Los poetas Miguel Hernández y Cesar Vallejo tienen coincidencias personales como que eran de origen humilde, católicos; se hicieron comunistas, los dos viajaron a la URSS; fueron poetas y reporteros de guerra, estuvieron en la cárcel, coincidieron en II Congreso de Valencia y murieron jóvenes. Respecto a su poesía convergen en los temas, como vamos a estudiar seguidamente, pero no tuvieron influencias específicas ni concretas de acuerdo con los estudios actuales.

Los poetas Hernández y Vallejo, el primero español y el segundo peruano, se conocieron personalmente en Valencia en II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado los días 4 al 17 de julio 1937, organizado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, durante la guerra civil de España en el salón el hemiciclo del Ayuntamiento de Valencia, convertida en la capital de España por once meses. El discurso de apertura lo ofreció el presidente del Gobierno de la II República, Juan Negrín (que lo era desde el 17 de mayo del 37, tras la dimisión de Largo Caballero). Antonio Machado era el presidente de honor y daría el discurso de clausura el 10 de julio, que se publicaría en el número VIII de la revista Hora de España de agosto del mismo año.

César Vallejo era el único de los delegados por Perú en el II Congreso, entre los 230 delegados de 38 países. Miguel Hernández se encontraba colaborando en el Altavoz del Frente de Extremadura, concretamente en Castuera, donde se hallaba la Plana Mayor del Ejército popular, cuando fue invitado por el ministerio de Instrucción Pública y Propaganda para participar como poeta en dicho congreso, y donde formó parte de la «ponencia colectiva» que se publicaría en la revista Hora de España, Valencia, número 8 el 37. En dicho Congreso, asistieron entre otros destacados escritores y poetas, el mexicano Octavio Paz, los chilenos Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Alberto Romero, los cubanos Juan Marinello y Nicolás Guillén, el argentino Raúl González Tuñón, los franceses Andre Malraux, Luis Aragon, Tristán Tzara, los estadounidense Langston Hughes, John Dos Passos... (Ernest Hemingway, aunque se cita como delegado estadounidense, no estuvo, era corresponsal de guerra de la Agencia Americana de Telégrafo).

Posterior al II Congreso, fue destinado Hernández en la 6º División, encuadrada en el XXI Cuerpo de Ejército, figuró en el Ejército de maniobras del Sector de Levante. Combatió en el frente de Teruel, como da testimonio en «El soldado y la nieve». Al terminar la guerra, fue detenido en su huida a Lisboa, en Portugal, condenado a muerte y murió a los 31 años en prisión. Y Vallejo regresa a París, colabora en la fundación del Comité Iberoamericano para la defensa de la República Española. Entre septiembre y diciembre, revisa algunos versos de los últimos años y le agrega la mayor parte de textos que formarán Poemas Humanos y España aparta de mí este cáliz, ambos publicados póstumamente.

Convergencias poéticas

La influencia de la poesía de Vallejo en Hernández no se ha podido acreditar verazmente, aunque el profesor José María Balcells nos apunta varias convergencias entre ambos poetas sobre la poesía urgente de lucha y de guerra en la obra de Vallejo, Poemas humanos, escrita entre 1932 y 1937, sin embargo, publicada póstumamente en París en 1939 y España, Aparta de mí ese cáliz (Barcelona, enero 1939), y los poemarios de Miguel Hernández publicados durante la guerra Viento de pueblo, (Valencia, 1937) y El hombre acecha, (Valencia 1939, destruida la edición, no reeditada hasta 1981, ver apartado 5 de este artículo). La similitud de temas entre los citados poemarios no significa que existan influencias mutuas, sino que «coinciden en gran medida con la del libro del peruano». Coinciden en la simbología de la confrontación como hombre-animal en la guerra con instintos primitivos. En Hernández, es un animal con garras víctima de su propia ferocidad; en Vallejo, miedo a convertirse en animal. Hernández retrata la ferocidad humana del hombre bélico, similar al animal salvaje, que podría agredir, incluso a su propio hijo, como observamos en el siguiente poema:

El animal que canta:
el animal que puede
llorar y echar raíces,
rememoró sus garras.

Garras que revestía
de suavidad y flores,
pero que, al fin, desnuda
en toda su crueldad.

Crepitan en mis manos.
Aparta de ellas, hijo.
Estoy dispuesto a hundirlas,
dispuesto a proyectarlas
sobre tu carne leve.

(«Canción primera» de El hombre acecha, 1939).

José María Balcells escribe en «Convergencia con Vallejo» (2019, p.129): «El asunto emparejable al que aludo es aquel al que se hace referencia en el verso inicial [se refiere a Poemas humanos de Vallejo] de uno de los poemas del autor hispanoamericano»:

Tengo un miedo terrible de ser un animal
de blanca nieve, que sostuvo padre
y madre, con su sola circulación venosa,
y que, este día espléndido, solar y arzobispal,
día que representa así a la noche,
linealmente
elude este animal estar contento, respirar
y transformarse y tener plata.

Sería pena grande
que fuera yo tan hombre hasta ese punto.
Un disparate, una premisa ubérrima
a cuyo yugo ocasional sucumbe
el gonce espiritual de mi cintura.
Un disparate... En tanto,
es así, más acá de la cabeza de Dios,
en la tabla de Locke, de Bacon, en el lívido pescuezo
de la bestia, en el hocico del alma.

Al forzar la idea simbólica o asociativa, apreciamos el significante de que dentro del hombre hay un animal bélico, peligroso, psicópata e incluso el hijo podría ser agredido por el animal-padre-hombre que, a causa de la guerra se vuelve agresivo. Son varios los ejemplos que el lector puede hallar en El hombre acecha, en que Hernández se lamenta por la guerra que se ha perdido, y nombra a los poetas amigos en el poema «Llamo a los poetas».

Las conclusiones de Balcells son muy acertadas en lo siguiente:

Carecemos de la constancia de que César Vallejo hubiera leído al menos un libro de Miguel Hernández, cuestión especulable, pero incierta. Por consiguiente, encontrar huellas concretas de la poesía hernandiana en la del poeta del Perú se hace muy cuesta arriba, y lo mismo sucede en el supuesto inverso. Por poder, parece indudable que el de Orihuela pudo haber leído la segunda de las ediciones de Trilce (1930), y con prólogo de José Bergamín. Por poder, también sería pensable que el americano hubiese leído El rayo que no cesa, que se elabora precisamente en un período creativo en el que pudo gravitar su ascendiente en el levantino […] Sin embargo, resulta más hacedero pensar que, si no el libro Viento del pueblo (1937), sí debió conocer Vallejo varias composiciones de esta obra, porque tuvieron extraordinaria difusión. Asunto bien diferente sería el de considerar si tales versos influyeron en alguna medida en los de España, aparta de mí ese cáliz, posibilidad que no resulta descartable, aunque es más prudente que se vincule a los dos escritores a través de coincidencias que de dependencias. («Barcarola». N. 76, 2010, p. 77).

Francisco Umbral en su artículo de Barcarola, 1993 observa cierto paralelismo entre Hernández y Vallejo, y se aventura a una zona pantanosa crítica cuando dice que el libro más vallejiano es Perito en lunas (1933), cuando las 42 octavas reales hernandianas son neogongorinas herméticas, un libro difícil de muy poca difusión (300 ejemplares), sobre su ambiente localista rural oriolano, que difícilmente leyera Vallejo en Perú o París. Lo que puede existir es coincidencia por el tema rural y el indígena. Y que el más hernandiano es: España, aparta de mí ese cáliz (1939) que seguramente Hernández no leyó. El artículo «umbraliano» comenta las similitudes biográficas y humanas de los dos poetas. Analiza los motivos y motivaciones, así como los puntos comunes entre ambos, quienes, sin embargo, quedan muy alejados en cuanto a afinidades literarias. («Miguel Hernández y César Vallejo». Barcarola. N. 41, 1993, p. 179-180).

«Viento del pueblo» y «España, aparta de mí ese cáliz»

Difícilmente la obra del hispanoamericano César Vallejo pudo influir en la del poeta español Hernández, aunque tenga semejanzas simbólicas por su origen, uno indígena y el otro campesino, ambos comunistas de filiación. No obstante, sí es posible que ocurriera al revés, que Vallejo leyera a Hernández. Veamos:

El poemario Viento de pueblo, poseía en la guerra, de Miguel Hernández, según el colofón se acabó de imprimir en Valencia en la litografía Durá en septiembre de 1937, de Socorro Rojo Internacional, con un prólogo del filólogo Tomás Navarro Tomás titulado «Miguel Hernández: poeta campesino de las trincheras» y dedicado al poeta sevillano Vicente Aleixandre, de cuyo honor se debió sentir muy orgulloso, aunque no fuera Aleixandre un poeta en las trincheras porque se encontraba enfermo del riñón y retirado en Miraflores (Madrid). En esta dedicatoria escribe Hernández: « Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas». Los pronombres posesivos «sus» se refieren al pueblo, que es el destinatario de los poemas. Se imprimieron 50,000 ejemplares, por lo que fue muy divulgado.

El optimista poemario Viento el pueblo, tiene su reverso o continuación en El hombre acecha, donde el horror en el frente de Teruel, los heridos evacuados en el tren de la muerte, los bombardeos, la libertad y los hombres viejos (hombres que ejercen poder civil y militar) muestran un ambiente pesimista, intuyendo que hay que dar por perdida la guerra.

El poemario España, aparta de mí ese cáliz, de César Vallejo, según el colofón se terminó de imprimir el 20 de enero de 1939 (póstumo); es decir, dos días antes de que los organismos oficiales de la Generalitat fueran evacuados de Barcelona y a una semana de la llegada del Cuerpo del Ejército Navarro y el Cuerpo marroquí a la montaña del Tibidabo. Se trataba de un libro de 64 páginas de texto, que incluye un dibujo original de Pablo Picasso (1881-1973) y el texto introductorio de Juan Larrea (1895-1980) «Profecía de América», del que se imprimieron 1,100 ejemplares, 250 de ellos numerados. La impresión se llevó a cabo en el monasterio de Montserrat, donde la Generalitat de Cataluña había establecido el Hospital del Ejército del Este y Unidad de Imprentas, aprovechando la infraestructura con la que ya contaba el monasterio (un taller que databa del siglo XV). El impresor era el malagueño Manuel Altolaguirre. En febrero de 1939, al ocupar el monasterio de Montserrat, las tropas nacionales destruyeron todas las publicaciones republicanas. Nada se supo de España, aparta de mí este cáliz, hasta que Julio Vélez y Antonio Merino hallaron un ejemplar en la biblioteca de Montserrat e incluyeron un facsímil de este en su estudio España en César Vallejo.


Vallejo

(Dibujo de Vallejo por Picasso)

Juan Larrea, amigo de Vallejo, relata así los prolegómenos del dibujo que le hizo Pablo Picasso a Vallejo en París: «Picasso no conocía a Vallejo. Apenas se produjo la muerte de César, me reuní, una larga tarde, con el pintor y le leí un buen puñado de versos vallejianos. Picasso, profunda y visiblemente emocionado, exclamó: ‘A este sí que le hago el retrato’». Y, en menos de cinco minutos hizo un dibujo del perfil de Vallejo, que aparece en la edición de México Editorial Séneca, de 1940, España, aparta de mí ese cáliz, 15 poemas por Profecía de América.

Poemas humanos es el título de una colección de poemas vallejianos compuestos entre 1931 y 1937, pertenecientes al realismo socialista. Se publicó póstumamente en París en junio de 1939, bajo la supervisión de la viuda del poeta, Georgette, en la editorial Presses Modernes au Palais Royal, con colofón nada más y nada menos que del hispanista Jean Cassou (nacido en Deusto) de la Real Academia de la Lengua y Literatura Francesa de Bélgica, quien, además, estuvo en II Congreso de Valencia.

Apuntes sobre «El hombre acecha»

El Hombre acecha de Hernández es una joya bibliográfica, un poemario histórico en el panorama de la poesía castellana, una obra rarísima, una fortuna de que viera la luz, puesto que en la primavera 1939 fue destruida a la entrada de los Nacionales (posiblemente como cuenta Eutimio Martín en El oficio de poeta, por el equipo inquisitorial del censor Joaquín Entrambasagaus) en la imprenta Tipografía Moderna de Valencia (intervenida por la Subsecretaria de Propaganda de la República). Se piensa que eran 50,000 ejemplares preparados para salir a la calle (según Leopoldo de Luis eran las tiradas usuales); solamente tres «capillas» se salvaron milagrosamente del censor franquista: una se halla en la biblioteca del bibliófilo y académico extremeño, Antonio Rodríguez Moñino, que durante la guerra fue técnico de la Junta de Incautación y Protección del tesoro Artístico. No es sino hasta 1979 cuando fue descubierta la «capilla» por el profesor Víctor Ynfantes de Miguel; será la primera vez que se pueda leer completo «Los hombres viejos», y este se lo comunicó a Leopoldo de Luis Urrutia.

Otra «capilla» encuadernada a mano, se encontraba en la biblioteca de José María de Cossío, hoy Biblioteca-Museo de la Casona de Tudanca (Santander), la tercera «capilla» estuvo en poder de Enrique Azcoaga, que pensaba editarla en Melilla, pero al fin no se editó. Hacer suposiciones de cómo llegaron las «capillas» a las manos de Moñino, Cossío o Azcoaga, solo son especulaciones que no tienen valor documental. No obstante, otra posibilidad, apuntada por Oscar Moreno Ferrández en su ponencia «La suerte editorial de El hombre acecha», es la de que el propietario de la imprenta, Vicente Soler, se las enviara a Moñino y este, a su vez, le diera una a Cossío. Como apunta Francisco Esteve, director de la Cátedra Miguel Hernández de la Universidad de Elche, la «capilla» de Rodríguez Moñino se encuentra actualmente en la Real Academia de la Lengua de Madrid, metida en una cartera del Banco Hispano, y él sacó una fotografía de la portada del libro que estaba en papel fino corriente, lo que da a entender que era una prueba de imprenta.

Breves semblanzas de Miguel Hernández y César Vallejo

Miguel Hernández Gilabert

Nació el 30 de octubre de 1910 en Orihuela, un pueblo de Alicante en el Levante español. Hijo de tratante de ganado, hizo dos años de Bachiller con los jesuitas de Colegio de Santo Domingo de Orihuela; al ser sacado del colegio fue pastor con las cabras de su padre. Al iniciarse el Alzamiento Nacional, y tras conocer el asesinato de Federico García Lorca, se incorporó como voluntario al Quinto Regimiento de Partido Comunista de Madrid, en septiembre del 36. Dirigió la hoja Altavoz de Frente Sur, en Jaén, y fue destinado a Castuera en el de Extremadura. En junio, fue invitado a asistir al ya citado II Congreso de Valencia y, posteriormente, en septiembre, a viajar a la URSS como delegado de la República en el V Festival de Teatro Soviético, en calidad de dramaturgo por haber sido nombrado director de «La Barraca» ante el asesinato de García Lorca en agosto de 1936.

Terminada la guerra, regresó a Orihuela para ver a su mujer y a su hijo, donde fue detenido y encarcelado en el Seminario de su ciudad. Posteriormente, el 15 de septiembre fue puesto en libertad; viajó a Orihuela, Sevilla, Hueva, y en Sano Alejo (Portugal) fue otra vez detenido. Condenado a muerte, se le conmutó la pena por la de treinta años. Pasó por una docena de prisiones, pero continuó escribiendo su obra maestra: Cancionero y romancero de ausencias, como un diario íntimo, introspectivo al hijo muerto. Murió de tuberculosis por falta de atención médica en el Reformatorio de Adultos de Alicante el 28 de marzo de 1942, a los 31 años. Esta villanía truncó una de las trayectorias más prometedoras de las letras españolas del siglo XX.

César Abraham Vallejo Mendoza

Nació en Santiago de Chuco, departamento de Libertada (Perú), el 16 de marzo 1892. ¿Cómo le venía su entusiasmo por España?, simplemente porque era hijo de Francisco de Paula Vallejo Benites, un sacerdote español (gallego) que dejó los hábitos y se casó con María de los Santos Mendoza Guerreonero. Ella era hija de un sacerdote gallego y una india Chimu. De aquí procedían sus rasgos de mestizaje, con acentos españoles e indígenas. César era el menor de los once hijos. Sus padres querían que fuera sacerdote, lo que él en su primera infancia aceptó de muy buen grado. Sus estudios primarios los realizó en el Centro Escolar de su ciudad natal. Posteriormente, hizo la secundaria en el Colegio Nacional San Nicolás de la provincia de Huamachuco.

Trabajó para los grandes periódicos Iberoamericanos. Inició su colaboración en Mundial de Lima. Viajó por primera vez a España gracias a una beca. Desde julio de 1923 (fecha de su llegada a París), César Vallejo vivió los azares de la condición de emigrado, inconforme con su suerte, vacilante frente a la encrucijada de realizar su vocación literaria o de vivir desarraigado e insatisfecho en una tierra extraña tan distinta de su ser y existir andino. Para subsistir escribía crónicas o correspondencias de la vida europea destinadas a periódicos del Perú. A fines de diciembre de 1930, el poeta fue sindicado como comunista y recibió la orden de abandonar territorio francés. El 14 de abril de 1931, Vallejo se hallaba en Madrid en el nacimiento de la Segunda República, ingresó al Partido Comunista Español; escribió para la editorial Cenit una novela proletaria, denominada el Tunguestino, que incluye con ligeras modificaciones el texto de Sabiduría de la Biblia.

Vallejo que viajó regularmente a España dos o tres veces al año en el curso de 1925 a 1927, fecha en que se extinguió la beca. Eran los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera (entre 1923 y 1930). Según Georgette de Vallejo (su esposa), después de tres viajes a la Unión Soviética, 1929,1929 y 1931, salió de París el poeta desterrado por la policía francesa, el 29 de diciembre de 1930 y llegó para pasar el año nuevo (de 1931) a Madrid. Durante su estancia en España, Vallejo viajó y trabajó en forma intensa.

En 1936, Vallejo colaboró con fervor en la fundación del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República Española en París y de su boletín Nueva España. Le acompañó en esa labor el chileno, Pablo Neruda. En diciembre de dicho año, viajó por unos días a España, pasando por Barcelona y Madrid, preocupado por el desarrollo de los acontecimientos de la guerra. En julio de 1937, volvió por última vez a España para asistir el II Congreso; visitó Barcelona, Valencia y Jaén y el frente en Madrid. De vuelta en París, fue elegido secretario de la sección peruana de la Asociación Internacional de Escritores. Falleció en París en el 15 de abril de 1938, a los 46 años edad sin que el afamado Dr. Lemière hubiese podido establecer el diagnóstico, otros autores hablan de paludismo.

Notas

Anónimo. «Manuel Altolaguirre, editor durante la guerra civil española». En: Negritas y cursivas libros e historia editorial (en la red).
Balcells, J. M. (2019). «Miguel Hernández y los poetas hispanoamericanos». En: Actas IV Congreso Internacional Miguel Hernández. IACJGAL, pp. 126-130.
Balcells, J. M. (2010). «César Vallejo y Miguel Hernández». En: Barcarola. N. 76, Albacete.
Fernández Palmeral, R. (2013). El hombre acecha como eje de la poesía de guerra. Amazon.
Hernández, M. (1939). Viento del pueblo. Valencia: Socorro Rojo Internacional.
Hernández, M. (1939). El hombre acecha. Valencia: Tipografía Moderna (destruida a la entrada de los Nacionales en marzo).
Martín, E. (201). El oficio de poeta. Miguel Hernández. Aguilar.
Umbral, F. (1993). «Miguel Hernández y César Vallejo». En: Barcarola. N. 4, p. 179.
Vallejo, C. (1983). Obra poética completa. Introducción de Américo Ferrari. Madrid: Alianza Editorial, p. 264.