta a Esparta y pasó el resto de su vida junto a su marido, llorando su culpa.

En la noche de los tiempos ardió Troya, las llamaradas crecieron hasta el cielo, destruyendo y arrasando la ciudad, no quedó piedra sobre piedra.

Fue una llama de amor prohibido, surgida en el pecho de los amantes lo que dio origen, a los celos, el odio, la codicia, la ira y al terror, lo que realmente hizo que Troya ardiera hasta convertirse en cenizas.

Nunca nuestra felicidad se debe construir sobre la desgracia de los otros. El amor, esa fuerza poderosa siempre salvífica y generosa, no debe ir acompañada de egoísmo. ¡Cuánto dolor se podía haber evitado, cuántas luchas sangrientas, cuántas vidas inocentes sacrificadas!

En esta historia de Paris y Helena envuelta en el deseo y la atracción, los amantes solo contemplan su propio placer, son bellos, jóvenes y poderosos. Ese amor llevó consigo una guerra de traiciones, de celos y de intereses ocultos.

Los amantes cambiaron el curso de la historia. Hay quien ve en el rapto de Helena la ocasión y la disculpa para hacerse con riquezas y territorio. En esta historia hay un marido engañado y un pueblo inocente que se ve abocado a la lucha y la tragedia.

Nunca se debe sacrificar el bien de los demás solo pensando en nuestro propio beneficio, los cimientos de la auténtica felicidad se deben construir sobre la verdad y la justicia.

Paris y Helena, poema de amor

Guárdate de que atraiga sobre nosotros la cólera de los dioses, el día en que seguimos los designios de Afrodita.

(Homero, La Ilíada)

I

Paris, el de la hermosa figura,
de torso radiante, piel clara
con destellos de luna pálida.
Engendrado como príncipe de Troya,
entre oropeles y terciopelos suaves,
que auguraban una vida deseable.

Mas la terrible brisa del oráculo
sopló a contracorriente, huracán desolador,
y reveló tu triste y doloroso si no,
profetizando que traerías la destrucción
a tu reino y a quien compartiera tu destino.

El temor se apoderó de tus padres
dejándote en una encrucijada de caminos,
al arbitrio del aire y los ventiscos.
Pero los hados te fueron favorables
y sobreviviste al cataclismo.

Paris, el hombre más hermoso y bello,
encontraste en los campos y el cielo tu refugio,
en la música tu inspiración y tu consuelo.

Un hombre que ha sobrevivido a las tinieblas,
solo en la dulce lira puede encontrar la luz.
Solo sus suaves notas te salvaron del horror,
ellas fueron el bálsamo para tu atribulado tu corazón.

Fuiste el elegido de Zeus
para resolver el dilema,
que ninguna deidad osaba discernir.

Tuviste que elegir solo a una diosa
de entre las más vengativas y soberbias.
Te cegó tu candor, tu inocencia te embriagó,
la magia del hechizo, tejió sus redes,
atrapando a tu tierno corazón.

Siempre la belleza te había cautivado,
tú solo conocías la pureza de las fuentes,
el fulgor de las rosas y el cantar de la alondra.

La suave brisa de la nostalgia puso en tus labios
la más difícil y comprometida decisión.

Elegiste a Afrodita, la diosa de la belleza y del amor.
El tiempo te haría saber después,
las desgracias que te traería tu elección.

Los días fueron pasando como
un torrente irrefrenable,
hasta llevarte a las orillas de tu reino.

Quiso el destino, caprichoso y provocador,
que fueras reconocido como príncipe
y que se celebraran juegos en tu honor.

Pero desconocías ¡Infeliz de ti!
Que te esperaban los amores
más bellos y trágicos de la historia.

Embarcaste hacia Grecia,
mecido por las olas y los sueños,
acunado por la nostalgia,
conmovido hasta las lágrimas,
por la contemplación de la crepuscular luz,
y el rumor de la lluvia indolente
que, como cítara lejana,
puso música salmódica
a las canciones de tu juventud.

II Canción de París a Helena

A ti, mi amor, la de los ojos altivos como garza.
A ti, mi amada, la de la hermosa caballera de fuego,
a quien los dioses destinaron para mí.

Mi aventura marina comenzó,
no encontré sirenas, ni magas,
solo te encontré a ti, Helena de Esparta,
sueño de nieve y fulgor.
Amor de horas robadas a mi inocencia trágica.
¡Te halle demasiado tarde!
Tú ya eras la esposa de Menelao.

¡Amada mía!
No se celebraron fiestas en nuestro honor,
no hubo esponsales, ni bodas,
solo tragedia,
ríos de sangre, y torrentes de dolor.

Nuestra unión desencadenó una guerra,
la risa se convirtió en llanto,
la felicidad en infortunio,
el claro paraíso reverberó en fuego.
Desde el principio nuestro amor
estaba destinado al fracaso,
llenando nuestros sueños de estupor.

¡Los dioses no nos fueron propicios,
y nos dejaron caer en el abismo!

III

La batalla fue lenta y cruel.
Yo no pude sobrellevar mi agonía
porque tú ya no estabas a mi lado,
y la soledad ahogaba mi espíritu
sofocando mis deseos
en el crisol de tu ausencia.

La noche me habló al oído
en el fragor de la batalla.

Me dijo: -Que un amor como el nuestro
estaba destinado a no prevalecer,
porque era demasiado hermoso
para ser cierto.

-Y tú, Helena de Troya,
y yo, Paris, el protector,
estábamos destinados
a extinguirnos bellos y veloces
como los cometas.