Yo que no tengo la felicidad de creer en la vida del otro mundo.

(Bolívar en «El general en su laberinto», de G. García Márquez.)

El morir nos preocupa.

Tanto, que buscamos con afán palabras esclarecedoras de las grandes mentes sobre el tema, olvidando que tanto su mente como la nuestra está en las mismas, es decir: hablamos, hasta con autoridad, de algo que de plano ignoramos.

Sin embargo, la literatura da instantáneas o largos espacios en que arroja luz sobre las (llamadas) tinieblas. Así que, aunque abramos y cerremos un libro igual de ignorantes de la muerte, al menos nos habrá dejado la agradecible impresión de lo bien planteado.

Eso es lo que han hecho los escritores reunidos aquí. Si bien se reproduce solo una parte de su alusión al tema, ella goza de claridad y contundencia, como verán ustedes.

En torno de quien ha muerto

Las veces que la gente de letras habla con inspiración de lo que ocurre ante el cuerpo presente o poco antes, o a consecuencia de la partida, son todo un tema… Por ejemplo, Mario de Andrade lo demuestra cuando escribe:

¿Quién entonces para gozar las rosas que lo rodean?
¿El hermoso paisaje que el automóvil cruza?
¿El pensamiento que lo hace heroico?

O José Carlos Becerra:

Y ahora, me digo yo abriendo tu ropero, mirando tus vestidos;
¿ahora qué les voy a decir a las rosas que te gustan tanto,
qué le voy a decir a tu cuarto, mamá?

En cuanto a la imagen que se forman los sobrevivientes de la persona finada como tal, Borges ve cuatro posibilidades:

Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma...

Cuando se teme a la muerte y cuando se le desea

T. S. Eliot plasma cabalmente el temor que llegamos a sentir por aquel momento final:

No lo que nosotros llamamos muerte, sino
lo que más allá de la muerte
no es la muerte,
a eso le tememos, a eso le tememos…

Enseguida, dos autores más ven las cosas muy distintas; Jorge Manrique es consciente de que a la muerte hay que aceptarla, pues resistirse, cuando Dios ya la ha decidido, es locura. Además, acepta con gusto:

(…) consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura…

Santa Teresa, desde el supuesto que la muerte es su tan ansiada unión con Dios, la describe no amarga, no una aniquilación, sino…

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte…

De los tantos escritores mexicanos que saben plasmar una diversidad de sentimientos sobre la muerte, Jaime Sabines se rebela ante la de su padre, en cambio, la de su tía Chofi le inspira una conmovedora secuencia:

(…) que la muerte recoja tu cabeza blandamente
y que cierre tus ojos con cuidados de madre
mientras entona cantos interminables.

¿La muerte es un sueño?

Cuando no aceptamos la muerte creemos —o queremos creer— que es mentira, que es un sueño. Esa actitud consigna Walt Whitman cuando, bajo la figura de capitán, ve a Abraham Lincoln. Le dice:

Vamos, capitán. Amado padre,
En este brazo apoya tu cabeza.
Es solo un sueño que allí en la cubierta
yaces frío y muerto.1

Otra de las formas de verla como sueño es tomarla como un dormir; ya no un sueño inaceptable ni una pesadilla, sino un descanso. Es lo que registra Manuel Machado:

Hijo, para descansar,
es necesario dormir,
no pensar,
no sentir,
no soñar...

Madre, para descansar,
morir.

La muerte como acceso al pleno conocimiento

Enrique González Martínez en su Último viaje, acerca de su hijo difunto, conjuga dos veces el verbo saber:

(…) en sus ojos
tiembla el hondo pavor del que ya sabe (…)

Cuando mis pasos, que la ausencia anima
y le siguen en pos, le den alcance, (…)
veré su faz y miraré su frente
en el hombro paterno desmayarse.

Allí sabremos ambos quién ordena
partir un día, y la razón del viaje.

Es decir, tiene la certeza de que, al morir, su hijo alcanzó el conocimiento; más aún, de que, al reunirse en la muerte con su hijo, va él también a saber. Una de las máximas aspiraciones del hombre, ¿no es así?: el pleno conocimiento. Una maravilla.

La muerte como un renacimiento

Vinicius de Moraes dice, no sin cierto misterio:

(…) de la muerte tan solo hemos nacido
inmensamente.2

Marc Oraison, al contrario de los que piensan que la muerte es un paso a las tinieblas, la dota de luz. Él dice: «como nuestro parto, la muerte es un alumbramiento».

Para terminar

Incompleta, injusta, mutiladora… cuántos adjetivos podrían venir de parte de ustedes a esta selección. Por si la ha calificado de mutiladora, le digo que cada texto contiene una —o más de una— idea completa. Si la llama injusta, en efecto: es más lo que quedó fuera que lo contenido. Si la llama incompleta, ¿qué no son infinitas, o sea imposibles de reunir todas, las ideas e imágenes de la muerte?

Notas

1 La traducción es de Miguel R. Mendoza y de Rodolfo Usigli.
2 Tradujo José Emilio Pacheco.