Hace unos años conocí la famosa historia de la Caracas de 1935, época cuando una mujer llamada María Luisa Ancízar y su novio Pío Miranda planeaban emigrar a la Ucrania comunista, momento en el cual, inesperadamente, el cantante Carlos Gardel llegó de visita a la casa de los Ancízar, cambiando, para siempre, la vida de esta familia.

Desde ese instante, en el que me acerqué, por primera vez, al contraste entre los aparentemente firmes ideales revolucionarios de Miranda y el concepto del capitalismo, expresado en El día que me quieras, obra teatral más universal y emblemática del dramaturgo venezolano José Ignacio Cabrujas, me convencí a mí misma de que trabajaría sobre la pieza alguna vez, o algunas veces, en mi vida.

Así que comencé interpretando, como actriz, un fragmento adaptado de María Luisa, quien interactuaba con Pío luego del reconocido monólogo de su revelación:

Ahora, hazme el favor de escucharme, porque voy a hablar de este asunto por última vez...

Por ello, tiempo después, me di el gusto de disfrutar del montaje de la obra completa en vivo, lo cual intensificó mi interés por el personaje de Miranda. «En algún momento de mi vida, lo voy a actuar», decía yo. Sin embargo, ¿cómo? Al parecer, ninguna mujer lo había hecho antes y, claro, lo investigué.

Más adelante, cursar un Diplomado en Artes Escénicas me permitió transitar por todas las áreas que componen la creación de un espectáculo de esta índole. De hecho, se me presentó la oportunidad de escoger un monólogo para trabajar en mi clase de actuación. Sí, ya deben adivinar con cuál me atreví.

Versionar, producir e interpretar las palabras de Pío Miranda en la muestra final de la materia fue, para mí, un hito que marcó mi historia con esta pieza teatral y que, además, me obsequió una visión más crítica y detallista sobre el personaje y la obra.

No obstante, mi relación con esta creación de Cabrujas no podía terminar en ese punto, pues, más tarde, surgió la ocasión, dentro del mencionado programa de estudios, de visualizar el proyecto teatral de nuestras vidas para planteárnoslo, como ejercicio de imaginación, en cuanto a temas de producción y mercadeo. Mis amigos de aula intuyeron cuál obra escogería.

Más allá de este relato sobre mi trayectoria relacionada, cercanamente, con la pieza, justificó mi elección el hecho de que no solo es uno de los más grandes éxitos dentro del teatro en Venezuela, sino que retrata, de manera cruda y dolorosa, pero con un humor característico, la historia cíclica del venezolano de los ideales fallidos, su dicotomía migratoria, las apariencias desenmascaradas y los sueños que alejan al hombre de la realidad que tiene que vivir. Todos, tópicos cíclicos dentro la historia mundial y, específicamente, venezolana, lo que volvía pertinente ofrecer al público estas profundas reflexiones sobre la virtud y la honestidad que un individuo debe mantener consigo mismo y con los demás.

Aunque se trata de un tema con vigencia permanente, una vez que comencé a armar el proyecto, se me ocurrió presentarlo como homenaje en el marco del 130ª aniversario del natalicio del cantante, compositor y actor Carlos Gardel, nacido en Toulouse el 11 de diciembre de 1890, según la hipótesis francesista. A partir de ahí, comencé a idear cuál sería mi elenco perfecto y, por supuesto, elegí a los mejores actores que pude visualizar; armé mi equipo técnico; me decidí por un teatro con un gran aforo; entre otras dinámicas sobre las cuales podía reflexionar en casa, para, luego, analizar con detalle en las clases. Al fin y al cabo, era un proyecto imaginario, donde todo podía ser ideal.

Se paraliza esta historia. Sí, así, bruscamente, tal y como ocurrió en la realidad, sin previo aviso. Llenándonos a todos de una gran incertidumbre, se había propagado una pandemia mundial que ponía en duda el futuro de nuestras vidas: rutinas, trabajos, relaciones y producciones teatrales soñadas.

A pesar de todo, el arte ha resistido ante las guerras mundiales, así que, hoy por hoy, continuamos creando, pero, ahora, cada quien desde su hogar. Agendas de productor, desgloses de producción, planes de financiamiento, justificaciones de recurso humano, solicitudes de sala, cartas de derechos de autor, estrategias de medios, presupuestos y esquemas de viabilidad más tarde, dije: «Qué increíble debe ser un productor para manejar y monitorear todos estos aspectos. ¿Sería yo capaz?». Siempre he admirado y respetado ese rol, pero este trayecto, visto desde adentro, me ha hecho aprender que los detalles son infinitos; que un productor debería siempre ser valorado y apoyado; y que, por un lado, me encanta la idea inicial de visualizar un proyecto en todos los aspectos que abarca la gerencia de producción, pero, por otra parte, reconozco que es un enorme y respetable reto para el cual se debe estar debidamente preparado y mentalizado.

¿Y qué ha sucedido con el evento teatral soñado antes de la epidemia? La respuesta es que se ha transformado en el camino, lo que me ha enseñado que, para un productor, saber resolver y adaptarse sobre la marcha es vital, tanto como lo es darnos cuenta de que, así como en la vida, a pesar de que apostemos a ese concepto de “ideal”, los obstáculos y los imprevistos son parte del relato. En ese sentido, considero que sería necesario replantear mi panorama inicial, dado que el ámbito cultural, además de ser uno de los más afectados económicamente durante y después de la pandemia, una vez que la cuarentena se comience a diluir, oficialmente, será una de las áreas que más cambios sufrirá a la hora de su realización y consumo. Sin embargo, aquí entra el músculo creativo de todo artista, aquel que asegura que, independientemente de cualquier barrera, la cultura seguirá en pie.

Bajo las condiciones post-emergencia mundial, evidentemente, el proyecto de El día que me quieras no se realizaría como lo imaginé en un primer instante. Corre el rumor de que se comenzará a vender boletería, algún momento, con reducción en los aforos de las salas, lo que, tal vez, haría posible el desarrollo del montaje tal y como pensé hace unos meses, desde un pupitre, con otros soñadores a centímetros de mí, quienes, como yo, cuando escogieron sus obras soñadas jamás pensaron en que el mundo daría un giro de semejante magnitud.

No obstante, no considero seguro, aun en medio de la incerteza, depositar la confianza en esos simples rumores, pues, más allá de que es un tema global y que toda la humanidad vive en la incertidumbre, en Venezuela los factores políticos y económicos son los que, realmente, llevan la batuta en todo esto. Si algo hemos aprendido en los últimos tiempos y, sobre todo, durante lo que va de este período de aislamiento social, es que la tecnología es un inmenso recurso para vencer distancias. Por consiguiente, con la finalidad de evitar ser dependientes de los intereses de otros y convertirnos en víctimas del titubeo de salubridad, poniendo en peligro la estabilidad del proyecto y de sus involucrados, se plantearía toda una nueva estrategia digital para que la obra pudiera continuar siendo un tributo en las fechas del natalicio de Carlos Gardel.

Muchas rutas pueden ser tomadas para sacar adelante este y otros proyectos, ya que la imaginación no tiene límites. Si bien, hoy por hoy, no se puede garantizar la asistencia del público a una sala de teatro, incluso, haciendo estudios de mercado, pues muchos factores influyen en ello, esta obra de José Ignacio Cabrujas mantendrá su vigencia característica, pues la variedad de temas que abarca continuará llegando a diferentes segmentos de la audiencia, ya que siempre será de gran relevancia resaltar la internacionalidad del teatro venezolano, recalcando entre la población el gran talento que ha residido, y vive, en ella.

Cada vez más, las audiencias se trasladan al ámbito digital. Todo es cuestión de innovar y adaptarse a las circunstancias, ya que, en momentos difíciles, aflora la creatividad y, más todavía, en esta Era de la Información, a lo largo de la cual se ha propulsado el origen de numerosas iniciativas culturales a distancia que, curiosamente, desaparecen, en gran medida, las pantallas que nos separan y, a su vez, nos acercan. Esa es mi reflexión final, más allá de la realización o la suspensión de un proyecto específico creado en mi imaginación, por mucho que me atraiga.

Así como, con el paso de los años, El día que me quieras se ha presentado, ante mí, de diferentes formas, esta situación es la oportunidad perfecta para demostrar, masivamente y desde una óptica distinta, esa cualidad camaleónica del arte, en conjunto con los avances tecnológicos y, más allá de difundir entre el público todas las reflexiones que ofrece la obra, es una gran ocasión para trazar un nuevo camino en la historia actual, enfatizando en que el arte es como la energía: se transforma, pero no se destruye.