Epicuro nació en la isla de Samos en el 341 a. C., falleció en Atenas en el 270 a. C. Él viajó a Atenas a realizar el servicio militar obligatorio para todos los griegos; después dedicó 10 años al estudio de la filosofía con el filósofo Xenócrates. Luego viajó a otros lugares y, a los 39 años, regresó a Atenas y fundó una escuela de pensamiento filosófico denominada el Jardín, la cual coexistía con las dos anteriores a esta, la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles en las afueras de Atenas, camino al Pireo. La diferencia con las otras era que admitía todo tipo de personas, incluyendo mujeres y esclavos. Esta escuela perduró siete siglos después de su muerte.

Se le ha considerado desde hace más de 2,300 años, como uno de los primeros materialistas y, por eso, su filosofía de carecía de toda intencionalidad religiosa. Él señalaba que el principal fin de su filosofía era liberar al hombre de cualquier tipo de temor, no solo de la muerte sino de la misma vida. Para ello proponía la búsqueda de la felicidad y la satisfacción personal en el dominio de la vida privada.

Consideraba que los mayores obstáculos para obtener la felicidad eran el temor a la muerte, a la ira divina o de Dios, además, el temor al futuro y el miedo al dolor que, según él, pueden ser eliminados gracias al conocimiento de la naturaleza. No se consideraba ateo, pero decía que los dioses están tan alejados de nosotros los humanos que no se preocupan de nuestros problemas, o sea, no interfieren con la vida de los humanos, por lo que no tiene sentido ni pedirles ayuda ni temerles. Por esa razón él no afirmaba ni negaba que hubiera dioses, porque «no lo sé ni tengo medios para saberlo», afirmaba. Él decía que la muerte en nada nos pertenece, pues mientras nosotros vivimos no ha llegado aún y, cuando llegó, ya no vivimos. Y que la fuente del error humano en sus acciones debe buscarse en el pensamiento, que puede atribuir sin fundamentos las cualidades sensibles a la realidad y crear hipótesis privadas de confirmación empírica. Para corregir el error solo hay un camino: apelar a nuevas sensaciones.

Epicuro no creía en lo que los griegos de su tiempo decían, sobre la importancia de lograr: fama, dinero, gloria al guerrear y poder en esta vida; consideraba que había que aprovechar al máximo las oportunidades que nos ofrece la única vida de la que disponemos y que el objetivo en esta vida es vivir plenamente y alcanzar la serenidad feliz, para lo cual hay que mantenerse al margen de todo ese cúmulo de violencia e incertidumbre que caracteriza a la vida pública, algo muy difícil en la Grecia de su tiempo, donde las ciudades-estado se pasaban en guerra permanentemente y a los hombres se les preparaba para hacer la guerra.

Él recomendaba vivir en pequeñas comunidades donde las personas tuvieran ideas similares y se gozara de buenas relaciones personales y de buena salud, por no tener excesos. Por eso, los placeres deben abordarse con moderación. Esas comunidades epicúreas estaban abiertas a todo el mundo incluyendo a las mujeres y los esclavos, algo no permitido en ese tiempo en la sociedad griega, donde todos ayudaban a su sostenimiento.

Para él los placeres se dividían en tres grupos:

  1. los placeres naturales necesarios; como los que causaban los alimentos, abrigarse, buscar la seguridad personal entre otros;

  2. los placeres naturales no necesarios; conversaciones amenas, gratificación sexual, etcétera;

  3. finalmente, los placeres no naturales ni necesarios; la búsqueda del poder, la fama, la riqueza.

Para los epicúreos es bueno todo lo que produce placer ya que este es el fin de la vida y lo malo es todo lo que produce dolor al ser humano. El placer sería la satisfacción de las necesidades del cuerpo y la tranquilidad del alma. La felicidad era un sinónimo de la ausencia de dolor, hambre, tensión sexual u otra aflicción. Era un equilibrio perfecto entre la mente y el cuerpo y entonces se obtenía la serenidad. Pero para que el placer sea real, debe ser moderado, controlado y racional.

Este filosofo aceptaba la idea de Demócrito, de que todo el universo material estaba formado por átomos y espacios vacíos entre ellos. Epicuro en forma entusiasta creía que los objetos físicos y las personas estaban formados por partículas ínfimas que se combinan para eso; pero esos átomos tienen una vida y luego se disgregan y, por ello, todo perece, por eso era considerado materialista. Él decía:

La suma de las cosas es limitada por la multitud de átomos como por la extensión del vacío. Porque si el vacío fuera infinito y los cuerpos finitos, los cuerpos no se habrían quedado en ningún lugar, sino que se habrían dispersado en su curso a través del vacío infinito, pero el vacío es necesario para que la materia se mueva. Cuando los átomos se unen entre sí forman objetos más grandes.

La muerte representa el cese del ser y no creía en la inmortalidad, por eso hacía apología de los valores terrenales, los cuales se deben disfrutar con moderación. Epicuro se valía de una calavera como un símbolo, queriendo con eso decirle a la gente ¡disfruta de la vida mientras puedas! Señalaba que el ser humano estaba compuesto de cuerpo y alma.

Lo que Epicuro señalaba fue propuesto después por los filósofos llamados «utilitaristas», como Jeremy Bentham y John Stuart Mill, en el siglo XVIII, quienes decían que el comportamiento humano debe tener como fin el bien social, algo que Epicuro insistía en guiar moralmente buscando todo aquello que proporciona y favorece el bienestar de un mayor número de personas. Por ello, probablemente Bentham y Mill habían leído sobre sus ideas. Ellos sostenían «cada cual cuenta como uno y nadie lo hace por más de uno» y «el mayor bienestar para el mayor número de gente posible», los cuales eran sus principios básicos.

Su filosofía pudiera entonces calificarse como producida por un humanista liberal que aspiraba al bienestar de las personas por sobre el Estado, algo parecido a los movimientos cientificistas y de liberación que caracterizaron el pensamiento del siglo XX, ya que la filosofía de Epicuro era de tipo vitalista y, muchos años después, el poeta latino Lucrecio, que era epicúreo, describió la base ideológica de esa filosofía en un largo poema en el año 80 a. C. De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), una de las obras maestras de la literatura latina, que tenía como fin introducir la doctrina de Epicuro a los romanos.

Algunos consideran que los interrogantes que él planteó a su pueblo sobre Dios no han sido aún contestados como son: ¿acaso está dispuesto Dios a erradicar la maldad, pero no es capaz de hacerlo? En ese caso, no es poderoso. ¿Es capaz, pero no está dispuesto a hacerlo? Entonces en ese caso, es malvado. Por último, ¿es capaz y está dispuesto a hacerlo? Si es así, la pregunta final de él era: ¿por qué existe la maldad? Esa es la razón por las que se le dificultaba creer un Dios y menos considerarlo benévolo, ya que la falta de respuesta a esas las interrogantes y, además, ver las injusticias del mundo lo volvían más escéptico. La realidad es que esas interrogantes planteadas por Epicuro se encuentran aún sin resolver.

A los epicúreos se les critica que les encantaban las fiestas y embriagarse y que eran admiradores de Baco o Dioniso, embriagadores de la naturaleza. Él respondía de la siguiente manera:

Esa afirmación es absolutamente falsa, nosotros nos oponíamos firmemente a lo criticado. El problema es que los creyentes de diferentes religiones trataron de desprestigiarme a mí y a mis pupilos porque no creíamos en la inmortalidad, hacíamos una apología de los valores terrenales y por nuestras dudas, ante la pobreza y las desigualdades sociales existentes, dudábamos de la existencia de divinidades o de un Dios benévolo.

Un consejo que el daba; el que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo.

Su obra consiste en más de 300 manuscritos, incluyendo obras sobre la justicia, el amor y la física. Lamentablemente, solo algunas cartas le sobrevivieron. Y si se hizo tan famoso fue porque grandes figuras estudiaron su filosofía y escribieron sobre ella como: Cicerón, Séneca, Plutarco, Lucrecio y otros más.

Notas

Bryan, M. (1999). «Los Epicúreos: Los primeros científicos humanistas». Historia de la filosofía. Barcelona, España: Ed. Art. Blume, pp. 44-45.
Capelle, W. (1972). Historia de la filosofía griega. Madrid, España: Ed. Gredos.
Geymonat, L. (1985). «La corriente epicúrea». Historia de la filosofía y de la ciencia. Barcelona, España: Editorial Crítica. 10: 3; pp. 165-167.
Lledó, E. (1984). El epicureísmo. Barcelona, España: Ed. Montesinos.
Spinelli, M. (2009). Os Caminhos de Epicuro. Sao Paulo, Brasil: Ed. Loyola.