A Ale.

No necesitamos un salvador.

Eso dijo un artista que expuso antes de la cuarentena en el centro de la Ciudad de México.

¡Caray!, sin embargo, la literatura parece contradecir a ese señor: menciona constantemente a Dios —y si Dios no es salvador, pues no es Dios.

Algunas direcciones de esa literatura

Perdida en el libro Cien españoles y Dios se encuentra una de las frases que, de una vez por todas, contiene la pregunta de aquel que clama por un ser al cual no ve: «¿Verdad que existes, Dios, verdad que existes?»

Hablando de esas preguntas, Dámaso Alonso dice, mientras ve un río que lo refleja: «Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra/ de los quince años».1

Sobre la naturaleza divina, sobre cómo es ese ser no visto y lo que él hace, Jaime Sabines afirma, mientras habla a su tía Chofi muerta: «un Dios justo y benigno ha de haberte escogido».

Ver a Dios en todas partes

Acerca de que, en la casa común, la tierra, hallemos a Dios, Ernesto Cardenal escribe siguiendo a Walt Whitman: «Todas las criaturas son cartas de amor de Dios para nosotros». Lo mismo que mi amigo Miguel Valenzuela Oliva cuando observa las plantas y afirma: «mira lo que hace Dios para que estemos alegres».

El ambiente amazónico tan vital para él hace decir a Pedro Casaldáliga: «El lago y yo amanecemos llenos / de Dios, de Dios, de Dios…»

En cambio, Eduardo Galeano escribe: «En sus diez mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso, un mandamiento que dijera algo así: ‘Honrarás a la naturaleza de la que formas parte’. Pero no se le ocurrió, o le pareció que era obvio».

Rilke

«Y así es cada noche, Dios mío, / siempre llena de insomnes que han huido del lecho / y caminan eternamente sin hallarte». Ha escrito Rainer Maria Rilke.

Aplastante, ¿no le parece? Primero, describe de un plumazo lo que es el insomnio, ese mal que no deja a la persona descansar para seguir viviendo, sino que la deja para ir muriendo. Si lo sabré yo, que mi madrecita lo padeció toda su vida; sí, repito: toda su vida.

Luego el escritor, para acabar de completar el triste cuadro, escala la cosa hasta afirmar que, en tales condiciones, a Dios no se le encuentra, ¡uf!

Paul Claudel

Las pulsiones personales, tan humanas, cuántas veces frenadas por órdenes de una moral, han provocado «protestas» o al menos clamor en los creyentes. Ya santa Teresa, sintiendo las exigencias de su credo, había «hecho ver» a Dios: «¡Con razón tienes tan pocos amigos!»

Bueno, pues Paul Claudel, quien vivió una fuerte experiencia de Dios que lo hizo abrazar el catolicismo,2 plantea esta paradoja: «¿Dios mío, tú ves que yo no soy solamente espíritu sino agua! / ¡Ten piedad de esas aguas que mueren de sed dentro de mí!»

César Vallejo

Una creencia muy arraigada es no solo que Dios castiga, sino que odia y que, odiando, puede llegar a ser devastador. No buscarle con Dios, vamos, porque ¡újule!

Los que sostienen eso —lo del odio—, olvidan que Dios es amor. Pero, en fin…

Sin embargo, César Vallejo escribió: «Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios».

Para terminar

La literatura donde Dios aparece encierra una gran psicología, descubre el espíritu humano y va más allá, lo liga a un Dios que —tomando una parte de Maeterlinck— «necesita ser explicado».

¿Serán esas letras en el fondo, además, una oración?

Curiosidades

«Quien habla solo espera hablar a Dios un día», escribe Antonio Machado en su Retrato. Esto me recuerda a mi excompañero Raúl Madrigal Andrade —en pésima por prematura hora—, finado accidentalmente. Raúl fue un condiscípulo ensimismado, no abierto a la plática y menos a las bromas. Una vez que entré solo a su cuarto vi un diccionario de filosofía abierto en la página de la entrada «Diálogo»… Ahí, subrayado por Raúl, decía: «De hecho siempre estamos en diálogo. Si no con otros, al menos con nosotros mismos», así que él se vio reflejado. Me dio gusto que encontrara en aquel compendio un espaldarazo a su objetado modo de ser. No es forzar mucho las cosas deducir que revitalizaba su persona con ese su diálogo, pues, consigo mismo.

A la luz de Machado, concluyo entonces que Raúl hablaba en sus soledades revestido de la esperanza de hablar (nada menos que) con Dios.

Notas

1 A partir de aquí, con los versos que se citan, recuerde usted que puede encontrar el texto completo en Internet.

2 La experiencia personal de Dios —súbita, inexplicable, pero reconocible— lo hermana con Borges, quien tuvo la suya ya octogenario, mientras caminaba por el Puente Constitución en su natal Buenos Aires.