Si tomamos en nuestras manos cualquier volumen de teología o de metafísica escolástica, por ejemplo, preguntemos, ¿contiene algún razonamiento abstracto sobre la cantidad o el número? No. ¿Contiene algún razonamiento experimental sobre cuestiones de hecho o de existencia? No. Entonces hay que quemarlo porque no puede contener otra cosa que sofistería e ilusión.

(David Hume1)

Su inteligencia, su sentido del humor, el no tomarse en serio y su horror del bluf2 hicieron de Richard Feynman (1918-1988), Premio Nobel de Física, una persona atractiva, ingeniosa y simpática3. Sus amigos tuvieron buena suerte de conocerle personalmente, de compartir con él cosas interesantes y a veces entretenidas. Es sin embargo lamentable que no haya sido capaz de intuir el valor de la filosofía, que no la haya entendido. Se trata de una falta reveladora de un tipo de carácter, de personalidad, de un tipo de educación y de sociedad. Puesto que la naturaleza está determinada causalmente y que el hombre es un ser natural, el libre albedrío de indiferencia no existe, por lo que esta ceguera filosófica de Feynman es consecuencia de su necesidad interiorizada, de la necesidad inscrita en él.

Parte de su determinismo es consecuencia de haber vivido en la más pragmática de las naciones: los Estados Unidos de América. En ese país los cursos de filosofía en la enseñanza preuniversitaria son casi inexistentes. Hay algunas excepciones, a menudo en barrios adinerados, donde muchas veces los cursos de filosofía son acogidos por departamentos de religión en los que se intenta demostrar lo imposible, a saber, que la religión y la filosofía pueden ir de la mano. Dada esta ausencia de la filosofía al nivel preuniversitario se entiende que en la universidad haya escasos estudiantes dispuestos a seguir cursos de filosofía. Y se trata de cursos facultativos porque es raro que un estudiante, al ingresar a la universidad, considere la filosofía como su especialidad principal.

Cuando Feynman describe la composición de la Universidad Cornell donde realizó parte de sus estudios, incluye la filosofía entre los departamentos que no le interesaban en absoluto y describe a los miembros de ese departamento como «personas particularmente estúpidas». Uno se pregunta, sonriendo, por qué solo pensar en blusa blanca y en un laboratorio sería la única actividad reflexiva válida. Es la actitud cientificista, volveremos a ella.

Un conocimiento elemental de la historia de la ciencia muestra que la propia ciencia, a través de las épocas, ha progresado en parte gracias a los experimentos imaginados, a los experimentos mentales (Gedankenexperiment, Einstein), sin olvidar las aportaciones de las matemáticas y de la filosofía. Pensemos en lo que la ciencia debe a los grandes principios metafísicos de la Antigüedad tales como «Todo está hecho de átomos» (Leucipo, Demócrito, Posidonio); «La naturaleza no hace nada en vano» (Aristóteles), base de toda investigación sobre la optimización; o en esta afirmación de Lucrecio, «Nada nace de la nada», fundamento de toda búsqueda de causalidad; o en esta gran intuición de Crisipo de Solos: «el universo es un todo continuo y dinámico», idea precursora de la continuidad concebida más tarde por Descartes, Huygens, Faraday y Maxwell.

Feynman describe a los profesores de filosofía como personas incapaces de hablar claramente. A Wittgenstein le habría complacido enterarse de que para este físico tampoco hay problemas filosóficos, sino sólo imbroglios, confusiones lingüísticas (lo paradójico es que algunos profesores intentan interesar a los alumnos en el estudio de la filosofía enseñando a Wittgenstein). Según el físico, cuando el filósofo habla, dice algo así como: «bla-bla-bla —el flujo de la conciencia— bla-bla-bla». En esta expresión he traducido textualmente las palabras «el flujo de la conciencia» porque revelan que el curso al que se refiere Feynman estaba dedicado, al menos en parte, a un pensador como Henri Bergson, un espiritualista sensible al poder de la intuición sintética y metafísica, una intuición diferente de los procedimientos analíticos y materialistas.

En su conferencia sobre la ley de la gravitación universal, Feynman afirma que basta con enunciar generalidades que puedan ser comprendidas por todos para ser apreciado como un filósofo profundo. En este contexto, afirmar una generalidad significa utilizar una abstracción o especulación que no tiene base en la experiencia de hechos concretos sobre objetos individuales. De hecho, algunos filósofos proceden así, y dependiendo del problema examinado, la falta de ilustración concreta de lo que se afirma puede revelar más o menos ignorancia.

Para el físico, claro está, los filósofos son ignorantes. No tienen idea de lo que dicen. Nueva ilustración feynmaniana: una vez asistió a un seminario en el que se estudiaba a Whitehead y se dio cuenta de que los participantes llevaban bastante tiempo hablando del «objeto esencial». Y cuando preguntó qué se quería decir con eso, se dio cuenta de que cada uno proponía algo diferente: el «objeto esencial» es concreto, o quizás abstracto, o se trata tal vez de una idea… La característica de la discusión filosófica, según Feynman, es terminar en el caos.

No es extraño que el cientificismo de Feynman le impidiera interesarse en los problemas filosóficos. Es obvio que hoy en día el triunfalismo científico, pragmático y oportunista, no favorece la necesaria distancia con respecto a lo que se hace y cierra entonces la mente a problemas o métodos distintos de los que definen la ciencia. Aproximadamente desde fines del siglo XIX las vías principales de investigación que se siguen son aquellas financiadas por la industria, y esta favorece lo que le resulta rentable.

Feynman dice en voz alta lo que muchos científicos piensan en voz baja: la situación de la discusión filosófica es caótica, no se sabe de qué se habla, no se sabe si el contenido de una idea es algo material que existe fuera de la mente o, por el contrario, algo interno a la mente, o quizás un objeto o un proceso mixto, en parte mental y en parte material y externo. Dicho eso, si el momento filosófico de cualquier actividad intelectual es la búsqueda de sentido, de significado, la falta de unanimidad no debería sorprender. Y, en cualquier caso, evidentemente, la falta de unanimidad no es motivo para tratar la actividad filosófica de nula y absurda.

Es acaso necesario llamar la atención sobre el hecho de que también en ciencia hay diferentes interpretaciones y controversias, incluso en las ciencias «duras», en aquellas canalizadas por las matemáticas. En un campo que era la especialidad de Feynman, la mecánica cuántica, los expertos no consiguen ponerse de acuerdo, entre otras cosas, nada menos que sobre algo tan fundamental como lo es la interpretación de la incertidumbre inscrita en el Principio de Incertidumbre, el Principio de Indeterminismo descubierto por Werner Heisenberg en 1927: es imposible medir exacta y simultáneamente la posición y la cantidad de movimiento de una partícula.

Roger Penrose hace notar que la incertidumbre ha sido concebida (I) como un obstáculo, un impedimento intrínsecamente vinculado al acto de medición; o (II) como una propiedad de la partícula (es el punto de vista de Feynman). (III) Otros concluyen que la partícula cuántica es incomprensible porque los conceptos clásicos de posición y de cantidad de movimiento no son aplicables a ella; (IV) o bien se concibe (este es el punto de vista de Penrose) que la incertidumbre surge en el momento en que se amplifican los efectos cuánticos para medirlos a nivel clásico4.

La ciencia, en efecto, es pródiga en ejemplos como el recién descrito. Hay unanimidad en la descripción de los hechos, en las medidas y en los cálculos, pero cuando se trata de interpretar el sentido, el significado y el alcance de lo observado o descubierto, el consenso da paso a varias interpretaciones y a la controversia. Por ejemplo, si se fija como criterio del determinismo natural la capacidad de predecir con exactitud y simultáneamente la posición y el momento de una partícula, se dirá, con la mayoría de los físicos, que la naturaleza es indeterminada5; en cambio, si se razona yendo hacia atrás, como lo propone Grete Hermann, se recupera el determinismo causal. El razonamiento hacia atrás consiste en considerar que el resultado obtenido es, como en la mecánica clásica, el efecto de una serie causal. G. Hermann escribe:

En todos los casos de eventos en principio imprevisibles por el cálculo, la mecánica cuántica propone una explicación causal controlable solo mediante el procedimiento siguiente: a partir de estos eventos, se concluye razonando hacia atrás y de forma mediata, a sus causas; luego, a partir de la suposición de que existían estas causas, se deducen predicciones sobre los eventos futuros, cuya ocurrencia puede ser controlada empíricamente6.

Esta situación —determinismo o indeterminismo causal natural— ilustra la dificultad de conocer la realidad-en-sí a partir de experimentos realizados sobre los fenómenos.

Feynman —filosóficamente nominalista, aunque no conocía esta clasificación doctrinal— aborrece las abstracciones: sólo existen y merecen respeto lo objetos individuales y concretos. En consecuencia, propuso que en física, por ejemplo, se deje de lado el racionalismo inscrito en las matemáticas y en el método deductivo o «griego». Está convencido de que las matemáticas útiles para la física son las que él llama «babilónicas», utilizadas con parsimonia, de manera inductiva y local. Cuantas menos matemáticas se utilicen, mejor. A la inversa, el generalista denunciará la obsesión por lo experimental y particular cuestionando el principio que lo concreto prima sobre lo abstracto siempre y en todo momento. ¿Qué valor intelectual reconocerle a una serie de hechos inexplicados por una universalidad teórica? La actividad filosófica es ante todo una búsqueda de intuiciones y de ideas importantes, profundas y de largo alcance (el lector recordará sus preferidas). Exíjase al científico, al filósofo y a todos, fineza concreta y universalidad abstracta.

No aventurarse en la filosofía, una vez que los procedimientos empíricos han dado lo que podían dar, es carecer de profundidad intelectual y humana. Feynman recuerda que, en la carrera por construir la bomba atómica, los científicos estadounidenses celebraron el éxito de las pruebas como un gran triunfo deportivo, mientras que los europeos se quedaron pensativos, tristes, imaginando las consecuencias para la humanidad. Hay algo de verdad en esta observación sobre el carácter europeo frente al estadounidense. La ciencia estadounidense, igual que el arte, la política y por lo general las actividades culturales en ese país, son obra, en gran medida, de una mentalidad infantil.

La falta de profundidad intelectual de Feynman y de quienes son como él se aprecia en el hecho de que, contrariamente a la actitud filosófica, no lleva el conocimiento y le reflexión hasta sus últimas consecuencias. Se detiene ante lo científicamente establecido en un momento dado sin ir más allá. ¿Por qué hay constantes universales o naturales? ¿Por qué tantas leyes fundamentales de la física se expresan necesariamente en lenguaje matemático? ¿Por qué algunas leyes muestran una gran simplicidad de la naturaleza? La mente humana es capaz de conocer al menos algunas de las leyes de la naturaleza, ¿por qué? Respuesta de Feynman a todas estas interrogantes: son misterios.

Psicológicamente, las personas moldeadas como el físico estadounidense se precipitan de la ciencia al arte, a la poesía o la religión, sin pensar filosóficamente. Este reflejo existe en gran parte de la población de muchos países occidentales, en aquellos con un alto porcentaje de creyentes, y desde hace milenios, en Oriente. Al lector heideggeriano de este escrito le viene a la mente la sentencia de su maestro (que no examino aquí): «La ciencia no piensa. No piensa, porque su procedimiento y sus medios auxiliares son tales que no puede pensar»7.

Todo lo anterior muestra la tendencia cientificista y reduccionista de Feynman. El cientificismo surgió en el siglo XIX como una de las consecuencias de la admiración difícilmente controlable por el progreso de las ciencias naturales y de la tecnociencia. Su principal axioma dicta que la ciencia natural experimental es la única fuente de conocimiento verdadero, y muchos científicos van más allá considerándola como una actividad omnipotente. Así, al abordar un problema filosófico o cultural de cualquier orden, el cientificista está convencido de que los únicos elementos relevantes e importantes para su concepción y solución son los que aporta la ciencia natural experimental. Una afirmación cientificista clásica es, por ejemplo, la de E. Rutherford: «Existe la física y la colección de sellos».

Muchas de las entidades y procesos que se tienen en cuenta para afirmar la verdad o la falsedad de las proposiciones en un campo determinado pueden parecer superfluas con respecto a otras cosas. La epistemología presenta multitud de ejemplos de esta actitud. Desde el punto de vista cognitivo, existen varios estratos naturales: matemático, físico, químico, biológico, psicológico, social y cultural. Una reducción consiste, por ejemplo, en dejar de lado lo psíquico ciñéndose a lo conductual porque el comportamiento, a diferencia de lo psíquico, es observable; o se deja de lado lo físico teniendo en cuenta solo lo matemático por las ventajas del cálculo, de lo cuantitativo, de la universalidad de las matemáticas y por su omnipresencia en la física moderna y contemporánea. El lector recordará que esta última clase de reduccionismo, el matemático, no es la de Feynman. Pero el físico comparte, probablemente sin saberlo, el reduccionismo del positivismo lógico consistente en reducir el vocabulario teórico a uno observacional gracias a las definiciones explícitas. Piénsese, por ejemplo, en las propuestas de reducción de R. Carnap.

René Thom: «Lo más probable es que la división «ciencia-filosofía», tan cruel hoy en día, se atenúe. En los círculos científicos solía estar de moda —y probablemente aún lo está— denigrar la filosofía. Y, sin embargo, ¿quién podría negar que los únicos problemas realmente importantes para el hombre son los filosóficos? Pero los problemas filosóficos, siendo los más importantes, son también los más difíciles; en este campo, llegar a ser original es muy difícil, a fortiori descubrir una nueva verdad8».

Notas

1 David Hume, An Inquiry Concerning Human Understanding, 1748, ed. Washington Square Press, New York, p. 158.
2 Ver p.ej. Richard Feynman, Surely You’are Joking, Mr Feynman, W.W. Norton & Company, Inc., Nueva York, 1985.
3 Por su excelente calidad científica y por su incomparable valor pedagógico me complace recomendar el estudio de The Feynman Lectures on Physics, (5 volúmenes), Addison-Wesley Publishing Company, Inc., Reading, Mass., 1963.
4 Roger Penrose, The Emperor’s New Mind. Concerning Computers, Minds, and the Laws of Physics, Oxford University Press, 1989, Ch. 6 Quantum magic and quantum mystery.
5 Es la convicción de Feynman: «Las probabilidades están allí desde el comienzo: el azar está presente en las leyes fundamentales de la física», The Character of Physical Law, ed. M.I.T Press, 1967, p. 145.
6 Grete Hermann, Les Fondements philosophiques de la mécanique quantique, tr. al francés por A. Schnell en colaboración con L. Soler, ed. Vrin, París, 1996, p. 99.
7 Martin Heidegger, Qu’appelle-t-on penser?, trad. francesa de A. Becker y G. Granel, París, P.U.F. 3a. ed. 1973, p. 26.
8 René Thom, « La Science malgré tout », in Encyclopædia Universalis, vol. 17, Organum, París, 1973, pp. 5-10.