La irrupción de la pandemia sorprendió al mundo. La crisis debe aprovecharse para derivar lecciones trascendentes para alterar las trayectorias de desigualdad, injusticia, concentración y deterioro del ambiente y la naturaleza en todo el planeta. Necesitamos elevar la mirada al futuro.

Los desafíos de América Latina son colosales debido a la concurrencia de economías poco dinámicas, sistemas de salud frágiles, baja calidad institucional y altos niveles de desigualdad, informalidad y pobreza; lo que configura la peor crisis sanitaria, económica, social y humanitaria de la región en casi un siglo. Si bien la desigualdad de ingresos había disminuido en la mayoría de los países de la región, a partir de 2015 se aprecia un estancamiento en el coeficiente de Gini y, peor aún, la concentración del ingreso en manos del 1% más rico ha crecido.

Los retos globales y regionales son mayúsculos: la cuarta revolución industrial, el cambio climático, el crimen organizado, el reordenamiento del poder geoestratégico, el debilitamiento del multilateralismo y la necesidad de repensar y reorganizar la globalización y el capitalismo. Se deben empujar ambiciosos cambios sociales y reformas estructurales integrales para mejorar nuestra posición social, económica y democrática. Se requiere una agenda incluyente, democrática y con visión estratégica de largo plazo que surja con vigor de la crisis, que nos impulse a anhelar lo posible antes que desear lo probable. El destino depende de nuestra acción y no hay tiempo que perder. El futuro se puede y se debe construir colectivamente.

La prospectiva puede contribuir a consolidar una cultura de la anticipación y la prevención estratégica para enfrentar cooperativamente fenómenos de alto impacto como la pandemia del coronavirus SARS-Cov. También ayuda a diseñar programas de futuro, analizar los escenarios posibles y optar por los deseables. Facilita recoger las aspiraciones ciudadanas a través de la deliberación organizada y aprovechar la enorme conectividad digital para la consulta y participación amplia de todas las personas. La prospectiva debe ser un ingrediente cotidiano de las deliberaciones y análisis de políticos, líderes sociales y tomadores de decisiones, con el fin de conformar un diálogo social permanente.

La prospectiva está evolucionando. Una de sus prioridades es cómo acercar el pensamiento de futuro a las decisiones que deben adoptar los gobiernos, especialmente apremiados por las consecuencias sanitarias y económicas de la pandemia. Se trata de vincular prospectiva y política. Para lograrlo es indispensable aplicar una metodología de consultas y debates amplios, no de un grupo de iluminados, sino con las organizaciones de la sociedad civil. Se trata de una prospectiva vinculada a la ciudadanía, que recoge sus visiones y aspiraciones; por ejemplo, mediante la instalación de espacios de deliberación sobre escenarios de futuro y estrategias alternativas con participación de los distintos sectores de la comunidad. La incorporación de jóvenes es esencial, pues ellos deberán manejar el mundo en los años venideros. La prospectiva contribuye a los acuerdos y con ello se transforma en una herramienta para la acción.

La prospectiva también contribuye a una mejor gestión de la misión y el trabajo de gobiernos, organismos internacionales, instituciones, empresas y sociedad civil. La clave está en insertar la prospectiva en los procesos de elaboración de las políticas públicas, conectar el largo plazo con el corto plazo y dotar a la política de una nueva narrativa que motive el pensamiento y la acción para el futuro lejano. Algunos países avanzados cuentan con capacidades prospectivas en sus aparatos públicos y privados, mientras los emergentes tienen escasos recursos humanos e institucionales para explorar escenarios futuros y anticipar. Es indispensable, por tanto, crear unidades de futuro en los principales centros de gobierno, fortalecer los existentes y conectarlos con equipos de las regiones, empresas, universidades y educación escolar. La prospectiva debe incorporarse en la formación de mandos superiores y medios de gobierno, técnicos, funcionarios subnacionales y dirigentes sociales y políticos. A nivel global también se necesita acrecentar la capacidad prospectiva de organismos internacionales para coordinar mejor la respuesta frente a fenómenos de impacto mundial como una pandemia.

El proyecto de la Unión Europea —en sus setenta años de vida— ilustra la importancia de proponerse cambios significativos a largo plazo y de perseverar en el esfuerzo. Nada podría parecer más utópico que la cooperación entre países que han padecido hasta guerras mundiales y multitud de guerras entre Estados y graves conflictos internos, y las consecuencias del hambre, la muerte y la violencia. Sin embargo, la voluntad de construir un futuro promisorio primó sobre la inercia y el conservadurismo. La Unión Europea ha reducido significativamente las brechas del desarrollo entre los países que la conforman y ha propiciado un sendero de paz, colaboración y movilización social. En 2020, el Consejo de la Unión Europea aprobó la declaración conjunta acerca de la Conferencia sobre el futuro de Europa, inmenso proyecto democrático que involucra a los ciudadanos en un amplio debate sobre el futuro de Europa a 5-20 años.

Cómo construir un futuro mejor

La epidemia ya permite anticipar, por la gran cantidad de infectados y recuperados que están sufriendo secuelas, efectos que pueden ser leves o catastróficos en los sistemas nacionales de salud, en la economía, el empleo y los ingresos de las personas. Preocupados por la emergencia, los sistemas nacionales de salud no están previendo la necesidad de atención de estos problemas que pueden prolongarse por años. Una vez más, se revela la importancia de la prospectiva para explorar el futuro, anticipar y enfrentar mejor los retos y problemas, pero también para capturar las oportunidades para fortalecer la democracia y el desarrollo sostenible.

Sobran antecedentes y motivos para imaginar un futuro oscuro. Desempleo exorbitante, pobreza y desigualdad elevadas, recesión, vulnerabilidad social y sanitaria, gobiernos frágiles y Estados débiles son algunos de los obstáculos gigantescos que los pueblos latinoamericanos deberán soportar y superar. Pero las penurias urgentes no deben aplacar la voluntad de asumir contundentes transformaciones sociales y reformas estructurales. Lo importante es prepararse desde ahora para transformar esta realidad.

El futuro estará condicionado por factores que no controlamos, pero no está predeterminado, lo construyen las personas. Hacerlo bien requiere conocer las fuerzas en juego, las nuevas tendencias globales y factores de cambio y, a su vez, poseer una visión fundada en valores que articule los procesos, despeje incertidumbres y priorice las metas y medidas. La elaboración de escenarios ayuda a discernir y elegir caminos. La confluencia de ambos enfoques, una visión fundada en valores y la exploración de futuros posibles permiten generar proyectos que posean sentido estratégico y orienten la acción en los meses y años por venir.

¿Cómo transformar esta crisis sanitaria, económica y ecológica en una oportunidad? El impacto de la pandemia modificará la organización de la vida social, provocará transformaciones institucionales, disrupciones económicas y tecnológicas, y cambiará también los comportamientos personales. No tenemos claro cuán profundos serán, ni cómo se retroalimentarán estos procesos, pues no existen experiencias que nos guíen. No obstante, podemos postular que se crearán condiciones para hacer viables reformas urgentes —algunas emergentes y otras que han sido peligrosamente postergadas—, y que surgirán nuevas oportunidades de cambio social, económico y tecnológico que hoy apenas atisbamos. Su materialización dependerá de la conciencia de la sociedad y del liderazgo político.

Es inevitable que, frente a la emergencia, la incertidumbre y el temor, gobiernos y sociedad se vuelquen a lo inmediato y urgente. Pero ¿qué podemos observar si levantamos la mirada? Un sistema complejo, difícil de interpretar, en el cual interactúan múltiples procesos, de intensidad desconocida y cuyos desenlaces son difíciles de anticipar, como efectos en cascada en los que cambios pequeños se convierten en grandes transformaciones. Con ayuda de la prospectiva podemos situarnos en distintos horizontes e identificar los obstáculos y oportunidades que puedan surgir. Al analizar distintos escenarios, desde los progresivos hasta los disruptivos, se puede discernir cuáles son plausibles, identificar el deseado y trazar los cursos de acción más eficaces para alcanzarlo. Este es un desafío político técnico que las nuevas generaciones, partidos, universidades y la sociedad civil deben asumir con prioridad.