Hay un apreciable número de páginas digitales dedicadas a venezolanos ilustres; basta colocar palabras clave adecuadas en un buscador para encontrar más contenido del que es posible procesar visual y mentalmente en un tiempo razonable.

No tengo la intención de ofrecer un material semejante; y tampoco es necesario crearlo puesto que ya existe. Solamente deseo rememorar algunas figuras y obras a las que presté particular atención durante mis 40 años en Venezuela. Es un pequeño homenaje a diferentes personalidades que enriquecieron mi vida sin saberlo.

Mención inicial que desborda cualquier categorización, especialmente para sus connacionales, es la figura y obra de Simón Bolívar cuya casa natal a un lado de la Plaza El Venezolano (antigua Plaza de San Jacinto) de Caracas que visité en diferentes oportunidades.

Artes plásticas

Pintura

A mediados de los 80 y casi por accidente, entré al Museo Sacro de Caracas, anexo a la Catedral, donde me vi rodeado por los cuadros de gran formato de tres destacados pintores de finales del siglo XIX, nombres sobresalientes tanto en Caracas como en París: La primera y última comunión, de Cristóbal Rojas; Miranda en La Carraca, de Arturo Michelena; y una pintura épica de Martín Tovar y Tovar. Fue una experiencia de inmersión visual que aún me impacta.

Artistas cinéticos -contemporáneos entre ellos y a los que admiré viendo sus obras a diario en espacios públicos- fueron Jesús Soto (1923-2005) y su Esfera Caracas (1996), ineludiblemente visible al transitar por la autopista Francisco Fajardo; Carlos Cruz Díez (1923-2019), autor de la Cromointerferencia de color aditivo (1974) que es lo primero que salta a la vista en los muros y suelos al llegar al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar; y Alejandro Otero (1921-1990), cuyo Abra Solar (1982) se yergue con sus 42 metros de alto en la medular Plaza de Venezuela caraqueña.

Arquitectura

A Carlos Raúl Villanueva lo ven todos los días, quizá sin saberlo, muchos transeúntes capitalinos en el complejo reurbanizado El Silencio (1945), cuya Plaza O'Leary es considerada la primera obra de arquitectura moderna en Venezuela; en su urbanización 23 de enero (desarrollada a partir de 1955 como una comunidad obrera, con 38 superbloques y 104 bloques bajos totalizando 9.176 viviendas); o en la Ciudad Universitaria de Caracas (1954, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000), cuya Aula Magna es un ejemplo maestro de la integración de artes y tecnología a la arquitectura, la Síntesis de Artes Mayores por la que Villanueva trabajó incansablemente entre 1940 y 1960.

Artesanía

Inolvidable fue mi visita a la desértica población de Santa Ana, en la Península de Paraguaná, Estado Falcón, invitado por un compañero de trabajo a su casa familiar. Aprovechó para llevarme a conocer el taller del artesano Jorge Manaure, creador de escenas del paisaje paraguanero realizados con retazos (a veces minúsculos) de las pieles de cabras que él mismo curte, aprovechando el diseño y color natural del pelaje. Encargué seis pequeños cuadros cuya entrega tardó cuatro meses; no demasiado plazo para unas joyas que me han acompañado durante treinta años.

Ciencias

Soy de letras y, en este ámbito fundamental, confieso haber tenido un solo contacto relevante; fue con un colaborador principal y, en el ámbito científico, del Dr. Jacinto Convit. En todo caso, seguí con alegría los reconocimientos que recibió este insigne investigador por su dedicación a desarrollar vacunas contra la lepra (Enfermedad de Hansen) y la leishmaniasis, como fueron el premio español Príncipe de Asturias en 1987, su postulación al premio Nobel en 1988, o la distinción francesa Legión de Honor en 2011.

Caso especial en ese campo es el del Dr. José Gregorio Hernández -beatificado por el Papa Francisco en el año 2021-, cuya devoción distingue a todo venezolano nativo o nacionalizado que se precie.

Deportes

Recuerdo el nombre de Francisco «Morochito» Rodríguez (1945-) como el primer deportista nacional del que tuve conocimiento, a propósito de haber obtenido la primera medalla de oro para Venezuela como boxeador en los Juegos Olímpicos de México 1968. La mayor cantidad de otros nombres de figuras destacadas pertenecen al béisbol, el deporte rey importado de EE.UU. Más de 350 peloteros venezolanos han jugado en las Grandes Ligas, entre los que resaltan en mi memoria: Luis Aparicio Ortega (1934), Víctor Davalillo (1939), David Concepción (1948), Andrés Galarraga (1961), Omar Vizquel (1967), Miguel Cabrera (1983), Oswaldo «Ozzie» Guillén (1964), Félix Hernández (1986; lanzador con un juego perfecto), o Salvador Pérez (1990; MVP de la Serie Mundial 2015). Otros deportistas internacionales recientes cuya carrera seguí son Johnny Cecotto (doble campeón mundial de motociclismo), Rubén Limardo (medalla de oro en esgrima, Juegos Olímpicos 2012), y Yulimar Rojas (campeona olímpica en 2021 -Tokio 2020-, con su triple salto de 15,67 metros que pulverizó el récord mundial de 15,50 metros logrado por la ucraniana Inessa Kravets en 1995).

Economía y empresa

Tuve relación con Venezuela Sin Límites, fundación creada en 1999 por la esposa del empresario Oswaldo Cisneros (Pepsi-Cola Venezuela, telefonía móvil Telcel y Digitel), la chilena Mireya Blavia de Cisneros, para dar respaldo técnico y económico a ONG’s de carácter social, siguiendo su directriz: ''Dar apoyo a los que apoyan a los demás''.

Familia Vollmer

En 1796, se fundó en el centro-norte del país la Hacienda Santa Teresa, dedicada a la explotación de café, cacao y caña de azúcar, los ingredientes perfectos para que en 1830 el emigrante alemán Gustav Julius Vollmer llegara a Venezuela, se integrara en la hacienda e iniciara la producción del Ron Santa Teresa, ampliamente conocido y respetado. A esta hacienda asistí en repetidas ocasiones para reuniones relacionadas con obras altruistas realizadas por la Familia Vollmer.

Empresas Polar

Mi única relación con este conglomerado multimillonario fue el consumo de algunos de sus múltiples productos: Harina P.A.N., Cerveza Polar, Maceite, jabón La Llaves, Mavesa, Pampero e infinidad de denominaciones que nunca faltan en casas venezolanas de cualquier nivel. La huella que esta empresa -liderada en aquel entonces y hasta hoy por el heredero Lorenzo Mendoza- dejó en mí fue la barrera que sus propios trabajadores crearon para impedir la voraz y destructiva expropiación a la que se la quiso someter en 2010 y años subsiguientes. Se dice que sigue sin ser nacionalizada porque es la única productora confiable de alimentos en el país, habiendo sido casi todas las empresas expropiadas un rotundo fracaso.

Letras

La obtención de la nacionalidad en Venezuela requiere el título venezolano de bachillerato, lo cual me llevó a estudiar escritores nacionales conocidos y desconocidos para mí. El más insigne fue Andrés Bello a quien, antes de llegar a Venezuela, creía chileno a causa de la cantidad de reconocimientos y monumentos que de él vi durante los años que viví en Chile. Otros escritores también de obligada lectura fueron Andrés Eloy Blanco (autor de los versos que sustentaron el bolero Píntame Angelitos Negros), Aquiles Nazoa, Arturo Uslar Pietri, José Rafael Pocaterra, María Calcaño, Miguel Otero Silva, Rómulo Gallegos, Salvador Garmendia, y Teresa de la Parra. Caso aparte es el del médico-psiquiatra Francisco Herrera Luque (1927-1991), promotor de la «historia fabulada», a quien me introdujo Jorge Barros, representante de Editorial Pomaire en Venezuela, y de quien conservo sus libros Boves, el urogallo (1972), En la casa del pez que escupe agua (1975), y Los amos del valle (1979).

Música

En reuniones de diferente tipo, interpreté instrumentalmente temas venezolanos universales, como: Alma Llanera, de Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954); Ansiedad, de José Enrique «Chelique» Sarabia (1940-2022); Barlovento, de Eduardo Serrano (1911-2008); Caballo Viejo, de Simón Díaz (1928-2014); Como llora una estrella, de Antonio Carrillo (1892-1962); Conticinio, de Laudelino Mejías (1893-1963); El diablo suelto, de Heraclio Fernández (1851-1886); Moliendo café, de Hugo Blanco (1940-2015); y Río Manzanares, de José Antonio López (1920-1971).

Habiendo ya decidido emigrar a Venezuela a mediados de los 70, encontré y compré en mi ciudad natal Bilbao, España, un LP de un guitarrista venezolano que no conocía, llamado Alirio Díaz (1923-2016). Cuál no sería mi sorpresa al pasar después junto a un centro educativo y ver anunciado un concierto del mencionado intérprete. Asistí puntualmente a dicho concierto y llevé el LP para que me lo firmara, lo cual hizo con el mayor afecto e interés por mis planes migratorios. Tiempo después, tuve la oportunidad de ilustrarme sobre esta figura internacional, alumno predilecto de Andrés Segovia, de quien llegó a ser asistente y sustituto en sus cursos en la Academia Chigiana de Siena.

Aparte de los mencionados, hay muchos otros músicos venezolanos por los que siento un particular interés, como Huáscar Barradas (flauta), Gabriela Montero (piano), Juan Vicente Torrealba (harpa), o José Antonio Abreu, creador de «El Sistema» de Orquestas de Venezuela y su discípulo estrella, el violinista y director Gustavo Dudamel, luz rutilante en el firmamento musical actual a nivel mundial.

Otros grupos a cuyos conciertos he asistido y de los que guardo colecciones son Serenata Guayanesa (cuarteto creado en 1971 y declarado Patrimonio Cultural de la Nación en 2011), Los Cañoneros, Quinteto Contrapunto, Quinteto vocal Vinicio Adames, El Cuarteto, Aldemaro Romero y su Onda Nueva, el Orfeón Universitario de la UCV, y muchos otros.

Recuerdo una anécdota referente a Oscar D'León (1943-), el «Sonero del mundo». Si circulas en un transporte público por la autopista caraqueña actualmente llamada Cacique Guaicaipuro, quizá haya un compañero amable que te enseñará una casa humilde al pasar por el barrio Antímano y te informará: «Ahí nació Oscar D'León». Así fue cómo la conocí yo.

Tuve gran admiración por el dominicano Billo Frómeta (1915-1988), arraigado en y enamorado de Caracas, a la que dedicó varios temas inolvidables. De su Canto a Caracas es la memorable estrofa: «Y es que yo quiero tanto a mi Caracas / que solo pido a Dios cuando yo muera / en vez de una oración sobre mi tumba / el último compás de Alma Llanera».

Parafraseando a Billo, no solo Caracas sino Venezuela entera «es un país para querer», tal como proclamaba el ingenioso eslogan turístico desarrollado en los 70.

Únicamente me he referido a algunas figuras y obras venezolanas que dejaron una huella en mi historia personal, y que llevaré siempre en mi equipaje allá donde vaya.